Trinidad de trinidades
El final del mes de mayo está
a tiro de cinco flores:
Una rosa
Un clavel
y otras tres más. Es
decir, una trinidad. Una madre, un padre y un bebé. Los tres crecen a una,
desde que fueron tres hasta que sean uno en el recuerdo de quienes los
conocieron. Esto es lo que sabemos. Y de lo demás, imaginamos.
Así pues, una rosa, un clavel
y la trinidad. Tú y yo y la trinidad. Así es nuestra humanidad. Madre, padre y yo. Un trébol familiar, por
ejemplo. Tan sencillo como la vida misma. O tan complicado. Sabemos que
existen tantísimas formas de mirar, de ver, de imaginar... Este tres nos
sorprende allá por donde nos movamos. Tiene que ser precisamente el tres.
La trinidad.
En este domingo final de mayo
debo pararme de nuevo ante lo que sucede entre nosotros con María, la madre de Jesús de Nazaret. ¿Por qué
aquella señora María se nos fue transfigurando en matrona patronal
divinizada? Aunque sea sólo un puñado diario de segundos, proseguirá mi meditación contemplativa de 'estas cosas
de la fe' que tienen que ver con nuestras populares, o no tan populares,
tradiciones pastorales -o pastoriles-. Por eso, me vuelvo a repetir el
mantra de mis saludos o silencios en una semana más de este curioso año de
mis preocupaciones por el Evangelio:
Buenos días, humanísima trinidad de Nazaret: Jesús,
José y María.
113. Santa Madre Virgen de Valme Coronada
114. Santa Madre Virgen Inmaculada
115. Santa Madre Virgen de la Asunción
116. Santa Madre Virgen del Campo
117. Santa Madre Virgen de Fresnedo
118. Santa Madre Virgen de la Alegría
119. Santa Madre Virgen de la Antigua
Con mi jaculatoria: Que me
devuelvan a la Señora María.
Y añado también: Vive
Jesús en nuestros corazones. Siempre.
Y ya es bastante esto como
presentación de los comentarios de este domingo día 26 de mayo que
se encuentran a continuación.
Carmelo Bueno Heras
Domingo de la Santísima
Trinidad Ciclo B (26.05.2024): Mateo 28,16-20
Respiro, vivo y sigo
escribiendo CONTIGO:
El Espíritu Santo no es una paloma blanca.
En el
caminar de la Iglesia hemos llegado a la celebración del dogma de la Santísima
Trinidad. El tercero de los cuatro mensajes del dogma católico: Ascensión y
Pentecostés, los dos primeros; y el cuarto, para el siguiente domingo, será el
Corpus Christi.
En esta
Celebración, sea como sea, se recordará lo acontecido tanto en el año 325 en la
ciudad de Nicea, como lo sucedido en el año 381 en la ciudad de Constantinopla.
En esos tiempos y lugares se configuró el CREDO de la Religión Cristiana. El
llamado ‘Credo niceno constantinopolitano’. Es el Credo de la Fe Cristiana. La
Trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo. En aquellos tiempos y por aquellos
lugares se hablaba la lengua griega y en esta lengua fue redactado el mensaje
de este Credo que es el núcleo de la fe de la Iglesia.
Para
volver a celebrar tal grandeza de la FE, nuestra iglesia vaticana nos invita a
re-memorar el relato final del Evangelio de Mateo del que cito lo siguiente:
“Jesús
se acercó [a los Once] y les habló así:
me ha sido dado todo poder
en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos a
todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo,
y enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado.
Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
(Mateo 28,18-20).
El
espacio de este comentario no es ni mucho, ni poco, para escribir unas palabras
sobre este Dogma de la Trinidad. Basta con repetir estas tres referencias:
Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres, como un padre, una madre y un hijo. Tres,
como el abecé o el undostres… Tres, siempre. ¿Qué humano vio en algún momento
de su existencia esta Unidad divina de la Trinidad? Nadie. Todo cuanto se ha
dicho es ‘imaginación’. Imaginación para hablar. Imaginación para escribir,
imaginación para representar a la única e indivisible Trinidad.
Quiero,
sólo y ahora, animar a contemplar la plasmación icónica de esta Trinidad tan
popular y plástica: Padre-Jesús Hijo-Espíritu Santo Paloma. Y me detengo
conscientemente sobre la ‘Paloma, como representación del Espíritu Santo’. Me
llamó siempre la atención la presencia de la paloma. ¿El Espíritu Santo es una
Paloma? Es una paloma o ¿es una manera de representar la identidad de la
tercera persona de la Santísima Trinidad?
Alguien
como Ariel Álvarez Valdés nos ha dejado un precioso comentario sobre este
asunto cuando se atreve a responder esta pregunta: ¿Por qué al Espíritu
Santo se le representa como una paloma? (Nuevos Enigmas de la Biblia 4,
PPC, Madrid, 2021, páginas 89-104). “Las pinturas y cuadros que existen sobre
el bautismo de Jesús suelen mostrar una paloma blanca que desciende sobre él,
simbolizando al Espíritu Santo. El creador de esta imagen, según aparece en la
Biblia, fue el Evangelista Marcos al narrar el famoso episodio del bautismo de
Jesús… (Mc 1,9-10) … ¿Por qué Marcos utilizó aquella figura? ¿Qué quiso decir a
sus lectores con la paloma en el bautismo de Jesús? Al finalizar su espléndida
exposición -por sencilla, clara y concisa-, Ariel sintetiza su mensaje con
estas palabras que son tan acertadas como provocadoras: “Cuando uno cambia la
forma de ver las cosas, las cosas cambian de forma”. El Espíritu Santo no es
una paloma. Ciertamente, no lo es. Y, ¿qué es la Trinidad? ¿Puedo cambiar la
forma de ‘ver’ la Trinidad?
Carmelo
Bueno Heras. Madrid, 26 de mayo de 2024.
CINCO
MINUTOS semanales con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y
meditarlo completo y de forma ordenada, de principio a fin.
Semana 26ª
(26.05.2024): Marcos 7,24-30.
Cállate y sal de ahí
El
texto de Marcos 7,24-30 (o hasta el 31, si le parece bien al lector) es el
centro de la tercera gran palindromía de la presencia de Jesús de Nazaret en su
tierra de la Galilea y de sus alrededores de la Decápolis, por el este, y de la
costa mediterránea de Tiro y Sidón, por el oeste. Es un texto que mi lectura
crítica se atreve a llamar ‘central’, como también fueron centrales Marcos
1,35-45 (en la primera palindromía) y Marcos 5,1-20 (en la segunda
palindromía).
Deseo
vivamente preguntar a la mano autora del relato si Jesús de Nazaret viajó solo
a esta región costera del Mediterráneo. El texto invita a pensar que sí: Jesús “se
fue a la región de Tiro, y entrando en una casa quería que nadie lo supiera,
pero no logró pasar inadvertido” (7,24).
Pero
si viajó sin ningún acompañamiento, ¿cómo llegó a saberse lo que le ocurrió en
aquel viaje a Tiro y su encuentro con la mujer de las tres nacionalidades:
siria, fenicia y la ya desaparecida ‘cananea’? ¡Mujer y pagana!, se mire
como se mire y en las tres identidades.
Y
mis interrogantes continúan: ¿Nada le sucedió a este Jesús de Nazaret en su
paso por Sidón y en el rocambolesco camino de regreso a Galilea volviendo a
pasar por la Decápolis? María Magdalena, ¡siento una inmensa curiosidad por
todo esto que te guardaste en el tintero de tus entrañas de mujer creyente en
el resucitado Jesús que ardía de vida en esas tus entrañas! Con todo,
Evangelista de Jesús, un millón de gracias por habernos contado ese encuentro
del laico galileo con ‘la mujer de Tiro’ en un pequeño puñado de líneas y
pormenores. Confieso que, si escribiera todo cuanto se me ocurre cuando imagino
este encuentro, necesitaría al menos una página de éstas por versículo.
Considero
que este encuentro, él solito, es un Evangelio completo. Una buena noticia para
los tres protagonistas: Jesús, la mujer y su hija. Tuvo padre esta hija pero,
¿quién fue y dónde se encontraba en esos momentos? ¿Puedo pensar, narradora de
estos hechos, que el tal esposo y padre era ‘ese demonio impuro del que se
habla en 7,25? Cuando le presto atención a este ‘espíritu inmundo, demonio
impuro, o como se le quiera satanizar a este diablo’, no dejo de recordar la
identidad suya ya presentada en aquel sábado en la sinagoga de Cafarnaún en
1,21-28. Leo despacio y escucho otra vez sorprendido la voz del judío Jesús: “Cállate
y sal de ahí”. Así, los dos verbos en imperativo.
Esa
mujer, su familia y su hija, ¿quiénes son? ¿A quién se está identificando en lo
que el texto dice de ellas? Los creyentes paganos sabían qué era Israel, su
religión y su pueblo. De la misma manera que un creyente católico hoy sabe bien
quién es un musulmán, un protestante, un copto, un hinduista, un ateo, un
ortodoxo… Las religiones se notan, se ven, en sus signos y vestimentas. Y sus religiosos…
¡se huelen! Unos a otros, en tiempos de Jesús se llamaban con ‘el cariñoso
nombre de perros’. Y en otros tiempos posteriores y hasta hoy, también.
Hoy,
las religiones y sus gentes ¿nos reconocemos y toleramos? Creo sinceramente que
no hay otra vestimenta ni otro signo visible de una religión que la piel de
cada ser humano. Eso es, ¡la piel! La piel que nos viste a cada unx ¡de
persona! Por fuera y por dentro, entrañablemente.
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 21 de mayo de 2017.
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