EXPERIENCIA INTERIOR
Domingo IV de Adviento (A)
Mateo 1, 18-24. 22 de diciembre de 2013
El evangelista Mateo tiene un interés especial en
decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también “Emmanuel”.
Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede
llamar con un nombre que significa “Dios con nosotros”? Sin embargo,
este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la
celebración de la Navidad.
Ese
misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos
“Dios” no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros.
¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está
conmigo, si yo no tengo alguna experiencia personal por pequeña que sea?
De
ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del
misterio de Dios en nuestro interior. Por eso, muchos lo imaginan en algún
lugar indefinido y abstracto del Universo. Otros lo buscan adorando a Cristo
presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para
otros, el mejor camino es Jesús.
El
misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada
vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de
alguna manera dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el
contrario, si percibimos su presencia en nuestro interior, nos será más fácil
rastrear su misterio en nuestro entorno.
¿Es
posible? El secreto consiste, sobre todo, en saber estar con los ojos cerrados
y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia
misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso,
sino de estar “acogiendo” la paz, la vida, el amor, el perdón... que nos llega
desde lo más íntimo de nuestro ser.
Es
normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con
nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra
mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el
silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos
irá apaciguando, liberando y sanando.
Karl
Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en
medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es
la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se
ha hecho hombre”. El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de
perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de
nosotros. Si lo acogemos en silencio, conoceremos la alegría de la Navidad.
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