117. Bien
entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. Es el
Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros
corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima
Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía
del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el
vínculo de amor entre el Padre y el Hijo.[93]
Él es quien suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y al mismo tiempo
construye una unidad que nunca es uniformidad sino multiforme armonía que
atrae. La evangelización reconoce gozosamente estas múltiples riquezas que el
Espíritu engendra en la Iglesia. No haría justicia a la lógica de la
encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es
verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación
del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado
no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por
ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido
la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma
cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del
Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero
a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura,
con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador.
118. Los
Obispos de Oceanía pidieron que allí la Iglesia «desarrolle una comprensión y
una presentación de la verdad de Cristo que arranque de las tradiciones y
culturas de la región», e instaron «a todos los misioneros a operar en armonía
con los cristianos indígenas para asegurar que la fe y la vida de la Iglesia se
expresen en formas legítimas adecuadas a cada cultura».[94]
No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la
fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un
determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de
los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura.[95]
Es indiscutible que una sola cultura no agota el misterio de la redención de
Cristo.
Reflexión:
9 febrero
(RV).- (audio) Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. Es el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo. Él es quien suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y al mismo tiempo construye una unidad que nunca es uniformidad sino multiforme armonía que atrae. La evangelización reconoce gozosamente estas múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia. No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador.
Los Obispos de Oceanía pidieron que allí la Iglesia «desarrolle una comprensión y una presentación de la verdad de Cristo que arranque de las tradiciones y culturas de la región», e instaron «a todos los misioneros a operar en armonía con los cristianos indígenas para asegurar que la fe y la vida de la Iglesia se expresen en formas legítimas adecuadas a cada cultura». No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura. Es indiscutible que una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo.
9 febrero
(RV).- (audio) Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia. Es el Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, quien transforma nuestros corazones y nos hace capaces de entrar en la comunión perfecta de la Santísima Trinidad, donde todo encuentra su unidad. Él construye la comunión y la armonía del Pueblo de Dios. El mismo Espíritu Santo es la armonía, así como es el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo. Él es quien suscita una múltiple y diversa riqueza de dones y al mismo tiempo construye una unidad que nunca es uniformidad sino multiforme armonía que atrae. La evangelización reconoce gozosamente estas múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia. No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador.
Los Obispos de Oceanía pidieron que allí la Iglesia «desarrolle una comprensión y una presentación de la verdad de Cristo que arranque de las tradiciones y culturas de la región», e instaron «a todos los misioneros a operar en armonía con los cristianos indígenas para asegurar que la fe y la vida de la Iglesia se expresen en formas legítimas adecuadas a cada cultura». No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura. Es indiscutible que una sola cultura no agota el misterio de la redención de Cristo.
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