CUANDO
EL HOMBRE AMA SE GENERA GOZO, PORQUE SE MANIFIESTA DIOS (HN-16)
Toda teología, al final, debe terminar siendo lo que la Edad Media llamaba “una
visión beatífica”; o sea, una
teología de felicidad. Pues el beatus
latino, que traduce el makarios griego,
significa feliz. Es decir, cuando
Dios desemboca en el hombre le remueve todo su ser y le impulsa hacia la
felicidad total; hacia una forma de gozo, absoluta y definitiva, que
está al final del camino. Sí pero, ¿cuándo desembocará Dios totalmente en el
hombre?: justo cuando la creación y el hombre concluyan todo su camino con
éxito; justo cuando el hombre –ya lleno de Dios– llegue a ser Hombre: con Cristo (Hombre-Dios)
llenándole. Ya sabemos que el cristianismo es justamente “el camino”, el Tao; y que San Pablo, cuando
perseguía a los cristianos, los definía como “los que siguen el camino”.
También hemos visto, que este camino –en la historia y en cada uno de
nosotros– ha empezado desde etapas previas y preparatorias; lo que aplicado a
la teología daría una primera etapa: la “teología del
pensamiento”. Cuando aparece el cristianismo, lo primero que necesitó fue ser pensado;
pero dentro de ese pensamiento humano y conceptual ya había un pensamiento
espiritual, capaz de hacernos pasar de lo que se ve a lo que no se ve. Por eso,
después de una primera etapa surge otra; tanto en la historia general de
la teología como en la historia personal de cada uno. Es decir, una vez que
hemos reflexionado sobre la fe y hemos descubierto que la vida es un camino
hacia Dios, descubrimos otra dimensión; aparece una segunda etapa: la de
comportarnos de una manera determinada. Es decir, en cuanto uno descubre –tanto
en su corazón como en su mente– que las cosas son teofanías (manifestaciones de
Dios), se impone el comportarnos de acuerdo con ese modelo: o sea, si admitimos
que en el corazón de las cosas está Dios, no podemos caminar destrozándolas. O
lo que es lo mismo, si pienso y admito que la creación está de parto para
engendrar un hombre nuevo, no puedo oponerme al parto de la creación en mí; por
doloroso que este sea. Y por tanto se pasa a una segunda etapa, la “teología de la moral”; que busca la mejor forma de
comportarnos para seguir haciendo posible este parto. En conjunto y hasta hace no mucho, el cristianismo
–entendamos la Iglesia– se ha detenido en alguna de las dos etapas citadas: bien
en la teología escolástica –filosófica–
que se pensaba a sí misma como meta, sin darse cuenta que era sólo un camino;
bien en la teología moral,
donde el comportamiento también era considerado como un fin en sí mismo. Ahora (una vez descubierto que todas las teologías no son más
que un medio y que caminamos por ellas hacia el amor total, con alegría y gozo,
y que este camino solo lo podrán hacer hombres nuevos) es cuando, una vez superadas
la teología lógica y la teología ética, debemos pasar a caminar por una nueva:
la teología estética. Y este es nuestro tema actual: “la teología estética como
meta del presente humano”. No obstante también hay que dejar claro
que, después de estas tres formas de teología vendrán otras y se nos expondrán
las cosas de otra manera; pero siempre para llenarnos cada vez más del
Dios-amor. Dicho lo cual, retomemos la teología
como punto de partida –como Tao–
para entender que toda
la teología es un camino para llegar al estadio final del gozo en el Amor. Recordemos que el mensaje del Evangelio no solo
insinúa el camino sino también la meta, y que es San Juan el que anuncia el
gozo –en su Evangelio– con la fórmula definitiva de “Dios es amor”. O sea, S. Juan
nos está diciendo: lo que importa es el amor –pero un amor que esté más allá
del pensamiento y de la moral–; y por eso Dios, que es amor, es la meta.
Cuando uno llega a experimentar
el amor verdadero está experimentando a Dios –como amor–, y con él nos llega el
gozo.
El amor, que es el cogollo del
corazón del hombre, es Dios mismo.
Cuando el corazón del hombre ama,
o se siente amado, se genera gozo: se manifiesta Dios. Y esto es lo que
experimenta y manifiesta el hombre nuevo.
Dada la importancia del tema, vamos a insistir sobre lo ya dicho: nunca pueden convertirse en meta ni la lógica ni la
moral, pues solo son camino; y uno no camina por caminar sino para llegar. No
se puede hacer un fin del medio; no se puede hacer meta de lo que es camino; y el
Tao no es la meta sino el camino hacia la meta. Por eso cuando uno hace del
pensamiento o de la moral una meta, transforma el camino en meta; o sea,
convierte la religión en meta.
Todo esto nos lo va a enseñar más adelante San Lucas, pero hemos de
partir de este principio: cuando nos
quedemos en algún punto del camino pervertiremos la religión, pues la haremos
meta.
Parecería innecesaria tanta reiteración, pero la triste realidad es que
la mayoría de los creyentes del mundo –de cualquier religión, sin excluir al
cristianismo– defienden su religión como si fuera una meta; y esta no es la
enseñanza del Nuevo Testamento.
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