Ya hemos visto que Dios tiene sobre nosotros el designio amoroso de
salvarnos, porque Dios es amor; y también que la respuesta del hombre a Dios
debe ser “esforzarnos para...”, convertirnos para irnos pareciendo cada vez más
al amor que ya llevamos dentro. Y por
tanto, si todas las religiones de la tierra no ponen –o no pusieron– su centro
en el amor, no deben –o no debieron– ser llamadas religiones. En resumen, sólo
se podrá llamar religión aquélla que ponga su centro en el amor. Recordemos
también: “Un mandamiento nuevo os doy:
que os améis los unos a los otros;…” (Jn. 13, 34). Un solo mandamiento, que
engloba todo; y cuando éste falla es
cuando se multiplican los mandamientos. ¿Está claro? Tan claro como que, cuando
cruje y se agrieta la estructura interior de una casa multiplicamos los apoyos
y andamios exteriores para sostenerla. Por esto, deberíamos ponernos a temblar
al ver cómo ciertos Estados e Iglesias multiplican sus mandamientos y
estructuras; porque cuando se apuntalan mucho ciertas cosas es que estas amenazan
ruina. Y al contrario, cuando hay amor y por tanto religión (religación interna
amorosa con…) no hay puntales exteriores de ninguna clase; pues la casa ya está
bien soportada por su vida interior amorosa: por sus niños que nacen del amor, y
sus viejos-niños que retornan al amor total sin estructura. Pero ahora (durante
nuestro existir), como todavía no está terminada nuestra madurez interior, son
necesarios andamios y moldes para construirla; y así hasta que, una vez lograda,
se rompan todos los moldes y los pájaros echen a volar. Fijémonos que Cristo nos
habla de pájaros (refiriéndose a nosotros), para que sepamos cómo estos son
alimentados por Dios cuando están en libertad; y cómo cada mañana amanecen
cantando, sin angustias de siembras o recogidas, gracias a la providencia. Ya sabemos que, la salvación es un tema de amor: un saber hacer fiesta con cada entrega de
nuestra disponibilidad personal; un saber alegrarnos y gozar, en cada entrega
personal a cualquiera de nuestras circunstancias. Ya sabemos que, el mundo va siendo cada vez más salvado:
va conteniendo cada vez más amor, según lo vamos interpretando y sintiendo cada
uno. Es como sentir una sinfonía interior que tiene unas inmensas ganas de
llegar a...: porque siempre suena más allá de las cosas que envejecen y que vamos
dejando aquí a lo largo del camino (civilizaciones, culturas, deseos...); e
incluso sonará más allá de todo lo que venga, como futuro global con más ganas aún
de llegar a... De forma que si sentimos que todo empieza a resonar (como proyecto)
dentro de nosotros, será un buen síntoma de que nos estamos tomando en serio lo
de ser hombres. Toda la Creación es una maravilla: Estamos empezando a tomarnos en serio que todo es un ansia inmensa de
amor, un ansia de libertad plena en Dios. Y gracias al inmenso anhelo amoroso que llevamos dentro –como profecía
todavía no realizada–, nos estamos dando cuenta del ansia casi frenética que
tenemos de libertad. Está viniendo una
época de mayor libertad –todavía provisional–, donde los creyentes en Dios
creerán cada vez más en el Amor; y cuando se les pregunte por su creencia o por
su fe, en vez de responder que pertenecen a una iglesia determinada (parroquia,
cura, o...) dirán que pertenecen a Dios. Esto ya se lo comentaba Pablo a los
corintios: “He oído a algunos de vosotros decir: yo soy de Pedro, yo de Pablo,
yo de Apolo... ¡Desgraciados!, ¿es que ha muerto Pedro, o Pablo, o Apolo, por
vosotros?” (1ª Cor. 1,12). ¿Es que el cogollo de la religión puede ser
un hombre o una estructura? Mientras los
cristianos –reunión de creyentes en Cristo–
nos definamos según la Iglesia a la cual pertenecemos, estaremos diciendo
que no pertenecemos a “la verdadera Iglesia”: que es universal y la del Amor.
Donde el amor funcione, las estructuras que se creen serán siempre amorosas y
libres; pero donde no funcione, ni mil estructuras podrán sustituirlo. De igual forma leer el Evangelio desde el hombre
nuevo, desde el amor, es liberador; es salvador porque nos sitúa en el justo
camino.
Dice San Pablo, que toda la creación sufre dolores de parto al querer ser
liberada. Sufrimos
dolores, en nuestro parto de salvación, pero estos dolores son precisamente nuestra
profecía; porque siempre nos nace un niño dentro después de esforzarnos por... La creación quiere ser liberada, pero ¿liberada de
qué? Liberada de falta de amor y de falta de alegría; pues sin amor –y sin el
gozo interno que produce este– no podremos madurar ni gozar como tales hijos de
Dios que somos.
Volvamos a nuestra ya conocida pregunta: ¿Señor, son pocos los que se
salvan? Y la respuesta es: si tú amas –si tú que eres sujeto de salvación te
esfuerzas por amar– ya estás en el justo camino de los salvados; ya estás siendo
salvado en la misma medida que te esfuerces por... San Pablo decía que los
creyentes son todos parcialmente santos. O sea que, lo que esperamos ya lo
tenemos parcialmente dentro; pues
se va derramando –encarnando– parcialmente dentro de nosotros. Y por tanto si
la salvación ya se está haciendo dentro de nosotros, ¿cómo podemos preguntar, incluso
con angustia, si nos salvamos o no?
Ahora un aviso general: Lo que pudiera
sonar como novedad a los lectores, de todo lo que se lleva expuesto, no debería
generar polémica alguna; pues son solo afirmaciones y gestos que están tendiendo
sus manos hacia algo que intuimos y deseamos todos con ganas infinitas: hacia
las grandes verdades liberadoras, que son “la buena noticia”. En cambio, los que
sí pueden resultar realmente polémicos son los que se autodenominan cristianos
sin serlo: los que invocan y quieren mantener cosas que realmente no son
cristianas. Además, tampoco debe haber polémica contra aquellos que se equivoquen
buscando de buena fe; pues el amor humano puede equivocarse también: nuestra
capacidad de equivocación también puede ser amorosa. Normalmente el amor suele
ser tranquilo cuando las cosas funcionan bien, pero cuando no funcionan tan
bien el amor comprometido puede estar además abrumado; pudiendo incluso haber
más amor en este segundo caso que en el primero. Recordemos que cuando las
cosas funcionen mal, se nos presentará una magnífica oportunidad para poder
valorar la calidad de nuestro amor.
PARA TERMINAR (la
lección tercera), ES BUEN MOMENTO PARA RELEER, AGRUPADAS, LAS PRINCIPALES CONCLUSIONES
SOBRE SALVACIÓN QUE SE HAN EXPUESTO EN
LOS ÚLTIMOS RESÚMENES:
*Si Dios no hubiera tenido la
intención de salvar todo lo que creó, no habría empezado a crear; y del mismo
modo, si Dios no hubiese tenido intención de encarnarse en la creación, no
habría empezado a crear. Dios crea para encarnarse, y se encarna para salvar.
*Creación-Encarnación-Salvación son tres realidades teológicas que no se
pueden separar. Pues aquello que hace que la Creación sea Creación es Dios que
está en ella -Encarnación-, y aquello que hace que la Encarnación sea Dios en
nosotros, Emmanuel, es la
Salvación que obra dentro de nosotros. Por tanto no es que la
Creación esté esperando la Encarnación y ésta a la Salvación , sino que: en
el corazón de la Creación ya está presente Dios encarnado, y en el corazón de
la Encarnación ya está dentro Dios salvando. Yo soy
creación porque soy encarnación, y por tanto dentro de mí ya crece la
salvación.
*Dios crea, y al crear se mete
en la creación. Y así, como al encarnarse lo llena todo con su amor, esta misma
energía amorosa dentro de lo creado será la que salve la Creación.
*Creación-Encarnación-Salvación,
son realidades que no se pueden separar; pues se encuentran una dentro de otra
con una dinámica común en el tiempo. En efecto yo soy creación, y como Dios se
derrama en ella es por lo que Cristo está conmigo –hay rumor de sus pasos
encarnados en mis adentros–; para que, de acuerdo con mi respuesta en la vida a
sus interpelaciones de todo tipo (que me llegan desde su encarnación plural y
dispersa), se vaya amasando mi yo poco a poco en el tiempo: me vaya creciendo
por dentro mi salvación; o lo que es lo mismo, se vaya amasando mi “cuerpo de
resurrección”.
*La Creación, que es Dios que se
derrama, no es diferente de Dios; es Dios en marcha de Alfa hacia Omega. Y si
Dios es la Creación y yo soy creación, Dios es sonoro en mí; pues todo vibra
con la presencia de Dios. Por eso, cuando algo vibre dentro de mí –resuenen
pasos– es Dios que se me derrama.
*Dios, al ser la sintonía total y
perfecta dentro de nosotros, nos permite ir vibrando con todo lo creado –no
solo con lo mal llamado sagrado– según vayamos captando sus melodías
particulares. Pero, para que podamos captar realmente todo esto, para estar bien
despiertos y poder vibrar en nuestro proceso de salvación con el resto de lo
creado, se requiere que hagamos caso a Cristo cuando nos dice: para salvaros,
“esforzaos para entrar por la puerta estrecha”.
*Recordemos que lo que nos
salva es nuestra actitud religiosa ante todo lo creado, pues en todo viene Dios. Y, ¿cómo me las ingenio para hacer
crecer la Creación y salvarla dentro de mí? Pues sintiéndola. Y para esto no
hace falta hacer cosas raras. No tengo que hacer nada específico ni raro, sólo tratar de llegar a ser el que tengo que ser en la creación: pensando, usando y
amando bien, las cosas y las personas; sin hacer distinción entre sagrado y
profano.
*Cristo dice que, Dios no
salva mediante un acto puntual. La salvación no depende de un acto puntual
de Dios –mal llamado Juicio Final– por el que se nos acepta o rechaza al final;
porque Dios ya nos está salvando ahora, dentro de su plan progresivo de
salvación. La Salvación
es un proceso, en el que nos vamos salvando sin que exista un final máximo medible
porque el final es el infinito.
*En el proceso de salvación,
es Dios quien nos pregunta a cada uno –en todo momento y circunstancia–:
¿me dejas que te salve? ¿te quieres esforzar para superar esto? Y yo contestaré en libertad si quiero o no
ser salvado: según responda a cada interpelación que me hace Dios desde cada
una de mis circunstancias; o lo que es lo mismo, según me esfuerce o no en
pasar por la puerta de Cristo. Y ¿cuál es esta puerta? Mi esfuerzo en ser como
Cristo. ¿Te quieres esforzar, para tratar de ser un hombre radiante y
luminoso que tenga como “ser” a Dios? No olvidemos que Cristo es Dios en el hombre.
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