28.12.16, En Santidad, Fiestas Litúrgicas, Oración, Navidad, por Mons. José H. Gómez
San Juan Pablo II dijo al principio del primer mensaje navideño que transmitió ya como Papa: “La Navidad es la fiesta de la humanidad”.
Esta es una hermosa expresión, que nos lleva al corazón del misterio gozoso que celebramos.
Jesucristo fue uno de los muchos niños nacidos en el mundo en ese primer día de Navidad. Fue uno de los miles de millones de bebés que han nacido desde que comenzó el mundo.
Es interesante el hecho de que, cuando Jesús nació, el gobierno estaba haciendo un censo. “En aquellos días se promulgó un decreto de César Augusto, ordenando que todo el mundo se registrara… Así que todos fueron a hacerlo, cada quien a su propio pueblo”.
El censo es un detalle curioso dentro de la historia de la Navidad. Creo que este detalle tiene como objeto recordarnos qué tan ordinario fue su nacimiento. Él fue apenas un niño más, nacido de una pareja más, proveniente de un rincón inadvertido del imperio romano. Jesús es una estadística, un número más, inscrito en el censo. De hecho, su familia es tan insignificante que ni siquiera pueden encontrar habitación en la posada local, de manera que su hijo tiene que nacer en un pesebre.
Cuando reflexiono acerca del censo, pienso también en la genealogía de Jesús que aparece en el Nuevo Testamento y que escuchamos en nuestra liturgia durante la última semana de Adviento. Todos estamos familiarizados con esta lectura: “Abraham fue el padre de Isaac, e Isaac fue el padre de Jacob, y Jacob el padre de Judá y sus hermanos”.
Podemos sentirnos tentados de “desconectarnos” cuando escuchamos esos versículos. No hay drama, no hay acción, sólo una lista de nombres. Hasta que finalmente oímos: “José, el esposo de María, de quien nació Jesús”.
¿Qué significa esto?, ¿por qué oímos hablar de todos estos antepasados de Jesús? Pienso que el punto que se quiere destacar es similar al que se refiere al censo; para recordarnos qué tan “ordinario” fue el nacimiento de Jesús.
La genealogía nos habla de que Jesús tiene verdaderas raíces humanas, de que hay “gente” de la cual proviene, así como ustedes y como yo. Y así como cualquier otra persona.
Jesús vino a este mundo como vinieron ustedes y como vine yo: pasó nueve meses en el seno de su madre y nació en una familia humana.
Pero no hay nada ordinario acerca de la Navidad.
Jesús desciende de una larga fila de personas, pero también desciende del cielo como el Hijo de Dios. Al nacer en un momento en el que la gente estaba siendo contada por las autoridades políticas, Jesús nos muestra que cada vida “cuenta” y es preciosa a los ojos de Dios.
Jesús viene al mundo como un número, como uno más entre muchos. Pero viene a decirle al mundo que toda vida tiene valor; su mensaje es que cada persona es única y que no puede ser reemplazada o repetida.
En Navidad, vamos con los pastores a buscar al Niño envuelto en pañales y acostado en el pesebre.
Y en este Niño que encontramos en el pesebre en el día de Navidad, encontramos el significado de nuestras vidas. En el rostro de este Niño, vemos el rostro de Dios. Pero vemos algo más. Nos vemos a nosotros mismos. Vemos quiénes somos; vemos para qué fuimos creados.
Es por eso que la Navidad es la “fiesta de la humanidad”.
San Pablo dijo que la persona humana que está viva y evolucionando positivamente, es la imagen y la gloria de Dios. Esta es la hermosa y alegre verdad que Jesús nos revela en la Navidad.
Jesús viene para nacer como Hijo de María. Y viene a mostrarnos que nosotros hemos nacido para ser hijos e hijas de Dios, hechos a su imagen y semejanza.
Esto es lo que somos: Hijos de Dios, hechos como él para compartir la bendición y la santidad de su propia vida, para vivir como santos e hijos de Dios en su familia, que es la Iglesia.
Dios nos creó por amor y él tiene un hermoso plan para nuestras vidas. Esto es lo que Jesús nos viene a decir. Ésta es la buena nueva. ¡Es increíble pensar cuánto nos ama! ¡Qué dignidad, qué grandes capacidades y posibilidades nos ha ofrecido para nuestras vidas!
Esta Navidad, es tiempo de que redescubramos esa hermosa verdad sobre nuestras vidas, ese bello proyecto para la persona humana que encontramos en el corazón del Evangelio.
Esta es mi oración para ustedes esta Navidad: que se renueve en todos nosotros la capacidad de maravillarnos, de asombrarnos sinceramente ante el amor de Dios por nosotros, un amor que no conoce límites. Oren también por mí para que, juntos seamos renovados en la alegría navideña.
Les deseo a ustedes y a sus familias una santa y bendecida Navidad, llena de la alegría de la risa y de una hermosa esperanza.
Pidámosle a la Santísima Virgen María que nos ayude a hacer del nacimiento de su Hijo, un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, para ustedes y para mí, y también para el mundo entero.
*La columna de opinión de Mons. José Gomez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gomez) y el distribuidor (ACI Prensa)
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