San David, santo del AT
fecha: 29 de diciembre
†: c. 940 a.C.
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
†: c. 940 a.C.
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Conmemoración de san David, rey y profeta, hijo de Jesé betlehemita,
que encontró gracia ante Dios y fue ungido con el santo óleo por el profeta
Samuel para regir el pueblo de Israel. Trasladó a la ciudad de Jerusalén el
arca del Señor, y Dios le juró que su descendencia permanecería para siempre,
porque de él nacería Jesucristo según la carne.
refieren a este santo: Santos
Antepasados de Jesús
Así como antes de la Navidad se suceden
las memorias de los profetas, que van jalonando la llegada del Emmanú-El, una
vez llegada la Navidad celebramos personajes bíblicos que tienen más inmediata
relación con el nacimiento, como hoy el rey David, antepasado, modelo y figura
del Cristo. Porque «Cristo» es la palabra griega equivalente a lo que en el
hebreo de la Biblia se llama «Mesías», es decir, Ungido, marcado por el aceite
que consagra, del cual es el mayor ejemplo el ungido por excelencia, el Rey
David. En efecto, «Jesucristo» no es para el Nuevo Testamento, ni fue para las
primeras generaciones de cristianos, lo que lamentablemente ha llegado a ser
para nosotros: un nombre propio; en todo el Nuevo Testamente la expresión
«Jesúscristo» se escribe siempre «Jesús el Cristo», es decir, un nombre propio
+ un título, el título mesiánico. Cuando Jesús le pregunta a los suyos (Mc
8,29): «Y vosotros, ¿quién decís que soy?», Pedro, en nombre de todos, le
responde «Tú eres el Cristo»... y con eso no hace falta que Pedro aclare qué
quiso decir, ya que ha invocado la unción que marca el designio de Dios sobre
ese Jesús, como señaló ante todo a David. Cuando Jesús quiso indicar a la
multitud de creyentes venidos de todas partes de Judea y Galilea a Jerusalén
para la fiesta de Pascua quién era, en realidad, él, hizo como los antiguos
reyes de Israel: dio una vuelta ante todos montado en burro, antiguo gesto de
los orígenes de la monarquía en Israel para reivindicar el derecho a la sucesión.
Nuevamente la figura de David sirviendo de guía a la pregunta de «quién es
Jesús».
David no fue exactamente el primer rey de
israel, porque entre el período que llamamos «de los jueces» (entre el 1200 y
el 1000), es decir, de los líderes carismáticos regionales que convocaban a las
tribus para la guerra santa, y el reinado de David, hubo un período de
transición que tuvo como centro la figura del malogrado Saúl: en parte juez, en
parte rey. Saúl fue «juez», porque su elección fue carismática y local,
logrando sólo lentamente la aceptación de todas las tribus; pero también puede
decirse que fue «rey», sobre todo por su aspiración a convertir Israel en un
conjunto organizado, no ya de tribus que tiraran cada una para su lado, sino en
una verdadera conjunción de fuerzas en torno al convocante nombre del Dios
Yahveh, que había sido dos siglos antes, en definitiva, la aspiración del padre
fundador, Moisés. La historia de Saúl y su trágico final se nos cuenta -no como
en un manual de historia, claro, sino en la perspectiva teológica y catequética
de la Biblia- en 1Samuel 9-31.
David fue alguien del entorno de Saúl que
supo comprender muy bien aquello a lo que aspiraba Saúl. Supo convocar en torno
a sí, despaciosa pero certeramente, las fuerzas vivas que rodeaban al Rey (el
profeta, los generales, los posibles herederos del propio Saúl, ¡incluso a los
filisteos!), y cuando el poder de Saúl decayó, tomó su lugar sin que nadie
pudiera decir que participaba de su misma debilidad. Y una vez en la cima, no
impuso su reinado despóticamente, al contrario, dio a las tribus lo que
esperaban: tiempo para que asimilaran la nueva época, y sólo siete años más
tarde de ser coronado rey de su propia tribu (Judá) buscó la corona de todas
las tribus, y ciñó la doble corona de Judá e Israel. Y para que quedaran claros
los nuevos tiempos, conquistó la ciudad cananea de Jerusalén, que no era
territorio de Israel y por tanto no podía suscitar celos entre las tribus, y
allí fundó «su» ciudad: la ciudad de David, en el sentido posesivo del término:
efectivamente era suya por derecho de conquista. En estos pocos rasgos, en los
que podríamos seguir y acumular más y más detalles, ya se ve con claridad que
estamos ante un político hábil e inteligente, alguien que sabe leer los signos
de los tiempos, y moverse en esa dirección precisa. La Biblia nos cuenta que
todo ello tiene que ver con algo que celebramos en él pero que poco podemos
denotar con el dedo: fue elegido por el propio Dios en su plan salvífico para
la humanidad, que llegaría a su cumbre en Jesús.
La historia de David se nos narra en la
Biblia a poco de comenzar la de Saúl; tenemos una primer mención del nombre en
1Samuel 16: a partir de ese capítulo, en el que Yahvé declara abiertamente que
ha rechazado definitivamente a Saúl y manda al profeta Samuel a que unja a
David como rey conforme a sus planes, la figura de David no hará sino crecer, y
la de Saúl desbarrancarse en la soledad y la locura. La historia de David
continúa luego atravesando todo el libro segundo de Samuel, y acaba en 1Reyes
2, con el traspaso del reino a uno de sus hijos, Salomón, y la muerte. Pero su
figura no muere allí, sino que será la medida con la que toda la historia de
Israel medirá a sus gobernantes: la talla de David.
De la cronología y de los orígenes de
David no hay datos del todo claros; la Biblia (nuestra única fuente) se limita
a recoger diversas tradiciones y a organizarlas en torno a los núcleos de
enseñanza que quiere extraer de ello, sin preocuparse demasiado por la
discordancia entre esas tradiciones. Así, se lo presenta a David como casi un
niño que cae en gracia a Saúl y le sirve como escudero y como músico personal
que calma sus ataques de depresión (el «espíritu malo de parte de Yahvé» que lo
atormentaba), 1Sam 16; pero en otro relato, contado casi a renglón seguido de
ése -en 1Sam 17- lo presenta como un intrépido jovencito, hermano de tres
soldados de Saúl, que se atreve a liberar a Israel de los filisteos venciendo
en nombre de Yahvé al gigante Goliat con una piedra. Estos diversos relatos de
los orígenes de David fueron recogidos por la tradición oral, transmitidos,
ampliados, esquematizados, y llegaron siglos después al narrador bíblico, que
se aprovechó de todo ese material no para contarnos una versión crítica y
erudita de la historia de David, sino una catequesis en torno a su polifacética
figura, y por eso se preocupó poco de armonizar las tradiciones discordantes.
Por mi parte, de todo lo que habría para
señalar sobre el rey David, me gustaría detenerme en tres momentos que evocan
muy claramente cierto modo de vivir el vínculo religioso con Dios, que sigue
siendo aleccionador para nosotros:
-David peca gravemente ante Yahvé abusando
de su poder, arrebatándole la mujer (Betsabé) a uno de sus servidores (Urías,
el hitita); de esa unión nace un hijo que, en los códigos religiosos del
momento «debe» morir, así que el profeta Natán anuncia a David que Yahvé lo ha
perdonado, pero que el niño no vivirá, entonces, «...David suplicó a
Dios por el niño; hizo David un ayuno riguroso y entrando en casa pasaba la
noche acostado en tierra. Los ancianos de su casa se esforzaban por levantarle
del suelo, pero el se negó y no quiso comer con ellos. El séptimo día murió el
niño; los servidores de David temieron decirle que el niño había muerto, porque
se decían: "Cuando el niño aún vivía le hablábamos y no nos escuchaba.
¿Cómo le diremos que el niño ha muerto? ¡Hará un desatino!" Vio David que
sus servidores cuchicheaban entre sí y comprendió David que el niño había muerto
y dijo David a sus servidores: "¿Es que ha muerto el niño?" Le
respondieron: "Ha muerto." David se levantó del suelo, se lavó, se
ungió y se cambió de vestidos. Fue luego a la casa de Yahveh y se postró. Se
volvió a su casa, pidió que le trajesen de comer y comió. Sus servidores le
dijeron: "¿Qué es lo que haces? Cuando el niño aún vivía ayunabas y
llorabas, y ahora que ha muerto te levantas y comes." Respondió:
"Mientras el niño vivía ayuné y lloré, pues me decía: ¿Quién sabe si
Yahveh tendrá compasión de mí y el niño vivirá? Pero ahora que ha muerto, ¿por
qué he de ayunar? ¿Podré hacer que vuelva? Yo iré donde él, pero él no volverá
a mí."» (2Sam 12,16-23). Esta realista aceptación de la voluntad
de Dios, muchas veces inescrutable, es también un gesto de libertad que enseña
claramente que el verdadero gesto religioso no es la repetición mecánica de
unos ritos, sino la aceptación completa y sin fisuras de Aquel a quien esos
ritos van dirigidos.
-Se nos cuenta también relacionada con
esta actitud otra historia: «Cuando el rey David llegó a Bajurim salió
de allí un hombre del mismo clan que la casa de Saúl, llamado Semeí, hijo de
Guerá. Iba maldiciendo mientras avanzaba. Tiraba piedras a David y a todos los
servidores del rey, mientras toda la gente y todos los servidores se colocaban
a derecha e izquierda. Semeí decía maldiciendo: "Vete, vete, hombre
sanguinario y malvado. Yahveh te devuelva toda la sangre de la casa de Saúl,
cuyo reino usurpaste. Así Yahveh ha entregado tu reino en manos de Absalón tu
hijo. Has caído en tu propia maldad, porque eres un hombre sanguinario."
Abisay, hijo de Sarvia, dijo al rey: "¿Por qué ha de maldecir este perro
muerto a mi señor el rey? Voy ahora mismo y le corto la cabeza." Respondió
el rey: "¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Deja que maldiga,
pues si Yahveh le ha dicho: "Maldice a David" ¿quién le puede decir:
"Por qué haces esto?... Dejadle que maldiga, pues se lo ha mandado Yahveh.
Acaso Yahveh mire mi aflicción y me devuelva Yahveh bien por las maldiciones de
este día."» (2Sam 16,5-12). Se trata de la aceptación
incondicional de la voluntad de Dios, pero también de un paso más: de situarse
del lado de la justicia de Dios, siempre distinta a nuestros criterios, incluso
los más nobles y equilibrados.
-Y también precisamente con esto tiene
relación una tercera historia: David traslada el Arca de la Alianza a
Jerusalén, y va él personalmente ejerciendo funciones sacerdotales, ofreciendo
sacrificios a medida que el arca avanza; como es lógico, viste una vestidura sacerdotal,
el efod, que es una pieza de tela de lino sin costuras, y que lo cubre como una
capa. Naturalmente no puede llevar ninguna otra vestidura, porque es así el
símbolo de la vestidura: íntegra y sin piezas. Como va realizando una danza,
posiblemente extática, ante el arca, el efod se levanta y lo muestra desnudo
ante la gente, entonces la despechada Mikal, hija de Saúl, dice el relato «que
estaba mirando por la ventana, vio al rey David saltando y girando ante Yahveh,
y le despreció en su corazón.», y así ocurrirá que «Cuando se volvía
David para bendecir su casa, Mikal, hija de Saúl, le salió al encuentro y le
dijo: "¡Cómo se ha cubierto hoy de gloria el rey de Israel, descubriéndose
hoy ante las criadas de sus servidores como se descubriría un cualquiera!"
Respondió David a Mikal: "En presencia de Yahveh danzo yo. Vive Yahveh, el
que me ha preferido a tu padre y a toda tu casa para constituirme caudillo de
Israel, el pueblo de Yahveh, que yo danzaré ante Yahveh, y me haré más vil
todavía; seré vil a tus ojos pero seré honrado ante las criadas de que hablas.» (2Sam
6,11ss). David vive en el «secreto de Dios», está convencido de la justicia de
Yahvé, y que esa justicia implica una misteriosa inclinación de Yahvé por lo
débil antes que por la fuerza y el poder; siendo el hombre más poderoso de
Israel de ese momento, no mira en su poder lo que se debe a su propia
habilidad, sino que sabe que la razón última de su poder está en «ser pequeño a
los ojos de Dios».
David gobernó Israel por 40 años (quizás
la cifra sea simbólica), durante la primera mitad del siglo X a.C.,
posiblemente del 980 al 940. Consolidó un reinado que había sido un mero
proyecto vacilante en su antecesor; dejó una descendencia brillante también en
Salomón; amplió el territorio de la tierra bíblica a límites que nunca más
volvió a tener; inauguró un período de auténtico esplendor de la monarquía
bíblica (en realidad el único período verdaderamente esplendoroso). Su reinado,
como cualquier otro, también tiene sombras, pero si queremos buscar un ejemplo
bíblico de aquello a lo que se refiere Jesús cuando enseña que debemos ser
«como niños», es David el mejor modelo. Quizás por eso cuando Jesús quiere
enseñar que el respeto a Dios siempre supone la libertad, vuelve su mirada al
rey David, como en Mc 2,25-28.
Bibliografía: la ventaja del personaje es
que no hay ninguna posibilidad de que una bibliografía sobre el tema, desde la
más incompleta hasta la más sesuda, lo ignore, así que cualquier Historia de
Israel en tiempos bíblicos puede servir para conocerlo un poco mejor. Dado que
la tenemos en la Biblioteca de ETF y es fácil de conseguir y bajar, puede ser
conveniente dirigirse a la Historia de Israel del Comentario Bíblico «San
Jeronimo», tomo V. Sin embargo, nada suple un contacto directo con el personaje
a través de la lectura de los dos libros de Samuel, que nos permitirán además
adquirir familiaridad con vericuetos narrativos que reaparecen luego evocados
en el resto de la Biblia.
Imágenes:
-Gherardo Di Giovanni, Biblia Florentina, 1470s, Biblioteca Medicea-Laurenziana, Florencia.
-Michelangelo Buonarroti, David, 1504, mármol 434 cm, Galleria dell'Accademia, Florencia.
-Rembrandt Harmenszoon van Rijn, Saúl y David, 1655-60, óleo sobre tela, 130,5 x 164 cm, Mauritshuis, La Haya.
-Gherardo Di Giovanni, Biblia Florentina, 1470s, Biblioteca Medicea-Laurenziana, Florencia.
-Michelangelo Buonarroti, David, 1504, mármol 434 cm, Galleria dell'Accademia, Florencia.
-Rembrandt Harmenszoon van Rijn, Saúl y David, 1655-60, óleo sobre tela, 130,5 x 164 cm, Mauritshuis, La Haya.
Abel Della Costa
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4637
San Trófimo de Arlés, obispo
fecha: 29 de diciembre
†: s. III - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. III - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Arlés, de la Provenza, en la Galia, san Trófimo, considerado como
el primer obispo de esta ciudad.
refieren a este santo: San Marcial de
Limoges, San Pablo de
Narbona
Entre los que acompañaron a san Pablo en
su tercer viaje, se encontraba un gentil de Éfeso llamado Trófimo, el mismo
que, posteriormente, fue el motivo de que se desatara la hostilidad contra el
Apóstol de las Gentes cuando se presentó con él en Jerusalén. A Trófimo se
referían aquellos gritos de los judíos: «¡Hizo entrar a los gentiles en el
templo; ha mancillado este santo lugar! Y todo, porque habían visto a Trófimo
el de Efeso en la ciudad con Pablo y supusieron que el Apóstol le había llevado
al templo» (Hech 21,27-30). También se menciona su nombre nuevamente en la
segunda Epístola a Timoteo, donde se dice que Trófimo se quedó enfermo en
Mileto (2Tim 4,20).
Por supuesto que ese Trófimo bíblico no es
el santo que evocamos hoy, que vivió doscientos años más tarde; sin embargo,
cuando el papa san Zósimo escribió a los obispos de las Galias en 417, hizo
referencias a que la Santa Sede había enviado a Trófimo a las Galias y que sus
prédicas en Arlés formaron la fuente de donde las aguas de la fe se extendieron
por toda la comarca. Por la habitual tendencia de las sedes episcopales a
prestigiar sus orígenes, se identificó a este Trófimo enviado por la Santa Sede
con el Trófimo bíblico. Ciento cincuenta años más tarde, san Gregorio de Tours
escribió que san Trófimo de Arlés, primer obispo de aquella diócesis, fue uno
de los seis prelados que llegaron de Roma con san Dionisio de
París a mediados del siglo tercero. Nada más se sabe sobre
Trófimo de Arlés. No existe ninguna biografía antigua sobre san Trófimo, pero
en vista de que la catedral de Arles está dedicada a él, y tomando en cuenta
las palabras del papa Zósimo y otras referencias, es necesario tomarle como un
personaje histórico.
La identificación con el Trófimo que
menciona san Pablo es una de las invenciones características del martirólogio
de Adón. Véase «Martyrologes Historiques» de Quentin, pp. 303 y 603, así como
los «Fastes Episcopaux» de Duchesne, vol. I, pp. 253-254.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4638
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