En la vía Ardeatina, a siete miliarios de la ciudad de Roma, santa Felícula, mártir.
En Alejandría, en Egipto, beato Aquíleo, obispo, insigne por su erudición, su fe, su vida y costumbres.
En Abruzo, san Ceteo o Peregrino, obispo de Amiterno, el cual, al invadir los lombardos el territorio, falsamente acusado de haber traicionado a la ciudad, fue condenado a muerte y ahogado en el río.
En Alejandría de Egipto, san Eulogio, obispo, célebre por su doctrina, al que el papa san Gregorio Magno escribió varias cartas, diciendo de él: «No está lejos de mí el que está unido a mí».
Cerca de Limoges, en Aquitania, san Salmodio, eremita.
En la región de Lyon, en la Galia, san Ragneberto, mártir, el cual, de origen noble y adornado de virtudes, se hizo odioso a Ebroino, maestro de palacio, quien lo envió al destierro y finalmente lo hizo asesinar.
En el valle de Larboust, en los Pirineos, san Aventino, eremita y mártir, muerto, según la tradición, a manos de los mahometanos.
En Hué, en Annam, santos Agustín Phan Viet Huy y Nicolás Bui Viet The, mártires, los cuales, llevados primero por el miedo, profanaron la Cruz, pero arrepentidos de inmediato, solicitaron del emperador Minh Mang ser juzgados de nuevo como cristianos, y fueron heridos mortalmente y arrojados al mar, aún vivos, desde una nave.
En la aldea de Naumowicze, cercana a Grodno, en Polonia, beata María Ana Biernacka, madre de familia y mártir, que durante la ocupación militar de su patria en tiempo de guerra, se ofreció espontáneamente a los soldados en lugar de su nuera encinta y, fusilada de inmediato, recibió la gloriosa palma del martirio.
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