Transición ecológica hacia una sociedad
biocentrada
2020-06-20
Para comprender el significado del coronavirus, tenemos que
encuadrarlo en su debido contexto, no verlo aisladamente bajo la perspectiva de
la ciencia y de la técnica siempre necesarias. El coronavirus viene da la
naturaleza, contra la cual los seres humanos, particularmente a través del
capitalismo global desde hace siglos, lleva a cabo una guerra sistemática
contra esta naturaleza y contra la Tierra.
El capitalismo neoliberal gravemente herido
Concentrémonos
en la causa principal que es el orden capitalista. Conocemos la lógica del
capitalismo. Él se caracteriza por explotar hasta el límite la fuerza de
trabajo, por el pillaje de los bienes y servicios de la naturaleza, en fin, por
la mercantilización de todas las cosas. De una economía de mercado hemos
pasado a una sociedad de mercado. En ella las cosas inalienables se
transforman en mercancía: Karl Marx en su Miseria de la Filosofía de 1847, lo
ha descrito bien: «Cosas intercambiadas, dadas pero jamás vendidas… todo se ha
vuelto venal como la virtud, el amor, la opinión, la ciencia y la conciencia…
todo se ha vuelto vendible y llevado al mercado». Él llamó a esto el “tiempo de
la corrupción general y de la venalidad universal” (ed. Vozes 2019, p. 54-55).
Es lo que se implantó desde el fin de la segunda guerra mundial.
Nosotros
seres humanos, bajo el modo de producción capitalista hemos roto todos los
lazos con la naturaleza, convirtiéndola en un baúl de recursos, considerados
ilusamente ilimitados, en función de un crecimiento considerado también ilusamente
ilimitado. Resulta que un viejo y limitado planeta no puede soportar un
crecimiento ilimitado.
La
Tierra viva, Gaia, un superorganismo que articula todos los factores para
continuar viva y producir y reproducir siempre todo tipo de vida, ha empezado a
reaccionar y a contraatacar mediante el calentamiento global, los eventos
extremos en la naturaleza, y el envío de sus armas letales, que son los virus y
las bacterias (gripe porcina, aviar, H1N1, zika, chikungunya, SARS, ébola y
otros), y ahora el de la COVID-19, invisible, global y letal.
Este
virus ha puesto a todos de rodillas, especialmente a las potencias militaristas
cuyas armas de destrucción masiva (que podrían destruir toda la vida varias
veces) resultan totalmente superfluas y ridículas.
A
propósito de la COVID-19 ha quedado claro que cayó como un meteoro rasante
sobre el capitalismo neoliberal desmantelando su ideario: el beneficio, la
acumulación privada, la competencia, el individualismo, el consumismo, el
estado mínimo y la privatización de la cosa pública y los bienes comunes. Ha
sido gravemente herido. Ha producido demasiada iniquidad humana, social y
ecológica, hasta el punto de poner en peligro el futuro del sistema-vida y del
sistema-Tierra.
Mientras,
planteó inequívocamente la disyuntiva: ¿vale más el lucro o la vida? ¿Debemos
salvar la economía o salvar vidas humanas?
Según
el ideario del capitalismo, la elección sería salvar la economía en primer
lugar y luego las vidas humanas. Pero hasta hoy nadie ha encontrado la fórmula
mágica para articular las dos cosas: producir riqueza y evitar la contaminación
de los trabajadores. Si hubiéramos seguido la lógica del capital, todos
estaríamos en peligro.
Lo
que nos está salvando es lo que le falta a él: la solidaridad, la cooperación,
la interdependencia entre todos, la generosidad y el cuidado mutuo de la vida
de unos y otros y de todo lo que vive y existe.
Alternativas posibles para el poscoronavirus
El
gran desafío que se nos plantea a cada uno de nosotros, la gran pregunta, especialmente
a los dueños de las grandes corporaciones multinacionales es: ¿Cómo continuar?
¿Volver a lo que era antes? ¿Recuperar el tiempo y los beneficios perdidos?
Muchos
dicen: volver simplemente a lo que era antes sería un suicidio, porque la
Tierra podría volver a contraatacar con virus más violentos y mortales. Los
científicos ya han advertido que dentro de poco podemos sufrir un ataque aún
más feroz si no aprendemos la lección de cuidar la naturaleza y desarrollamos
una relación más amistosa con la Madre Tierra.
Enumero
aquí algunas alternativas, pues los señores del capital y las finanzas están en
una furiosa pugna entre ellos para salvaguardar sus intereses y sus fortunas.
La
primera alternativa sería volver al sistema capitalista neoliberal
pero ahora de forma extremadamente radical. El 0,1% de la humanidad, los
multimillonarios, serían quienes utilizarían la inteligencia artificial con
capacidad para controlar a cada persona del planeta, desde su vida íntima a la
privada y la pública. Sería un despotismo de otro orden, cibernético, bajo la
égida del control/dominación total de la vida de las poblaciones.
Esta
alternativa no ha aprendido nada de la COVID-19, ni ha incorporado el factor
ecológico. Bajo la presión general puede asumir una responsabilidad
socioecológica para no perder beneficios ni seguidores.
Pero
siempre que hay un poder dominador surge un antipoder incluso con rebeliones
causadas por el hambre y la desesperación.
La
segunda alternativa sería el capitalismo verde, que ha sacado
lecciones del coronavirus y ha incorporado el hecho ecológico: reforestar lo
devastado, conservar la naturaleza existente al máximo. Pero no cambiaría el
modo de producción ni la búsqueda de beneficio.
Lo
verde no discute la desigualdad social perversa y haría de todos los bienes
naturales una ocasión de ganancia. Ejemplo: no sólo ganar con la miel de
abejas, sino también con su capacidad de polinizar otras plantas. La relación
con la naturaleza y la Tierra es utilitaria y no se le reconocen derechos, como
declara la ONU, ni su valor intrínseco, independiente del ser humano. Sigue
todavía antropocéntrico.
La
tercera sería el comunismo de tercera generación, que no tendría
nada que ver con las anteriores, poniendo los bienes y servicios del planeta bajo
una administración colectiva y central. Podría ser posible, pero supone una
nueva conciencia, además de no dar centralidad a la vida en todas sus formas.
Seguiría siendo antropocéntrico. Está en parte representado por los filósofos
Zizek y Badiou. Debido a los perjuicios existentes y al recuerdo de lo que fue
el comunismo de Estado del imperio soviético, controlador y represor, tiene
pocos seguidores.
La
cuarta sería el eco-socialismo, con mayores posibilidades. Supone
un contrato social global con un centro plural de gobierno para resolver los
problemas globales de la humanidad. Los bienes y servicios naturales limitados
y muchos no renovables se distribuirían equitativamente entre todos, con un
consumo decente y sobrio que incluiría también a toda la comunidad de la vida,
que también necesita medios de vida y de reproducción.
Esta
alternativa estaría dentro de las posibilidades humanas, a condición de
desarrollar una sólida conciencia ecológica, volverse un dato de toda la
sociedad con responsabilidad por la Tierra y la naturaleza. A mi juicio es
todavía sociocéntrico. Le falta incorporar la nueva cosmología y los datos de
las ciencias de la vida, de la complejidad, viendo a la Tierra como un momento
del gran proceso cosmogénico, biogénico y antropogénico: Tierra como Gaia, un
superorganismo que se autorregula y garantiza la vida de todos los vivientes.
La
quinta alternativa sería el buen vivir y convivir, ensayada
durante siglos por los pueblos andinos. Es profundamente ecológica, porque
considera a todos los seres como portadores de derechos. El eje articulador es
la armonía que comienza con la familia, con la comunidad, con la naturaleza,
con todo el universo, con los antepasados y con la Divinidad. Esta alternativa
tiene un alto grado de utopía pero quizás la humanidad, cuando se descubra a sí
misma como una especie viviendo en una única Casa Común, sea capaz de lograr el
buen vivir y convivir.
Conclusión
de esta parte: Está claro que la vida, la salud y los medios de vida están
en el centro de todo, no el beneficio y el desarrollo (in)sostenible. Se
exigirá más Estado con más seguridad sanitaria para todos, un Estado que
satisfaga las demandas colectivas y promueva un desarrollo que obedezca a los
límites y al alcance de la naturaleza.
Como
el problema del coronavirus es global se hace necesario un contrato social
global, con un cuerpo plural de dirección y coordinación, para implementar una
solución global.
O
salvamos a la naturaleza y a la Tierra o engrosaremos la procesión de los que
se dirigen al abismo.
¿Cómo buscar una transición ecológica, exigida por la acción mortífera de la COVID-19? ¿Por dónde empezar?
No
podemos subestimar el poder del “genio” del capitalismo neoliberal: él es capaz
de incorporar los datos nuevos, transformarlos en su beneficio privado y usar
para ello todos los medios modernos de robotización, la inteligencia artificial
con sus miles de millones de algoritmos y eventualmente las guerras híbridas.
Puede convivir sin piedad, indiferente, con los millones y millones de
hambrientos y arrojados a la miseria.
Por
otra parte, los que buscan una transición paradigmática, dentro de la cual me
sitúo yo, deben proponer otra forma de habitar la Casa Común, con una
convivencia respetuosa de la naturaleza y cuidado con todos los ecosistemas,
deben generar en la base social otro nivel de conciencia y nuevos sujetos
portadores de esta alternativa.
Para
esa inmensa tarea tenemos que descolonizarnos de las visiones del mundo y de
falsos valores como el consumismo inculcados por la cultura del capital.
Tenemos que ser antisistema y alternativos.
Presupuestos para una transición bien sucedida
El
primero es la vulnerabilidad de la condición humana, expuesta a
ser atacada por enfermedades, bacterias y virus.
Dos
factores están en el origen de la invasión de microorganismos letales: la excesiva
urbanización humana que ha avanzado sobre los espacios de la naturaleza
destruyendo los hábitats naturales de los virus y las bacterias, que saltan a
otro ser vivo o al cuerpo humano. El 83% de la humanidad vive en ciudades.
El
segundo factor es la deforestación sistemática debida a la voracidad del
capital, que busca la riqueza con el monocultivo de soja, de caña de azúcar, de
girasol o con la producción de proteínas animales (ganado), devastando bosques
y selvas, y desequilibrando el régimen de humedad y de lluvias en extensas
regiones como la Amazonia.
Segundo
presupuesto: la inter-retro-relación de todos con todos. Somos, por
naturaleza, un nudo de relaciones orientado hacia todas las direcciones. La
bioantropología y la psicología evolutiva han dejado claro que la esencia
específica del ser humano es cooperar y relacionarse con todos. No hay ningún
gen egoísta, formulado por Dawkins a finales de los 60 del siglo pasado sin
ninguna base empírica. Todos los genes están interrelacionados entre sí y
dentro de las células. Nadie está fuera de la relación. En este sentido, el
individualismo, valor supremo de la cultura del capital, es antinatural y no
tiene ninguna sustentación biológica.
Tercer
presupuesto es el cuidado esencial: Pertenece a la esencia de lo humano
el cuidado sin el cual no subsistiríamos. El cuidado es además una constante
cosmológica: las cuatro fuerzas que sostienen el universo (la gravitatoria, la
electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte) actúan sinérgicamente
con extremo cuidado sin el cual no estaríamos aquí reflexionando sobre estas
cosas.
El
cuidado supone una relación amiga de la vida, protectora de todos los seres
porque los ve como un valor en sí mismos, independiente del uso humano. Fue la
falta de cuidado de la naturaleza, devastándola, lo que hizo que los virus
perdieran su hábitat, conservado durante miles de años y pasaran a otro animal
o al ser humano. El ecofeminismo ha aportado una contribución significativa a
la preservación de la vida y de la naturaleza con la ética del cuidado
desarrollada por ellas, porque el cuidado es del ser humano, pero adquiere una
especial densidad en las mujeres.
Cuarto
presupuesto: la solidaridad como opción consciente. La solidaridad está
en el corazón de nuestra humanidad. Los bioantropólogos nos han revelado que
este dato es esencial al ser humano. Cuando nuestros antepasados buscaban sus
alimentos, no los comían aisladamente. Los llevaban al grupo y servían a todos
empezando por los más jóvenes, después a los mayores y luego a todos los demás.
De esto surgió la comensalidad y el sentido de cooperación y solidaridad. Fue
la solidaridad la que nos permitió dar el salto de la animalidad a la
humanidad. Lo que fue válido ayer también vale para hoy.
Esta
solidaridad no existe sólo entre los humanos. Es otra constante cosmológica:
todos los seres conviven, están involucrados en redes de relaciones de
reciprocidad y solidaridad de forma que todos puedan ayudarse mutuamente a
vivir y co-evolucionar. Incluso el más débil, con la colaboración de otros
subsiste, tiene su lugar en el conjunto de los seres y coevoluciona.
El
sistema del capital no conoce la solidaridad, solo la competición que produce
tensiones, rivalidades y verdaderas destrucciones de otros competidores en
función de una mayor acumulación.
Hoy
en día el mayor problema de la humanidad no es ni el económico, ni el político,
ni el cultural, ni el religioso, sino la falta de solidaridad con otros seres
humanos que están a nuestro lado. El capitalismo ve a cada uno como un
consumidor eventual, no como una persona humana con sus preocupaciones,
alegrías y sufrimientos.
Es
la solidaridad la que nos está salvando ante el ataque del coronavirus,
empezando por el personal sanitario que arriesga desinteresadamente su vida
para salvar otras vidas. Vemos actitudes de solidaridad en toda la sociedad,
pero especialmente en las periferias, donde la gente no puede aislarse
socialmente y no tiene reservas de alimentos. Muchas familias que recibieron
canastas de alimentos las repartían con otros más necesitados.
Pero
no basta con que la solidaridad sea un gesto puntual. Debe ser una actitud
básica, porque está en la esencia de nuestra naturaleza. Tenemos que hacer la
opción consciente de ser solidarios a partir de los últimos e invisibles, de
aquellos que no cuentan para el sistema imperante y son considerados como ceros
económicos, prescindibles. Sólo así deja de ser selectiva y engloba a todos,
porque todos somos coiguales y nos unen lazos objetivos de fraternidad.
Transición hacia una civilización biocentrada
Toda
crisis hace pensar y proyectar nuevas ventanas de posibilidades. El coronavirus
nos ha dado esta lección: la Tierra, la naturaleza, la vida en toda su
diversidad, la interdependencia, la cooperación y la solidaridad deben ser
centrales en la nueva civilización si queremos sobrevivir.
Parto
de la interpretación siguiente: que nosotros fuimos los primeros que atacamos a
la naturaleza y a la Madre Tierra durante siglos, pero ahora la reacción de la
Tierra herida y la naturaleza devastada se está volviendo en contra nuestra.
Tierra-Gaia
y naturaleza están vivas y en tanto que vivas sienten y reaccionan a las
agresiones. La multiplicación de señales que la Tierra nos ha enviado,
empezando por el calentamiento global, la erosión de la biodiversidad del orden
de 70-100 mil especies por año (estamos dentro de la sexta extinción masiva en
la era del antropoceno y del necroceno) y otros eventos extremos, deben ser
captados e interpretados.
O
cambiamos nuestra relación con la Tierra y la naturaleza en el sentido de
sinergia, cuidado y respeto, o la Tierra puede no querernos más sobre su
superficie. Y esta vez no hay un arca de Noé que salve a algunos y deje perecer
a los demás. O todos nos salvamos o todos pereceremos.
Casi
todos los análisis de la COVID-19 se centraron en la técnica, la medicina, la
vacuna para salvar vidas, el aislamiento social y el uso de mascarillas para
protegernos y no contaminar a los demás. Todo eso hay que hacerlo y es
indispensable.
Rara
vez se habla de la naturaleza, aunque el virus vino de la naturaleza. Eso lo hemos
olvidado.
La
transición de una sociedad capitalista de superproducción de bienes materiales
a una sociedad que sustente toda la vida con valores humano-espirituales como
el amor, la solidaridad, la compasión, la interdependencia, la justa medida, el
respeto y el cuidado no se producirá de la noche a la mañana.
Será
un proceso difícil que requiere, en palabras del Papa Francisco en su encíclica
“Sobre el cuidado de la Casa Común”, una “conversión ecológica radical”, que
nos llevará a incorporar relaciones de cuidado, protección y cooperación: un
desarrollo hecho con la naturaleza y no contra la naturaleza.
El
sistema imperante puede conocer una larga agonía, pero no tendrá futuro. En mi
opinión, no seremos nosotros los que lo derrotaremos para siempre, sino la
propia Tierra, negándole las condiciones para su reproducción al haber excedido
los límites de los bienes y servicios de la Tierra superpoblada. Este colapso
se verá reforzado por la acumulación de críticas y de prácticas humanas que
siempre se han resistido a la explotación capitalista.
La incorporación del nuevo paradigma cosmológico, biológico y antropológico
Para
una nueva sociedad posCOVID-19 hay que asumir los datos del nuevo paradigma,
que ya tiene un siglo de existencia pero que hasta ahora no ha logrado
conquistar la conciencia colectiva ni la inteligencia académica, ni mucho menos
la cabeza de los “decision makers” políticos.
Este
paradigma es cosmológico. Parte del hecho de que todo se originó a partir del
big bang ocurrido hace 13.7 mil millones de años. De su explosión salieron las
estrellas rojas gigantes y con su explosión, las galaxias, las estrellas, los
planetas, la Tierra y nosotros mismos. Todos estamos hechos de polvo cósmico.
La
Tierra que tiene ya 4.3 mil millones de años y la vida unos 3.8 mil millones de
años están vivas. La Tierra, y esto es un dato de ciencia ya aceptado por la
comunidad científica, no sólo tiene vida en ella sino que está viva y produce
todo tipo de vidas.
El
ser humano que apareció hace unos 10 millones de años es la porción de la
Tierra que en un momento de alta complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar
y a cuidar. Por eso hombre viene de humus, de tierra buena.
Inicialmente
mantenía una relación de coexistencia con la naturaleza, luego pasó a
intervención en ella a través de la agricultura y en los últimos siglos ha
llegado a la agresión sistemática mediante la tecnociencia. Esta agresión se ha
llevado a cabo en todos los frentes hasta el punto de poner en peligro el
equilibrio de la Tierra y ser incluso una amenaza de autodestrucción de la
especie humana con armas nucleares, químicas y biológicas.
Esta
relación de agresión está detrás de la actual crisis de salud. De seguir
adelante, la agresión podría traernos crisis más fuertes hasta aquello que los
biólogos temen: The Next Big One, aquel próximo gran virus inatacable y fatal
que llevará a la desaparición de la especie humana de la faz de la Tierra.
Para
evitar este posible armagedón ecológico, es urgente renovar con la Tierra viva
el contrato natural violado: ella nos da todo lo que necesitamos y garantiza la
sostenibilidad de los ecosistemas. Y nosotros, según el contrato, le devolvemos
cuidado, respeto a sus ciclos y le damos tiempo para que regenere lo que le
quitamos. Este contrato natural ha sido roto por ese estrato de la humanidad
que explota los bienes y servicios, deforesta, contamina las aguas y los mares.
Es
decisivo renovar el contrato natural y articularlo con el contrato social: una
sociedad que se siente parte de la Tierra y de la naturaleza, que asume
colectivamente la preservación de toda la vida, mantiene en pie sus bosques que
garantizan el agua necesaria para todo tipo de vida, regenera lo que fue
degradado y fortalece lo que ya está preservado.
La relevancia de la región: el biorregionalismo
Dado
que la ONU ha reconocido a la Tierra como la Madre Tierra y los derechos de la
naturaleza, la democracia tendrá que incorporar nuevos ciudadanos, como los
bosques, las montañas, los ríos, los paisajes. La democracia sería
socio-ecológica. Solamente Bolivia y Ecuador han inaugurado el
constitucionalismo ecológico al reconocer los derechos de la Pacha Mama y de
los demás seres de la naturaleza.
La
vida será el faro orientador y la política y la economía estarán al servicio no
de la acumulación sino de la vida. El consumo, para que sea universalizado,
deberá ser sobrio, frugal, solidario. Y la sociedad estará suficiente y
decentemente abastecida.
Para
finalizar, una palabra sobre el biorregionalismo. La punta de lanza de la
reflexión ecológica se está concentrando actualmente en torno a la región.
Tomando la región, no como ha sido definida arbitrariamente por la
administración, sino con la configuración que ha hecho la naturaleza, con sus
ríos, montañas, bosques, llanuras, fauna y flora y especialmente con los
habitantes que viven allí. En la biorregión se puede crear realmente un
desarrollo sostenible que no sea meramente retórico sino real.
Las
empresas serán preferentemente medianas y pequeñas, se dará preferencia a la
agroecología, se evitará el transporte a regiones distantes, la cultura será un
importante elemento de cohesión: las fiestas, las tradiciones, la memoria de
personas notables, la presencia de iglesias o religiones, los diversos tipos de
escuelas y otros medios modernos de difusión, de conocimiento y de encuentro
con la gente.
Pensando
en un futuro posible con la introducción del bioregionalismo, la Tierra seria
como un mosaico hecho con distintas piezas de diferentes colores: son las
diferentes regiones y ecosistemas, diversos y únicos, pero todos componiendo un
único mosaico, la Tierra. La transición se hará mediante procesos que van
creciendo y articulándose a nivel nacional, regional y mundial, haciendo crecer
la conciencia de nuestra responsabilidad colectiva de salvar la Casa Común y
todo lo que le pertenece.
La
acumulación de nueva conciencia nos permitirá saltar a otro nivel donde seremos
amigos de la vida, abrazaremos a cada ser porque todos, desde las bacterias
originales, pasando por los grandes bosques, los dinosaurios, los caballos, los
colibríes y nosotros, tenemos el mismo código genético, los mismos 20
aminoácidos y las 4 bases nitrogenadas o fosfatadas. Es decir, todos somos
parientes unos de otros con una fraternidad terrenal real como afirman la Carta
de la Tierra y la encíclica Laudato Si sobre el cuidado de la Casa Común del
Papa Francisco.
Será
la civilización de la “felicidad posible” y de la “alegre celebración de la
vida”.
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