Ven Espíritu de vida y sálvanos
2020-06-12
Todos nos sentimos perdidos: investigadores, médicos
y médicas, epidemiólogos, biólogos y todos los saberes que tenemos, ninguno
conocemos el coronavirus, ni sabemos cómo hacerle frente eficazmente con una
vacuna. Ojalá no sea lo que algunos biólogos temen desde hace mucho: el NBO (Next
Big One), “el gordo”, el virus que hará desaparecer a la especie humana.
Además
del virus de la covid-19 y de los distintos virus ya conocidos, estamos
enfrentándonos a tiempos ecológicamente amenazadores, con el calentamiento
global, la sexta extinción en masa, la erosión de la biodiversidad y otras.
Aparte
de usar los medios científicos que nos están dejando desamparados, tenemos una
referencia de otro orden, que no va contra la inteligencia, pero que va
más allá de su alcance: es la inteligencia espiritual, que capta el Espíritu
Creador. No está fuera de nuestra realidad cuando es entendida holísticamente.
Este
Espíritu Creador es responsable de la parición del Universo, con sus miles de
millones de galaxias y billones de estrellas y planetas, el que existía antes
del antes... y que hizo surgir aquel ínfimo punto cargado de energía que al
explotar, el (big bang), dio origen al Universo. Continúa presidiendo
todo el proceso cosmogénico, nuestro planeta y a cada uno de nosotros, pues es
el Spiritus Creator, el Pneuma, el Soplo de Vida. En las lenguas mediorientales
es siempre femenino, como la mujer, que genera Vida.
Estos
momentos de crisis son ocasión para invocarlo y suplicarle: “Tú que eres Fuente
de Vida, salva nuestras vidas, las vidas de los más desvalidos, las vidas de
toda la humanidad”.
Dice
el Génesis que en el principio aleteaba sobre el touwabou (en hebreo),
el caos original; de él fueron sacadas todas las cosas y puestas en su debido
orden en el cielo y en la tierra; y, finalmente, nosotros los seres humanos,
hombres y mujeres.
Ampliando
el horizonte, es importante reconocer que su creación está amenazada, más allá
de los efectos letales de la covid-19. La amenaza no proviene de un meteorito
rasante, como el de hace 65 millones de años, que exterminó a los dinosaurios,
que llevaban más de cien millones de años sobre la Tierra. El actual meteoro
rasante se llama homo sapiens, que también es demens, doblemente demens
(inteligente y demente, doblemente demente). Debido a su agresiva relación para
con la Tierra y para con todos sus ecosistemas, puede eliminar la vida humana,
destruir nuestra civilización y afectar seriamente a toda la biosfera.
En
un contexto así, reflexionaremos sucintamente e invocaremos la acción sanadora
y recreadora del Espíritu Santo. Nuestras fuentes de referencia son los dos
Testamentos judeocristianos y la experiencia humana, cuyo espíritu es animado
por el Espíritu Creador, llamado por la liturgia “Luz beatísima”.
Pensar
en el Espíritu Santo nos obliga a ir más allá de las categorías clásicas con
las cuales se elaboró el discurso occidental, tradicional y convencional de la
teología. Dios, Cristo, la gracia y la Iglesia se pensaron dentro de las
categorías metafísicas de la filosofía griega de sustancia, de esencia y de
naturaleza. Por lo tanto, por algo estático y circunscrito ya siempre de forma
inmutable. Este paradigma fue convertido en oficial por la teología cristiana.
Sin
embargo, pensar el Espíritu implica asumir otro paradigma, el de movimiento, de
acción, de proceso, de emergencia, de la historia y de lo nuevo y lo
sorprendente. Este no puede ser aprehendido con la terminología sustancialista
sino con la del venir-a-ser.
Este
paradigma nos acerca a la cosmología moderna y a la física cuántica. Estas ven
todas las cosas en génesis, emergiendo de un fondo de Energía Innombrable,
misteriosa y amorosa que está antes del antes, en el tiempo y el espacio
cero. Sostiene el Universo y todos los seres en él, penetra en el Cosmos de
punta a punta, y nos penetra totalmente. Esta Energía de Fondo, llamada también
Abismo Originador de todo ser, es la mejor metáfora del Espíritu Creador, que
es todo esto y más.
Volver
a decir el tercer articulo del Credo cristiano, “Creo en el Espíritu Santo”, en
estos nuevos moldes tiene un significado nuevo, conscientes de que siempre nos
quedamos cortos acerca de lo que debemos decir sobre el Espíritu Creador.
Por
último, hay que reconocer que hemos tocado el Misterio. Éste no se opone al
conocimiento, porque el Misterio es lo ilimitado con lo que se encuentra todo
conocimiento. Éste conoce siempre más y más, pero en todo conocimiento
permanece el Misterio. Por naturaleza, ilimitado. Ese Misterio se revela pero
también se vela. La misión de quienes lo acogen y se entregan a su reflexión
sistemática como los teólogos y teólogas, también los que se dedican a la
filosofía (como F. Hegel, cuya categoría central es el Espíritu Absoluto) es
buscar incesantemente esta revelación.
Es
propio del Espíritu esconderse dentro de los procesos evolutivos y de la
historia. Es propio del ser humano descubrirlo. El Espíritu “sopla donde
quiere, y no sabemos ni de dónde viene ni a dónde va” (cf Jn 38). Esto no nos
exime de la tarea de desocultarlo.
Es
lo que esperamos ardientemente, que este Espíritu se manifieste e inspire a los
espíritus de nuestros investigadores para que descubran una vacuna que salve
nuestras vidas. Y cuando Él irrumpe sorprendentemente a través de su
investigación, nos regocijamos y celebramos, llenos de gratitud por su acción
mediada por el espíritu humano.
El
pasado domingo 31 de mayo hemos celebrado la fiesta de Pentecostés, una de las
mayores de las iglesias cristianas. Es una fiesta sin fin, porque el Espíritu
está permanentemente en acción, se prolonga a lo largo y ancho de la historia y
llega a nosotros hasta en los días que sufrimos, nos angustiamos y tememos la
letalidad del coronavirus. El Spiritus Creator nunca abandonó su
creación, ni siquiera en las quince grandes destrucciones por las que pasó. Y
no nos abandonará ahora. Veni Creator Spiritus y sálvanos.
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