Pastores pascuales en primavera
Es jueves, mitad de la
semana. Se nos pasaron ya tres días y faltan por llegar otros tres más, uno
tras otro. Porque así es como nos invita a caminar el tiempo. Paso constante y
sin mayores alteraciones. Así pues, mitad de esta semana de siete días de primavera,
para los del hemisferio del norte. Estamos en plena primavera, la mejor
diseñadora de trajes de colores para los desnudos naturales del otoño pasado.
No todo sucede a la vez. Se trata del milagro del proceso. Tan natural y tan
sorprendente. A mí así me lo parece y por eso mismo suelo decirme con
frecuencia en estos días un mantra bien arraigado en esta séptima década de mi
historia de viviente: "En primavera, hasta las malas hierbas tienen
flores". Y cada una de estas flores es distinta en casi todo. Es
la manera sencilla y natural de hablar de quien no tiene otras palabras que su
silencio. Sin ruido brotan las yemas en las ramas. Sin ruido se abren y se
arropan los pétalos de tantas florecillas cuando se despierta la luz del día o
se apagan las luminarias en los atardeceres. Y además, debería hablar de los
aromas, los perfumes, las esencias...
Primavera es pues la primera palabra de esta presentación de
los comentarios que te llegan en pleno centro de la semana.
La segunda palabra me llega
como ajustado guante a la mano o anillo al dedo. Es una buena noticia el
relato del Evangelio que se nos propone para la meditación del domingo 21 de
abril y para toda la semana que él nos inaugura. Esta palabra segunda que me
llega y que comparto contigo, inolvidable lector, es pastor. El pastor
que cada uno llevamos dentro mientras crecemos de año en año en la universidad
del tiempo. Los cuatro Evangelios nos conservan esta imagen del pastor para
hablar de su Jesús de Nazaret. Todos somos pastores. ¿Será esto verdad cuando
hablamos como gentes de la iglesia de seguidores del este judío Jesús? ¡Todos
somos pastores!
Y la tercera palabra de esta
invitación a leer los comentarios alude a la Señora María, Pastora, con
quien trato día a día, al menos un segundo por proseguir la meditación contemplativa de 'esas otras cositas de
la fe' que tienen que ver con nuestras populares, o no tan populares,
tradiciones pastorales o pastoriles. Por eso, me vuelvo a repetir el
mantra de mis saludos o silencios en una semana más de este curioso año de
mis preocupaciones:
Buenos días,
humanísima
trinidad de Nazaret,
Jesús, José
y María.
078. Santísima Reina y Virgen del No-saber
079. Santísima Reina y Virgen de la Natividad
080. Santísima Reina y Virgen Auxiliadora
081. Santísima Reina y Virgen de Martala
082. Santísima Reina y Virgen del Perpetuo Socorro
083. Santísima Reina y Virgen Moratalaz
084. Santísima Reina y Virgen de la Montaña
Mi jaculatoria: Que me devuelvan a la Señora María.
Y añado: Vive Jesús en nuestros corazones. Siempre.
A continuación se encuentran
los dos comentarios de este domingo día 14 de abril.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 4º de Pascua B
(21.04.2024): Juan 10,11-18. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
La
utopía de ser Jesús de Nazaret
Comienzo
este comentario del texto evangélico del cuarto domingo de pascua con una
confesión. Escribo en Madrid, en la mañana lluviosa del día de viernes santo,
cuando se celebra por activa y pasiva el elogio de la cruz. ¡Qué no se
habrá dicho de esta realidad llamada CRUZ! Casi todo el mensaje de la religión
católica parece haber nacido de la sangre de esa cruz y de ese día del viernes
de la muerte deshumanizadora de un buen hombre: Jesús de Nazaret. Sé que
la realidad se impone. Una cruz es la presencia de lo cristiano. Portar una
cruz, de la manera que sea, es susurrar en el silencio de ese gesto que existe
una realidad llamada RELIGION CRISTIANA o, en una palabra, Cristianismo.
Sin
embargo, ahora que vuelvo a la lectura del texto de este domingo cuarto del
tiempo de Pascua me animo a confesar también que hay otra realidad, al menos
una, que sería también el signo vivo de la presencia del seguimiento de aquel
judío y laico de Galilea llamado Jesús de Nazaret. Se nos invita a proclamar,
leer, acoger, pensar, saborear el relato de Juan 10,11-18. ¿Por qué se
nos silencia lo que aquel Evangelista escribió inmediatamente después de lo que
se nos leerá? No me preocupa la respuesta de esta pregunta y por eso, o para
eso, transcribo este final del relato que nos dejó como una joya su autor:
“Se
produjo otra vez una discusión entre los judíos por estas palabras [se
refiere a lo que se nos lee en la liturgia oficial de la eucaristía]. Muchos
de ellos decían [refiriéndose a Jesús]: Tiene un demonio y está loco.
¿Por qué le escucháis? Pero otros decían: Estas palabras no son de un
endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos de los ciegos?” (Juan
10,9-21).
Y ya
puesto en esta sintonía, me leo también lo que no se nos proclamará, Juan
10,1-10. Y si se tiene humor y ganas, se debe leer el capítulo noveno completo,
el relato de la curación de un ciego de nacimiento (Juan 9,1-41).
Impresionantemente diáfano y clarificador.
Este
judío y laico y creyente que lo fue Jesús de Nazaret se atrevió a proclamar, y
así nos lo recogió a su modo este cuarto biógrafo y teólogo que fue Juan, que
los dogmas de su religión judía, así como muchas de sus prácticas, rituales o
celebraciones institucionalizadas debían transformarse o transfigurarse porque
acababan por enceguecer y deshumanizar a las gentes del pueblo, sobre todo, a
los peor tratados por la suerte, la injusticia o la propia realidad de la
existencia. Para este Jesús, esta religión de la Ley de Moisés y de su
Yavé-dios debía de quedarse en la religión del único dogma o mandamiento,
festividad, rito o institución como se había atrevido a constatar este
Evangelista cuando colocó en boca de su Jesús este mensaje:
“En esto sabrán todos
que sois mis seguidores:
si os amáis unos a otros” (Juan 13,35).
Esto
es el centro de todo cuando se dice y se hace en la celebración del llamado
jueves santo. Este ‘amor de unos a otros’ sí es el signo de la presencia viva
de aquel creyente de Nazaret, que vive en los adentros de cada viviente en los
miles de años de la historia de los humanos.
Este
amor de unos con otros de todos los jueves y de los demás días de todos los
años es la identidad permanente de todo ser humano, de todo viviente, se sea
del lugar que sea, se sea del color que sea, se sea del tiempo que sea… ¿Que
esto es una utopía? Enhorabuena, porque esa utopía nos abre puertas y caminos
como así lo hizo aquel buen pastor Jesús (Juan 10,1-21). Carmelo Bueno
Heras. Madrid, para el 21 de abril de 2024.
CINCO MINUTOS semanales con el Evangelio de Marcos entre las
manos para leerlo y meditarlo completo y de forma ordenada, de principio a
fin. Semana 21ª (21.04.2024): Marcos 6,1-6
Jesús el
escandalizador
Leo,
sitúo y comento Marcos 6,1-6. Jesús sigue en Galilea. Es su tierra. La conoce
bien. Está en su casa. Y sus gentes le conocen también a él. La narradora de la
noticia de Jesús también es de estos lares. Magdala es un poblado de la redonda
región de los galileos en la orilla occidental del lago: “Salió de allí y
vino a su patria y sus discípulos le siguen (sus discípulas también le
siguen, como sabemos por haberlo leído en este mismo Evangelio en 15,39-47). Cuando
llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud al oírle quedaba
maravillada… Y se escandalizaban por su causa”.
Y
también Jesús estaba escandalosamente maravillado por su falta de fe. En el
espacio de la tierra de su casa y su sinagoga y en el tiempo de un día de
sábado, la evangelista nos sitúa a Jesús y a sus paisanos maravillosamente
escandalizados. Este escenario y estas actitudes nos resultan familiares en
este Evangelio. Ya las hemos leído y comentado al detenernos en los anteriores
tres primeros capítulos. La admiración y el escándalo son mutuos.
Cuando
leo este breve relato, y otros semejantes de esta peculiarísima forma de contar
el hacer y decir de Jesús, se me queda bailando entre las neuronas un
inquietante interrogante: ¿Quién eres, quién fuiste, Jesús de Nazaret?
Imagino que al hablar aquellos sábados en aquellas sinagogas harías algo
semejante a lo que cuenta el relato de Lucas 4,14-30. Enseñabas a leer e
interpretar de manera novedosa los mensajes de la Ley de Moisés y de los
profetas. Compartir abiertamente con quienes te escuchaban acabó resultándote
peligroso (3,1-6).
¿Quién
eres, quién fuiste, Jesús de Nazaret? No eras sacerdote ni hijo de
sacerdote. No eras rabino ni hijo de rabino. No pertenecías a ningún movimiento
de tipo religioso como los escribas, saduceos o fariseos. Hoy, diría más de
uno, no pertenecías al clan, a la casta, al partido, al movimiento, a la causa,
al sistema… ¿Ibas por libre? Liberabas, desencadenabas…
¿Quién
eres, quién fuiste, Jesús de Nazaret? Seguro que María Magdalena ignoraba
que fueras la segunda persona de la Trinidad. ¿Quién sabía que venías como ‘El
Redentor’? ¿Pedro, Santiago y Juan? ¿Lo sabían, se lo callaron y te abandonaron
(Mc 14,43-51)? ¿Sabías tú mismo que eras el hijo único del dios único de todos
los cielos de toda la historia y la eternidad? Todos te conocían como el hijo
de María y del carpintero. ¿Carpintero o ‘chapuzas ilustrado’, jefe de
mantenimiento en las mejores mansiones romanas de la cercana villa de Séforis?
¿Quién
eres, quién fuiste, Jesús de Nazaret? ¿Un profeta? Esta es la palabra que
pone en tu boca la narradora de tus hechos y dichos: “Un profeta sólo es
despreciado en su tierra, entre sus parientes y entre los suyos” (Marcos
6,4). En tu anterior estancia por esa tierra (Marcos 3,20-21), hacía poquito,
las gentes de tu casa y familia ya te había catalogado como una persona ‘fuera
de sí’, loca o enloquecida, y que no estabas en tus cabales. ¡Qué cruz!
Para llegar a comprenderte, Jesús de Nazaret, ¿tendremos que
conocer a Natán, el profeta que no se calló ni ante David, el Rey? ¿O conocer a
Elías, el profeta de estas tierras del norte? ¿O tendremos que mirarnos de
frente unos a otros hasta romper las cadenas que nos separan?
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