Vivir es, también, recrear
y recrearse.
Hace cuarenta años estábamos
en 1984. ¿Qué hacíamos por aquella primavera de entonces? Personalmente llevaba
viviendo en Madrid desde hacía nueve meses. Y aquí sigo todavía. Y con las
mismas cosas entre manos, aunque no de la misma manera. Cada uno de cuantos
leemos esto sabemos muy bien quiénes éramos y cómo nos encontrábamos.
Seguramente lo tenemos todo clarito y recordamos de 'pe a pa' cuanto nos
sucedió por aquellos días, semanas y meses. O, quizá, hay demasiadas cuestiones
que ya se nos han perdido en los baúles de la memoria y necesitamos que algo o
alguien nos aireen los polvos del olvido. ¿Nos vemos igual cuando nos vemos
ante el espejo? ¿Pensamos lo mismo de los mismos asuntos? ¿Qué queda de los
sueños de entonces? ¿Estamos empapados en los mismos planes o proyectos? Las
personas de nuestro entorno por aquellas fechas, ¿siguen siendo las
mismas? ¿Qué asuntos han cambiado dentro y fuera de mí? ¿Qué otras realidades
de mis adentros y de mis entornos permanecen?
Cuarenta años, tal vez, no
sean demasiados años. Cuarenta años habían pasado también desde la muerte de un
judío laico y galileo llamado Jesús de Nazaret hasta cuando uno de sus cuatro
primeros biógrafos se aventuró a contarnos, a su modo, qué fue de él y cómo
hacerlo presente. Estoy evocando la tarea evangelizadora del narrador
Lucas que nos habló de él mientras se iban sucediendo los años de la década de
los setenta del siglo primero después de Cristo. Cada vez me atrevo a pensar
con mayores motivos que la tarea de éste y de los demás Evangelistas no fue
plasmar la historia tal cual le fue sucediendo año tras año a su Jesús en el
que creía. Creo más bien que se atrevió a 'recrear' a su modo la aventura
humana de su biografiado Jesús. Se atrevió a recrear. Así fue la aventura
de su fe. Y así nos la compartió. Y si él se atrevió a recrear su fe o desde su
fe, podemos también nosotros aventurarnos a recrear nuestra fe y a compartirla
también y así, a nuestro modo.
Desde hace cuarenta años y
más somos los mismos, tú y yo, pero no iguales en todo lo de entonces, sino
recreados. Conscientemente. Y en este camino que es el vivir, seguimos
creciendo, humanizados... Creo.
**********
Y también, prosigo la
meditación contemplativa de 'esas otras cositas de la fe' que tienen que ver
con nuestras populares, o no tan populares, tradiciones pastorales o
pastoriles. Por eso, me vuelvo a repetir el mantra de mis saludos o
silencios en una semana más de este curioso año de mis preocupaciones:
Buenos días,
humanísima
trinidad de Nazaret,
Jesús, José
y María.
071. Reina y Madre la Virgen de Covadonga
072. Reina y Madre la Virgen de la Fuensanta
073. Reina y Madre la Virgen de la Candelaria
074. Reina y Madre la Virgen de Aránzazu
075. Reina y Madre la Virgen de Guadalupe
076. Reina y Madre la Virgen del Pilar
077. Reina y Madre la Virgen de los Desamparados
Mi jaculatoria: Que me
devuelvan a la Señora María.
Y añado:
Vive Jesús en nuestros
corazones. Siempre.
A continuación se encuentran
los dos comentarios de este domingo día 14 de abril.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 3º
de Pascua B (14.04.2024): Lucas 24,35-48. Respiro, vivo y sigo
escribiendo CONTIGO:
Comensalidad-Sinodalidad: De dos en dos
En la liturgia de este domingo, día 14 de abril, escucharemos
estas palabras en el comienzo de la proclamación del Evangelio: “En aquel
tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino
y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas,
cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero
ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:
«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón?” (Lucas
24,35-38).
Según mi costumbre abro la biblia para ‘situar’ este texto en
medio del relato que el Evangelista tejió según los criterios de su inspiración
de creyente. Constato que es muy enriquecedor atreverse a leer completo este
último capítulo de la ‘biografía del Jesús de Nazaret’ del narrador Lucas.
Capítulo completo. Capítulo dedicado a contar ‘a su modo’ que su Jesús de
Nazaret resucitó y sigue vivo y presente en los corazones de sus seguidores.
Sólo así comprendo que aquel judío de Nazaret de Galilea sigue estando vivo
allí donde un viviente, sea quien sea, conserva un espacio en sus adentros para
cualquier otro viviente, sea quien sea.
Comprendo que aquellos discípulos de Jesús descubrieran que
él estaba en sus corazones y que se atrevieran a compartirlo, de pe a pa, con
otros discípulos. Esta fue la experiencia realizada por los dos de Emaús, según
cuenta este Evangelista Lucas en este relato de los hechos de su misma
experiencia de creyente.
Estos de Emaús podrían llamarse hoy el ‘Dúo Cleofás’. Según
Lucas, este curioso dúo forma parte también del grupo llamado de los DOCE (o de
los ONCE, por lo del abandono de Judas) que aquí son calificados como ‘los
aterrorizados y llenos de miedo’. Ellos lo acababan de contemplar y compartir.
¿Cómo es posible que estuvieran aterrorizados y llenos de miedo? En menos de un
día este ‘Dúo Cleofás’ ha caminado, dialogado, tocado, contemplado y comido con
Jesús de Nazaret, el viviente, en dos ocasiones. ¿De quién más se dicen estas
cosas en los cuatro Evangelios? Según el cuarto Evangelista (Juan 20), también
de María Magdalena.
En estos dos encuentros del Resucitado, como nos lo cuenta el
Evangelista Lucas, me llama poderosamente la atención el hecho de la
‘comensalidad’, es decir, compartir la presencia real y verdadera de la comida
y del comer: “Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió
delante de ellos” (Lucas 24,42-43).
Cuando leo este asunto de la comensalidad, y pienso sin
prisas en ello, se me despierta en los adentros la presencia de la
‘sinodalidad’; precisamente de esta sinodalidad de la que hablamos tan
explícitamente en estos últimos tiempos de la vida eclesial. Caminar de dos en
dos, dialogar de dos en dos, comer y beber de dos en dos, trabajar de dos en
dos, ociar de dos en dos, vivir de dos en dos. Siempre de dos en dos, porque en
los adentros del uno y del otro presenciamos la vida plena de cada ser humano,
de cada viviente ¿Comprender la vida así es resucitar? Probablemente. Carmelo
Bueno Heras
CINCO MINUTOS
semanales con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y
meditarlo completo y de forma ordenada, de principio a fin. Semana 20ª
(14.04.2024): Marcos 5,21-43
¿Era la Ley de Moisés una luz o una cadena?
En la travesía del lago de Galilea desde la orilla oriental
hasta la orilla occidental no hubo tempestad alguna. Imagino, aunque nada de
ello diga su escritora María de Magdala, que hasta hubo una serena y
espléndidamente iluminadora luna llena. Si no fue de esta manera, ¿cómo es que
en la orilla a donde llegan Jesús y los suyos les esté aguardando una
inmensidad de gentes como cuando les contó aquellas cinco parábolas del
reino-reinado?
Aquellas parábolas del reino estaban
contadas en Marcos 4,1-34: “Otra vez se puso a enseñar a orillas del lago”.
Esta enseñanza de las parábolas será muy oportuna leerla en paralelo con la
narración de los dos gestos inolvidables (Marcos 5,21-43) realizados por Jesús
y una mujer desconocida y sin nombre, pero tan arriesgada como creyente. Ambos
gestos tienen una protagonista: la mano, guiada por sus correspondientes
neuronas cerebrales.
Este relato de Marcos 5,21-43 es otra
excelente palindromía narrativa y teológica. Las dos partes del ‘pan del
bocadillo’ cuentan los deseos manifestados y cumplidos de Jairo, el jefe de la
sinagoga del lugar. El centro del bocadillo-palindromía lo constituye la
narración de la experiencia de fe de una mujer que oye a Jesús, medita en su
enseñanza y decide acercarse a Jesús para tocarlo sin ser sentida. ¿Es así,
María Magdalena narradora, el proceso de la experiencia de la fe? ¿Escuchar,
meditar, decidir?: “Tu fe… te ha curado” (5,34).
Al volver sobre el relato completo de la
palindromía llama la atención el dato de los doce años relacionados con cada
una de ambas mujeres. La hija de Jairo “se levantó al instante y se puso
andar, pues tenía doce años. Jesús insistió en que nadie lo supiera y les dijo
que le dieran de comer…” (5,43). Siete personas había en aquella habitación
de la mansión de Jairo. Jairo, su esposa y la hija de ambos, por un lado.
Pedro, Santiago y Juan, por otro. En medio Jesús. Todos vieron la mano de Jesús
sobre la mano de la ya mujer de doce años.
¿De qué estaba enferma aquella
niña-mujer? No sé qué daría por que me lo dijera María Magdalena, que lo sabía
y nos lo escribió a su manera. ¿Puedo intuir que esa enfermedad era su
dependencia esclavizadora? Hasta sus doce años había vivido como propiedad de
su padre y desde sus doce años sería propiedad de su marido. Jesús la invitó a
levantarse, caminar, comer y decidir qué hacer con su persona, su vida y su
futuro. Era hora de ser una mujer libre. Y esta libertad dependía de ella, pero
también de todos cuantos estaban a su alrededor. La Ley de Moisés y de la
Sinagoga de Jairo no pensaba así. Jesús cree en cada persona y en su libertad.
“Entonces, una mujer que padecía flujo
de sangre desde hacía doce años… habiendo oído lo que se decía de Jesús, se
acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. Pues se decía: con solo tocar
su manto quedaré curada…” (5,25-34). Dos preguntas me asaltan de
inmediato: ¿Qué enfermedad era esa del flujo de sangre? Y, ¿qué enseñaba este
laico Jesús cuando hablaba de esa tal enfermedad? Creo no estar demasiado
equivocado si digo que esa enfermedad está descrita con precisión en el
capítulo decimoquinto del rollo del Levítico, uno de los cinco libros de la Ley
que el Dios Yavé de Moisés ordenó que cumplieran todas las gentes de su pueblo.
¿Era esta Ley una luz o una cadena? Para Jesús, una cadena que
romper.
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 9 de abril de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario