El Reino de... ¡el Rey!
Mi reino y mi rey. Tu reino y
tu rey. Nuestro reino y nuestro rey. Reino Unido. Reinos de Taifas. Rey de
oros, de copas, de espadas, de bastos... Reino y rey de la ínsula de Barataria,
de Narnia, de Laponia... Que venga a nosotros tu reino...
Reino y rey son dos palabras
muy habituales en nuestro lenguaje cuando se habla de lo que sea, de religión o
de política, de cultura o de deportes, de literatura, cine o tauromaquia...
Reino, Monarquía, Democracia, Imperio o República... Siempre rey o reino,
siempre relacionado con el poder, la altura, la ostentación...
Confieso que estas realidades
se me despiertan como movidas por un resorte invisible siempre que leo o
me leen relatos de la EVANGELIZACIÓN de Jesús de Nazaret cuando andaba por
sus tierras de la Galilea, pueblo suyo.
No creo que sea mucho más
necesario hablar de tronos y coronas, mantos, cetros, joyas y abalorios,
palacios, monumentos, tradiciones, lujos y ostentaciones...
Y... siempre se me queda como
colgada de un hilo y como si fuera un inmenso interrogante aquello de 'el reino
de dios es una semilla'... que manos laboriosas siembran, acompañan, cuidan...
Y me digo, esta literatura de nuestro lenguaje habitual necesita una
EVANGELIZACIÓN, si deseamos seguir aprendiendo a vivir y pensar y creer como vivía,
pensaba y creía en sus días aquel judío y laico llamado Jesús el
galileo.
Dicho ya lo que queda escrito
no quiero alargarme más, añado solo las siete siguientes advocaciones de María
con su correspondiente jaculatoria. Lo apuntado desde Jesús de Nazaret, me lo
voy aplicando lentamente y con serenidad a las advocaciones de su señora madre,
la esposa del señor José:
134. Santa María Virgen de la Torre
135. Santa María Virgen de la Vega
136. Santa María Virgen de las Cruces
137. Santa María Virgen de las Gracias
138. Santa María Virgen de las Nieves
139. Santa María Virgen de Loreto
140. Santa María Virgen de los Llanos. Mi jaculatoria: Que me
devuelvan a la señora María.
Y añado también: Vive Jesús en nuestros corazones. Siempre.
A continuación se encuentran
los comentarios del Evangelio del domingo 16 de junio de 2024.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 11º del Tiempo
Ordinario B (16.06.2024): Marcos 4,26-34. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
El reino de dios es y está…
El pasado
domingo, día 9 de junio, compartíamos en este espacio la lectura y comentario
del texto evangélico con el que el narrador Marcos finalizaba el tercer
capítulo de su Evangelio. Y para este nuevo domingo, 16 de junio, se nos
propone la lectura de Marcos 4,26-34. ¿Qué ha sucedido para que no se
nos haya propuesto la proclamación y meditación de Mc 4,1-25?
Copio
aquí Marcos 4,1: “Otra vez, se puso Jesús a enseñar a orillas del mar.
Y se reunió tanta gente junto a él que tuvo que subirse a una barca y, ya en el
mar, se sentó; toda la gente estaba en tierra a la orilla del mar”.
Este mar del que habla el texto de Marcos es el Lago de Galilea, llamado
también de Genesaret o de Tiberíades.
Este
‘mar’ del relato, además de ser un gran lago, en la mente del narrador pudo
tener otras evocaciones significativas. No olvidemos lo que ya nos dejó escrito
desde el comienzo en 1,16-18: “Bordeando el mar de Galilea, vio a Simón y
Andrés… que eran hermanos… que eran pescadores… Y Jesús les dijo: venid conmigo
y os haré llegar a ser pescadores de hombres… Dejando las redes, le siguieron”.
¿No será este ‘mar’ un símbolo del ‘mal’?
En este
mismo mar, y de nuevo en el capítulo cuarto, la mano narradora del relato nos
permite contemplar a su Jesús de Nazaret sentado en una barca enseñando a
quienes le siguen y escuchan. Y, ¿qué enseña?, ¿de qué habla?, ¿cómo lo hace?
Cuenta parábolas para que le entiendan quienes le oigan… “Escuchad. Una vez
salió un sembrador a sembrar… (4,3). Les decía también: ¿acaso se trae una
lámpara para ponerla debajo de una vasija o bajo la cama?... (4,21). Les decía
también: con la medida con que midáis… (4,24). Se trata de tres parábolas
para que se llegue a entender qué es eso de ‘el reino de Dios’ o el ‘reinado de
Dios’. Nada de todo esto se nos leerá a la asamblea en las eucaristías. Creo
que es una pena.
En Marcos
4,26 y hasta 4,34, que es el texto que se proclamará en toda eucaristía
dominical, escucharemos dos nuevas parábolas: “También les decía: el reino
de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra… (4,26). Decía
también, ¿con qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo
expondremos? Es como un grano de mostaza, la semilla más pequeña que se siembra
en la tierra… (4,30).
Este
Jesús de Nazaret del primer biógrafo, que es el Evangelio de Marcos, enseña,
explica, expone, propone, comparte lo que es el REINO de DIOS a quienes le
siguen y le escuchan. Y ahora soy yo y eres tú quienes escuchamos y nos
preguntamos qué es eso del REINO DE DIOS. ¿El CIELO de la vida eterna que
seguirá a esta vida pasajera? ¿Ese CIELO ES EL REINO DE DIOS? ¿EL REINO DE DIOS
es la IGLESIA de los auténticos y únicos seguidores de Jesús?
Ni ese
CIELO del ‘más allá’ de la muerte, ni esta IGLESIA del ‘más acá’ de la muerte
encajan en el mensaje de estas parábolas de Jesús de Nazaret que nos han
transmitido a su manera cada uno de los tres Evangelistas sinópticos. El
Evangelio de Juan casi ni nos habla de este ‘reino de Dios’. Y lo mismo le
sucede a Saulo Pablo de Tarso y de las Cartas a las iglesias. En muy contadas
ocasiones se atreve a relacionar ‘el reino de Dios’ con el mensaje de Jesús. Me
vuelvo, ahora, a repetir la pregunta mientras releo Marcos 4,26-34, ¿qué
es ese reino de Dios del que habla y enseña este Jesús de la Buena Noticia? Lo
diré con el temor y temblor de mi serena confianza, el reino de dios es-está en
esa manera consciente que nos crece dentro y hace sentirnos bien con quienes
nos relacionamos. Carmelo Bueno Heras; Madrid, 16 de junio de 2024.
CINCO MINUTOS semanales
con
el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo completo y de
forma ordenada, de principio a fin. Semana 29ª (16.06.2024): Marcos
8,22-26
CIEGO Ciego ciego, el que no quiere ver.
La
narración de Marcos 8, 22-26 cierra el ciclo de los cinco signos
de los que hablé en comentarios anteriores y que nos permiten a cuantos leemos
esta buena noticia conocer más a fondo y en directo la humanidad de Jesús de
Nazaret. ¿No nos anticipó ya la persona narradora que no hay peor ciego que
quien no quiere ver? Pues el punto y seguido con el que se cierra el hacer y el
decir de Jesús en Galilea es la curación del ciego de Betsaida, poblado situado
en la orilla occidental del lago-mar de Galilea.
La
totalidad del relato y cada uno de los pormenores son materia de contemplación
y comentario no para una página, sino para una página casi interminable. La
capacidad de ver se inicia desde la compartida capacidad humana para tocar.
Quienes traen al ciego ante Jesús sólo le piden que le toque. Y así lo hizo
este hombre tan persona de carne y hueso: lo tomó de la mano y lo besó hasta en
los ojos. ¿Qué otra cosa es ponerle a uno saliva en los ojos? Y luego, lo
abrazó, entrañablemente. Y comenzaron a hablar… De tú a tú. Los dos. ¿Hablar es
tocarse?
¿Esta
es la terapia sanadora? Besar y abrazar así se me asemeja a enseñar a ver.
Tacto y vista. ¿Es esta la experiencia plena de la confianza en la otra persona?
Tu adiestrada mano de narradora, María Magdalena, nos ha regalado este relato
de la sanación de un ciego en paralelo y semejanza con la reciente sanación de
un sordo en 7,31-37. Ver, oír y tocar. ¿Acaso no estamos ante acciones tan
humanas y tan propias de todo tipo de personas sea cual sea su color, su raza,
su cultura, su CV que se diría hoy como curriculum vitae…?
Y me
gustaría añadirte, mi encantadora mujer y evangelista, que el último relato
sobre Jesús de Nazaret que es el cuarto Evangelio tomó buena nota de este tu
‘ciego de Betsaida’ (Marcos 8,22-26). Por eso en este domingo del día once de
junio me releeré en mi despaciosa contemplación el capítulo noveno del
Evangelio de Juan, la curación de ‘El ciego de nacimiento’ por Jesús en
Jerusalén durante la celebración de la fiesta de la religión judía llamada de
‘Las Tiendas’: “Mientras caminaba, Jesús vio a un hombre que era ciego de
nacimiento… Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen que ven,
su pecado permanece” (Juan 9,1-41). Tus cinco versículos de narración
sanadora de la ceguera, el evangelista Juan los ha convertido en un inmenso
relato teológico de cuarenta y uno. Sublime.
¿Quién
es este ciego de Betsaida, María Magdalena? ¿Este ciego es tu propia persona y
tu propia experiencia de fe? ¿Este ciego es cada una de las personas que
conocisteis a Jesús en su misión evangelizadora por vuestra tierra de Galilea?
¿Este ciego es todo el pueblo de Israel, el de entonces, y el de ahora y de
cualquier otra religión como la nuestra? Me resisto a creer que ese ciego era
un ciego como los que pertenecen al colectivo de nuestra ONCE (Organización
Nacional de Ciegos de España).
Este
ciego de Mc 8,22-26 me invita también a ‘mirar con ojos críticos’ al ciego
Bartimeo de Mc 10,46-52. El ciego de Betsaida cierra la narración del ‘hacer y
decir’ de Jesús en Galilea. El ciego Bartimeo pone fin al relato del camino de
Jesús. Ambos, fiados de Jesús…, ¡aprendieron a ver! Carmelo Bueno
Heras. Madrid, 11 de junio de 2017
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