lunes, 16 de septiembre de 2024

Santos del día 16 de septiembre

 

Santos del día 16 de septiembre
Sextodecimo Kalendas octobris
Memoria de san Cornelio, papa, y san Cipriano, obispo, mártires, acerca de los cuales el catorce de septiembre se relata la sepultura del primero y la pasión del segundo. Juntos son celebrados en esta memoria por todo el orbe cristiano, porque, en días de persecución, ambos testimoniaron su amor por la verdad indefectible ante Dios y el mundo. († 252, 258)
En Calcedonia, en Bitinia, santa Eufemia, virgen y mártir; que, según tradición, después de sufrir bajo el emperador Diocleciano y el procónsul Prisco numerosas torturas por Cristo, al final de su combate alcanzó la corona de la gloria. († c. 303)
En el monte Soratte, cerca de la vía Flaminia, en el Lacio, santos Abundio y compañeros, mártires. († 304)
En Roma, en la vía Nomentana ad Capream, en el cementerio mayor, santos Víctor, Félix, Alejandro y Papías, mártires. († s. inc.)
En Nocera, en la Campania, san Prisco, obispo y mártir, a quien san Paulino de Nola dedicó loas poéticas. († c. s. IV)
En Cándida Casa, actual Whitehorn, en la región de Galloway, en Escocia, conmemoración de san Niniano, obispo, bretón de nacimiento, que llevó el pueblo de los pictos a la verdad de la fe, y fundó allí una sede episcopal. († c. 432)
En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santos Rogelio, monje anciano, y el joven Servideo (`Abdallah), que, procedentes de Oriente, predicaron con audacia a Cristo entre los sarracenos, por lo cual, condenados a muerte, sin ápice de tristeza, amputadas piernas y manos, fueron finalmente decapitados. († 852)
En Praga, en el territorio de Bohemia, santa Ludmila, mártir, duquesa de Bohemia, que, como responsable de la educación de su nieto san Wenceslao, procuró infundir en su ánimo el amor de Cristo, y perseveró hasta morir estrangulada por la conjuración de su nuera Drahomira y otros nobles paganos. († 921)
   Santa Edita, virgen (1 coms.)   
En Wilton, en Inglaterra, santa Edita, virgen, hija del rey de los anglos, que desde su más temprana edad se consagró a Dios en un monasterio, ignorando, más que abandonando, el mundo. († c. 984)
En Montecasino, tránsito del beato Víctor III, papa, el cual, después de regir sabiamente durante treinta años el célebre monasterio y enriquecerlo magníficamente, fue elegido para gobernar la Iglesia Romana. († 1087)
En Savigny, de Normandía, en la Galia, san Vital, abad, que, dejadas las ocupaciones seculares, se entregó en la soledad al cultivo de la observancia rigurosa, y ganó muchos seguidores para el monasterio que él mismo había fundado. († 1122)
En el monasterio de Santa María de Huerta, en el reino de Castilla, tránsito de san Martín de Finojosa, llamado «el Sacerdote», que, siendo abad cisterciense, fue ordenado obispo de Sigüenza, sede desde la cual se esforzó por reformar el clero. Finalmente, se retiró a su propio monasterio. († 1213)
En Salon, de la Provenza, en Francia, tránsito del beato Ludovico Alemán, obispo de Arlés, que vivió una vida de eximia piedad y penitencia. († 1450)
En Nagasaki, en Japón, beatos Domingo Shobioye, Miguel Timonoya y su hijo Pablo, decapitados por su confesión de fe. († 1628)
En Lima, en el Perú, san Juan Macias, religioso dominico, que, dedicado por mucho tiempo a oficios humildes, atendió con diligencia a pobres y enfermos y rezó asiduamente el Rosario por las almas de los difuntos. († 1645)
En Sai-Nam-Hte, en Corea, pasión de san Andrés Kim Taegòn, presbítero y mártir, que dedicado durante dos años y con gran celo a la labor sacerdotal, fue decapitado con glorioso martirio. Su memoria se celebra el veinte de septiembre. († 1846)
Cerca de la localidad de Ódena, en la provincia de Barcelona, en España, beato Ignacio Casanovas, presbítero de la Orden de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, mártir por Cristo en la persecución religiosa durante la contienda española. († 1936)
En la localidad de Turis, en la provincia de Valencia, también en España, beatos mártires Laureano (Salvador) Ferrer Cardet, presbítero, Benito (Manuel) Ferrer Jordá y Bernardino (Pablo) Martínez Robles, religiosos, de los Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores, los cuales murieron a manos de los hombres en la misma persecución religiosa, pero recibieron de Dios el reino celestial. († 1936)

16 de Septiembre: Nuestra Señora de las Lajas

 

16 de Septiembre: Nuestra Señora de las Lajas

Un milagro permanente del siglo dieciocho, ocurrido en Colombia. La voz misteriosa

En el siglo dieciocho, en Colombia, María Meneses de Quiñones, que descendía de caciques indígenas de Potosí, solía caminar la distancia de seis millas y un cuarto que separaban su villa de otra llamada Ipiales.

Un día de 1754, cuando ella se acercaba al puente encima del río Guáitara, en un sitio de nombre Las Lajas (las piedras planas y lisas), se desató una terrible tormenta. Muy asustada, la pobre indígena, se refugió en una cueva al lado del camino. Sintiéndose angustiada y sola, comenzó a invocar a Nuestra Señora del Rosario, cuyo patrocinio se había hecho popular en la región gracias a los Dominicos.

Entonces, sintió que alguien le tocó la espalda y la llamó. Ella se volteó, pero no vio nada. Con gran miedo, huyó a Potosí. Días después, María regresó a Ipiales, llevando en la espalda a su hijita Rosa, que era sordomuda. Cuando llegaron a la cueva del Guáitara, ella se sentó a descansar sobre una piedra. No había terminado de acomodarse, cuando la niña se bajó de su espalda y comenzó a treparse en las piedras de la cueva, exclamando: "¡Mami! ¡Mami!, ¡Aquí hay una señora blanca con un niño en sus brazos!"

María estaba fuera de sí del espanto, pues era la primera vez que oía a su hija hablar. Y, más aún, no veía por ninguna parte las figuras que la niña describía. Muy nerviosa y con temor, colocó a la niña sobre su espalda y se fue para Ipiales. Allí les contó a parientes y amigos lo sucedido, pero nadie le creyó.

Una vez que María arregló sus asuntos en Ipiales, regresó a su casa en Potosí. Cuando llegó al sitio donde se hallaba la cueva, sin vacilar, pasó por el frente de la entrada, y entonces Rosa gritó: "¡Mami! ¡La señora blanca me está llamando!"

María no podía ver nada. Asustada en extremo, se apresuró a llevarse a la niña lejos de allí. Cuando llegó a casa, hizo el relato a sus amistades de lo que le había pasado. De esta manera, muy pronto la región entera supo del misterio de la cueva, la cual todos conocían, pues quedaba al pie de un camino muy transitado.


Aparición de la Virgen con el Niño Jesús

Unos días después, Rosa desapareció de su casa. María, angustiadísima, la buscó por todas partes, pero no la halló, hasta que su corazón de madre la hizo caer en la cuenta de que su hija debía haber ido a la cueva, pues a menudo decía que la mujer blanca la llamaba. Así pues, se apresuró a la cueva del Guáitara y se alegró muchísimo de que su corazón de madre no la había engañado. Vio a su hija arrodillada frente a la mujer blanca y jugando, cariñosa y familiarmente, con el niño, el cual había bajado de los brazos de su madre para permitirle a la niña disfrutar su divina y sublime ternura. María cayó de rodillas ante este hermoso espectáculo; había visto a la Santísima Virgen por primera vez.

Temerosa del menosprecio de sus parientes y vecinos, que no le habían creído lo que ya les había contado, María prefirió callar al respecto. Comenzó a frecuentar la cueva, y, poco a poco, la llenó de flores silvestres y velas de sebo, que su hija le ayudó a pegar en la vía de piedra.

Pasó el tiempo, y el secreto lo sabían sólo María y Rosa, hasta el día en que la niña cayó gravemente enferma y pronto murió. María, muy afligida, decidió llevar el cuerpo de la niña a los pies de la Señora del Guáitara. Allí le recordó a la Virgen todas las flores y velas que Rosa le solía llevar, y le pidió que le devolviera la vida.


Milagro asombroso

Sintiéndose presionada por la tristeza de las súplicas maternales que no cesaban, la Virgen Santísima consiguió de su Divino Hijo el milagro de la resurrección de la pequeña Rosa. Llena de alegría, María se fue a Ipiales. Llegó a las diez de la noche. Les contó a todos sus allegados la maravilla ocurrida. Los que se encontraban ya durmiendo, se levantaron; hicieron que tocaran las campanas de la iglesia, y una gran muchedumbre se reunió frente a la iglesia de la villa. Ya estaba amaneciendo, y todos se dirigieron hacia la cueva. Llegaron al rayar el alba.

A las seis de la mañana, se encontraban en Las Lajas. Ya no podía haber duda acerca del milagro; de la cueva brillaban luces extraordinarias. Allí, en la pared de piedra, se hallaba grabada para siempre la imagen de la Santísima Virgen.


El Santuario de Nuestra Señora de la Lajas

El precioso santuario estilo gótico está edificado sobre el lugar del milagro en Guáitara, en los Andes colombianos, a 7 kms de la ciudad de Ipiales y 11 kms del puente de Rumichaca que une Colombia y Ecuador. Es un lugar de extraordinaria belleza escogido por la Madre para prodigar su amor. La Basílica también es una obra preciosa edificada sobre la pendiente del río. La imagen se encuentra en el punto central sobre el altar.

Cada 16 de septiembre, fecha de su aparición, millares de peregrinos acuden al santuario para honrar la Virgen y rezar junto con ella.

(fuente: www.corazones.org)

sábado, 14 de septiembre de 2024

Un papel, un número y poquito más. - Domingo 24º TO Ciclo B (15.09.2024): Marcos 8,27-35 (¿Quién decís que soy yo?) y CINCO MINUTOS con el Evangelio de Marcos (Semana 42ª (15.09.2024): Marcos 11,27 a 12,12 Nadie autorizó a Juan para bautizar)

 

Un papel, un número y poquito más.

El papel suele ser plastificado. ¿Será para que dure? El número está tatuado en el papel plastificado, menos mal. Podría ser peor, como siempre sucedió con los esclavizados, los rebajados en humanidad, 'los cosas' o 'las cosas', porque era su piel la que hacía de papel plastificado con el número tatuado. Y ¿el poquito más?, cada cuál lo sabe bien en sus adentros. Lo poquito que a uno le queda aún para seguir siendo él, el mismo.

El documento de identificación (DNI, se dice por aquí), el papel plastificado con su número tatuado. ¿Ese eres tú? ¿Ese soy yo? Eso parece. ¿Quién es usted? ¿Qué desea? ¿Qué hace aquí? Por favor, ¿me acerca su documento de identificación?... Y a veces me doy por muy satisfecho, porque tengo oído que dentro de nada no tendré identidad; bueno, no es así exactamente. Dentro de poco, o tal vez ya esté aquí, no seré ya ni tan siquiera papel plastificado con su número tatuado. Bastará con que un lector de Inteligencia Artificial te mire atentamente un segundo el ojo. Mirarte y saber quién eres, qué compras, qué deseas, qué y cuánto te duele... es cosa de un segundo... Un segundo en el que quedará rellena una pantalla con tu identidad y todo tu historial... ¿Quién soy?, me sorprendo con mucha frecuencia. ¡Cuánto ha progresado este mundo en el que nací y que ahora me llega a parecer extrañamente desconocido, inseguro, peligroso o in-humano!

Trato de no deprimirme mientras lo medito, me sobrecoge, me admira, me deja sin palabras. Camino un poco más despacio y con los ojos más abiertos y debo aprender a hablar más bajo o, tal vez, callarme. Con más frecuencia llego a la conclusión de que la mejor palabra es el silencio.

Todo esto me ha estado rondando las neuronas mientras leía tratando de entender los adentros del mensaje de la mente narradora del Evangelio de Marcos en 8,27-35: "¿Quién decís que soy?", dialogaba aquel Jesús judío y laico con las gentes que se habían atrevido a estar con él. Creo que estos atrevidos seguidores se siguen aún haciendo esas preguntas. Y me asalta una cuestión que no deseo dejar en el tintero. Creo también que aquella señora María, la madre del judío laico Jesús, se hace esa pregunta al constatar cómo se habla de ella en las más de diez mil advocaciones con las que se la IDENTIFICA tan alegre como teológicamente. 

¿Quién eres, Jesús de Nazaret? ¿Quién eres, María de Nazaret? ¿Quiénes sois?

Por esta razón, sigo insistiendo en mis jaculatorias con las siete siguientes advocaciones marianas...

211. Reina y Madre Virgen de la Sinodalidad. Que me devuelvan a la señora María

212. Reina y Madre Virgen de la Sabiduría. Que me devuelvan a la señora María

213. Reina y Madre Virgen del Sol. Que me devuelvan a la señora María

214. Reina y Madre Virgen del Rosario del Palmar. Que me devuelvan a la señora María

215. Reina y Madre Virgen del Rosario de Piedra. Que me devuelvan a la señora María

216. Reina y Madre Virgen de la Sal. Que me devuelvan a la señora María

217. Reina y Madre Virgen de Siempre. Que me devuelvan a la señora María

Jaculatoria: Que me devuelvan a la señora María.

Y también esta otra: Vive Jesús en nuestros corazones. Siempre.

 

Y nada más para este nuevo domingo del 15 de septiembre de 2024.
A continuación se encuentra, primero, el comentario del Evangelio propuesto desde el ámbito vaticano para las Eucaristías. Y, en segundo lugar, el comentario del relato que nos correspondería proclamar si se leyera ordenadamente este Evangelio de Marcos a lo largo de los cincuenta y dos domingos del año eclesiástico católico.
Carmelo Bueno Heras

 

Domingo 24º TO Ciclo B (15.09.2024): Marcos 8,27-35. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:

¿Quién decís que soy yo?

Para este nuevo domingo de septiembre se nos propone la lectura del Evangelio en el texto de Marcos 8,27-30. Y antes de comentar otros asuntos copio textualmente ahora y aquí el comienzo del mensaje de este relato del primer biógrafo de Jesús de Nazaret: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto” (Marcos 8,27-30).

Ya adelanté en el comentario de la semana pasada que los “audientes de la palabra” en la celebración del domingo nunca escucharemos los cuatro milagros realizados por Jesús en la etapa final de su misión evangelizadora por las tierras de la Galilea y de un poquito más al norte y al oeste en las ciudades de Tiro y Sidón en la orilla del mar Mediterráneo. Qué bueno sería leerse, al menos, personalmente Marcos 8,1-26. Ah, y que nunca se nos olvide que esta tarea evangelizadora del laico y galileo de Nazaret acaba con ‘la apertura’ de los ojos del ciego de Betsaida’. ¡Cuánto me gustaría conocer la composición de aquella saliva, prodigioso colirio, del propio Jesús! Por cierto, ¿saliva de su boca o de su mente? De su mente de creyente, sin duda.

Acabada la tarea evangelizadora por Galilea y antes de comenzar el Camino de la subida de Jesús a Jerusalén, la mano narradora de estos acontecimientos nos sitúa a cada uno de sus seguidores, los de entonces y los de todos los tiempos, en el centro de la narración biográfica, literaria y teológica sobre ‘su’ Jesús de Nazaret. Estamos en el norte de Galilea, al pie del monte Hermón y ahí donde nace el Jordán, el río de la vida de Israel.

Y es aquí donde resuena la pregunta de este hombre de entonces y de siempre. La pregunta que vuelven a escuchar los adentros de cada persona que lee e imagina la mirada de aquel hombre llamado Jesús de Nazaret: Y tú, ¿quién dices que soy? Y ahora que vuelvo a leer estas cosas me aconsejo que la mejor respuesta es el silencio. Parece ser que entonces, según la mano redactora del evento, el único que habló fue Pedro y el propio Jesús lo redujo al silencio de inmediato y de forma radical. ¿Mesías? ¡Jamás! Éste es el biógrafo llamado Marcos.

El siguiente biógrafo de nombre conocido fue Mateo y no hizo ni caso de lo anunciado por el Jesús de Marcos. Conviene leerse despacio Mateo 16,13-20. Y hecho esto, me pregunto: ¿A qué narrador me acojo? ¿A quién hago caso? ¿De quién me fío? ¿Quién me dice la verdad?

Me quedo en silencio. Medito. Sin prisas. Consciente. Y escucho sin tiempo en mis adentros a aquel judío y laico de Nazaret de Galilea, hijo de su madre y de su padre (Mc 3,20-35), que me dice: Y tú, ¿quién dices que soy? Y me imagino que le digo: judío y laico; tan igual a tantos otros judíos y laicos y, a la vez, tan distinto a todos ellos sin llegar jamás a ser o estar distante.

Contigo, Jesús de Nazaret, volvemos a iniciar un Camino de subida al centro de la fe de Israel o al centro de cada una de las religiones: al Templo o la Casa de todo Yavé-dios, en Jerusalén. Y subimos juntos con la certeza de la incomprensión y del rechazo. Con la certeza también de que tú vives siempre en nuestros corazones. ¿Fue esta realidad de tu presencia humanizadora la misión de tu buena noticia que llevaste a buen término en la tierra y el mar de tu Galilea? Sí, sí.

Carmelo Bueno Heras. Madrid, 15 de septiembre de 2024.

 

CINCO MINUTOS con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo completo y de forma ordenada, de principio a fin. Semana 42ª (15.09.2024): Marcos 11,27 a 12,12

Nadie autorizó a Juan para bautizar

Al iniciar la lectura del párrafo siguiente del relato de la buena noticia de este Jesús de Marcos, me vuelve a llamar la atención el recurso tantas veces usado ya por su Evangelista María Magdalena como es ese uso del plural y su paso inmediato y brusco al singular:Llegaron de nuevo a Jerusalén y, mientras Jesús paseaba por el Templo, se le acercaron los jefes…” (Marcos 11,27). Jesús entra por tercer día consecutivo en Jerusalén acompañado por cuantos le siguen, que podríamos llamar ‘los Doce’. ¿Llegan todos y sólo entra Jesús en el Templo? ¿Qué hacen los demás? Creo que no desaparecen. Se callan. Enmudecen, como en Marcos 5,1-20.

Según su autora, conviene leerse completa esta secuencia que es el encuentro de las autoridades religiosas con Jesús de Nazaret. La narración se inicia en Marcos 11,27 con una pregunta inquisitorial que tiene que ver con el poder o no poder hacer algo en aquel lugar. Es la pregunta de un poder -que teme poder perderlo- a otro poder que nada tiene de poder. Son ‘poderes’ que se conocen tanto como se oponen y rechazan.

Me encanta el juego de preguntas que se inventó la Evangelista, porque en aquel encuentro de poderes no hubo periodista alguno. Preguntas que acaban sin respuestas, ahogadas en uno de los silencios más tensos y breves en la experiencia del Evangelio: “Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto, dice Jesús. Y se puso a hablarles en parábolas…” (11,33 y 12,1).

Estas palabras de la parábola de Jesús son cuchillo afilado que se va introduciendo en la mantequilla de la Religión de la Ley de Moisés, el Templo y sus Sacerdotes hasta su derretimiento: “Trataban de detener a Jesús, pero tuvieron miedo de la gente, porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Le dejaron y se fueron” (Mc 12,12).

Este desencuentro de Jesús con los Sumos Sacerdotes, Escribas y Ancianos inicia el turno de ‘entrevistas’ de Jesús en Jerusalén, que para esta ‘evangelización’ había venido desde Galilea: “Envían donde Jesús a algunos fariseos…”  (12,13-17); “Se acercaron a Jesús unos saduceos…” (12,18-27); “Se acercó a Jesús uno de los escribas que le había oído…” (12,28-34).

El poder de las autoridades e instituciones del único Templo de la Religión de Israel se está sintiendo amenazado ante la presencia evangelizadora de Jesús. El Templo-Casa de Dios para esta Religión se ha convertido para el proyecto de Jesús en ‘la casa de todos’, ‘la casa del pueblo’. ¿Cómo no imaginar y creer que este proyecto de Jesús fue escandaloso y blasfemo? Lo fue y lo siguió siendo después de él y lo sigue siendo ahora. ¿Nos sigue dando miedo su proyecto liberador en el que no hay templo para un dios hecho a nuestra imagen y semejanza?

Acabo, me sorprende siempre el atrevimiento de este Jesús de María Magdalena: “Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era un bautismo del cielo de dios, o de los hombres de esta tierra?... Le responden: no lo sabemos” (11,29-33).

Mi contemplación crítica me lleva a creer que ‘el dios que iluminaba y sostenía’ a este Jesús no era otro que aquel hombre llamado Juan que se atrevió a realizar todo cuanto hacía el Templo sin necesitar del Templo, de sus Sacerdotes ni de sus Tradiciones.

Carmelo Bueno Heras. Madrid, 10 de septiembre de 2017

15 de septiembre: Nuestra Señora de las Angustias

 

15 de septiembre: Nuestra Señora de las Angustias

La Virgen de la Angustias es una advocación de la Virgen María, relacionada con los Servitas, que frecuentemente aparece representada con Jesús muerto sobre su regazo, tras el descendimiento, y otras veces con expresión de desconsuelo al pie de la Cruz, sosteniendo sedente la corona de espinas de su hijo.

 Los Siervos de María se visten con un hábito negro pues la noche del Viernes Santo de 1240 se les apareció la Virgen vestida con hábito negro, ordenándoles que se adoptara como distintivo de la nueva Orden, para que les sirviese de recordatorio del dolor que ella sufrió en la pasión de su Hijo.

Su imagen es procesionada durante la Semana Santa en numerosas localidades españolas y es la patrona de muchos pueblos.

Nuestra Señora de las Angustias de Murcia desfila la noche de Viernes Santo en la llamada “Procesión de los Servitas”, recorriendo a hombros unas calles repletas de fieles que esperan el solemne paso de la Virgen. El color negro de las túnicas de sus cofrades y penitentes tiñe de luto la primavera murciana desde hace más de doscientos años, constituyendo uno de los desfiles más emotivos de cuantos se celebran en la capital.


ORIGEN DE LA ORDEN DE LOS SERVITAS

La Orden de la Virgen María, conocida popularmente con el nombre de Servitas, fue fundada en Florencia en 1233 por siete mercaderes cuyo mayor deseo era lograr la perfección cristiana, insistiendo especialmente en la devoción a la Santísima Virgen. Se llamaban Buonfiglio dei Monaldi, Giovanni di Buonagiunta, Bartolomeo degli Amidei, Ricovero dei Lippi-Ugguccioni, Benedetto dell´Antella, Gherardino di Sostegno y Alessio de Falconieri.

Decidieron retirarse fuera de la ciudad de Florencia para poder llevar una vida cenobítica y contemplativa; finalmente, se establecieron junto al monte Senario, que distaba alrededor de 18 kilómetros de aquélla ciudad. El pueblo florentino, admirado por su vida ejemplar y su ardiente devoción a la Santísima Virgen, los comenzó a llamar “siervos de María”.

Pronto se unió a este reducido grupo algunos laicos piadosos de Florencia, deseosos de imitar su modo de vida. Fue entonces cuando aquellos antiguos mercaderes decidieron acudir al obispo florentino, Ardingo, para que les permitiera admitir a éstos, constituyéndose de este modo en una nueva institución religiosa.

Obedeciendo lo establecido en el Concilio Lateranense IV, capítulo 13, eligieron la regla de San Agustín con sus correspondientes Constituciones, que eran las premostratenses, a través de la reciente redacción de los dominicos entre los años 1239 y 1241.

A partir de 1250 la nueva organización religiosa atenuó su carácter eremítico, acentuando el cenobítico y apostólico. Recibe el primer reconocimiento pontificio del papa Urbano IV en 1263, renovado por Clemente IV en 1265. Bajo el pontificado de Gregorio X, en el Concilio de Lyon (1274) se redactó la decretal “Religionum diversitate”, limitando el número de las Ordenes mendicantes. Con este documento peligraba la existencia de la Orden de los Servitas. S. Felipe Benizi, general de la Orden, salió en su defensa, logrando que, en 1290, se concediese un nuevo reconocimiento pontificio. La aprobación definitiva fue de Benedicto XI a través de la bula “Dum levamus”, de 11 de febrero de 1304.


LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN DE LOS DOLORES

Desde su fundación, la característica principal de la Orden fue la devoción a la Virgen, especialmente en la consideración de sus sufrimientos al pie de la cruz de Cristo, siendo sus miembros los que más han contribuido a su difusión. Esta devoción tiene una base sólida en el Evangelio, partiendo de la contemplación y la meditación de la Pasión de Cristo.

Pero sólo hacia finales del siglo XI es cuando comienza a afirmarse de un modo más concreto.

Este espontáneo movimiento devocional encuentra su mayor apoyo por parte de los Siervos de María. Se visten con un hábito negro pues, según narra la Legenda de origine Ordinis Servorum, la noche del Viernes Santo de 1240 se les apareció la Virgen vestida con hábito negro, ordenándoles que se adoptara como distintivo de la nueva Orden, para que les sirviese de recordatorio del dolor que ella sufrió en la pasión de su Hijo.

A partir del siglo XIII comienza a representarse a la Virgen Dolorosa, surgiendo, al mismo tiempo, santuarios dedicados a esta advocación, como el de Marienthal, junto a Haguenau en la baja Alsacia. En este siglo fueron numerosas las composiciones, en varias lenguas, en prosa o en verso, tituladas “El llanto de la Virgen”.

Durante los siglos XIII-XIV comienzan a celebrarse los siete principales dolores de María, paralelos a las siete alegrías más conocidas de la Virgen.

Según Benedicto XIV, esta costumbre se debió a los siete Santos Fundadores de la Orden de los Servitas. Fueron ellos los que comenzaron a sustituir la espada que atravesaba el corazón de la Virgen, según la profecía de Simeón, por las siete tradicionales. De esta época es la composición del “Stabat Mater”, atribuido a Jacopone de Todi.

La conmemoración litúrgica de los dolores de la Virgen se hacía el viernes de Pasión, pero Inocencio XI instituyó en 1688 una segunda fiesta fuera de la Cuaresma, fijándola en la tercera dominica de septiembre. S. Pío X la cambió al 15 del mismo mes en 1914.


LA VENERABLE ORDEN TERCERA

Ya desde los primeros tiempos, algunos laicos, deseosos de vivir el espíritu de la Orden Servita, pero, al mismo tiempo, conservando su estado laical, decidieron vincularse a la misma por medio de la Venerable Orden Tercera de Nuestra Señora de los Dolores.

No se trataba de una Cofradía, pues las órdenes terceras ocupaban un lugar intermedio entre las Congregaciones religiosas de votos simples y las Cofradías. Se diferenciaba de aquéllas en carecer de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y de las Cofradías en tener Regla aprobada por el Papa, noviciado, profesión y hábito propio.

En sus comienzos se llamó Compañía o consorcio de los Servitas, denominándose por primera vez Tercera Orden en 1497.

Su regulación estaba determinada por la bula “Sedis Apostolicae Providentia”, dada por Martín V en 1424, posteriormente refrendada por Inocencio VIII en 1487, mediante la bula “Mare Magnum”. Se mantuvo vigente esta legislación para la Venerable Orden Tercera hasta el siglo XX. Con la entrada en vigor de la renovada “Regla de vida”, del 17 de febrero de 1983, la Venerable Orden Tercera comenzó a llamarse Orden Secular de los Siervos de María (OSSM).


LA FUNDACIÓN DE LA VENERABLE ORDEN TERCERA EN LA PARROQUIA DE S. BARTOLOMÉ DE MURCIA

La Venerable Orden Tercera, en principio, sólo podía establecerse en iglesias u oratorios regidos por los Servitas. Sin embargo, en las ciudades donde no estaba establecida la misma, permitió el General de la Orden que podía erigirse en cualquier templo, siempre que contara con la autorización del Ordinario del lugar.

Pero, al mismo tiempo, se exigía que estuviera alejada de la más próxima al menos dos leguas. Su organización y celebración de los ejercicios piadosos se basaba especialmente en el manual publicado por el padre Lorenzo Reymundínez en 1687, titulado Congregante y siervo perfecto de la Santísima Virgen de los Dolores.

En San Bartolomé (Murcia) existía una gran devoción a la Virgen de los Dolores, que se había incrementado con la presencia de la excepcional talla de la Virgen de las Angustias, terminada por el escultor Francisco Salzillo en 1740.

También a quien regentaba la parroquia D. Casimiro Sánchez de León, celoso párroco y gran devoto de la Virgen Dolorosa.

Posiblemente inició una especie de Venerable Orden Tercera de la Virgen de los Dolores, que no llegó a madurar, quizá por no estar conforme con lo requerido por la Venerable Orden Tercera Servita; de este modo, no se podían lucrar las numerosas indulgencias concedidas por los Papas a la Orden.

Se desprende de la Censura de Fray Francisco Morote y Guerrero, Guardián del Colegio de la Inmaculada de Murcia, al libro escrito por D. José Antonio Salván, titulado Escuela de María Santísima de las Angustias; el Guardián del Colegio de la Inmaculada habla de la “Congregación de los Siervos de los Dolores nuevamente erigida en la Iglesia Parroquial del Señor San Bartolomé de esta ciudad de Murcia…”.

También de la Instrucción a los Congregantes de los Siervos de María Santísima Dolorida, nuevamente fundada en la insigne iglesia parroquial del Señor S. Bartolomé de Murcia, escrita por el sub co-rector D. José Antonio Salván, clérigo de S. Bartolomé.

Esta vez D. Casimiro escribió al General de los Servitas Fray Juan Pedro Fanfeli, que se encontraba en Roma; éste contestó concediendo la erección de la Congregación de los Siervos de los Dolores de Santa María en la Iglesia de S. Bartolomé, nombrando correctores perpetuos a los párrocos de la citada Iglesia. La concesión estaba firmada en el Convento de San Marcelo de Roma, con fecha de 13 de noviembre de 1754. La erección la realizó solemnemente D. Nicolás de Amurrio y Junguitu, visitador general del Obispado, en nombre del obispo D. Diego de Rojas y Contreras.

Fueron muchos los murcianos que se vincularon con gran entusiasmo a esta nueva Congregación, entre ellos, los capellanes de la Parroquia, clérigos, y personas distinguidas de la Ciudad. Eligiose para dar principio a esta fundación la tarde del 19 de marzo de 1755.

Más de ciento cincuenta cofrades se reunieron a las cuatro de la tarde para realizar los cultos propios de la Congregación. Se iniciaron con una fervorosa plática de D. Casimiro Sánchez de León, en la que expresó las facultades que el General de la Orden le había concedido para la fundación de la Congregación de los Siervos de María Santísima Dolorida en la capilla de la Virgen de las Angustias y las gracias e indulgencias concedidas a los congregantes. A continuación, entregó a cada congregante el escapulario negro y la corona dolorosa.

Como respuesta, los nuevos miembros hicieron la profesión en manos del párroco. Diez meses más tarde, contaba la Congregación con cerca de ochocientos miembros de ambos sexos.


LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS DE SAN BARTOLOMÉ EN MURCIA

La iglesia de San Bartolomé, ubicada en pleno centro histórico de la ciudad de Murcia, alberga una de las imágenes marianas más veneradas por sus habitantes: la de Nuestra Señora de las Angustias. Se trata de una talla en madera policromada y estofada plenamente barroca, representando a María sosteniendo el cuerpo inerte de Jesucristo al pié de la Cruz, completanto el grupo escultórico cuatro angelitos que acompañan a la Virgen en esta representación tan cargada de dolor y dramatismo.

La obra fue realizada en 1740 por el insigne Salzillo, quien recibió el encargo por parte de la Cofradía de Servitas. Su belleza y perfección anatómica es indiscutible, constituyendo uno de los mejores ejemplos que de este icono pasional existen a lo largo y ancho del mundo.

Desde el momento en que se adquiere la talla, la Virgen de los Servitas empezaría a tomar parte en los desfiles de Semana Santa de la ciudad, surgiendo con ellos el creciente fervor de los murcianos hacia esta advocación mariana.

En 1797 sería entronizada en una hermosa capilla de estilo barroco que a tal efecto fue edificada en el templo de San Bartolomé, la misma que actualmente ocupa y donde recibe culto durante todo el año. Incluso sería nombrada protectora del gremio de plateros, comerciantes que tradicionalmente han desarrollado su actividad en las calles aledañas a esta iglesia.

Clemente XII concedió indulgencia plenaria a cuantos visitaran la capilla de Nuestra Señora de las Angustias durante el Domingo de Ramos. Y en 1830, Pío VIII concede otra indulgencia plenaria para todos los que lo hicieran desde la víspera del Viernes de Dolores hasta ponerse el sol en dicho día, que es cuando se celebra su festividad.


LA ESCULTURA DE LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS

Escultura de tamaño natural en madera policromada para vestir, cabeza, manos, antebrazos, piernas y pies completamente encarnados, el resto consiste en un cuerpo anatomizado y cubierto por una policromía plana en azul plomizo.

Su procedencia y característico modelado, nos permiten adscribirlo a la escuela sevillana del siglo XVIII. Originariamente formó grupo con otro ángel de similares características morfológicas pero en posición genuflexa, e igualmente en actitud de llevar algo en las manos, muy probablemente un sudario, lo que nos hace pensar que en él se situaría un Cristo, representando un Santo Sepulcro.

Los grafismos del rostro y sus carnaciones (de sonrosados frescores), el tratamiento de su morfología interna, así como el detalle de la movilidad de las alas, nos remiten a soluciones similares aportadas por el afamado taller del escultor sevillano Pedro Roldán, tratándose muy probablemente de una obra de alguno de los numerosos discípulos, seguidores y continuadores de su escuela.

Figura alegórica de la Pasión y de la vida de la Madre de Dios, pues en cada momento evangélico destacado de María, existe la figura de un ángel a su lado, porta en sus manos un escapulario de la Cofradía y una corona de espinas vegetal.

La recuperación del Ángel pasionario ha constituido una forma de rendir homenaje y rescatar al Ángel de la Pasión del que se tiene constancia de su participación desde el siglo XVIII en un grupo escultórico conocido como “La Exaltación”, pero, es de forma ininterrumpida desde 1878 hasta 1931, como tal, que acompañaba a la Virgen de las Angustias en los traslados que se realizaban el Sábado de Pasión hasta la Iglesia de San Bartolomé.

Estos traslados tenían en la ciudad, trato solemne de procesión dada la multitud de señoras ataviadas con mantilla española y con cera que acompañaban el cortejo, con guardia a caballo abriendo la procesión y con masas corales detrás del paso titular de la Virgen. Parece ser que la Cofradía no poseía una imagen del ángel, sino que utilizaba indistintamente uno de los ángeles de Francisco Salzillo, de San Juan de Dios, o el desaparecido Ángel de la Guarda, de San Nicolás.

Actualmente su vestuario se compone de varios equipos, adaptados a las diferentes festividades y tiempos litúrgicos, destacando el que habitualmente luce en la procesión de Viernes Santo, obra del reputado artista valenciano Pedro Arrue de Mora, ejecutado en ricos brocados y espolines valencianos.


ORACIÓN

¡OH, Virgen de la Angustias,
Reina de los mártires y dulce madre mía! ¡adoro a mi Salvador difunto en vuestros brazos¡ ¡cuan cruel ha sido mi pecado,
verdugo del hijo y tirano del corazón de la Madre
¡Besad por mí, Virgen de la piadosísima,
las llagas de vuestro hijo y la cruz ensangrentada.. Yo no me atrevo a Hacerlo
porque mis pecados me reprenden mi ingratitud y crueldad.
Por el dolor cruel que traspaso vuestro maternal corazón,
al ver y contemplar en vuestros brazos
el cuerpo de vuestro hijo Jesús,
conocedme Señora,
ya que Jesús os ha encomendado el oficio de Madre,
que yo acuda siempre a vuestro amparo,
que llore mis pecados,
causa de tanta desolación
y viva siempre según beneplácito
y consiga la salvación eterna.

(fuente: forosdelavirgen.org)

15 de septiembre: Nuestra Señora de los Dolores

 

15 de septiembre: Nuestra Señora de los Dolores

I. El dolor de la Virgen en la infancia y en la pasión de su Hijo:

El misterio de la participación de la Virgen madre dolorosa en la pasión y muerte de su Hijo es probablemente el acontecimiento evangélico que ha encontrado un eco más amplio y más intenso en la religiosidad popular, en determinados ejercicios de piedad (Vía crucis, Vía Matris...) Y, en proporción con los demás misterios, también en la liturgia cristiana de oriente y de occidente. Es curioso cómo estas tres dimensiones de la piedad están idealmente unidas en la liturgia de rito romano en el Stábat Mater, atribuido a Jacopone de Todi, secuencia nacida en un contexto de intensa religiosidad popular, utilizada de varias maneras en los ejercicios piadosos y, aunque de forma facultativa, presente en la liturgia de las horas y en la liturgia de la palabra de la misa del 15 de septiembre de la Virgen de los Dolores. Esta singularidad revela que las tres áreas de piedad que hemos señalado, dejando aparte ciertas intemperancias ocasionales, reflejan agudamente lo esencial del misterio evangélico.

Pero el dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su primera y última significación, fue captado por la piedad mariana también en otros acontecimientos de la vida de su Hijo en los que la madre participó personalmente. En general, se suele considerar el dolor de la Virgen en la infancia de Jesús y no sólo en su pasión. La meditación cristiana captó y en cierto modo fue codificando progresivamente a lo largo de los siglos siente sucesos dolorosos, siete episodios bíblicos en los que está atestiguada expresamente o intuida por la tradición la participación de María. Se recuerda la subida al templo de José y de María para presentar allí a Jesús a los cuarenta días de su nacimiento, con la relativa profecía del anciano Simeón: “Una espada atravesará tu alma” (Lc. 2, 34-35). Espada que es, “según parece, la progresiva revelación que Dios le hace de la suerte de su Hijo”; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada que penetrando en María le hará sufrir; espada símbolo del camino doloroso de la Virgen, que en la tradición posterior será asumida como signo plástico de los dolores sufridos por la madre del redentor y representada luego en número de siete puñales clavados en el corazón de la Virgen. El camino de fe de la Virgen se vio muy pronto marcado por un nuevo suceso doloroso: la huida a Egipto con Jesús y José (Mt. 2, 13-14). Y una vez más, durante la infancia de Jesús, el suceso de la pérdida en Jerusalén y la búsqueda ansiosa y dolorida de María y de José (Lc 2, 43ss), que se concluirá con el hallazgo del Hijo en el templo, nuevo motivo de meditación y de interpretación sobre la voluntad de Dios en el corazón de la madre. La contemplación de la tradición ha querido descubrir en la subida de Jesús con la cruz al Calvario la experiencia síntesis del camino de fe de la madre, y aunque los evangelios no mencionan nada de eso, la piedad tradicional ve también la presencia de María en el encuentro de Cristo con las mujeres (Lc 23, 26-27). Como ya se ha dicho, es en el acontecimiento de la crucifixión donde encontramos el significado primero y último de la Dolorosa: “Estaban en pie junto a la cruz de Jesús su madre, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que él amaba, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre” (Jn. 19. 25-27a). Y una vez más la devoción de los fieles quiso prolongar la participación amorosa de la madre en la muerte redentora del Hijo recordando, como en un díptico, la acogida en el regazo de María de Jesús bajado de la cruza (Mc 15, 42), acontecimiento objeto de atención particular por parte de pintores y escultores, y la entrega al sepulcro del cuerpo exánime de su Hijo (Jn 19, 40-42a).


II. Situación actual en la doctrina y en la liturgia.

1. La doctrina:

La distribución antigua y contemporánea de los aspectos del dolor de María de Nazaret, más allá del reparto de los misterios que tuvo lugar en otros siglos que los veneraron por separado, en la sensibilidad teológica de nuestros días y también, al parecer, en la piedad de los fieles, no se percibe como una división puntual de compartimientos estancos, sino que, incluso en la especificación de los diversos episodios, los dolores se relacionan armónicamente con el camino de un misterio de fe que conoció el sufrimiento, en comunión total con el hombre de dolores y abierto a la voluntad de Dios Padre. Tenemos una síntesis autorizada de esta nueva mentalidad en el magisterio del Vat II: “También la Virgen bienaventurada avanzó en esta peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su comunión con el Hijo hasta la cruz, ante la cual resistió en pie (Jn 19,25), no sin cierto designio divino, sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose a su sacrificio con ánimo maternal, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella había engendrado” (LG 58). En realidad es la comunión profunda, que en cierto modo se hace consciente, entre la madre y el Hijo, comunión ligada no solamente a la generación, sino también a la fe, lo que llevó a María a cooperar en la obra de Jesús hasta el Calvario: “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo moribundo en la cruz, cooperó de un modo muy especial a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad para restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61)

Debido a esta participación amorosa y total, María se convierte “para nosotros en madre en el orden de la gracia” (KG 61). La enseñanza conciliar ha abandonado de hecho los problemas sutiles y las objetivaciones ontológicas, explicitando la doctrina mariológica de las encíclicas papales que se habían ocupado de estos temas con datos bíblicos y existenciales. Por esta línea ha seguido la investigación, sirviéndose especialmente de la profundización exegética que subraya como María junto a la cruz, como hija de Sión, es figura de la iglesia madre a cuyo seno están convocados en la unidad los hijos dispersos de Dios, con sus relativas consecuencias, y cómo “en la pasión según Juan -de tan altos vuelos teológicos- Jesús es el hombre de dolores, que conoce bien lo que es sufrir (Is 53,3), aquel a quien traspasaron (Jn 19,37; Zac 12,1). Y paralelamente su madre es la mujer de dolores... Ella expresa también el modelo de perfecta unión con Jesús hasta la cruz. Precisamente el estar junto a la cruz, la propia y la de los demás, es una de las tareas más arduas del amor cristiano, que exige alegrarse con los que se alegran (Rom 12,15; Jn 2,1: bodas de Caná) y llorar con los que lloran (Rom 12,15; Jn 19,25: la cruz de Jesús)”.

Esta ejemplaridad de María adquiere nuevos matices de profundización en las reflexiones de un episcopado como el de Sudamérica: “En María se manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella, asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva alianza de Cristo, es junto a él protagonista de la historia”. El misterio de la mater dolorosa, leído en relación con Cristo y con la iglesia, se convierte en experiencia vital para el cristiano no sólo respecto al conocimiento de la historia salvífica, sino también como fuente singular de consuelo y de esperanza para su vida cotidiana.

2. La liturgia:

a) 15 de septiembre: Virgen de los Dolores, memoria.

En la exhortación apostólica Marianis cultus, Pablo VI, después de destacar la presencia de la madre en el ciclo anual de los misterios del Hijo y las grandes fiestas marianas, presenta de este modo la memoria del 15 de septiembre: “Después de estas solemnidades se han de considerar, sobre todo, las celebraciones que conmemoran acontecimientos salvíficos, en los que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo, como... la memoria de la Virgen Dolorosa (15 de septiembre), ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la madre que comparte su dolor”.

El día después de la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la ecclesia celebra la compasión de aquella que se mantuvo fiel junto a la cruz. Esta memoria tiene un formulario propio (trozos bíblicos y textos eucológicos) para la celebración eucarística y partes propias para la liturgia de las horas. El contenido de la colecta nos puede ayudar a captar el significado de esta celebración: el carácter cristológico de la primer parte (la actio gratiarum) y el eclesilógico de la segunda (la petitio) colocan inmediatamente la memoria del 15 de septiembre en un horizonte de solidez teológica y de amplia visión conciliar. “Señor, tú has querido que la madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz”. El comienzo de la oración alaba al Padre y le da gracias, porque en la hora de la redención quiso que estuviera presente la madre de su Hijo y que participara de su obra. La referencia tan clara al evangelio de Juan (19, 25; 3,14-15; 8,28; 12,32) da a las breves frases iniciales aquella luz de resurrección que el evangelista quiso derramar en el relato de la pasión y muerte de Cristo: la cruz, además de ser instrumento de dolor, es sobre todo un trono de gloria. La madre participa de esta luz. En efecto, la liturgia del 15 de septiembre imprime un carácter de glorificación al misterio del dolor de María (aclamación al evangelio; antífona de la comunión; antífona al Ben.; antífona de vísperas y lectura breve). De esta forma se sintetizan líricamente dos grandes temas de Juan: la exaltación (3,14-15; 8,28; 12,32) y la hora de Jesús (7,30; 8,20; 12,20-28; 13,1; 16,13-14). La presencia de María encuentra para los dos temas su lugar debido, el lugar querido por Dios. En la colecta esta presencia se subraya por el sustantivo mater en relación con el Filius: la hora de la exaltación en la cruz de Cristo es el punto focal del tríptico “Caná-Calvario-Apocalipsis 12", en donde aparece con toda claridad el “ser madre” de la Virgen . En Caná (Jn 2,1-11) anticipó como madre la inauguración del misterio del Hijo, invitándole a realizar el primero de los “signos”: origen de la fe en los discípulos, a quienes hace reunirse junto con ella y con los hermanos en torno a Cristo (Jn 2,12). Al mismo tiempo, María hizo anticipar también con este signo, proféticamente, aquella hora que se mostró en toda su luz cuando el Hijo del hombre reinó desde el madero y derramó la salvación sobre toda la humanidad. Además, aquella hora, en la que el Hijo prescindió de su madre (Jn 2,4), la Virgen se reveló como madre de todos, como madre de la iglesia (en este sentido hay que leer la oración sobre las ofrendas). Y una vez más la madre está junto a Cristo en la fe, representados simbólicamente en Juan los discípulos y los hermanos. En esta fe contra toda esperanza experimenta profundamente la Virgen la coparticipación en los sufrimientos del Hijo (“compatientem”, de “pati-cum”, es el término latino de la “editio typica “ del Misal romano, traducido a veces impropiamente con “dolorosa”; lo mismo puede decirse para la oración después de la comunión, en donde “compassionem B. M.V. recolentes” se ha traducido: “al recordar los dolores de la virgen María”. No sólo como madre está íntimamente unida al dolor de Cristo, sino que, como ya hemos observado, lo está como creyente bienaventurada que ve vacilar los fundamentos de su fe con la pasión y la muerte. Al mismo tiempo lucha sufriendo, esperando sólo en aquel que muere. Surge espontáneamente el recuerdo de Simeón, que había profetizado ya en este sentido: “Una espada atravesará tu alma” (Lc 2,35, del que encontramos un eco en la antífona inicial de la misa en el segundo pasaje evangélico ad líbitum, o sea Lc 2,33-35, y en la segunda liturgia de las horas sacada del Sermones de san Bernardo), y el recuerdo de su vida de fe que la había ido preparando para esta realidad: admirable expresión de los futuros fieles auténticos, que aun en medio del sufrimiento esperan únicamente en aquel que murió y resucitó. En Apocalipsis 12 parece estar clara la referencia a Jn 19,25-27. Por lo que se refiere a la “mujer”, se sabe que los exegetas andan divididos. Sin embargo, creemos que no está lejos la interpretación que ve en esta “mujer” tanto a la iglesia como a María : en efecto, “la iglesia y María son entre sí realidades complementarias, lo mismo que son las dos complementos insustituibles del mismo Cristo”. La madre del Hijo de Dios participa con él, en la hora de la historia, en la generación dolorosa de todos los vivientes, derrotando al enemigo del Hijo del hombre y participando en su glorificación por esta victoria. En este sentido el bíblico “viventium mater” (Gén 3,20) es el título perfecto de la nueva Eva. Madre espiritual y carnal de Cristo cabeza, madre espiritual de todos los miembros, de todos los hombres. Esta madre es la primera que ofrece su colaboración personal para completar la pasión de Cristo en favor de la iglesia, tal como se expresaba la Mystici Córporis refiriéndose a Col 1,24. Deseo que la liturgia, en la oración después de la comunión, sugiere que se actúe también parta la asamblea que ha celebrado la memoria de la Dolorosa como fruto final. De esta forma la madre se convierte para la ecclesia, que sigue luchando aún contra el dragón, esperando la glorificación final, en signo de una esperanza cierta y en motivo de estímulo.

La petición de la ecclesia es esencial: participar en la pasión de Cristo con aquella que es su madre y su imagen, anhelando ardientemente llegar como llegó ella a la glorificación final: “Haz que la iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección”. Estamos en el corazón de la liturgia del 15 de septiembre, la auténtica dimensión cristiana y el sentido último y denso de la celebración, los mismos motivos que aparecen en el Stábat Mater. Lo que se vislumbra al comienzo de la colecta encuentra su petición consecuente en su segunda parte: pasión del Hijo y de la madre (petición de conglorificación). Estas dos peticiones piden lo esencial para la vida de la iglesia. Respetan su ya y su todavía no. San Pablo nos ayuda a profundizar en el sentido de estas súplicas. La comunión total con Cristo Señor nos da la garantía de participar en su vida divina (también la antífonas de laúdes y vísperas). El espíritu que él nos ha obtenido “da testimonio juntamente con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo” (Rom 8, 1-17). Cristo quiso libremente señalar el camino del hombre participando en todo y para todo de la vida humana, viviendo un período concreto de acontecimientos, alegrías y sufrimientos, viviendo hasta el fondo la muerte por la vida. La comunión con él, ser coherederos con su persona, como la vivió también la virgen María, supone asumir, iluminados conscientemente por la fe, la vida de cada día, en donde el límite propio del hombre, el sufrimiento, es un elemento no accesorio: “Coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente con él (Rom 8,17). La participación en la pasión tiene dos perspectivas: personal y comunitaria. Es anhelo por la continua liberación de toda forma de pecado, de mal, individual y social. El volver a tomar día tras día la propia cruz (Lc 9,39) y aliviar com-pasivamente la cruz de cualquier hombre que esté en nuestro Camino y la de la humanidad de que formamos parte (Lc 10,25-37; Jn 13,34). Pero esta pasión no es fin de sí misma, sino que es para la vida: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12,24); y es para la vida sin fin: “Padecemos juntamente con él, para ser también juntamente con él, para ser también juntamente glorificados” (Rom 8,17); “si sufrimos con él, también con él reinaremos” (2 Tim 2, 11). Se trata de la tensión escatológica hacia la vida de toda la existencia cristiana. Se trata de la esperanza, que sostiene el ya de la iglesia, mientras camina hacia el todavía no. Esperanza que se centra esencialmente en la resurrección de Cristo, el primero de los vivientes (Rom 8, 18-30)

b) Triduo pascual.

Una serena meditación y lectura de la presencia de la Virgen a lo largo del año litúrgico ha llevado a la constatación de que en el triduo pascual de la liturgia romana la participación de la madre en la pasión del Hijo, a pesar de ser un elemento intrínseco del misterio que se celebra, no ha sido explicitada de ninguna forma. Sin embargo, la tradición litúrgica de rito bizantino y de otros ritos orientales se muestra sensible a esta dimensión celebrativa. En la liturgia propia de la Orden de los Siervos de María, oficialmente aprobada, se ha encontrado una formo específica que se sitúa ritualmente después de la adoración de la Cruz el viernes santo. La sobria secuencia ritual que señala cómo la virgen María está indisolublemente unida a la obra de salvación realizado por su Hijo, fiel y fuerte hasta la cruz, madre de todos los hombres, modelo de la iglesia, está compuesta de una admonición a la que siguen unos momentos de oración en silencio y el canto de algunas estrofas del Stábat Mater u otro canto debidamente escogido. En el corazón de la celebración del misterio pascual se pone de relieve discretamente la primera participación de la humanidad en la pasión redentora: como para la encarnación, también para la redención, en el sentido de Col 11,24.

c) Ejercicios piadosos.

1) Inspirándose probablemente en el uso de rezar el rosario, se difundió en el s. XVII la Corona de la Dolorosa, mejor llamada inicialmente de los Siete Dolores. En una de las primeras ediciones impresas, dicha Corona se compone de elementos rituales que se mantendrán esencialmente en vigor incluso en nuestros días: introducción; enunciación de un dolor, un Padrenuestro-siete Avemarías “en veneración de las lágrimas que derramó la Virgen de los dolores”, finalmente una parte del Stábat Mater (más tarde se recitó completo) con una oración para terminar.

2) La Via Matris dolorosae. Para facilitar el modo de meditar los dolores de María, de forma análoga al Vía Crucis, este piados ejercicio recuerda a la mater dolorosa pasando de una estación a otra, en la que se representa cada uno de los siete dolores principales. Su origen parece remontarse al s. XVIII y se practicó inicialmente y en particular en las iglesias de los Siervos de María de España. Uno de los primeros testimonios escritos, conservados hasta hoy, donde se refiere el método para celebrar la Via Matris, se remonta a 1842. Normalmente este piadoso ejercicio se practica los viernes de cuaresma. Desde 1937 hasta los años sesenta, bajo la forma de novena perpetua, adquirió una importancia muy amplia en Chicago y en las dos Américas.

3) La Desolada. También este piadoso ejercicio se desarrolló en el s. XVIII. Nació de la consideración, en cierto modo pietista, de que María vivió el colmo de su dolor durante la sepultura de su Hijo; en este período ella se vio realmente “desolada”; por eso, para “com-padecer-la” algunos estaban en oración desde el atardecer del viernes santo hasta las dieciséis del sábado santo, así como todos los viernes del año.

d) Religiosidad popular.

La imagen de la madre vestida de negro manto es una presencia casi constante en las tradiciones populares que veneran a la Dolora, desde el comienzo de la devoción hasta nuestros días. Sin embargo, no es fácil encontrar una documentación exhaustiva que permita recoger las diversas formas con que la religiosidad popular, entendida en el sentido más amplio del término, ha expresado y sigue expresando su devoción a la mater dolorosa. No cabe duda de que en occidente la devoción a la Dolorosa, antes de encontrar su codificación litúrgica o en los oficios “de compassione” (desde el s. XV) o en las misas (desde comienzos del s. XV), encuentra un favor especial en las expresiones populares. La figura de madre enlutada sigue estando esencialmente ligada a otra imagen pedagógicamente hegemónica, a su stare recogido, inmóvil y mudo del evangelio de Juan o al contemplar velado en lágrimas de Stábat. Lo mismo podemos decir de las formas religiosas que se desarrollaron después del concilio de Trento, especialmente de las procesiones dramáticas y escenificaciones presentes sobre todo, aunque no sólo, en el sur de la península italiana y en España. Probablemente hoy estas formas, no siempre administradas directamente por la comunidad cristiana, son las únicas expresiones periódicas que nos quedan de la religiosidad popular en que directa o indirectamente se expresa la devoción a la Dolorosa.


III. Nota histórica.

Muy recientemente todavía el editor de la Bibliografía mariana, G. Besutti, señalaba: “La historia de la piedad cristiana con la virgen María, que padece con su Hijo al pie de la cruz, no ha sido escrita aún por completo de forma que comprenda no sólo al oriente, sino a todas las regiones de occidente. Hay muchos aspectos, incluso importantes, que están más o menos diseminados por todas partes y que, si no se han ignorado, al menos no han sido valorados debidamente”. Y en este contexto refiere cómo en Herford (Paderborn) se fundó en 1011 un oratorio dedicado a “S. Mariae ad Crucem”. Esta cita revela cierto interés, en cuanto que de alguna manera confirma las observaciones de Wilmart: hay que poner antes del s. XII el nacimiento de esa corriente piadosa que se inspira en la meditación compasión de María al pie de la cruz. Sin embargo, todavía queda por precisar los tiempos y los lugares en que maduraron las reflexiones de los primeros padres de oriente y de occidente, las intuiciones poéticas y homiléticas, en concreto bizantina (por ej., Romanos Melodas, , que fueron poniendo progresivamente en relación la espada profetizada de Simeón con la compasión de la Virgen y su participación en la pasión redentora del Hijo.

A lo largo del s. XIII se elabora la devoción a la Dolorosa, precisándose a comienzos del s. XIV como devoción a los Siete dolores. Pero “el primer documento cierto sobre la aparición de la fiesta litúrgica del dolor de María proviene de una iglesia local”; en efecto, el 22 de abril de 1423 un decreto del concilio provincial de Colonia introducía en aquella región la fiesta de la Dolorosa en reparación por los sacrílegos ultrajes que los husitas habían cometido contra las imágenes del crucificado y de la Virgen al pie de la cruz. La fiesta llevaba por título “Commemmoratio angustiae et doloribus Betae Mariae Virginis”, según el tenor del decreto conciliar, que decía: “... Ordenamos y establecemos que la conmemoración de la angustia y del dolor de la bienaventurada Virgen María se celebre todos los años el viernes después de la domínica Jubilate (tercer domingo después de pascua), a no ser que ese día se celebre otra fiesta, en cuyo caso se transferirá al viernes próximo siguiente”.

En 1482 Sixto IV compuso e hizo insertar en el Misal romano, con el título de Nuestra Señora de la Piedad, un misa centrada en el acontecimiento salvífico de María al pie de la cruz. Posteriormente esa fiesta se difundió por occidente con diversas denominaciones y fechas distintas. Además de la denominación establecida por el concilio de Colonia y la que se fijaba en la misa de Sixto IV, era llamada también: “De transfixione seu martyrio cordis Beatae Mariae”, “De compassione Beatae Mariae Virginis”, “De lamentatione Mariae”, “De planctu Beatae Mariae”, “De spasmo atque dolorigus Mariae”, “De septem doloribus Beatae Mariae Virginis”, etc.

Mientras tanto, el 9 de junio de 1668 se les concedián a los Siervos de María la facultad de celebrar el tercer domingo de septiembre la “Missa de septem doloribus B.M.V.” con un formulario que se deduce que es muy parecido al de 1482. Esta misma es la que, con algunas ligeras modificaciones, se recoge en el Misal de Pío V el viernes de pasión. En realidad, la fiesta del viernes de pasión, concedida el 18 de agosto de 1714 a la Orden de los Siervos, se extendió, por petición de la misma orden, a toda la iglesia latina bajo el pontificado de Benedicto XIII (22 de abril de 1727). Además, Pío VII, el 18 de septiembre de 1814 extendió al tercer domingo de septiembre la fiesta de los Siete dolores con los formularios para el oficio divino y para la misa que ya estaban en uso entre los Siervos de María. Finalmente, con la reforma de Pío X, ante el deseo de realzar el valor de los domingos, esta fiesta quedó fijada el 15 de septiembre, fecha que estaba ya en uso en el rito ambrosiano, que por no tener la octava de la Natividad de la Virgen, celebró siempre ese día los dolores de María.

La fiesta del viernes de pasión quedó reducida por la reforma de las rúbricas de 1960 a una simple conmemoración. El nuevo calendario promulgado en 1969 suprimió la conmemoración del tiempo de pasión y redujo a la categoría de “memoria” la fiesta de los siete Dolores de septiembre bajo el nuevo título de “Nuestra Señora la Virgen de los Dolores”.


IV. Conclusión.

La historia de esta devoción, como ya se ha observado y como se deduce igualmente de estas notas, parece trazar una línea curva que alcanza su apogeo en los períodos de codificación litúrgica. La ósmosis entre lo popular y lo oficial, aun en medio de los reflujos pietistas que es posible constatar, conduce a una intensidad difusa del sentimiento de devoción hacia la mater dolorosa. Precisamente cuando la ósmosis es mayor es cuando la intensidad aparece más profunda. Pero es preciso subrayar que el progresivo replanteamiento litúrgico a lo largo del s. XX, ayudado en este punto por la reflexión bíblico-patrística, coincide con la “cualidad” de la meditación sobre el misterio del dolor de santa María, insertándolo en un contexto más amplio de historia de la salvación; no se contempla ni se venera a la mater dolorosa solamente para participar conscientemente, en cuanto personas particulares, en la pasión de Cristo a fin de vivir su resurrección, sino que además se hace esto para que María, como imagen de la iglesia, inspire a los creyentes el deseo de estar al lado de las infinitas cruces de los hombres para poner allí aliento, presencia liberadora y cooperación redentora. Además, la Dolorosa puede recordad a los hombres de nuestro tiempo, inquietos y preocupados por la esencialidad de las cosas, que la confrontación con la palabra de la verdad y su manifestación pasa ciertamente por la experiencia de la espada (Lc 2,35; 14, 17; 33,36; Sab 18,15; Ef 6,17; Heb 4,12; Ap 1,16), que traspasa el alma, pero que abre también a una nueva conciencia y a una misión renovada (Jn 19, 25-27), que va más allá de la carne y de la sangre y de la voluntad del hombre, puesto que brota de Dios (Jn 1, 13).

Fuente: Nuevo Diccionario de Mariología. Ediciones Paulinas.

(fuente: www.corazones.org)

Santos del día 15 de septiembre

 

Santos del día 15 de septiembre
Decimo septimo Kalendas octobris
   Memoria de Nuestra Señora de los Dolores (2 coms.) - Memoria litúrgica   
No se celebra hoy, porque hay una celebración de mayor rango (XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad)
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores, que de pie junto a la cruz de Jesús, su Hijo, estuvo íntima y fielmente asociada a su pasión salvadora. Fue la nueva Eva, que por su admirable obediencia contribuyó a la vida, al contrario de lo que hizo la primera mujer, que por su desobediencia trajo la muerte.
En Roma, san Nicomedes, mártir, cuyo sepulcro honró el papa Bonifacio V en la vía Nomentana con una basílica sepulcral. († s. inc.)
En Tournus, a orillas del Saona, en la Galia Lugdunense, san Valeriano, mártir. († s. inc.)
En Tomis, en Escitia, santos Estratón, Valerio, Macrobio y Gordiano, mártires, cuya pasión tuvo lugar, según parece, siendo Licinio emperador. († s. IV)
A orillas del Danubio, en Iliria oriental, san Nicetas Godo, mártir, a quien el rey arriano Atanarico, que odiaba la fe católica, mandó quemar. († c. 370)
En Lyon, en la Galia, san Alpino, obispo, sucesor de san Justo. († s. IV)
En Toul, cerca de Nancy, en la Galia Lugdunense, san Apro, obispo. († s. VI)
En el monasterio de Jumièges, cerca de Rouen, en Neustria, san Aicardo, abad, discípulo de san Filiberto, y sucesor suyo a la cabeza del cenobio. († c. 687)
En Córdoba, en la región hispánica de Andalucía, santos mártires Emila, diácono, y Jeremías, que fueron decapitados por su fe cristiana durante la persecución sarracena, después de sufrir una larga y dura prisión. († 852)
En Busseto, en la región de Fidenza, de la Emilia, beato Rolando de Médicis, anacoreta, que pasó una vida solitaria en los abruptos Alpes, viviendo en gran penitencia y conversando sólo con Dios. († 1386)
En Génova, en la Liguria, santa Catalina Fieschi, viuda, insigne por el desprecio de lo mundano, por sus frecuentes ayunos, amor de Dios y caridad para con los necesitados y enfermos. († 1510)
En Hirado, en Japón, beato Camilo Costanzo, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que, mandado a la hoguera por el regente supremo Hidetada, no cesó de predicar a Cristo aun en la misma pira. († 1622)
En la localidad de Santo Domingo de Xagacia, en México, beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, mártires, que, siendo catequistas, al pretender apartar los ídolos para servir a Cristo, fueron apaleados cruelmente, y así, imitando la pasión del Señor, alcanzaron el premio eterno. († 1700)
En Viena, en Austria, beato Antonio María Schwartz, presbítero, que fundó la Congregación para los Obreros Cristianos bajo la protección de san José de Calasanz, para cuidado pastoral de principiantes y jóvenes obreros y para la defensa de sus derechos. († 1929)
En Llosa de Ranes, en la provincia de Valencia, en España, beato Pascual Penadés Jornet, presbítero y mártir, que, en la persecución religiosa desencadenada durante el tiempo de guerra, cambió su combate terreno por el gozo eterno. († 1936)
Cerca de Munich, en la región de Baviera, en Alemania, beato Ladislao Miegon, presbítero y mártir, que desde Polonia, dominada por un régimen dictatorial ofensivo ante Dios y los hombres. a causa de su fe fue llevado al campo de concentración de Dachau, donde el tormento le coronó de gloria eterna. († 1942)
En Nápoles, en Italia, beato Pablo Manna, presbítero del Pontificio Instituto para Misiones Extranjeras, que fue misionero en Birmania, si bien por razones de salud tuvo que dejarlo, dedicándose a la evangelización, a la predicación de la palabra de Dios y a favorecer la unión de los cristianos. († 1952)
En Palermo, Italia, beato Giuseppe Puglisi, presbítero y mártir, asesinado por la mafia en represalia a su tarea pastoral. († 1993)