Un papel, un número y
poquito más.
El papel suele ser
plastificado. ¿Será para que dure? El número está tatuado en el papel
plastificado, menos mal. Podría ser peor, como siempre sucedió con los
esclavizados, los rebajados en humanidad, 'los cosas' o 'las cosas', porque era
su piel la que hacía de papel plastificado con el número tatuado. Y ¿el poquito
más?, cada cuál lo sabe bien en sus adentros. Lo poquito que a uno le queda aún
para seguir siendo él, el mismo.
El documento de
identificación (DNI, se dice por aquí), el papel plastificado con su número
tatuado. ¿Ese eres tú? ¿Ese soy yo? Eso parece. ¿Quién es usted? ¿Qué desea?
¿Qué hace aquí? Por favor, ¿me acerca su documento de identificación?... Y a
veces me doy por muy satisfecho, porque tengo oído que dentro de nada no tendré
identidad; bueno, no es así exactamente. Dentro de poco, o tal vez ya esté
aquí, no seré ya ni tan siquiera papel plastificado con su número tatuado.
Bastará con que un lector de Inteligencia Artificial te mire atentamente un
segundo el ojo. Mirarte y saber quién eres, qué compras, qué deseas, qué y
cuánto te duele... es cosa de un segundo... Un segundo en el que quedará
rellena una pantalla con tu identidad y todo tu historial... ¿Quién soy?, me
sorprendo con mucha frecuencia. ¡Cuánto ha progresado este mundo en el que nací
y que ahora me llega a parecer extrañamente desconocido, inseguro, peligroso o
in-humano!
Trato de no deprimirme
mientras lo medito, me sobrecoge, me admira, me deja sin palabras. Camino un
poco más despacio y con los ojos más abiertos y debo aprender a hablar más bajo
o, tal vez, callarme. Con más frecuencia llego a la conclusión de que la mejor
palabra es el silencio.
Todo esto me ha estado
rondando las neuronas mientras leía tratando de entender los adentros del
mensaje de la mente narradora del Evangelio de Marcos en 8,27-35: "¿Quién
decís que soy?", dialogaba aquel Jesús judío y laico con las gentes
que se habían atrevido a estar con él. Creo que estos atrevidos seguidores
se siguen aún haciendo esas preguntas. Y me asalta una cuestión que no deseo
dejar en el tintero. Creo también que aquella señora María, la madre del judío
laico Jesús, se hace esa pregunta al constatar cómo se habla de ella en las más
de diez mil advocaciones con las que se la IDENTIFICA tan alegre como
teológicamente.
¿Quién eres, Jesús de
Nazaret? ¿Quién eres, María de Nazaret? ¿Quiénes sois?
Por esta razón, sigo
insistiendo en mis jaculatorias con las siete siguientes advocaciones
marianas...
211. Reina y Madre Virgen de la Sinodalidad. Que me
devuelvan a la señora María
212. Reina y Madre Virgen de la Sabiduría. Que me
devuelvan a la señora María
213. Reina y Madre Virgen del Sol. Que me devuelvan a la
señora María
214. Reina y Madre Virgen del Rosario del Palmar. Que me
devuelvan a la señora María
215. Reina y Madre Virgen del Rosario de Piedra. Que me
devuelvan a la señora María
216. Reina y Madre Virgen de la Sal. Que me devuelvan a la
señora María
217. Reina y Madre Virgen de Siempre. Que me devuelvan a
la señora María
Jaculatoria: Que me devuelvan a la señora María.
Y también esta otra: Vive Jesús en nuestros corazones. Siempre.
Y nada más para este nuevo
domingo del 15 de septiembre de 2024.
A continuación se encuentra, primero, el
comentario del Evangelio propuesto desde el ámbito vaticano para las
Eucaristías. Y, en segundo lugar, el comentario del relato que nos correspondería proclamar si se leyera ordenadamente este Evangelio de
Marcos a lo largo de los cincuenta y dos domingos del año eclesiástico
católico.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 24º TO Ciclo B
(15.09.2024): Marcos 8,27-35. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
¿Quién decís que soy yo?
Para
este nuevo domingo de septiembre se nos propone la lectura del Evangelio en el
texto de Marcos 8,27-30. Y antes de comentar otros asuntos copio
textualmente ahora y aquí el comienzo del mensaje de este relato del primer
biógrafo de Jesús de Nazaret: “En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se
dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus
discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos,
Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Y
les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto” (Marcos 8,27-30).
Ya
adelanté en el comentario de la semana pasada que los “audientes de la palabra”
en la celebración del domingo nunca escucharemos los cuatro milagros realizados
por Jesús en la etapa final de su misión evangelizadora por las tierras de la
Galilea y de un poquito más al norte y al oeste en las ciudades de Tiro y Sidón
en la orilla del mar Mediterráneo. Qué bueno sería leerse, al menos,
personalmente Marcos 8,1-26. Ah, y que nunca se nos olvide que esta
tarea evangelizadora del laico y galileo de Nazaret acaba con ‘la apertura’ de
los ojos del ciego de Betsaida’. ¡Cuánto me gustaría conocer la composición de
aquella saliva, prodigioso colirio, del propio Jesús! Por cierto, ¿saliva de su
boca o de su mente? De su mente de creyente, sin duda.
Acabada
la tarea evangelizadora por Galilea y antes de comenzar el Camino de la subida
de Jesús a Jerusalén, la mano narradora de estos acontecimientos nos sitúa a
cada uno de sus seguidores, los de entonces y los de todos los tiempos, en el
centro de la narración biográfica, literaria y teológica sobre ‘su’ Jesús de
Nazaret. Estamos en el norte de Galilea, al pie del monte Hermón y ahí donde
nace el Jordán, el río de la vida de Israel.
Y es
aquí donde resuena la pregunta de este hombre de entonces y de siempre. La
pregunta que vuelven a escuchar los adentros de cada persona que lee e imagina
la mirada de aquel hombre llamado Jesús de Nazaret: Y tú, ¿quién dices que
soy? Y ahora que vuelvo a leer estas cosas me aconsejo que la mejor
respuesta es el silencio. Parece ser que entonces, según la mano redactora del
evento, el único que habló fue Pedro y el propio Jesús lo redujo al silencio de
inmediato y de forma radical. ¿Mesías? ¡Jamás! Éste es el biógrafo llamado
Marcos.
El
siguiente biógrafo de nombre conocido fue Mateo y no hizo ni caso de lo
anunciado por el Jesús de Marcos. Conviene leerse despacio Mateo 16,13-20.
Y hecho esto, me pregunto: ¿A qué narrador me acojo? ¿A quién hago caso? ¿De
quién me fío? ¿Quién me dice la verdad?
Me
quedo en silencio. Medito. Sin prisas. Consciente. Y escucho sin tiempo en mis
adentros a aquel judío y laico de Nazaret de Galilea, hijo de su madre y de su
padre (Mc 3,20-35), que me dice: Y tú, ¿quién dices que soy? Y me imagino que
le digo: judío y laico; tan igual a tantos otros judíos y laicos y, a la
vez, tan distinto a todos ellos sin llegar jamás a ser o estar distante.
Contigo,
Jesús de Nazaret, volvemos a iniciar un Camino de subida al centro de la fe de
Israel o al centro de cada una de las religiones: al Templo o la Casa de todo
Yavé-dios, en Jerusalén. Y subimos juntos con la certeza de la incomprensión y
del rechazo. Con la certeza también de que tú vives siempre en nuestros
corazones. ¿Fue esta realidad de tu presencia humanizadora la misión de tu
buena noticia que llevaste a buen término en la tierra y el mar de tu Galilea?
Sí, sí.
Carmelo
Bueno Heras. Madrid, 15 de septiembre de 2024.
CINCO
MINUTOS con el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo
completo y de forma ordenada, de principio a fin. Semana 42ª (15.09.2024):
Marcos 11,27 a 12,12
Nadie
autorizó a Juan para bautizar
Al
iniciar la lectura del párrafo siguiente del relato de la buena noticia de este
Jesús de Marcos, me vuelve a llamar la atención el recurso tantas veces usado
ya por su Evangelista María Magdalena como es ese uso del plural y su paso
inmediato y brusco al singular: “Llegaron de nuevo a Jerusalén y,
mientras Jesús paseaba por el Templo, se le acercaron los jefes…”
(Marcos 11,27). Jesús entra por tercer día consecutivo en Jerusalén acompañado
por cuantos le siguen, que podríamos llamar ‘los Doce’. ¿Llegan todos y sólo
entra Jesús en el Templo? ¿Qué hacen los demás? Creo que no desaparecen. Se
callan. Enmudecen, como en Marcos 5,1-20.
Según
su autora, conviene leerse completa esta secuencia que es el encuentro de las
autoridades religiosas con Jesús de Nazaret. La narración se inicia en Marcos
11,27 con una pregunta inquisitorial que tiene que ver con el poder o no poder
hacer algo en aquel lugar. Es la pregunta de un poder -que teme poder perderlo-
a otro poder que nada tiene de poder. Son ‘poderes’ que se conocen tanto como
se oponen y rechazan.
Me
encanta el juego de preguntas que se inventó la Evangelista, porque en aquel
encuentro de poderes no hubo periodista alguno. Preguntas que acaban sin
respuestas, ahogadas en uno de los silencios más tensos y breves en la
experiencia del Evangelio: “Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto,
dice Jesús. Y se puso a hablarles en parábolas…” (11,33 y 12,1).
Estas
palabras de la parábola de Jesús son cuchillo afilado que se va introduciendo
en la mantequilla de la Religión de la Ley de Moisés, el Templo y sus
Sacerdotes hasta su derretimiento: “Trataban de detener a Jesús, pero
tuvieron miedo de la gente, porque habían comprendido que la parábola la había
dicho por ellos. Le dejaron y se fueron” (Mc 12,12).
Este
desencuentro de Jesús con los Sumos Sacerdotes, Escribas y Ancianos inicia el
turno de ‘entrevistas’ de Jesús en Jerusalén, que para esta ‘evangelización’
había venido desde Galilea: “Envían donde Jesús a algunos fariseos…” (12,13-17);
“Se acercaron a Jesús unos saduceos…” (12,18-27); “Se acercó a Jesús
uno de los escribas que le había oído…” (12,28-34).
El
poder de las autoridades e instituciones del único Templo de la Religión de
Israel se está sintiendo amenazado ante la presencia evangelizadora de Jesús.
El Templo-Casa de Dios para esta Religión se ha convertido para el proyecto de
Jesús en ‘la casa de todos’, ‘la casa del pueblo’. ¿Cómo no imaginar y creer
que este proyecto de Jesús fue escandaloso y blasfemo? Lo fue y lo siguió
siendo después de él y lo sigue siendo ahora. ¿Nos sigue dando miedo su
proyecto liberador en el que no hay templo para un dios hecho a nuestra imagen
y semejanza?
Acabo,
me sorprende siempre el atrevimiento de este Jesús de María Magdalena: “Os
voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El
bautismo de Juan, ¿era un bautismo del cielo de dios, o de los hombres de esta
tierra?... Le responden: no lo sabemos” (11,29-33).
Mi
contemplación crítica me lleva a creer que ‘el dios que iluminaba y sostenía’ a
este Jesús no era otro que aquel hombre llamado Juan que se atrevió a realizar
todo cuanto hacía el Templo sin necesitar del Templo, de sus Sacerdotes ni de
sus Tradiciones.
Carmelo
Bueno Heras. Madrid, 10 de septiembre de 2017
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