La Navidad verde
Nos dice la liturgia eclesiástica que, para entender el camino del Adviento, y esa segunda vela encendida de su corona, hay que dar un salto atrás en el relato sobre Jesús de Nazaret que nos escribió un tal Lucas, el representado por el toro, en piedra, piel, papel, pergamino o lo que se encontrase más a mano. ¿Por qué razón se ha de saltar desde el trocito del capítulo 21, del domingo pasado, a otro trocito del capítulo 3 de este domingo? A trocitos deshilachados de texto, ¿cree alguien de esta Iglesia que llegaremos a saber de qué nos quiso escribir Lucas? Tal vez, más de un pensante iluminado de nuestras curias creerá que vendrá el Espíritu a dejar en nuestras manos las claves de la lectura interpretativa. Al parecer, tales claves sólo las conocen y manejan los predicadores, es decir los ordenados para tal ministerio, porque los asistentes no podemos o no sabemos hacerlo. Pues no estoy de acuerdo, porque creo que esta manera de actuar tiene cortos los pies y empequeñecida la cabeza.
Si esta Iglesia de las liturgias desea presentar, como parece ser, la figura de Juan Bautista, el bautizador, nos debería haber propuesto, al menos, la lectura completa del capítulo 3. Es lo que sí haré por mi cuenta y riesgo en este día ocho de diciembre: leer despacio el capítulo uno, el dos y el tres. Y así me enteraré de que este Juan el Bautista es hijo de un Sumo Sacerdote incrédulo del templo de Jerusalén llamado Zacarías. Por ser tan incrédulo se le retiró la capacidad de hablar. Así parece que actúa el Dios Yavé de Israel. Menos mal que la esposa de esta autoridad, en su vejez, hizo el milagro de alumbrar a un hijo, que con el tiempo resultó ser un desobediente, un provocador, un acusador y un blasfemo. Yo no me lo invento, lo dice explícitamente este Evangelista.
Este hombre, por ser hijo de sacerdote, pertenecía al sacerdocio del templo de Jerusalén y dice Lucas que había recibido por medio de la Palabra de Dios (3,2-3) la misión de predicar y practicar un bautismo que perdonaba los pecados de las gentes del pueblo. ¿Cómo es esto y quién me lo explica? ¿El Dios Yavé de este pueblo exige sacrificios en el Templo para perdonar los pecados de las gentes y, a la vez, manda al sacerdote Juan que perdone los mismos pecados al margen del Templo y fuera de Jerusalén, en la región del río Jordán? ¿Se trata de dos dioses distintos? ¿De dos religiones distintas? El evangelista Lucas está del lado de Juan, el perdonador de pecados sin la necesidad de gastarse una pasta en los sacrificios que ordenaba ofrecer la Ley del Dios de Moisés.
También están de parte de este hombre llamado Juan los otros tres evangelistas. Pero sobre todo deseo destacar que este mensaje y práctica de perdonar los pecados al margen del Templo y del sacerdocio es también uno de los motivos centrales de la enseñanza y de la práctica de Jesús de Nazaret. Y tanto Juan como Jesús realizan esta tarea perdonadora porque así la han aprendido del Dios en quien sí creen. Con estas opciones, Juan y Jesús sabían que se enfrentaban directamente con el poder, la autoridad y la práctica de la Religión del Templo y de su sacerdocio. ¡Qué bien está contado esto en Lucas 20,1-19! Y lo mismo está escrito en Marcos 11-12 y en Mateo 21,23-46.
Cuando se medita y contempla con serena limpieza y sin prejuicios el mensaje y la práctica de Juan y de Jesús, se llega a la conclusión de que para perdonar los pecados de los que habla una religión como la judía o la cristiano-católica no se necesita ni un templo, ni ofrendas de sacrificios, ni sacerdotes, ni rituales o sacramentos... Y por ningún sitio de estos cuatro evangelios se habla de ‘bautizar a niños’ por estar manchados por ‘un pecado original’ que lo impurificó todo desde el origen. ¿Por qué nuestro Catecismo de la Iglesia no respeta este silencio? ¿Por qué nuestros ministros y las gentes de nuestro pueblo nos parecemos tanto al pueblo y el sacerdocio del templo y nos hemos olvidado tanto de Juan, de Jesús de Nazaret y de cuantos creyeron en ellos y fueron sus seguidores? Carmelo Buenos Heras. En Burgos, 2-12-2015 y en Madrid, 08-12-2014.
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo completo, ordenadamente, y desde el principio hasta el final. Semana 2ª (08.12.2024): Lucas 1,5-25.
Primer episodio de la infancia de Jesús, según Lucas
Creo que después de haber leído el comienzo de este Evangelio puedo decirte, lector y ahora mismo, ‘querido ilustre amigo… Teófilo… o Teófila’. Nuestro testigo común a quien llamamos Lucas, el del toro, comienza el relato de su Jesús de Nazaret hablándonos del templo de Jerusalén: “Le tocó [al sacerdote Zacarías] entrar en el templo para quemar el incienso” (1,9).
Parece querer decirnos este Evangelista que sin esta presencia del templo no nos haríamos buena idea o imagen del galileo. Es más, Teófilo. Ya estamos en el templo y todavía ni ha nacido Jesús. Y la infancia de este niño acabará también en este mismo templo, como escribe Lucas en 2,41-52: “Al cabo de tres días le [a Jesús] encontraron [sus padres] en el templo”.
La primera persona importante en la infancia de Jesús de Nazaret, protagonista del Evangelio según san Lucas, es un anciano sacerdote llamado Zacarías a quien le persigue como una maldición el deseo de ser padre. En tantos años de matrimonio con su esposa Isabel no han conseguido ser padres “porque Isabel era estéril, y los dos de edad avanzada” (1,7).
Zacarías e Isabel, se apresura a decirnos el Evangelista, “eran justos ante Dios y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos de Dios” (Lucas 1,6). Frente a esta situación y ante las muy comprensibles razones de la esterilidad y de la edad, se extendía entre las gentes del templo, de Jerusalén y del pueblo la certeza de la mancha del pecado:
Un matrimonio según la Ley de Moisés era imposible que no tuviera descendencia. Lisa y llanamente, este Zacarías era considerado como un pecador, un maldecido por Dios.
¿Se puede entender de otra manera el mensaje que grita al mundo el mudo Zacarías cuando contempla a su esposa Isabel embarazada?: “Esto es lo que Dios ha hecho por mí en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres” (1, 25). Este hecho sucede, según la precisión de Lucas, al quinto mes de haber regresado Zacarías desde Jerusalén y desde su servicio en el templo a su casa familiar.
Al sexto mes del embarazo de Isabel sucede un nuevo anuncio en el relato del Evangelista. Y el anuncio primero, que se le hizo al viejo sacerdote Zacarías en el templo, y el anuncio segundo, que se le hace a la joven mujer María en su casita del pueblo de Nazaret, lo realiza un tal Gabriel, el ángel de la pasada historia del pueblo de Israel que ya le anuncio a otro tal Daniel que la historia de opresión de su pueblo se tornaría en historia de liberación.
Se comprenderá mejor el relato de los anuncios que nos dejó Lucas si antes nos leemos el relato de Daniel 9, llamado también ‘la profecía de las setenta semanas’. Cuando todo parece que está definitivamente perdido, surge una pequeña luz que enciende de luces la noche.
Cuando todo parece imposible ante el poder opresor, la débil fuerza de una madre con su niño hace posible la liberación que libera. Cuando murió enmudecida la buena noticia del laico y galileo Jesús de Nazaret, se despiertan las voces de sus testigos amigos que re-conocen dentro de sus entrañas la presencia de su voz, de su reinado, de su evangelio y de su persona viva. Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 10 de diciembre de 2017.
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