I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio
[111-134]
Un pueblo para todos [112-114]
Un pueblo con muchos rostros [115-118]
Todos somos discípulos misioneros [119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126]
Persona a persona [127-129]
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131]
Cultura, pensamiento y educación [132-134]
Un pueblo con muchos rostros [115-118]
Todos somos discípulos misioneros [119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126]
Persona a persona [127-129]
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131]
Cultura, pensamiento y educación [132-134]
II. La homilía [135-144]
El contexto litúrgico [137-138]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras que hacen arder los corazones [142-144]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras que hacen arder los corazones [142-144]
III. La preparación de la predicación [145-159]
El culto a la verdad [146-148]
La personalización de la Palabra [149-151]
La lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos pedagógicos [156-159]
La personalización de la Palabra [149-151]
La lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos pedagógicos [156-159]
IV. Una evangelización para la profundización del kerygma
[160-175]
Una catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173]
En torno a la Palabra de Dios [174-175]
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173]
En torno a la Palabra de Dios [174-175]
110. Después
de tomar en cuenta algunos desafíos de la realidad actual, quiero recordar
ahora la tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque «no puede
haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que
Jesús es el Señor», y sin que exista un «primado de la proclamación de
Jesucristo en cualquier actividad de evangelización».[77]
Recogiendo las inquietudes de los Obispos asiáticos, Juan Pablo II expresó que,
si la Iglesia «debe cumplir su destino providencial, la evangelización, como
predicación alegre, paciente y progresiva de la muerte y resurrección salvífica
de Jesucristo, debe ser vuestra prioridad absoluta».[78]
Esto vale para todos.
111. La
evangelización es tarea de la Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es
más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo
que peregrina hacia Dios. Es ciertamente un misterio que hunde sus
raíces en la Trinidad, pero tiene su concreción histórica en un pueblo
peregrino y evangelizador, lo cual siempre trasciende toda necesaria expresión
institucional. Propongo detenernos un poco en esta forma de entender la
Iglesia, que tiene su fundamento último en la libre y gratuita iniciativa de
Dios.
112. La
salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acciones
humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande.
Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí.[79]
Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para
transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese
amor. La Iglesia es enviada por Jesucristo como sacramento de la salvación ofrecida
por Dios.[80]
Ella, a través de sus acciones evangelizadoras, colabora como instrumento de la
gracia divina que actúa incesantemente más allá de toda posible supervisión.
Bien lo expresaba Benedicto XVI al abrir las reflexiones del Sínodo: «Es
importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad
verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si
imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser –con Él y en Él–
evangelizadores».[81]
El principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre
permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización.
(RV).- (audio) En el Capítulo tercero de la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco recuerda que el anuncio del Evangelio es tarea que nos apremia en cualquier época y lugar, porque «no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor», y sin que exista un «primado de la proclamación de Jesucristo en cualquier actividad de evangelización». La evangelización es tarea de la Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregrina hacia Dios. La salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia. No hay acciones humanas, por más buenas que sean, que nos hagan merecer un don tan grande, explica el Papa. Dios, por pura gracia, nos atrae para unirnos a sí. Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestra vida a ese amor. La Iglesia es enviada por Jesucristo como sacramento de la salvación ofrecida por Dios. Ella, a través de sus acciones evangelizadoras, colabora como instrumento de la gracia divina que actúa incesantemente más allá de toda posible supervisión. Bien lo expresaba Benedicto XVI (recuerda el Papa Francisco) al abrir las reflexiones del Sínodo: «Es importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser –con Él y en Él– evangelizadores». El principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización.
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