«El Señor está contigo» significa dejarse hacer, corresponder a la gracia, cumplir Su voluntad del mismo modo que Nuestra Madre «hágase en mí según tu palabra»
Por: Juanjo Romero | Fuente: Catholic.net
Por: Juanjo Romero | Fuente: Catholic.net
Muchos santos recomiendan utilizar la imaginación y la memoria en la oración mental, zambullirse en los pasajes del Evangelio. Todas las escenas son buenas, ser un protagonista, hablar con el Señor, con Su Madre, con los Apóstoles, con cualquier personaje. Pero hay algunos pasajes más entrañables que otros. La Anunciación, sin dudarlo, es uno de ellos.
Nuestra Madre, jovencísima y guapa, recibe la embajada del arcángel San Gabriel. La creación contiene el aliento esperando la respuesta de María. Porque aunque Inmaculada y llena de dones la Virgen es libre, de otro modo sería una farsa. El momento más trascendental de la historia del universo, Dios se hará hombre, depende del fiat de la Virgen, de la respuesta a la llamada.
No parece exagerado pensar que era la misión más importante de la existencia del arcángel. La presentación resulta escueta a ojos humanos, sin circunloquios y frases grandilocuentes (Lc 1, 28): un saludo «¡Alégrate!»; un inusitado y singular reconocimiento: «llena de gracia»; y el preanuncio de la vocación y los medios para permanecer fiel: «el Señor está contigo». San Agustín llegó a decir que «más que contigo, Él está en tu corazón, se forma en tu seno, llena tu espíritu, llena tu vientre» (Serm. de Nativit. Dom. 4).
El Evangelio nos cuenta que se turbó y consideraba qué significaban aquel saludo. Es de suponer que el lenguaje no verbal que las acompañó le imprimió de un carácter de certeza evidente. No fue sólo un sentimiento, ahí estaban las palabras que quedaron bien grabadas en el corazón de la Santísima Virgen y que se las transmitió textuales a San Lucas, pero fueron mucho más que palabras.
En las cosas de Dios no hay irracionalidad, pero no se puede resolver todo a la razón, de ser así, aun siendo mucho, poca cosa sería. De una manera u otra la vocación de cada individuo --al matrimonio, al sacerdocio, a la vida religiosa y siempre a la santidad-- participa de los mismo elementos. Hay circunstancias y razones, pero también un «extra», una gracia, que nos hace saber que ese es el querer de Dios para nosotros y que en un momento dado, si hay trato con Él, hace que lo veamos con claridad. Una llamada por nuestro nombre y gratuita. Y cuando Dios llama siempre da los medios.
No somos ángeles, el primer sí es importante, pero hemos de actualizarlo continuamente. En el camino pueden surgir sombras y dudas. Así que aunque sólo de un modo pleno se puede decir «el Señor está contigo» de Nuestra Madre, es el único motivo y el fundamento para que podamos mantener el rumbo. Podemos acudir a ella en los momentos de más oscuridad, sabrá hacernos mirar mejor. Como en las bodas de Caná nos dirá «haced lo que Él os diga» (Jn 2,5) y ella lo sabe bien pues también se angustió y no comprendió cuando el Niño desapareció en el Templo.
«El Señor está contigo», no quiere decir que nos acompaña y está a nuestro lado de un modo externo, como si nosotros pudiésemos hacer algo. No es sentir por el Señor esto o aquello, o un voluntarismo estéril de hacer cosas buenas para las que contamos con ayuda divina. Es dejarse hacer, corresponder a la gracia, cumplir Su voluntad del mismo modo que Nuestra Madre «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)
Esta petición de ayuda a la Santísima Virgen la hacemos de un modo explícito cada vez que rezamos el ´Avemaría´ y utilizamos las mismas palabras del arcángel al hablar con ella. Porque rezar es hablar, conversación.
San Luis María Grignión de Montfort decía que «la Salutación Angélica resume, en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. En el Avemaría encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza contiene cuanto constituye la verdadera grandeza de María. La invocación contiene cuanto debemos pedir y cuanto podemos esperar de su bondad» (El secreto admirable del Santísimo Rosario).
Nuestra Madre, jovencísima y guapa, recibe la embajada del arcángel San Gabriel. La creación contiene el aliento esperando la respuesta de María. Porque aunque Inmaculada y llena de dones la Virgen es libre, de otro modo sería una farsa. El momento más trascendental de la historia del universo, Dios se hará hombre, depende del fiat de la Virgen, de la respuesta a la llamada.
No parece exagerado pensar que era la misión más importante de la existencia del arcángel. La presentación resulta escueta a ojos humanos, sin circunloquios y frases grandilocuentes (Lc 1, 28): un saludo «¡Alégrate!»; un inusitado y singular reconocimiento: «llena de gracia»; y el preanuncio de la vocación y los medios para permanecer fiel: «el Señor está contigo». San Agustín llegó a decir que «más que contigo, Él está en tu corazón, se forma en tu seno, llena tu espíritu, llena tu vientre» (Serm. de Nativit. Dom. 4).
El Evangelio nos cuenta que se turbó y consideraba qué significaban aquel saludo. Es de suponer que el lenguaje no verbal que las acompañó le imprimió de un carácter de certeza evidente. No fue sólo un sentimiento, ahí estaban las palabras que quedaron bien grabadas en el corazón de la Santísima Virgen y que se las transmitió textuales a San Lucas, pero fueron mucho más que palabras.
En las cosas de Dios no hay irracionalidad, pero no se puede resolver todo a la razón, de ser así, aun siendo mucho, poca cosa sería. De una manera u otra la vocación de cada individuo --al matrimonio, al sacerdocio, a la vida religiosa y siempre a la santidad-- participa de los mismo elementos. Hay circunstancias y razones, pero también un «extra», una gracia, que nos hace saber que ese es el querer de Dios para nosotros y que en un momento dado, si hay trato con Él, hace que lo veamos con claridad. Una llamada por nuestro nombre y gratuita. Y cuando Dios llama siempre da los medios.
No somos ángeles, el primer sí es importante, pero hemos de actualizarlo continuamente. En el camino pueden surgir sombras y dudas. Así que aunque sólo de un modo pleno se puede decir «el Señor está contigo» de Nuestra Madre, es el único motivo y el fundamento para que podamos mantener el rumbo. Podemos acudir a ella en los momentos de más oscuridad, sabrá hacernos mirar mejor. Como en las bodas de Caná nos dirá «haced lo que Él os diga» (Jn 2,5) y ella lo sabe bien pues también se angustió y no comprendió cuando el Niño desapareció en el Templo.
«El Señor está contigo», no quiere decir que nos acompaña y está a nuestro lado de un modo externo, como si nosotros pudiésemos hacer algo. No es sentir por el Señor esto o aquello, o un voluntarismo estéril de hacer cosas buenas para las que contamos con ayuda divina. Es dejarse hacer, corresponder a la gracia, cumplir Su voluntad del mismo modo que Nuestra Madre «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38)
Esta petición de ayuda a la Santísima Virgen la hacemos de un modo explícito cada vez que rezamos el ´Avemaría´ y utilizamos las mismas palabras del arcángel al hablar con ella. Porque rezar es hablar, conversación.
San Luis María Grignión de Montfort decía que «la Salutación Angélica resume, en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. En el Avemaría encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza contiene cuanto constituye la verdadera grandeza de María. La invocación contiene cuanto debemos pedir y cuanto podemos esperar de su bondad» (El secreto admirable del Santísimo Rosario).
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