sábado, 26 de septiembre de 2015

Santos Cosme y Damián - Santa Teresa Courdec - San Gedeón de Manasés - San Esteban de Rossano 26092015

Santos Cosme y Damián

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Santos Cosme y Damián, mártires
San Cosme y san Damián, mártires, que, según la tradición, ejercieron la medicina en Ciro, ciudad de Augusta Eufratense, sin pedir nunca recompensa y sanando a muchos con sus servicios gratuitos.
patronazgo: patronos de las enfermeras, médicos, hospitales, cirujanos, dentistas, farmacéuticos, químicos, y facultades y escuelas de medicina, protectores contra las epidemias y las úlceras.
 
(c. 300).  San Gregorio de Tours, en su libro De gloria martyrium, escribe:  "Los dos hermanos gemelos Cosme y Damián, médicos de profesión, después que se hicieron cristianos, espantaban las enfermedades por el solo mérito de sus virtudes y la intervención de sus oraciones... Coronados tras diversos martirios, se juntaron en el cielo y hacen a favor de sus compatriotas numerosos milagros. Porque, si algún enfermo acude lleno de fe a orar sobre su tumba, al momento obtiene curación.   Muchos refieren también que estos Santos se aparecen en sueños a los enfermos indicándoles lo que deben hacer, y luego que lo ejecutan, se encuentran curados. Sobre esto yo he oído referir muchas cosas que sería demasiado largo de contar, estimando que con lo dicho es suficiente". 
A pesar de las referencias del martirologio y el breviario, parece más seguro que ambos hermanos fueron martirizados y están enterrados en Cyro, ciudad de Siria no lejos de Alepo. Teodoreto, que fue obispo de Cyro en el siglo V, hace alusión a la suntuosa basílica que ambos Santos poseían allí.  
Desde la primera mitad del siglo V existían dos iglesias en honor suyo en Constantinopla, habiéndoles sido dedicadas otras dos en tiempos de Justiniano. También este emperador les edificó otra en Panfilia.    En Capadocia, en Matalasca, San Sabas († 531) transformó en basílica de San Cosme y San Damián la casa de sus padres. En Jerusalén y en Mesopotamia tuvieron igualmente templos. En Edesa eran patronos de un hospital levantado en 457, y se decía que los dos Santos estaban enterrados en dos iglesias diferentes de esta ciudad monacal.  
En Egipto, el calendario de Oxyrhyrico del 535 anota que San Cosme posee templo propio. La devoción copta a ambos Santos siempre fue muy ferviente.   En San Jorge de Tesalónica aparecen en un mosaico con el calificativo de mártires y médicos. En Bizona, en Escitia, se halla también una iglesia que les levantara el diácono Estéfano.   Pero tal vez el más célebre de los santuarios orientales era el de Egea, en Cilicia, donde nació la leyenda llamada "árabe", relatada en dos pasiones, y es la que recogen nuestros actuales libros litúrgicos.  
Estos Santos, que a lo largo del siglo V y VI habían conquistado el Oriente, penetraron también triunfalmente en Occidente. Ya hemos referido el testimonio de San Gregorio de Tours. Tenemos testimonios de su culto en Cagliari (Cerdeña), promovido por San Fulgencio, fugitivo de los bárbaros. En Ravena hay mosaicos suyos del siglo VI y VII.   El oracional visigótico de Verona los incluye en el calendario de santos que festejaba la Iglesia de España.  
Mas donde gozaron de una popularidad excepcional fue en la propia Roma, llegando a tener dedicadas más de diez iglesias. El papa Símaco (498-514) les consagró un oratorio en el Esquilino, que posteriormente se convirtió en abadía. San Félix IV, hacía el año 527, transformó para uso eclesiástico dos célebres edificios antiguos, la basílica de Rómulo y el templum sacrum Urbis, con el archivo civil a ellos anejo, situados en la vía Sacra, en el Foro, dedicándoselo a los dos médicos anárgiros.  
Tan magnífico desarrollo alcanzó su culto, por influjo sobre todo de los bizantinos, que, además de esta fecha del 27 de septiembre, se les asignó por obra del papa Gregorio II la estación coincidente con el jueves de la tercera semana de Cuaresma, cuando ocurre la fecha exacta de la mitad de este tiempo de penitencia, lo que daba lugar a numerosa asistencia de fieles, que acudían a los celestiales médicos para implorar la salud de alma y cuerpo.  
Caso realmente insólito, el texto de la misa cuaresmal se refiere preferentemente a los dichos Santos, que son mencionados en la colecta, secreta y poscomunión, jugándose en los textos litúrgicos con la palabra salus en el introito y ofertorio y estando destinada la lectura evangélica a narrar la curación de la suegra de San Pedro y otras muchas curaciones milagrosas que obró el Señor en Cafarnaúm aquel mismo día, así como la liberación de muchos posesos. Esta escena de compasión era como un reflejo de la que se repetía en Roma, en el santuario de los anárgiros, con los prodigios que realizaban entre los enfermos que se encomendaban a ellos.  
Cabría preguntarse: ¿Por qué hoy estos Santos gloriosos no obran las maravillas de las antiguas edades? Tal vez la contestación podría formularse a través de otra pregunta: ¿Por qué hoy no nos encomendamos a ellos con la misma fe, con esa fe que arranca los milagros?.   Pero lo que conviene es que no se apague la fe, que la mano del Señor "no se ha contraído". Y si San Cosme y San Damián continúan siendo patronos de médicos y farmacéuticos, bien podemos seguirles invocando con una oración como ésta, de la antigua liturgia hispana: 
  "¡Oh Dios, nuestro médico y remediador eterno, que hiciste a Cosme y Damián inquebrantables en su fe, invencibles en su heroísmo, para llevar salud por sus heridas a las dolencias humanas haz que por ellos sea curada nuestra enfermedad, y que por ellos también la curación sea sin recaída".





Oremos  

Al recordar hoy el triunfo de tus mártires San Cosme y San Damián, tu Iglesia, Señor, te glorifica y te da gracias, porque, en tu  admirable providencia, a ellos les has dado el premio merecido de la gloria eterna y a nosotros la ayuda de su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.



Santa Teresa Courdec

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Santa Teresa Couderc, virgen y fundadora
En Lyon, en Francia, santa Teresa (María Victoria) Couderc, virgen, fundadora, no sin pasar grandes tribulaciones pero con ánimo sereno, de la Congregación de Hermanas del Retiro (o Cenáculo), en la localidad de La Louvesc, junto al sepulcro de san Juan Francisco de Regis.
Nació el 1? de febrero de 1805 en Mas de Sableres (Francia) y fue bautizada con el nombre de María Victoria. Aunque se desconocen detalles de su familia e infancia, se sabe que recibió la Primera Comunión a los diez años de edad y que estudió en el colegio de las Hermanas de San José «aux Vans». A los 20 años conoció al padre Terme, fundador de las Hermanas de San Francisco Régis, religiosas dedicadas a la enseñanza y al socorro material y espiritual de los pobres, con quienes, en 1826, María Victoria tomó los hábitos y el nombre de Hna. Teresa. Al año siguiente el fundador le encargó organizar en La Louvesc un hostal para los peregrinos que visitaban la tumba de San Francisco Régis (1597-1640), convirtiéndose la madre Teresa en su superiora (1828). ésta fue la primera semilla de la futura Congregación de Nuestra Señora del Cenáculo.

Antes de morir (1834), el padre Terme encaminó a las hermanas a la espiritualidad de los ejercicios de san Ignacio, transformándose entonces en «Damas del Retiro». Y la madre Teresa, para mantener en vida la Obra, se acercó al padre provincial de los jesuitas franceses, Francisco Renault. éste, en 1838, nombró a una postulante como «superiora fundadora» de la Congregación; el grave desaire que esto significaba sólo ocasionó que la madre Teresa inclinara su cabeza sin oponerse, fiel a la regla de obediencia. La nueva superiora, condesa de Lavilleurnoy, en sólo once meses condujo a la Congregación a la ruina; finalmente se retiró. El padre Renault nombró (1839) otra superiora, la madre Contenet, la que se dedicó hasta su muerte (1852) a marginar completamente a la madre Teresa, quien no sólo fue aislada de la comunidad que había fundado sino que fue encomendada a hacer el trabajo manual más duro durante años.

La verdadera fundadora aceptó humildemente la situación. «Cuando Nuestro Señor desea servirse de un alma para su gloria, la hace pasar primero por la prueba de la contradicción, por la humillación y el sufrimiento; no se puede ser un instrumento útil sin esto», reveló. Con la nueva superiora, madre de Larochenégly, Santa Teresa fue revalorada. Enviada a París en 1855, para 1856 su vida se convertiría en un alternar responsabilidades como superiora de varias casas hasta 1867, cuando se estableció en Fourviere.

Al final de su vida fue restaurada a la comunidad y reconocida públicamente como su fundadora. Murió el 26 de septiembre de 1885. Fue beatificada por Pío XII (1951) y canonizada por Pablo VI (1970).

En el site del Vaticano se puede leer, en italiano (sólo el párrafo inicial está en francés), la extensa y hermosa homilía de SS. Pablo VI en la canonización.
fuente: Arquidiócesis de Chihuahua (Mx)

 



San Gedeón de Manasés

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San Gedeón, santo del AT
Conmemoración de san Gedeón, de la tribu de Manasés, juez en Israel, que recibió del Señor el signo del rocío, que descendía a un vellón de lana, como fortaleza de Dios, y libró al pueblo de Israel de sus enemigos, después de destruir el altar de Baal.
La presencia de Gedeón en el Martirologio Romano no deja de resultar un tanto extraña, ¿por qué Gedeón y no Baraq, o Jefté, o Sansón? Gedeón fue «juez» en Israel; también lo fueron Otniel, Ehud, Baraq, Jefté, Sansón, y los otros seis llamados «jueces menores», de los que apenas se ha conservado el nombre y tribu a la que pertenecieron (Samgar, Tolá, Yaír, Ibsán, Elón y Abdón). ¿Por qué entonces sólo Gedeón está presente en el Martirologio, como juez santo del AT? Si leemos el ciclo de Gedeón, que ocupa los capítulos 6 a 8 del libro de los Jueces, no encontraremos razones para incluirlo demasiado distintas a las que encontraríamos para incluir a Sansón o a Jefté. Acaso entonces debamos ver en Gedeón no más que el resumen y la evocación que el Martirologio Romano hace de la santidad de Dios presente en un período confuso, oscuro y lejano de la historia bíblica: el llamado «período de los jueces».

Este período abarca unos doscientos años, quizás poco más, de la historia de Israel: el que va desde el fin del éxodo, hacia el 1200 a.C., hasta la institución de la monarquía, hacia el año 1000. Todo lo que decimos de ese período proviene de la Biblia, ya que Israel no era todavía una entidad históricamente relevante como para tener noticias de ella que no procedan de la propia Biblia; y todo lo que ella narra se encierra en un delgadísimo libro, el libro de los Jueces, escrito unos seiscientos años después, en una época terrible de Israel: cuando marchaba al exilio, del que no sabía aun que sería nuevamente liberado. Así que la historia de los humildes comienzos de Israel es contada a la vista de lo que parece ser su trágico final. No es raro que todo el libro esté teñido de cierta carga de nostalgia por la oportunidad histórica perdida de ser realmente un pueblo de Dios, a la vez que de cierta rabia impotente por contemplar que fue el propio carácter tozudo de Israel -que una y otra vez abandonaba al Dios vivo y verdadero para seguir a los ídolos, obra de sus manos- el que empujó al pueblo hacia su final. El libro de los Jueces no cuenta la historia de los jueces en nuestro sentido moderno -documental y exacto- de la palabra «historia», ya que seiscientos años después apenas si quedaban de aquellos tiempos retazos de relatos folclóricos, heroicos, tradicionales, una confusa mezcla de nombre propios, lugares y batallas, a medio camino entre la historia y la leyenda... El libro de los Jueces no cuenta la historia del período de los jueces sino que juzga la historia de Israel -la historia entera, pero sobre todo la época inmediatamente anterior al exilio- a la luz de estas historias fragmentarias del Israel inicial, convertidas en parábolas del destino del pueblo.

La historia de Gedeón es una de esas historias fragmentarias; es también posiblemente la mejor para elegir como paradigma de Israel. Gedeón se define a sí mismo: «Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre» (Jue 6,15). Esta debilidad de Gedeón, debilidad reconocida y aceptada por él, como en el caso de Moisés, de David, de Elías, de Isaías, es lo que lo pone en la mira de Dios. Durante los tres capítulos que abarca el ciclo narrativo de este «juez» (en realidad nunca se lo llama «juez» sino «salvador») se acentúa ese rasgo: su debilidad. Llegando incluso al extremo de que luego de reunir una considerable fuerza militar para librarse del enemigo madianita, por encargo del propio Dios, Gedeón «limpia» su ejército para quedarse con tan solo 300 hombres: «Yahveh dijo a Gedeón: 'Demasiado numeroso es el pueblo que te acompaña para que ponga yo a Madián en sus manos; no se vaya a enorgullecer Israel de ello a mi costa diciendo: "¡Mi propia mano me ha salvado!"'» (Jue 7,2). Gedeón es así quien, libre del compromiso de ser fuerte, queda totalmente dispuesto a que obre Dios en él y a través de él.

El elogio del Martirologio Romano pone su mirada en dos aspectos del relato de Gedeón: el «signo del rocío» y la destrucción del altar de Baal. El signo del rocío se narra en 6,36-40:
«Gedeón dijo a Dios: "Si verdaderamente vas a salvar por mi mano a Israel, como has dicho, yo voy a tender un vellón sobre la era; si hay rocío solamente sobre el vellón y todo el suelo queda seco, sabré que tú salvarás a Israel por mi mano, como has prometido."
Así sucedió. Gedeón se levantó de madrugada, estrujó el vellón y exprimió su rocío, una copa llena de agua.
Gedeón dijo a Dios: "No te irrites contra mí si me atrevo a hablar de nuevo. Por favor, quisiera hacer por última vez la prueba con el vellón: que quede seco sólo el vellón y que haya rocío por todo el suelo."
Y Dios lo hizo así aquella noche. Quedó seco solamente el vellón y por todo el suelo había rocío.»

Se trata de una ordalía, o apelación directa al juicio divino, para establecer la verdad, en este caso de la elección auténtica de Gedeón; sin embargo, en la tradición interpretativa posterior, principalmente con lo Padres de la Iglesia, este rocío adquirió una significación alegórica, esbozada en el elogio, como la fuerza de Dios que fecunda a israel, o como la gracia divina, la doctrina auténtica, etc (ver, por ejemplo, san Agustín, «Carta a los católicos sobre la secta donatista», nº 10).

La destrucción del altar de Baal es, podríamos decir, la gran gesta que asimila a Gedeón a los mártires cristianos, resumiendo la esencia de la verdad bíblica en un aspecto que, aunque cambie de formas en cada época, no puede dejar de estar presente: por Dios, contra el ídolo. Allí donde hay santidad bíblica hay esta lucha activa contra el ídolo, en la debilidad de un creyente que sabe que no es él mismo la fuente de esa verdad, sino que toda lucha y todo triunfo se debe a la acción escondida del propio Dios. En Gedeón, más que en los otros «jueces» del libro, se encarnan perfectamente estos aspectos, que sintetizan la mirada cristiana sobre la santidad.

El libro de los Jueces es ciertamente difícil para nuestra sensibilidad actual, lleno de violencia y venganza... sin embargo es un libro bíblico, no menos palabra de Dios que los demás. Aprender a acercarse a ese tipo de textos es una oportunidad de tomar un contacto más «adulto», menos rosa y «light» con la palabra divina. Una buena introducción la puede constituir el Cuaderno Bíblico sobre los Jueces, nº 125, de Philippe Abadie, editado en castellano por Verbo Divino. Hay, por supuesto, muchas otras introducciones también valiosas, ésta es actualizada (2005), profunda, y no excesivamente complicada para leer.




San Esteban de Rossano

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San Esteban de Rossano, monje
En Gaeta, del Lacio, san Esteban de Rossano, monje, compañero de san Nilo el Joven.
San Esteban nació en Rossano, de una familia de campesinos, en torno al año 925. Sobre su vida las noticias son pocas y fragmentarias. Se sabe que, deseoso de volcarse a la vida monástica, fue recibido por san Nilo de Rossano -a quien recordamos hoy mismo-, del cual llegó a ser fidelísimo discípulo. San Nilo, a través de una verdadera y propia «cura», modificó la naturaleza perezosa e indolente de Esteban, el cual realizó tantos y tales progresos, que vino a ser ejemplo de humildad y obediencia.

San Esteban siguió a Nilo a Capua, Vallelucio y Serperi, cerca de Gaeta, donde murió en el año 1001. Nilo ordenó que fuese construido un doble sepulcro, de modo que él mismo pudiese ser sepultado junto a su discípulo, cuando llegara su muerte. De esta tumba no existen restos.


fuente: Santi e Beati




 
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