San Virgilio de Salzburgo
San Virgilio de Salzburgo, obispo
En la región de Baviera meridional, san Virgilio, obispo, hombre doctísimo nacido en Irlanda, que con el apoyo del rey Pipino se puso al frente de la Iglesia de Salzburgo, donde construyó la catedral en honor de san Ruperto y se dedicó gozosa y felizmente a propagar la fe entre los carintios.
San Virgilio era irlandés (llamado Feargal o Ferghil). En los «Anales de los Cuatro Maestros» y en los «Anales de Ulster» se dice que fue abad de Auhaboe. Hacia el año 743, emprendió una peregrinación a Tierra Santa, pero se detuvo dos años en Francia y no llegó más allá de Baviera. Allí, el duque Odilón de Baviera le nombró abad de San Pedro de Salzburgo y administrador de la diócesis. El obispo del lugar, que era también irlandés, se encargaba de los ministerios propiamente episcopales, en tanto que san Virgilio se reservaba la predicación y la administración. Así lo hizo hasta que sus colegas le obligaron a aceptar la consagración episcopal. En cierta ocasión, encontró a un sacerdote que sabía tan poco latín, que ni siquiera pronunciaba correctamente la fórmula del bautismo. San Virgilio, basándose en que el error era accidental y no de fe, decidió que no era necesario repetir los bautismos administrados por dicho sacerdote. San Bonifacio, quien era entonces arzobispo de Mainz, desaprobó el veredicto de san Virgilio. Entonces, ambos santos apelaron al papa san Zacarías, el cual confirmó la opinión de Virgilio y se mostró sorprendido de que Bonifacio la hubiese combatido.
Algún tiempo después de este incidente, san Bonifacio acusó nuevamente a san Virgilio ante la Santa Sede, por haber enseñado que debajo de la tierra había otro mundo y otros hombres y otro sol y otra luna. San Zacarías respondió que era ésa una «doctrina perversa y malvada, que ofende a Dios y a nuestras almas» y añadió que, si llegaba a probarse que Virgilio la había enseñado, debía ser excomulgado por un sínodo. Algunos han aprovechado este incidente como materia de controversia, pero sin razón, porque no se sabe exactamente cuál era la doctrina de san Virgilio sobre la tierra y otros tipos de hombres. Por otra parte, lo que era evidentemente peligroso en su enseñanza, radicaba en la implicación de una negación de la unidad de la raza humana, de la universalidad del pecado original y de la Redención. Debemos reconocer que es muy explicable que la doctrina de san Virgilio haya provocado sospechas en el siglo VIII, si acaso enseñó realmente que la tierra era redonda y que había hombres en las antípodas. No existe el menor indicio de que san Virgilio haya sido juzgado, condenado y obligado a retractarse, pero sin duda que demostró a quienes le criticaban que no creía nada que ofendiese «a Dios y a su alma», ya que fue consagrado obispo hacia el año 767 o antes.
San Virgilio reconstruyó en grande la catedral de Salzburgo, a la que trasladó el cuerpo de san Ruperto, fundador de la sede. El santo bautizó en Salzburgo a dos duques eslavos de Carintia y, a petición de ellos, envió allá al obispo san Modesto y a otros cuatro predicadores, a los que siguieron más tarde otros misioneros. El propio San Virgilio predicó en Carintia hasta las fronteras de Hungría, en la región en que el Drave se une al Danubio. Poco después de regresar a su diócesis, cayó enfermo y murió apaciblemente en el Señor el 27 de noviembre de 784. Fue canonizado en 1233. Su fiesta se celebra en Irlanda y en ciertas regiones de Europa Central, donde se le venera como el apóstol de los eslovacos.
La biografía publicada en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, vol. XI , pp. 86-95, es una obra tardía que no merece entero crédito. Más convincente es el epitafio encomiástico escrito por Alcuino (Monumenta Germaniae Historica, Poetae Latini, vol. I, p. 340). Véase la valiosa noticia biográfica de L. Gougaud, Les saints irlandais hors d'Irlande (1936), pp. 170-172; y cf. J. Ryan, Early Irish Missionaríes ... and St Vergil (1924) ; H. Frank, Die Klosterbischó f e des Frankreiches (1932) ; y B. Krusch, en Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov, vol. VI, pp. 517 ss. Acerca de la disputa cosmológica, véase H. Krabbo, en Mitteilungen des Instituts fiir Osterreichische Geschichtsforschung, vol. XXIV (1903), pp. 1-28; y H. Van der Linden, en Bulletins de l'Aead. royale de Belg., Classe des lettres, 1914, pp. 163-187.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Laverio de Grumento | |
Saber más cosas a propósito de los Santos del día | |
San Laverio, mártir
En Grumento, de Lucania, san Laverio, mártir.
|
San Jacobo de Persia | |
Saber más cosas a propósito de los Santos del día | |
San Jacobo el Interciso, mártir
En Persia, san Jacobo, por sobrenombre «Interciso» («dividido»), mártir, que en tiempo del emperador Teodosio el Joven renegó de Cristo por congraciarse con el rey Iasdigerd, pero al ser ásperamente reprendido por su madre y su esposa, se arrepintió e, intrépidamente, confesó ser cristiano ante Varam, hijo y sucesor del soberano de Persia, quien, airado, pronunció contra él sentencia de muerte, ordenando que lo despedazaran miembro a miembro y finalmente decapitaran.
La segunda gran persecución persa comenzó hacia el año 420, a causa del celo indiscreto del obispo Abdías. La principal víctima de aquella persecución fue Santiago. Gozaba éste de gran favor ante el rey Yezdigerdo I. Cuando dicho príncipe emprendió la persecución de los cristianos, Santiago no tuvo valor para renunciar a su amistad, de suerte que abandonó o disimuló la fe en el verdadero Dios, que había profesado hasta entonces, lo que afligió mucho a su madre y a su esposa. Cuando murió el rey Yezdigerdo, ambas escribieron a Santiago, echándole en cara la cobardía de su conducta. Impresionado por esa carta, Santiago empezó a comprender su falta. Desde entonces, dejó de ir a la corte, renunció a todos los honores que su cobardía le había procurado y se arrepintió públicamente. El nuevo rey, Bahram le mandó llamar. Santiago confesó que era cristiano. Bahram le reprochó su ingratitud, recordándole todos los honores que su padre le había conferido. Santiago replicó serenamente: «¿Dónde está ahora? ¿Qué ha sido de él?» Tal respuesta molestó mucho a Bahram, quien amenazó a Santiago con someterlo a una muerte lenta. El santo respondió: «Cualquier género de muerte no pasa de ser un sueño. Quiera Dios que muera yo como los justos». Bahram replicó: «La muerte no es un sueño, es el terror de los reyes». Santiago le dijo: «La muerte aterra a los reyes y a cuantos no conocen a Dios, porque la esperanza de los malvados es efímera». El rey replicó: «¿De modo que tú, que no adoras al sol, ni a In luna, ni al fuego, ni al agua, que son emanaciones de Dios, nos llamas a nosotros malvados?» Santiago repuso: «Yo no te acuso, pero afirmo que das el nombre de Dios a criaturas».
El consejo del rey resolvió que, si Santiago no renunciaba a Cristo, debía ser colgado y destrozado su cuerpo, miembro a miembro. Toda la ciudad acudió a presenciar esa nueva forma de tortura. Los cristianos se dedicaron a orar para que Dios concediese al mártir la perseverancia. Los verdugos tiraron violentamente al mártir por los brazos como para descoyuntárselos. En esa postura le explicaron el género de muerte que le esperaba y le exhortaron a abjurar para obedecer al rey y evitar el castigo. Más aún, le dijeron que bastaba con que fingiese abjurar momentáneamente y que después se le dejaría en libertad de practicar su religión. Santiago respondió: «Esta muerte que parece tan terrible es un precio muy bajo para comprar la vida eterna». En seguida, volviéndose hacia los verdugos, les dijo: «¿Qué esperáis? Empezad vuestra tarea». Cuando los verdugos le cortaron el primer dedo del pie derecho, el mártir dijo en voz alta: «Salvador de los cristianos, recibe la primera rama del árbol. El árbol se pudrirá; pero volverá a echar retoños y a cubrirse de gloría. La vid muere durante el invierno, pero resucita en la primavera. También el cuerpo reflorecerá después de ser podado». Cuando le cortaron el primer dedo de la mano, el mártir exclamó: «Mi corazón se regocija en el Señor, y mi alma se llena de gozo en Dios, mi Salvador». Y así siguió alabando a Dios según le iban cortando los dedos. Cuando ya no le quedaba ningún dedo en las manos ní en los pies, dijo alegremente al verdugo: «Ya acabaste con los retoños. Corta ahora las ramas». En seguida le cortaron los miembros, trozo a trozo. Cuando ya no le quedaba a Santiago más que el tronco, aún alababa a Dios, hasta que un soldado le cortó la cabeza. El autor de las «actas», que afirma haber presenciado el martirio, añade: «Todos imploramos entonces la intercesión del glorioso Santiago». Los cristianos dieron al mártir el sobrenombre de «Intercisus», que significa «descuartizado» o «dividido».
Acta martyrum et sanctorum (1890- 1897), vol. II , pp. 539-558. Existe una traducción alemana en Bibliothek der Kirchenviiter, vol. XXII, pp. 150-162. La historia llegó a ser muy popular, aunque es en gran parte legendaria. Existen adaptaciones en griego, latín, copto, etc. Véase también S. E. Assemani, Acta sanctorum martyrum orientalium et occidentalium, vol. I, pp. 242-258. En Chipre se profesaba especial devoción a Santiago. Se supone que algunas de sus reliquias fueron trasladadas a Braga, en Portugal. E. P. D. Devos enumera los documentos sobre el mártir, en Analecta Bollandiana, vol. LXXI (1953), pp. 157-200, y LXXII, pp. 213-256.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
|
San Eusicio de Blois | |
Saber más cosas a propósito de los Santos del día | |
San Eusicio, eremita
En el territorio de Blois, también en Francia, san Eusicio, ermitaño, que construyó su estrecha celda al pie del monte Caro.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario