San Francisco de Paula, eremita fundador
fecha: 2 de abril
n.: 1416 - †: 1507 - país: Francia
canonización: C: León X 1 may 1519
hagiografía: José Gros y Raguer
n.: 1416 - †: 1507 - país: Francia
canonización: C: León X 1 may 1519
hagiografía: José Gros y Raguer
San Francisco de Paula, ermitaño,
fundador de la Orden de los Mínimos en Calabria. Prescribió a sus discípulos
que viviesen de limosnas, que no tuvieran propiedad ni tocasen nunca dinero, y
que utilizasen sólo alimentos cuaresmales. Llamado a Francia, por el rey Luis
XI, le asistió en el lecho de muerte, y, célebre por la austeridad de vida,
murió a su vez en Plessis-les-Tours, junto a la ciudad francesa de Tours.
patronazgo: patrono de los ermitaños, los
marineros, para pedir descendencia, contra la peste y la tristeza.
oración:
Señor, Dios nuestro,
grandeza de los humildes, que has elevado a san Francisco de Paula a la gloria
de tus santos, concédenos, por su intercesión y a imitación suya, alcanzar de
tu misericordia el premio prometido a los humildes. Por Jesucristo, nuestro
Señor. Amén. (de la liturgia)
Nacido en Paola, reino de Nápoles, el 27
de marzo de 1416. Anacoreta de muy joven, más tarde apóstol y fundador de la
Orden de los Mínimos. Muere en Tours (Francia), el día 2 de abril de 1507. Al
cabo de sólo doce años fue elevado al honor de los altares, en 1519, por León
X.
Francisco de Paula no fue sacerdote, pero
sí un reformador auténtico. Influyó poderosamente en la historia del
Renacimiento. La vertiente paganizante del movimiento renacentista aparecía muy
peligrosa para el espíritu cristiano, que tan celosamente había conservado y
fomentado los grandes focos monacales de la Edad Media. La sensualidad y el
afeminamiento se iban infiltrando en todos los ambientes y, a grandes pasos, se
desmoronaba la ascética cristiana por el enfriamiento de quienes debieran
practicarla. Por ello el joven Francisco ataca de raíz el mal de la época
cuando, tras el año de oblación transcurrido en el convento franciscano de San
Marcos Argentato, decide retirarse a la soledad penitente.
Había pisado la misma tierra bendita de su
patrón y se sentía impulsado a imitar al Poverello en su modo filial de vivir
en manos de Dios. También de la libertad de espíritu del patriarca franciscano
encontramos ya rasgos en la peregrinación de Francisco de Paula por tierras de
Umbría. Ha encontrado a un cardenal del siglo viajando con un lujo
extraordinario. Y el joven mendigo, de aspecto ignorante, ha sabido reprender
discretamente al magnate de elegantes y ricas vestiduras. Luego pasa meses y
meses encerrado en vida austerísima: durmiendo en la tierra desnuda,
alimentándose de las hierbas crudas; el cuerpo, ceñido de cuerda con nudos. Al
cabo de cinco años la fama de su virtud llega al cenit y, pese a su
resistencia, afluyen los discípulos. Al lado de su cabaña plantan muchas más,
tiene que pensar en un convento, y lo edifican, con la ayuda de todos sus
conciudadanos. En medio de la pobreza y la alegría se van fundando nuevas
comunidades.
El renombre del ermitaño llega a Sicilia.
Le llaman allá. Llega a pie a orillas del mar, con el bordón de peregrino.
Dícele al barquero: «Hermano, ¿me pasa usted?». El barquero contesta con
ironía: «Señor, ¿me paga usted?». «No tengo dinero para pagarle», replica el
ermitaño. «Ni yo barca para pasarle», concluye el otro. Entonces, ante multitud
de testigos, el Santo, tras una breve oración y bendición de las olas,
atraviesa el estrecho de Messina sobre la cubierta de su manto extendido sobre
el mar y con su mismo borde sirviéndole de vela.
Muchos otros milagros acompañaron el paso
de Francisco, signos de la presencia de Dios al lado del Reformador. Este don
taumatúrgico tenía sus raíces en las sólidas virtudes que adornaban su alma y
que culminaban en la que era su consigna constante y que, como tal, pasó a su
familia espiritual: Caridad. Bondad y dulzura resplandecían en quien por
natural debía aparecer como severo y retraído. La alegre humildad le facilitó
la convivencia amorosa con la gente sencilla del pueblo, con los desvalidos y
desheredados, de los que se constituyó en valiente defensor ante los atropellos
de los señores. «La tiranía no place a Dios bendito», era su estribillo. Frente
al mismo Fernando, déspota rey de Nápoles, se mantuvo en su intrepidez; y el
soberano, con sus consejeros, tuvo que rendirse ante la fuerza de la santidad,
viéndose obligado a prometerle administración justa y caritativa. También en la
corte resplandecieron sus virtudes y milagros. Cuentan sus biógrafos que una
vez tomó una moneda de la bandeja repleta que le ofrecía el rey para comprar su
silencio, y desmenuzándola entre sus dedos, brotaron de ellos gotas de sangre,
símbolo de la opresión de los débiles.
Su vida termina con la célebre expedición
a Francia. Luis XI, otro tirano de la época, se siente morir en su retiro de
Plessisdu-Parc (Tours) y ansioso de salud hace llamar al taumaturgo de Paula.
Éste sólo acude tras la recomendación del Papa Sixto IV. Llegado a la corte,
rechaza los interesados favores del rey y le indica el camino de la vida
verdadera, invitándole a devolver el dinero, que le ofrecía a él, a todos los
que había expoliado en su reinado. Y Luis XI se rendía también ante la
santidad. El fundador de los Mínimos no le libró de la muerte, pero alegró sus
últimos días con palabras celestiales, que le prepararon una agonía llena de
esperanza.
Desde entonces permanece el Santo en
Francia, realizando nuevas fundaciones. Y en Tours le llega la hora del
triunfo. El Viernes Santo, 2 de abril de 1507, a los acordes de la pasión de
San Juan, que se hace leer en el lecho de muerte, Francisco de Paula, el
taumaturgo, penitente y fundador, entrega el alma a Dios. Dios acepta su vida y
al punto sanciona con maravillas el clamor de la gente de Tours, que en plena
calle le proclama digno de los altares.
fuente: José Gros y
Raguer
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?ids=1073
San Affiano o Anfiano, mártir
fecha: 2 de abril
n.: c. 285 - †: c. 306 - país: Israel
otras formas del nombre: Apiano, Appiano, Aphiano
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 285 - †: c. 306 - país: Israel
otras formas del nombre: Apiano, Appiano, Aphiano
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Cesarea de
Palestina, san Affiano o Anfiano, mártir, que, viendo cómo en tiempo del
emperador Maximino se obligaba al pueblo a sacrificar públicamente a los
dioses, se acercó intrépido al prefecto Urbano y, asiéndole por el brazo, quiso
impedir el rito, por lo cual, con los pies envueltos en lino empapado con
aceite, le prendieron fuego y, aún vivo, fue arrojado al mar por los soldados.
Aunque Apiano y
Teodosia, por razones históricas y de culto, tienen entradas distintas en el
Martirologio el mismo día, provienen de la misma tradición:
Entre los mártires
de Palestina, a los que Eusebio de Cesarea conoció personalmente y cuyos
sufrimientos describió, se cuentan dos, cuya tierna edad impresionó
especialmente al escritor. Uno era Apiano, joven de veinte años y la otra era
una muchacha de dieciocho años, llamada Teodosia.
Apiano había nacido
en Licia y había estudiado en la famosa escuela de Berytus de Fenicia, donde se
había convertido al cristianismo. A los dieciocho años se fue a vivir a
Cesarea. Poco después, el gobernador de la ciudad recibió la orden de exigir
que todos los habitantes ofreciesen sacrificios públicos. Al tener noticia de
ello, Apiano, sin comunicar a nadie sus planes -«ni siquiera a nosotros», dice
Eusebio, que vivía entonces con él-, se dirigió al sitio en que el gobernador
Urbano estaba ofreciendo sacrificios y logró llegar hasta él, sin que los
guardias lo advirtiesen. Tomando a Urbano por el brazo, le impidió ofrecer el
sacrificio y clamó contra la impiedad que cometía quien abandonaba el culto del
verdadero Dios para adorar a los ídolos. Los guardias se lanzaron sobre Apiano
y le molieron a puntapiés; después le arrojaron en un oscuro calabozo, donde
pasó veinticuatro horas con apretados grilletes en los tobillos. Al día
siguiente tenía el rostro tan hinchado, que era imposible reconocerle. El juez
mandó desgarrarle con garfios hasta los huesos, de suerte que las entrañas del
santo quedaron a la vista. A todas las preguntas respondía de la misma manera:
«Yo soy siervo de Cristo». Después se le aplicaron en las plantas de los pies
lienzos mojados en aceite hirviente; pero, por más que le quemaron hasta los
huesos, no consiguieron vencer su constancia. Cuando los guardias le decían que
ofreciese sacrificios a los dioses, Apiano respondía: «Yo confieso al Cristo,
el Dios verdadero que es uno con el Padre». Al ver que no flaqueaba en su
resolución, el juez le condenó a ser arrojado al mar. Inmediatamente después de
ejecutada la sentencia, ocurrió un milagro que, según dice Eusebio, tuvo lugar
en presencia de toda la población, ya que un violento temblor arrojó a la playa
el cuerpo del mártir, a pesar de que los verdugos le habían atado al cuello
losas muy pesadas.
Teodosia parece
haber sido también martirizada durante la persecución de Maximino. Eusebio
describe así su triunfo: «A los cinco años de persecución, el ... cuarto día
después de las nonas de abril, que era la fiesta de la Resurrección del Señor,
llegó a Cesarea una joven muy santa y devota, llamada Teodosia, originaria de
Tiro. Teodosia se aproximó a unos prisioneros que estaban esperando la
sentencia de muerte delante del pretorio, con la intención de saludarles y,
probablemente también, de pedirles que no la olvidasen al llegar a la presencia
de Dios. Los guardias cayeron sobre ella como si hubiese cometido un crimen y
la arrastraron ante el presidente, quien se dejó llevar por la crueldad y la
condenó a terribles tormentos; los verdugos le desgarraron los costados y los
pechos hasta dejar los huesos al descubierto. La mártir respiraba todavía y su
rostro reflejaba una deliciosa sonrisa, cuando el presidente mandó que la
arrojasen al mar».
Este relato está
tomado de Los Mártires de Palestina de Eusebio. Han llegado hasta nosotros dos
versiones, que pueden verse en la edición de E. Grapin en la colección Temes et
Documents pour l'Etude historique du Christianisme, vol. III, pp. 183-227. Ver
también Analecta Bollandiana, vol. XVI (1897), pp. 122-127. La imagen es de
Santa Teodosia de Cesaria, en St-Germain-des-Prés, en París.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido
tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente
nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1074
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