Papa: Pedir la “santa vergüenza” frente a la tentación
(RV).- Que el Señor nos dé la gracia de la “santa vergüenza” frente a la tentación de la ambición que implica a todos, también a los obispos y a las parroquias. Es la exhortación que hizo el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Franciscorecordó, en efecto, que quien quiere ser el primero, debe hacerse último y servidor de los demás.
“Todos seremos tentados”. El Pontífice comenzó su reflexión a partir de esta experiencia de la vida cristiana, tal como lo afirman las Lecturas del día. En la Primera se recuerda que quien quiere servir al Señor, debe prepararse para hacer frente a la tentación. Y, en efecto, el Evangelio narra que Jesús anuncia a sus discípulos su propia muerte, si bien ellos no lo comprenden y tienen miedo de interrogarlo.
La tentación de no cumplir la misión por temor
Ésta es “la tentación de no cumplir la misión”, dijo el Papa. Y añadió que también Jesús fue tentado: primero, tres veces por el diablo en el desierto y después por Pedro, ante el anuncio de su muerte.
La tentación de la ambición también existe entre los obispos y en las parroquias
Pero hay otra tentación de la que habla el Evangelio del día: los discípulos van discutiendo por el camino acerca de quién de ellos es el más grande y se callan cuando Jesús les pregunta de qué estaban hablando. Se callan porque se avergüenzan de esa discusión:
“Pero era gente buena, que quería seguir al Señor, servir al Señor. Pero no sabían que el camino del servicio al Señor no era tan fácil, no era como enrolarse en una institución, una asociación de beneficencia, para hacer el bien: no, es otra cosa. Tenían temor por esto. Y después, la tentación de la mundanidad: desde el momento en que la Iglesia es Iglesia hasta hoy, esto ha sucedido, sucede y sucederá. Pero pensemos en las luchas en las parroquias: ‘Yo quiero ser presidente de esta asociación, escalar un poco’, ‘¿Quién es el más grande, aquí? ¿Quién es el más grande en esta parroquia? No, yo soy más importante que aquel, y aquel otro no porque ha hecho aquella cosa…’, y allí, la cadena de los pecados”.
Además, Francisco ofreció otros ejemplos concretos para hacer comprender esta tentación:
“Algunas veces lo decimos con vergüenza nosotros, los sacerdotes, en los presbiterios: ‘Yo querría aquella parroquia…’ – ‘Pero el Señor está aquí…’ – ‘pero yo querría aquella…’. Lo mismo. No el camino del Señor, sino ese camino de la vanidad, de la mundanidad. También entre nosotros los obispos sucede lo mismo: la mundanidad viene como tentación. Tantas veces. ‘Yo estoy en esta diócesis pero miro hacia aquella que es más importante y me muevo para lograrlo… sí, uso esta influencia, esta otra, aquella otra, o esta influencia, hago presión, presiono sobre este punto para llegar allá…’ – ‘Pero ¡el Señor está allá!’”.
El deseo de ser más importante nos impulsa hacia el camino de la mundanidad. De modo que el Papa exhortó a pedir siempre al Señor “la gracia de avergonzarnos, cuando nos encontramos en estas situaciones”.
La santa vergüenza ante la tentación de la mundanidad: somos siervos inútiles
En efecto, Jesús invierte aquella lógica. Y sentado junto a ellos, les recuerda que “si uno quiere ser el primero, debe ser el último y el servidor de todos”. Y toma a un niño y lo pone en medio de ellos. El Papa pidió que se rece por la Iglesia, “por todos nosotros” – dijo – para que el Señor nos defienda “de las ambiciones, de la mundanidad, de creernos más grandes que los demás”:
“Que el Señor nos dé la gracia de la vergüenza, aquella santa vergüenza, cuando nos encontramos en aquella situación, bajo aquella tentación, avergonzarnos: ‘¿Pero yo soy capaz de pensar así? Cuando veo a mi Señor en la cruz, ¿y yo quiero usar al Señor para escalar?’. Y que nos dé la gracia de la sencillez de un niño: comprender que sólo vale el camino del servicio… Y quizás, yo imagino una última pregunta: ‘Señor, te he servido toda la vida. He sido el último toda la vida. ¿Y ahora, qué?’. ¿Qué cosa nos dice el Señor? ‘Di’ de ti mismo: ‘Soy un siervo inútil’”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).
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