lunes, 6 de febrero de 2017

Santos Pablo Miki y veinticinco compañeros, mártires (6 de febrero)

Santos Pablo Miki y veinticinco compañeros, mártires
fecha: 6 de febrero
†: 1597 - país: Japón
canonización: 
B: Urbano VIII 14 sep 1627 - C: Pío IX 8 jun 1862
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: Memoria de los santos Pablo Miki y compañeros, mártires en Nagasaki, ciudad de Japón. Allí, declarada una persecución contra los cristianos, fueron apresados, duramente maltratados y, finalmente, condenados a muerte ocho presbíteros o religiosos de la Orden de la Compañía de Jesús y de la Orden de los Hermanos Menores, procedentes de Europa o nacidos en Japón, junto con diecisiete laicos. Todos ellos, incluso los adolescentes, por ser cristianos fueron clavados cruelmente en cruces, mas manifestaron su alegría al haber merecido morir como murió Cristo. Sus nombres son: Juan de Goto Soan, Jacobo Kisai, religiosos de la Orden de la Compañía de Jesús; Pedro Bautista Blásquez, Martín de la Ascensión Aguirre, Francisco Blanco, presbíteros de la Orden de Hermanos Menores; Felipe de Jesús de Las Casas, Gonzalo García, Francisco de San Miguel de la Parilla, religiosos de la misma Orden; León Karasuma, Pedro Sukeiro, Cosme Takeya, Pablo Ibaraki, Tomás Dangi, Pablo Suzuki, catequistas; Luis Ibaraki, Antonio, Miguel Kozaki y su hijo Tomás, Buenaventura, Gabriel, Juan Kinuya, Matías, Francisco de Meako, Ioaquim Sakakibara y Francisco Adaucto, neófitos. El día de su martirio fue ayer.
Oración: Oh Dios, fortaleza de todos los santos, que has llamado a san Pablo Miki y a sus compañeros a la vida eterna por medio de la cruz; concédenos, por su intercesión, mantener con vigor, hasta la muerte, la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Francisco Javier sembró el cristianismo en Japón, adonde llegó en 1549. Él mismo convirtió y bautizó a considerable número de paganos. Posteriormente provincias enteras recibieron la fe. Se dice que en 1587 había en Japón más de doscientos mil cristianos. En 1588, el altivo Ministro Hideyoshi, habiéndose arrogado los honores de una deidad, ordenó que todos los misioneros deberian abandonar sus dominios en un término de seis meses. Algunos obedecieron, pero muchos permanecieron ocultos. En 1596, Hideyoshi, uno de los hombres más orgullosos y llenos de vicios, se enfureció por la jactancia del capitán de un barco español que dijo que el propósito de los misioneros era facilitar la conquista de Japón a los portugueses o españoles, y al año siguiente tres jesuitas y seis franciscanos fueron crucificados en una colina cerca de Nagasaki. Los franciscanos eran san Pedro Bautista, comisario de los frailes en Japón, san Martín De Aguirre, san Francisco Blanco, san Francisco de San Miguel (un hermano lego), todos ellos españoles; además san Felipe de Jesús, nacido en la ciudad de México, que aún no estaba ordenado, y san Gonzalo García. La nacionalidad del último nombrado, también hermano lego, es tema de discusión, ya que nació en Bassein, cerca de Bombay, se cree que de padres portugueses; pero otros declaran que sus padres eran hindúes conversos que tomaron nombres portugueses. De los jesuitas, uno era san Pablo Miki, un japonés de noble alcurnia y eminente predicador; los otros dos, san Juan Goto y Santiago Kisai, habían sido admitidos a la orden como hermanos coadjutores, poco antes de su martirio. Los diecisiete mártires restantes eran también japoneses; varios de ellos eran catequistas e intérpretes, y todos eran terciarios franciscanos. Incluían a un soldado, san Cayo Francisco; a un médico, san Francisco De Miako; a un natural de Corea, san Leon Karasuma, y a tres muchachos de unos trece años que ayudaban la misa a los frailes, santos Luis Ibarki, Antonio Deynan y Tomás Kasaki, cuyo padre también fue martirizado.
Después de haberles cortado parte de la oreja izquierda, con las mejillas manchadas de sangre, veinticuatro de los mártires fueron llevados a través de varias poblaciones para aterrorizar a los demás. Al llegar al sitio de la ejecución cerca de Nagasaki, se les permitió confesarse con los dos jesuitas. Después los sujetaron a las cruces con cuerdas y cadenas en los brazos y piernas; con una argolla de hierro alrededor de sus gargantas, fueron levantados en alto, y se dejó caer el pie de cada cruz dentro de un agujero excavado en el suelo. Las cruces se pusieron en una fila, a un metro poco más o menos de distancia entre sí. Junto a cada mártir había un verdugo presto a atravesarle el costado con una lanza, de acuerdo con el método de crucifixión japonés. Tan pronto como todas las cruces estuvieron plantadas, los verdugos elevaron sus lanzas a una señal dada, y mataron a los mártires casi en el mismo instante. Sus paisanos cristianos conservaron como un tesoro su sangre y sus vestidos, a los cuales se les atribuyen muchos milagros. Estos veintiséis testigos de Cristo fueron canonizados en 1862. El heroísmo de los niños nos llena siempre de admiración, pero en este caso hay un elemento más digno de ella. Conviene recordar, que era costumbre practicada en el Japón que cuando el que hacía cabeza en la familia era acusado, el castigo recaía sobre todos los miembros de ella. Un historiador moderno de Japón, el capitán Brinkley, dice que el "castigo de este género se contaba como una de las armas más efectivas del administrador".
Tomado, aunque con algunas variantes, del Butler-Guinea, 1964. El cuadro reproducido en primer lugar, el «Martirio de Pablo Miki, Juan Goto y Santiago Kisai», está atribuido (aunque su autoría cierta se desconoce) a Mosén Pedro García Ferer, pintor aragonés de formación valenciana, y tiene el valor de ser contemporáneo de los hechos, ya que fue pintado entre el 1600 y el 1650, actualmente se encuentra en la colección permanente del Museo de Bellas Artes de Valencia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012

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