Semillas de nuestra
identidad
En esta mañana del mes de
febrero y al situarme ante la tarea de presentar los comentarios de esta
nueva semana, no me sale decirte la palabra 'buena o bueno", porque se ha
declarado mundialmente que las personas debemos no sólo odiarnos, sino matarnos.
La guerra ha hecho posible estas cosas. Pero no sólo la guerra de ahora, la de
siempre. La que ya comenzaron a usar las gentes que dejaban de ser 'especie
animal y evolucionaron a especie humana'. Y esta evolución llevaba dentro,
escondido muy adentro aquella semilla del 'comes o te comen'. La guerra es la
expresión sublime del crecimiento y desarrollo de esta semilla. Y todos
acabamos participando solidariamente de esta triste realidad. El bien y
cuanto de bueno existe en la Tierra no es fruto del trabajo de ningún dios
fuera del Cosmos. Y también el mal y cuanto de muerte nos rodea no es fruto de
la tarea de ningún demonio o diablo habitante en los oscuros abismos de ningún
planeta del Universo. Bien y mal es el hombre. Tú y yo. Halcón y paloma. Guerra
y paz.
Y estas semillas del bien y
el mal están dentro de cada uno muy atentas ellas a los primeros calores de la
vida para despertarse. Tú y yo somos los despertadores. Y los dos conocemos los
tiempos de nuestra historia y las claves de nuestros relatos del bien y del
mal. Cuando nos miramos despacio descubrimos los rincones impresentables del
amor y del odio, del bien y del mal, de la guerra y la paz. Estos rincones son
las cicatrices de nuestra piel y de nuestras entretelas.
Con el paso de los años de la
consciencia se va percatando uno de la existencia de un alimento aditivo que
nos mantiene en pie: el poder o también llamado el interés del mandar o la
autoridad del saber. Siempre nos acompaña el poder como si fuera el aire que
respiramos para sentirnos vivos. Y nos lo sabemos muy bien: el poder es
aditivo, nos agrada, nos fascina, nos atrapa, nos transfigura, nos diviniza
hasta... ¡deshumanizarnos!
Y parece ser que este poder
no tiene colores, ni parlamentos, ni credos, ni rituales, ni... Tiene,
siempre y en abundancia, semillas, semillas nuevas, semillas que no se agotan,
semillas que no caducan..., aunque sean siempre semillas de muerte y para la
muerte.
Tendría que haber hablado de
un desierto y de sus tentaciones, pero decido ya dejarlo aquí. Ya sé que dejo
sólo palabras, pero tú y yo sabremos en cada momento vestir de realidad estas
palabras tan tremendas en las que se nos encarna el poder.
Se nos dice que hubo un
hombre, como tú y como yo, judío y llamado Jesús de Nazaret que se atrevió a
mirar de tú a tú al poder y que deseó pasar de largo, pero su pretensión no
acabó bien. Él no mató. Siempre deseó vivir. Lo mataron... Y la historia
continúa.
A continuación se encuentran
los comentarios del domingo día 6 de marzo.
Domingo 1º de Cuaresma C (06.03.2022): Lucas 4,1-13. Así lo comento y comparto
CONTIGO: La trinidad diabólica del poder
El
domingo del día seis de marzo es, para la institución eclesiástica vaticana, el
primer domingo de la Cuaresma. El pasado día dos de este mes se celebró en cada
una de las eucaristías de esta iglesia el ‘Miércoles de Ceniza’ por ser el
momento en el que se redujeron a cenizas los ramos que se utilizaron el pasado
año en la fiesta de la Entrada de Jesús de Nazaret en la ciudad de Jerusalén
mientras era aclamado como rey y mesías entre el batir de las ramas de olivo y
las melodías musicales de la entronización. ¿No recuerda este rito tantos
desfiles de la victoria?
Con
la llegada de este tiempo de Cuaresma se abandona en la liturgia eclesiástica
de la misa dominical la lectura continuada del Evangelio de nuestro actual
Ciclo C, el de Lucas. Y este abandono deliberadamente así programado dura los
cuarenta días de la Cuaresma, la gran Semana Santa y los cincuenta días desde
la Resurrección hasta la fiesta Pentecostés y una semana más. Hasta mediados
del próximo mes de junio no volveremos a la proclamación sistemática del relato
de este Evangelista. Así, ¿cómo conocerá el pueblo este Evangelio?
Dicho
una vez más lo anterior, detengo mis deseos de meditación en la propuesta de Lucas
4,1-13: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era
conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el
diablo. No comió nada en aquellos días” (Lucas 4,1-2). Retengo esta doble
información acerca de lo que sucede alrededor de Jesús: Conducido por el
Espíritu y tentado por el diablo.
Leo,
medito, me imagino y me pregunto entre otras cosas, ¿cómo se desarrolla este
acompañamiento a manos conjuntamente del Espíritu y del Diablo? ¿Se trata de un
acompañamiento desde fuera de la persona de Jesús? ¿El uno tiraba de su derecha
y el otro de su izquierda? ¿Pudo ser un acompañamiento desde los adentros
de la persona de Jesús? ¿El uno desde las neuronas de su cerebro y el
otro desde las entretelas de su corazón?
Prosigo
curioso mi lectura del texto evangélico: “Si eres hijo de dios [todo en
minúsculas] di a esta piedra que se convierta en pan” (Lc 4,3); “Te
daré todo el poder y la gloria de estos reinos” (Lc 4,6); “Si eres hijo
de dios [todo en minúsculas] tírate de aquí abajo (Lc 4,9). Me
sorprendo ante el poder del tener, el poder del mandar y el poder del creer.
¿La tentación es el poder?
Con
los años, más de un buen amigo me ha enseñado que existe un cuarto poder que,
aquí y ahora, lo llamaré con sutil delicadeza ‘el poder mendigar’.
Cuando se llega a experimentar esta realidad tan personal y vital como el
respirar, se comprende que la anterior y única y ‘diabólica trinidad del poder’
acaba por deshumanizar a todo ser humano. ¿No es esta trinidad del poder la
religión del diablo? Me digo.
En
cambio, me lo medito y te lo comparto: el poder mendigar, ¿no será la
buena noticia del espíritu que nos hace a ti y a mí humanos, un evangelio el
uno para el otro? Carmelo Bueno Heras.
CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre
otras muchas actividades, solemos también leer. En ocasiones, quedamos
sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar
que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta
sola razón, me he decidido a compartir CONTIGO, semana a semana, durante este
año eclesiástico, 52 libros. Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los
textos, como en el cuerpo de toda persona, ¡todo está relacionado!
Ahora, Semana 15ª: 06.03.2022. Cita de: Miguel
Delibes, Un mundo que agoniza, Plaza y Janés Editores, Barcelona, 1979, 166
páginas.
“Cuando escribí mi novela ‘El camino’, donde un
muchachito, Daniel el Mochuelo, se resiste a abandonar la vida comunitaria de
la pequeña villa para integrarse en el rebaño de la gran ciudad, algunos me
tacharon de reaccionario. No querían admitir que a lo que renunciaba Daniel el
Mochuelo era a convertirse en cómplice de un progreso de dorada apariencia pero
absolutamente irracional.
Posteriormente mi oposición al sentido moderno
del progreso y a las relaciones Hombre-Naturaleza se ha ido haciendo más acre y
radical hasta abocar a mi novela ‘Parábola del náufrago’ donde el poder del
dinero y la organización -quintaesencia de este progreso- termina por convertir
en borrego a un hombre sensible, mientras la Naturaleza mancillada, harta de
servir de campo de experiencias a la química y la mecánica, se alza contra el
hombre en abierta hostilidad. En esta fábula venía a sintetizar mi más honda
inquietud actual, inquietud que humildemente, vengo a compartir con unos
centenares -pocos- de naturalistas en el mundo entero. Para algunos de estos
hombres la Humanidad no tiene sino una posibilidad de supervivencia, según
declaración en el Manifiesto de Roma: frenar su desarrollo y organizar la vida
comunitaria sobre bases diferentes a las que hasta hoy han prevalecido [...]
He aquí mi credo [...] ¿es serio afirmar que la
actual orientación del progreso es la congruente? [...] El hombre, ciertamente,
ha llegado a la Luna pero en su organización político-social continúa anclado
en una ardua disyuntiva: la explotación del hombre por el hombre o la anulación
del individuo por el Estado [...]
La actitud del hombre contemporáneo se asemeja a
la de aquellos tripulantes de un navío que, cansados de la angostura e
incomodidad de sus camarotes, decidieron utilizar las cuadernas de la nave para
ampliar aquellos y amueblarlos suntuosamente [...]
El hombre, obcecado por una pasión dominadora,
persigue un beneficio personal, ilimitado e inmediato y se desentiende del
futuro [...]
Quede bien claro que cuando yo me refiero al
progreso para ponerlo en tela de juicio o recusarlo, no es al progreso
estabilizador y humano -y, en consecuencia, deseable- al que me refiero, sino
al sentido que se obstinan imprimir al progreso las sociedades llamadas
civilizadas [...}
Si la aventura del progreso, tal como hasta el
día la hemos entendido, ha de traducirse inexorablemente, en un aumento de la
violencia y la incomunicación; de la autocracia y la desconfianza; de la
injusticia y la prostitución de la Naturaleza; del sentimiento competitivo y
del refinamiento de la tortura; de la explotación del hombre por el hombre y
la exaltación del dinero, en ese caso, yo, gritaría ahora mismo, con el
protagonista de una canción americana: ¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”
Texto completo citado, en las páginas 21-28.
165-166.
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