En la basílica de San Pablo de Roma, en la vía Ostiense, san Félix III (II), papa, que fue antepasado del papa san Gregorio Magno.
En Andgevia (Angers), en la Galia Lugdunense, san Albino, obispo, que censuró con vehemencia las altaneras costumbres de los poderosos y, para renovar la Iglesia, promovió con tesón el III Concilio de Orleans.
En Menevia, en Cambria, san David, obispo, que, imitando los ejemplos y virtudes de los Padres orientales, fundó un monasterio, del que procedieron muchos monjes que evangelizaron Cambria, Irlanda, Cornualles y Armórica.
Cerca de Cenomanum (hoy Le Mans), en Neustria, san Siviardo, abad de Anille.
En Werda (hoy Kaiserswerth), isla del Rin, en Sajonia, san Suitberto, obispo, que primero fue monje en Northumbria, siendo compañero de san Willibrordo, y después, ordenado obispo por san Wifrido, predicó el Evangelio a los bátavos, frisios y otros pueblos de Germania. Falleció piadosamente, ya anciano, en el monasterio que había fundado.
En la región de Vasconia, san León, obispo y mártir.
En el monasterio de Avena, en las espesuras del monte Mercurio, en la Calabria, san León Luca, abad de Monte Mula, que, ajustándose a las instituciones de los monjes orientales, destacó en la vida eremítica y cenobítica.
En Celanova, de Galicia, en España, san Rosendo, que primero fue obispo de Dumio, trabajando en promover o instaurar la vida monástica en esta región, y después, tras renunciar a la función episcopal, tomó el hábito monacal en el monasterio de Celanova, que llegó a presidir como abad.
En Taggia, en la Liguria, conmemoración del beato Cristóbal de Milán, presbítero de la Orden de Predicadores, entregado al culto de Dios y a la doctrina sagrada.
En el monasterio de Bassano, en la región de Venecia, beata Juana María Bonomo, abadesa de la Orden de San Benito, que, dotada de místicos carismas, experimentó en el cuerpo y en el alma los dolores de la Pasión del Señor.
En la ciudad de Xilinxian, en la provincia china de Guangxi, santa Inés Cao Kuiying, mártir, quien, casada con un marido violento, tras la muerte de éste se entregó, por encargo del obispo, a la enseñanza de la doctrina cristiana, lo que la llevó a ser recluida en una cárcel y sufrir crudelísimos tormentos, tras lo cual, confiando siempre en el Señor, pasó a los festines eternos.
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