Encuentros en la madurez
del camino
Con cierto retraso, pero aquí
estamos los comentarios y el comentarista. Pasó y pasé el veranillo de san
Miguel, como se dice por estas tierras en las que nací, respiro y vivo. Digo
que pasé este verano breve sin ordenador y bastante lejos del ruido de un Madrid
capital. Y sienta bien esta 'breve y sostenible' desconexión.
El domingo próximo es ya un
tiempo de otoño pleno. Tiempo de la madurez en la naturaleza de la geografía y
en la naturaleza del ser humano. Tiempo bueno.
Tiempo propicio para el
paseo, para el camino en común, para las sendas del uno tras el otro, para
andar siempre acompañado de cuanto te rodea y cuanto te habita.
Y en este caminar del
veranillo de san Miguel por tierras de la llanura mirandesa me acordaba del
camino de los diez leprosos del Evangelio de Lucas. ¿Sólo este Evangelista se
enteró de la tal curación? La lepra de entonces parece que era como 'la bicha',
como cuando a uno le diagnostican tumor cerebral maligno del grupo cuatro. Y
los diez leprosos, no leprosas sino leprosos, curados uno tras otro en apenas
unos instantes... Si esto sucedió así tal cual, creo que nadie pudo olvidar tal
hecho, hubiera o no un periodista de entonces para propalarlo a los cuatro
vientos. No comprendo cómo Marcos-María Magdalena o Mateo o Juan olvidaron
contar tal hecho. Por más que me empeño en comprenderlo, se me escapa. Por eso
creo que no llegó a suceder así... Pero, por si acaso y en último término, le
seguiré la pista a este asunto. Quizá no se trate del relato de un milagro,
sino del relato de una parábola y eso tiene otras consecuencias muy
distintas. Probablemente.
Y propongo leer también, para
esa biblioteca bíblica que nos estamos regalando, un librito de un escritor que
merece la pena rescatar. Un tal Sandor Marai. Según he llegado a saber de
él, solía escribir una página diaria y poco más. Constante, día tras día,
siete días a la semana. Sin interrupciones... Una página diaria, al menos.
Y de entre tanta buena
literatura de sus manos escogí esta novela en la que se cuenta el encuentro de
dos amigos después de muchos años. Fácil es comprender que bajo esta percha
narrativa pueden 'colgarse' demasiados trajes, temas, asuntos, historias... Y
si se trata de 'el último encuentro' todas estas evocaciones adquieren la
categoría de 'sacramento'...Vendría a ser el encuentro de una madurez con otra madurez. Frutas maduras, puro almíbar, alimento
completo.
Y nada más para esta
presentación apresurada de los comentarios. Apresurada o concentrada.
A continuación se encuentran
estos comentarios del 9 de octubre.
Carmelo Bueno Heras
Domingo
XXVIII TO Ciclo C (09.10.2022): Lucas 17,11-19. La parábola de los diez
leprosos. Me lo escribo CONTIGO,
“Y sucedió que, de camino a
Jerusalén, pasaba Jesús por los confines entre Samaría y Galilea y al entrar en
un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos”. Así comienza el
relato de Lucas 17,11-19 que se nos leerá a las gentes de la asamblea
dominical el domingo día nueve de octubre. Si se tiene la delicadeza de
consultar una biblia y buscar en ella este relato se constatará que este
capítulo decimoséptimo se alarga hasta el versículo trigésimo séptimo. Les
puedo asegurar a los lectores de este comentario que el relato de Lucas
17,20-37 no lo escucharán en ninguno de los domingos de este año
litúrgico-eclesial destinado a la lectura del Evangelista Lucas, el del toro.
¿Tiene importancia este olvido consciente? Probablemente, no.
O
sí la tiene, me digo una vez más. Y me resulta poco soportable que el mensaje
de Lucas 17,20-21 se nos haya suprimido, por las razones que sean,
sistemáticamente. Ya hablé de esto en el comentario anterior, pero insisto e
insistiré. Por eso copio textualmente este par de versículos del Evangelista: “Le
preguntaron a Jesús los fariseos que cuándo llegaría el Reino de Dios y él les
respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y nadie dirá ‘vedlo aquí
o allá’, porque el Reino de Dios ya está en vosotros “.
Curiosamente,
este brevísimo diálogo del Jesús de Lucas con los fariseos, los amigos del
dinero (16,14), sólo lo podemos leer aquí. ¿Ningún otro Evangelista lo conocía?
¿Se lo inventó Lucas? Resulta también curioso que estas palabras sobre el Reino
se nos cuenten después de habernos informado de lo sucedido con los diez
‘hombres’ leprosos de los que tampoco se nos dice nada en los otros tres
Evangelios. Para mis criterios de comprensión del mensaje tengo por cierto que
el relato de Lucas 17,11-21 mantiene una ‘unidad indisoluble’. Es decir, tengo
que relacionar todos los elementos que encuentro en este impresionante proyecto
evangelizador de Jesús el Galileo para desentrañar las implicaciones de este
mensaje lucano para quienes lo leemos.
De
los diez hombres leprosos sólo uno es samaritano. Los otros nueve son fariseos.
Todos quedaron sanados, limpios. Sin embargo, sólo al samaritano le dice Jesús ‘Levántate
y vete, tu fe te ha curado’. Sólo este ‘samaritano’ se ha fiado de
Jesús. Los otros nueve leprosos fariseos siguen fiándose de la ley de los
sacerdotes que es la Ley de Moisés y del Templo. Y éstos (sorprendentemente)
también fueron sanados, como muy oportunamente dice el texto.
Pero,
¿cuándo comprendieron que estaban sanados? ¿Por qué fueron sanados y por quién?
Cuantas más vueltas les doy a estas preguntas que se plantean mis neuronas más
voy comprendiendo que esta narración de Lucas 17,11-21 no es un relato
de curación milagrosa realizado por el poder de Jesús sobre la naturaleza de la
enfermedad, sino que se trata de una parábola que nos está despertando qué se
creía en tiempos de Jesús a propósito de la enfermedad de la lepra y cómo había
que relacionarse con tal enfermedad y tales enfermos.
La
RELIGION del pueblo judío afirmaba con claridad que el leproso era un pecador
que sólo se curaba cuando se le perdonaba el pecado. El Evangelio que es Jesús
nos anuncia que la lepra no es motivo ni causa de un pecado por no cumplir la
Ley. En la realidad de la naturaleza no hay milagros, sino procesos y
decisiones de las personas que se fían de las personas, unas de otras, porque
en ellas está arraigada la misericordia entrañable que es la presencia que se
viene a llamar Reino de Dios. Trato de recordar siempre que este mismo Lucas,
el único, ya nos había contado está mismísima clave de lectura (RELIGIÓN frente
a EVANGELIO) en 10,25-37, en su parábola del samaritano bueno frente a
los obedientes de la Ley. Carmelo Bueno Heras
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda
persona, ¡todo está relacionado!
.
Ahora, Semana 46ª: 09.10.2022: Cita de Sándor Márai, El último encuentro,
Salamandra, Barcelona, 2006, 207 páginas.
1.
El general se entretuvo casi toda la mañana en la bodega del lagar. Había
salido al viñedo de madrugada, junto con el vinatero, para ver qué se podía
hacer con dos barriles de vino que habían empezado a fermentar. Eran las doce
pasadas cuando terminaron de embotellar el vino; entonces regresó a la casa.
Bajo las columnas del porche de piedras húmedas que olían a moho le esperaba el
montero, para entregar a su señor una carta que acababa de llegar.
-¿Qué
quieres? -le preguntó, y se detuvo con fastidio. Se echó atrás el sombrero de
paja de ala ancha que le cubría la frente y le oscurecía totalmente la cara
rojiza. Hacía años que no leía ni abría ninguna carta. El correo lo abría,
examinaba y seleccionaba uno de sus sirvientes de confianza, en la oficina del
administrador.
-Un
recadero acaba de traerla -dijo el montero, que se mantenía en posición de
firme en el porche.
Reconoció
la letra, cogió la carta y la guardó en el bolsillo. Entró en el frescor del
vestíbulo y entregó al montero su sombrero y su bastón, sin musitar palabra.
Sacó las gafas del bolsillo donde guardaba también los puros, se acercó a la
ventana y se puso a leer la carta en la sombra rasgada apenas por algunos rayos
que penetraban por las rendijas de las persianas medio echadas.
-Espera
-dijo por encima del hombro al montero, que se disponía a retirarse con el
sombrero y el bastón.
Arrugó
la carta y se la guardó en el bolsillo.
-Que
Kálmán prepare el coche para las seis. El landó, que va a llover. Que se ponga
la librea de gala. Tú también -añadió con énfasis, como si estuviera enfadado
por algo-. Que todo esté limpio y reluciente. Que empiecen ahora mismo a
limpiar el coche y el aparejo. Te vistes de gala, ¿entendido? Y te sientas al
lado de Kálmár, en el pescante.
-Entendido,
excelencia -respondió el montero, mirando a su amo fijamente a los ojos-. A las
seis en punto.
-A
las seis y media os vais -dijo, moviendo a continuación los labios en silencio,
como si estuviera contando-. Os presentáis en el Hotel del Águila Blanca. Sólo
tienes que decir que te he enviado yo y que ya está dispuesto el coche del
capitán. Repítelo.
El
montero repitió las instrucciones […] El general entró en su habitación, se
lavó las manos y se acercó al pupitre […] En el centro del pupitre había una
lámpara de pantalla verde y la encendió porque la habitación estaba a oscuras
[…] El general sacó la carta del bolsillo, alisó el papel con gran cuidado y,
con las gafas caladas, volvió a leer las frases cortas y rectas, escritas con
letra fina, a la luz resplandeciente de la lámpara. Juntó las manos por detrás
mientras leía.
En
una pared había un almanaque de números enormes. Catorce de agosto. El general
echó la cabeza hacia atrás, para contar. Catorce de agosto. Dos de julio.
Contaba el tiempo transcurrido entre una fecha remota y aquel día. Cuarenta y
un años, dijo en voz alta. Hacía rato que hablaba en voz alta, aunque estaba
solo en la habitación […] Dos de julio de mil ochocientos noventa y nueve, la
fecha de aquella cacería, musitó […] Cuarenta y uno, dijo al fin, con voz
ronca. Y cuarenta y tres días. Eso era […]
-Así
que ha regresado -dijo en voz alta-. Después de cuarenta y un años y cuarenta y
tres días. Se tambaleó de repente […] Texto completo, páginas 7-11.
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