sábado, 8 de octubre de 2022

Domingo XXVIII TO Ciclo C (09.10.2022): Lucas 17,11-19. La parábola de los diez leprosos y CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos (Semana 46ª: 09.10.2022: Cita de Sándor Márai, El último encuentro, Salamandra).

 

Encuentros en la madurez del camino

Con cierto retraso, pero aquí estamos los comentarios y el comentarista. Pasó y pasé el veranillo de san Miguel, como se dice por estas tierras en las que nací, respiro y vivo. Digo que pasé este verano breve sin ordenador y bastante lejos del ruido de un Madrid capital. Y sienta bien esta 'breve y sostenible' desconexión.

El domingo próximo es ya un tiempo de otoño pleno. Tiempo de la madurez en la naturaleza de la geografía y en la naturaleza del ser humano. Tiempo bueno.

Tiempo propicio para el paseo, para el camino en común, para las sendas del uno tras el otro, para andar siempre acompañado de cuanto te rodea y cuanto te habita.

Y en este caminar del veranillo de san Miguel por tierras de la llanura mirandesa me acordaba del camino de los diez leprosos del Evangelio de Lucas. ¿Sólo este Evangelista se enteró de la tal curación? La lepra de entonces parece que era como 'la bicha', como cuando a uno le diagnostican tumor cerebral maligno del grupo cuatro. Y los diez leprosos, no leprosas sino leprosos, curados uno tras otro en apenas unos instantes... Si esto sucedió así tal cual, creo que nadie pudo olvidar tal hecho, hubiera o no un periodista de entonces para propalarlo a los cuatro vientos. No comprendo cómo Marcos-María Magdalena o Mateo o Juan olvidaron contar tal hecho. Por más que me empeño en comprenderlo, se me escapa. Por eso creo que no llegó a suceder así... Pero, por si acaso y en último término, le seguiré la pista a este asunto. Quizá no se trate del relato de un milagro, sino del relato de una parábola y eso tiene otras consecuencias muy distintas. Probablemente.

Y propongo leer también, para esa biblioteca bíblica que nos estamos regalando, un librito de un escritor que merece la pena rescatar. Un tal Sandor Marai. Según he llegado a saber de él, solía escribir una página diaria y poco más. Constante, día tras día, siete días a la semana. Sin interrupciones... Una página diaria, al menos.

Y de entre tanta buena literatura de sus manos escogí esta novela en la que se cuenta el encuentro de dos amigos después de muchos años. Fácil es comprender que bajo esta percha narrativa pueden 'colgarse' demasiados trajes, temas, asuntos, historias... Y si se trata de 'el último encuentro' todas estas evocaciones adquieren la categoría de 'sacramento'...Vendría a ser el encuentro de una madurez con otra madurez. Frutas maduras, puro almíbar, alimento completo.

Y nada más para esta presentación apresurada de los comentarios. Apresurada o concentrada.

A continuación se encuentran estos comentarios del 9 de octubre.

Carmelo Bueno Heras

 

Domingo XXVIII TO Ciclo C (09.10.2022): Lucas 17,11-19. La parábola de los diez leprosos. Me lo escribo CONTIGO,

“Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba Jesús por los confines entre Samaría y Galilea y al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos”. Así comienza el relato de Lucas 17,11-19 que se nos leerá a las gentes de la asamblea dominical el domingo día nueve de octubre. Si se tiene la delicadeza de consultar una biblia y buscar en ella este relato se constatará que este capítulo decimoséptimo se alarga hasta el versículo trigésimo séptimo. Les puedo asegurar a los lectores de este comentario que el relato de Lucas 17,20-37 no lo escucharán en ninguno de los domingos de este año litúrgico-eclesial destinado a la lectura del Evangelista Lucas, el del toro. ¿Tiene importancia este olvido consciente? Probablemente, no.

O sí la tiene, me digo una vez más. Y me resulta poco soportable que el mensaje de Lucas 17,20-21 se nos haya suprimido, por las razones que sean, sistemáticamente. Ya hablé de esto en el comentario anterior, pero insisto e insistiré. Por eso copio textualmente este par de versículos del Evangelista: “Le preguntaron a Jesús los fariseos que cuándo llegaría el Reino de Dios y él les respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y nadie dirá ‘vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está en vosotros “.

Curiosamente, este brevísimo diálogo del Jesús de Lucas con los fariseos, los amigos del dinero (16,14), sólo lo podemos leer aquí. ¿Ningún otro Evangelista lo conocía? ¿Se lo inventó Lucas? Resulta también curioso que estas palabras sobre el Reino se nos cuenten después de habernos informado de lo sucedido con los diez ‘hombres’ leprosos de los que tampoco se nos dice nada en los otros tres Evangelios. Para mis criterios de comprensión del mensaje tengo por cierto que el relato de Lucas 17,11-21 mantiene una ‘unidad indisoluble’. Es decir, tengo que relacionar todos los elementos que encuentro en este impresionante proyecto evangelizador de Jesús el Galileo para desentrañar las implicaciones de este mensaje lucano para quienes lo leemos.

De los diez hombres leprosos sólo uno es samaritano. Los otros nueve son fariseos. Todos quedaron sanados, limpios. Sin embargo, sólo al samaritano le dice Jesús ‘Levántate y vete, tu fe te ha curado’. Sólo este ‘samaritano’ se ha fiado de Jesús. Los otros nueve leprosos fariseos siguen fiándose de la ley de los sacerdotes que es la Ley de Moisés y del Templo. Y éstos (sorprendentemente) también fueron sanados, como muy oportunamente dice el texto. 

Pero, ¿cuándo comprendieron que estaban sanados? ¿Por qué fueron sanados y por quién? Cuantas más vueltas les doy a estas preguntas que se plantean mis neuronas más voy comprendiendo que esta narración de Lucas 17,11-21 no es un relato de curación milagrosa realizado por el poder de Jesús sobre la naturaleza de la enfermedad, sino que se trata de una parábola que nos está despertando qué se creía en tiempos de Jesús a propósito de la enfermedad de la lepra y cómo había que relacionarse con tal enfermedad y tales enfermos.

La RELIGION del pueblo judío afirmaba con claridad que el leproso era un pecador que sólo se curaba cuando se le perdonaba el pecado. El Evangelio que es Jesús nos anuncia que la lepra no es motivo ni causa de un pecado por no cumplir la Ley. En la realidad de la naturaleza no hay milagros, sino procesos y decisiones de las personas que se fían de las personas, unas de otras, porque en ellas está arraigada la misericordia entrañable que es la presencia que se viene a llamar Reino de Dios. Trato de recordar siempre que este mismo Lucas, el único, ya nos había contado está mismísima clave de lectura (RELIGIÓN frente a EVANGELIO) en 10,25-37, en su parábola del samaritano bueno frente a los obedientes de la Ley. Carmelo Bueno Heras

     


Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros. Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda persona, ¡todo está relacionado!

. Ahora, Semana 46ª: 09.10.2022: Cita de Sándor Márai, El último encuentro, Salamandra, Barcelona, 2006, 207 páginas.

 

1. El general se entretuvo casi toda la mañana en la bodega del lagar. Había salido al viñedo de madrugada, junto con el vinatero, para ver qué se podía hacer con dos barriles de vino que habían empezado a fermentar. Eran las doce pasadas cuando terminaron de embotellar el vino; entonces regresó a la casa. Bajo las columnas del porche de piedras húmedas que olían a moho le esperaba el montero, para entregar a su señor una carta que acababa de llegar.

-¿Qué quieres? -le preguntó, y se detuvo con fastidio. Se echó atrás el sombrero de paja de ala ancha que le cubría la frente y le oscurecía totalmente la cara rojiza. Hacía años que no leía ni abría ninguna carta. El correo lo abría, examinaba y seleccionaba uno de sus sirvientes de confianza, en la oficina del administrador.

-Un recadero acaba de traerla -dijo el montero, que se mantenía en posición de firme en el porche.

Reconoció la letra, cogió la carta y la guardó en el bolsillo. Entró en el frescor del vestíbulo y entregó al montero su sombrero y su bastón, sin musitar palabra. Sacó las gafas del bolsillo donde guardaba también los puros, se acercó a la ventana y se puso a leer la carta en la sombra rasgada apenas por algunos rayos que penetraban por las rendijas de las persianas medio echadas.

-Espera -dijo por encima del hombro al montero, que se disponía a retirarse con el sombrero y el bastón.

Arrugó la carta y se la guardó en el bolsillo.

-Que Kálmán prepare el coche para las seis. El landó, que va a llover. Que se ponga la librea de gala. Tú también -añadió con énfasis, como si estuviera enfadado por algo-. Que todo esté limpio y reluciente. Que empiecen ahora mismo a limpiar el coche y el aparejo. Te vistes de gala, ¿entendido? Y te sientas al lado de Kálmár, en el pescante.

-Entendido, excelencia -respondió el montero, mirando a su amo fijamente a los ojos-. A las seis en punto.

-A las seis y media os vais -dijo, moviendo a continuación los labios en silencio, como si estuviera contando-. Os presentáis en el Hotel del Águila Blanca. Sólo tienes que decir que te he enviado yo y que ya está dispuesto el coche del capitán. Repítelo.

El montero repitió las instrucciones […] El general entró en su habitación, se lavó las manos y se acercó al pupitre […] En el centro del pupitre había una lámpara de pantalla verde y la encendió porque la habitación estaba a oscuras […] El general sacó la carta del bolsillo, alisó el papel con gran cuidado y, con las gafas caladas, volvió a leer las frases cortas y rectas, escritas con letra fina, a la luz resplandeciente de la lámpara. Juntó las manos por detrás mientras leía.

En una pared había un almanaque de números enormes. Catorce de agosto. El general echó la cabeza hacia atrás, para contar. Catorce de agosto. Dos de julio. Contaba el tiempo transcurrido entre una fecha remota y aquel día. Cuarenta y un años, dijo en voz alta. Hacía rato que hablaba en voz alta, aunque estaba solo en la habitación […] Dos de julio de mil ochocientos noventa y nueve, la fecha de aquella cacería, musitó […] Cuarenta y uno, dijo al fin, con voz ronca. Y cuarenta y tres días. Eso era […]

-Así que ha regresado -dijo en voz alta-. Después de cuarenta y un años y cuarenta y tres días. Se tambaleó de repente […] Texto completo, páginas 7-11. 

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