¿Catástrofe soportable?
Tiempos intensos los
nuestros de ahora. Se mire por donde se mire se encuentra uno con asuntos de
malestares de mucho calado. Crujen de calores los glaciares. Gritan guerra los
grandes contra los pequeños y la violencia y la muerte no cesan. A este paso se
van a acabar todas las armas por falta de municiones. ¿Será posible? Existen
muchos focos de inhumanidad permanente. Ni todos son buenos, ni todos son
malos. Más bien no acabamos de creernos que somos humanos, todos
vulnerables, todos necesarios, todos vivientes. Todos pasajeros. ¿Qué
vientos empapados de religión nos zarandean por considerarnos creyentes o
descreídos? ¿Por qué nos aferramos irracionalmente a una tierra que hoy está
así y aquí y mañana se la transporta a donde nadie sabe por la decisión de
quienes se creen amos y humanos? Patria y Religión. Irracionalidad autoritaria
y prepotente... A veces llega uno a pensar que los males están tan arraigados
que estallarán, de un momento a otro, las entrañas del cosmos interior de
nuestra tierra o las entrañas del cosmos exterior de los planetas. Habrá
irrupciones, erupciones, vómitos, volcanes, temblores insoportables... A veces
imagino que los tiempos apocalípticos nunca se han ido de nuestras cercanías.
Están por todas partes. Como que nos acechan y vigilan.
Catástrofe es, en muchos momentos, la palabra exacta que
describe toda esta inseguridad.
Y los mensajes de una buena
noticia, como lo es el Evangelio de Jesús, en estas semanas del mes de
noviembre parecen colocarse del lado de las catástrofes y no de parte de los
esperanzados. Quiero leerme despacio las parábolas de Mateo sembradas en
aquellos tiempos de Jesús de Nazaret que, en muchos aspectos, tanto tienen de
semejantes con los nuestros. Y mientras lea, deseo pensar que la esperanza es
verde y la utopía existe. Es tiempo ahora de preparar las semillas para las
siembras cercanas a los días del invierno... Mañana será otro día y habrá un
nuevo amanecer y dentro de no mucho despertará una nueva primavera en mil
sonrisas humanizadoras. Me siento, por todo esto, esperanzado no sólo por Mateo
y su Evangelio de Jesús, sino también por ese Frei Betto y sus sabias certezas.
Suficiente para esta
presentación de los comentarios. Nos volvemos a encontrar en una semana.
A continuación se encuentran
los dos comentarios de este domingo 12 de noviembre.
Carmelo Bueno Heras
Domingo XXXII TO Ciclo A (12.11.2023): Mateo
25,1-13. Así lo comento y comparto CONTIGO:
De aquel Templo de Jerusalén sólo quedó un muro
Me quedan tres comentarios por escribir sobre los
evangelios de este Ciclo A que la Iglesia nos ha programado para enseñarnos a
comprender el mensaje del Evangelio de Mateo. En estos tres domingos nos
vamos a leer despacio, completo y de
principio a fin el capítulo 25º de este Evangelio. Y así y aquí se nos acabarán
las oportunidades de que la asamblea del pueblo que asiste a la misa santa
oiga, escuche, saboree el mensaje de los tres últimos capítulos de la obra de
Mateo. Así se ha hecho siempre y así se seguirá haciendo en esta casa que
llamamos sagrada liturgia católica y vaticana.
Por
el camino, los fieles participantes en la liturgia nos hemos quedado in albis a
propósito del capítulo 24º de este Evangelio. Nadie nos lo va a leer en ninguno
de los domingos de este año ni de ningún otro año. ¡Lamentable! ¡Muy
lamentable! Este capítulo lo comienza el Evangelista con estas intencionadas
palabras: “Salió Jesús del Templo y, cuando se alejaba, se le acercaron sus
discípulos para mostrarle las construcciones del Templo… Os aseguro que aquí no
quedará piedra sobre piedra…” (Mateo 24,1-51).
Todo
este capítulo 24º completo es la primera parte del quinto y último discurso que
Mateo puso en boca de su Jesús de Nazaret. Recuerdo haber dicho ya que los tres
primeros discursos de este Jesús los pronunció mientras Evangelizaba las
tierras de la Galilea (Mt 5. 10. 13), el cuarto se encuentra en Mateo
18, cuando este Jesús y sus acompañantes caminan con el propósito de llegar
a Jerusalén y para que se comprenda qué es ‘seguir a este Jesús’. Y el quinto
de estos discursos del ‘nuevo Moisés y de su sorprendente pentateuco de la Ley’
lo podremos leer y meditar sin prisas mientras leemos el Evangelio de Mateo
desde 24,1 hasta 25,46.
El
narrador Mateo nos lo deja muy bien precisado todo esto que acabo de comentar: “Y
sucedió que, cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus seguidores:
ya sabéis que dentro de dos días es la fiesta de la Pascua…” (Mateo 26,1).
Este asunto de los cinco discursos de Jesús en su vida sólo nos lo cuenta así y
con precisión este Evangelio de Mateo. Que cada lector interprete si este
asunto fue un auténtico y real discurso del propio galileo Jesús o del propio
Evangelista que se atrevió a colocarlo en boca del protagonista de su Evangelio.
Como
sugería más arriba, este quinto discurso del que hablamos ahora tiene dos
partes. La primera (Mt 24,1-51) se centra en la desaparición definitiva
del Templo de Jerusalén. Al parecer de los estudiosos, Mateo escribe su
Evangelio en la década de los ochenta del siglo primero, unos cincuenta años
después de la muerte de Jesús y unos diez después de la aniquilación de este
Templo por el ejército de Roma. Desde entonces hasta nuestros días aquel
reconstruido Templo judío de Salomón ha permanecido destruido y transformado en
la llamada Explanada de las Mezquitas de la vieja y actual Jerusalén. Y ahí
sigue como un manantial inagotable de odios, violencias, venganzas,
enfrentamientos, guerras… Este lugar es el corazón de la vieja Jerusalén.
La
segunda parte de este quinto discurso (Mt 25,1-46) está compuesta y
organizada en torno a tres parábolas. La primera de ellas se nos leerá
en este domingo (Mt 25,1-13). Diez vírgenes esperan la llegada de un
novio. La segunda parábola se nos leerá el próximo domingo (Mt 25,14-30).
Un hombre reparte su hacienda entre sus tres herederos. Y el último domingo del
año de la Iglesia, en la fiesta llamada de Cristo Rey, se nos lee la tercera
parábola (Mt 25,31-46). Un Rey universal reunirá en el final de este
mundo conocido a todas las naciones con todas sus gentes para colocar a cada
uno en el lugar que cada uno ya había elegido. Hablaremos de estas parábolas
más despacio en los dos comentarios siguientes. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS de AIRES BÍBLICOS
.
Si se puede decir en un artículo de revista, ¿para qué escribir un libro de 200
páginas?
.
Si se puede decir en una página, ¿para qué escribir un artículo de revista?
.
Si se puede decir en un puñado de versos, ¿para qué escribir una página?
.
Este ‘Cinco minutos de aires bíblicos’ es una semilla que confío a la sabiduría
de tu saber leer, que es despertar; de tu saber interpretar, que es cuidar; de
tu saber compartir, que es saborear. Siempre pretenderé que esta ‘semilla de
los cinco minutos’ tenga la ‘denominación de origen’ de su autor.
Semana 51ª
(12.11.2023): De aquí a cien años
De aquí a cien años ya no seré. El puñado de cenizas que haya quedado
de la cremación estará integrado al útero fértil de la tierra. De mi obra tal
vez figuren, en un catálogo literario, solo uno o dos libros. En los archivos
de un convento, un fraile curioso se enterará de que un día lo precedí en las
sendas de Santo Domingo.
La idea de la inmortalidad es
un fardo ridículo de vanidad póstuma. ¿Importan los aplausos después de que los
actores dejan el escenario? La notoriedad no me halaga. Como soy minero, me
cuadra la discreción, poder pararme anónimo en una esquina.
Me bastan las letras que me desnudan
frente al lector y la fe de que me aguarda un fin infinito. Quiero el
regazo de Dios. Nada más.
Ahora soy uno entre más de 7 mil
millones. ¿Cómo cabe tanta pretensión en tan diminuta pequeñez? ¿Por
qué se hincha el corazón de ambiciones? ¿Para qué la impaciencia insana, la
carrera contra el reloj, la irrefrenable gula frente al mundo circundante?
Cierro los ojos para ver mejor. La meditación me
devuelve al Otro que no soy yo y que, sin embargo, es el fundamento de mi verdadera
identidad. Eso renueva mi oxígeno espiritual. Remueve el cantero que llevo en
lo más íntimo de mí, siempre a la espera de la inefable simiente divina.
Porque el verdadero amor es siempre (e)t(i)erno.
De aquí a 100 años habrá sido inútil toda mi prisa. Esa
voracidad del alma será solo un definitivo silencio en el tiempo. Estaré
enmudecido por el olvido. No recogeré flores de primavera, ni oiré el sonido de
la flauta en mis mañanas de oración. Transmutado en el ciclo implacable de la
naturaleza, seré lo que ya fui: multitud de bacterias, humus de un tallo que
brota, alimento de un reptil.
Tengo 13.700 millones de años.
Sé que, como toda materia, comulgo con la perenne transustanciación de todas
las cosas creadas. Existo, coexisto y subsisto en el Universo.
Dentro de pocos años me tragará
el ritmo de la entropía. Mis células se condensarán en moléculas integradas al baile
alquímico de la evolución. De nuevo, seré uno con todo, como el océano, que es
el resultado de la interacción de gotas de agua.
Esa certeza me salva de
ansiedades. Vuelvo a mí mismo, a lo recóndito del espíritu, atento a la
delicadeza de la vida. Todo es liturgia, basta tener ojos para creer: el
pan sobre la mesa, el agua vertida en el vaso, la ventana batida por el viento,
la rueda de piedra del amolador de cuchillos, la luz de la vela que se consume
junto al sagrario, el olor dulce del mango, el misterio del momento exacto
cuando me secuestra el sueño, el grito alegre de un niño al cortar una flor en
lo que reste de jardín de aquí a 100 años.
Lo mejor de la existencia son
las cuentas de su collar, los diminutos abalorios que forman bellos diseños,
los pedazos de vidrio coloreado. La búsqueda de la utopía, la conversación inconsútil con los amigos, la lengua perfumada por
el vino, los salmos recitados con la cadencia gregoriana, la siesta del
domingo, el gesto de cariño, el cuidado solidario.
De aquí a 100 años el mundo estará,
como siempre, entregado a sí mismo, pero sin el concurso de mis ambiciones,
pretensiones e inquietudes. Meditar sobre el futuro lejano me tranquiliza. Me
impregna de algo muy importante: un profundo sentimiento de falta de
importancia.
Frei Betto, 28 de enero de
2018
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