La familia, sin entrar en demasiados detalles
Domingo 31 de diciembre. Y
así se acaba el año 2023. Y todo sigue su curso. El riachuelo de esta ciudad,
los amaneceres, las noticias de las redes de la publicidad (ahora, me
parece, todo es publicidad, que me vean), la salida, la entrada, el sol, la
luna... Todo sigue su curso, como el dolor de una cadera, las cataratas, la
pérdida auditiva, la neurosis, la obsesión, la dependencia, el odio, la
venganza, la guerra, el sinsentido... Todo sigue su curso... El año de la
iglesia vaticana también sigue su curso. Lleva ya cinco semanas de recorrido...
El año chino, algo más, creo. El musulmán va al aire de su corán... Siempre que
se acaba un año, aquí o donde sea, todo sigue, con cada uno de nosotros o sin
alguno de los nuestros. El tiempo fluye... y permanece. Un misterio cotidiano.
Un regalo. Un tesoro. De todos, aunque no nos lo creamos.
En asuntos de la iglesia
vaticana se celebra en este domingo, precisamente el siguiente domingo a
la celebración de la Navidad, la fiesta de la familia. Se le reviste a esta fiesta
de la santidad divina: la sagrada familia; María, José y Jesús; santa María,
san José y son Jesús.
Un tanto especial es esta
familia, según se oye decir por los del dogma, la religión y el sacerdocio con
sus teologías: la madre es una virgen, el padre es putativo y no biológico y el
hijo es un díos de dios encarnado. Tres, la trinidad de aquí abajo, porque hay
otra trinidad de alla arriba. Mucho hay que explicar y razonar y justificar.
Tanto que se necesita un día completo para festejarlo.
Esta iglesia vaticana hablará
hoy de la familia. Alrededor de siete, 7, minutos, en las homilías de cada
Eucaristía se hablará de la familia. Hablará el celebrante que sólo tiene
familia por ser hijo. Jamás podrá hablar de la familia por ser padre o ser
madre. Son otros puntos de vista. La iglesia vaticana habla hoy de la familia.
Tal vez, de su familia. Seguramente.
No trataré de hablar aquí de
la familia ni de ninguna familia. Sólo pretendo evocar el asunto. Y hacer una
llamada, de denuncia si es preciso, para atender bien al lenguaje de los ritos
de este día en la celebración eucarística y la lectura de los textos de la
Biblia. Por eso, llamo la atención para estar atentos a las palabras de
las tres estrofas del salmo de respuesta a la primera lectura. Un salmo que es
¡una bienaventuranza!, dicen los que saben de literatura bíblica.
Feliz, dichoso y
bienaventurado el hombre que... posee y saborea salud, dinero y amor. Esto es el estribillo que se repite con alguna variante
verbal, pero con el mismo contenido.
Y en cada estrofa se describe
qué es el dinero (primera), el amor (segunda) y la salud (tercera). De todas
las expresiones la que siempre hirió mis tímpanos es la segunda y por aquella
expresión que resuena a pistoletazo de mantra que asesina: "Y tu esposa...
parra fecunda..." En los tiempos del siglo XXI puede que expresarse así
llegue a ser motivo de denuncia y de condena. Pero... se trata de la palabra de
dios. Pues habrá que preguntarse por la identidad de ese dios... Y cuando
destaco esta imagen poética de 'la parra fecunda' es por haberla visto así
en este último mes de agosto por las tierras de la PalestinaIsrael, en los unos
y en los otros. Y también por recordar aquellos no muy lejanos tiempos de las
familias numerosas que son la bendición de dios y de los dioses. Y ya vale para
despertar los motivos celebrativos de este domingo 31 de diciembre. Apuntado queda el motivo de la celebración
eclesiástica de las fiestas de la sagrada familia en la iglesia.
A continuación se encuentran
los comentarios del evangelio de este domingo.
Carmelo Bueno Heras (los
apellidos, bien humanos, con mi padre y con mi madre).
Domingo de la Sagrada Familia B (31.12.2023):
Lucas 2,22-40. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
Somos de la familia de
Jesús
Se nos invita en
este domingo final del año 2023 a escuchar y acoger en la liturgia de la
misa-eucaristía un relato del Evangelista Lucas, el del toro. Recuerdo este
calificativo atribuido al Evangelista Lucas porque decidió comenzar la
biografía de su Jesús de Nazaret en el Templo de Jerusalén (Lc 1,4) y también
acabarla en el mismo lugar (Lc 24,52-53). Este templo es precisamente el lugar
de la ofrenda de los sacrificios al Yavé dios de Israel por el perdón de los
pecados. Y los sacrificios más excelentes y ostentosos no eran otros que los
toros sacrificados, cuya sangre era quemada en honor y olor del dios en quien
creían.
Algo de todos estos
rituales y creencias de la religión podemos apreciar en el mensaje que se nos
proclama este día 31 de diciembre. Así se nos anuncia desde el comienzo del
relato: “Cuando se cumplieron los días de la purificación de todos ellos,
según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo a Yavé.
Lo hicieron así porque en la Ley del Señor está escrito: Todo primer hijo varón
será consagrado al Señor. Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la
Ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones” (Lucas 2,22-24).
Como ya comenté la
semana pasada, este acontecimiento de la infancia de Jesús de Nazaret
que nos cuenta o imagina Lucas ocupa un sexto lugar. Después de todo lo
acontecido en este día de la purificación de los pecados, Jesús y su familia
regresaron a su Nazaret de Galilea en el norte del país de Israel. Y nada más
se nos cuenta y nada más sabremos nunca de los hechos y acontecimientos de este
primer hijo de sus padres José y María. A sus doce años volverán todos de nuevo
a esta ciudad de Jerusalén y a su Templo. Será la séptima y última escena de
este relato biográfico imaginado por su autor, el narrador del llamado
Evangelio de Lucas.
Cuando leo con
detenimiento Lucas 2,22-40 siempre hay una primera curiosidad que atrapa
mi capacidad de pensar y de creer. Por tres veces, como se puede constatar en
el inicio del relato que he transcrito, alude Lucas a la Ley de Moisés, de Yavé
o del Señor. Había que cumplir la Ley. Cumplirla es obedecerla. Y frente a esta
LEY y en el mismo Templo, Lucas nos cita la presencia y la fuerza del ESPIRITU
(Lucas 2,25-28). Por tres veces se cita también esta presencia y poder
alternativo. Frente a la obediencia de una Ley, me atrae la presencia y fuerza
de un Espíritu que ilumina al Anciano y Sabio Simeón. Este hombre, judío como
todos cuantos están presentes en este acontecimiento, reconoce y proclama una
presencia buena y nueva en Jesús, el Evangelio de la paz, la salud y el amor.
El Evangelista que
esto escribe, hacia los años ochenta del siglo primero, imagina y comparte su
fe en este Jesús, judío, laico y de Galilea en su vida de los treinta primeros
años del mismo siglo. Imagina y comparte el Evangelio que fue este hombre y
cómo y hasta dónde llegó su propuesta evangelizadora. Creo que desde esta óptica
se comprende mejor lo que el Anciano y Sabio Simeón anunciaba a sus padres, a
la anciana y esperanzada Ana y a cuantos nos sentimos y sabemos, con el paso de
los años, siglos y milenios, familia de este Jesús y de su palabra que
permanecen, como el espíritu, aire siempre gratis y sano. Carmelo Bueno
Heras.
CINCO MINUTOS semanales con
el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo completo y de
forma ordenada, de principio a fin. Semana 5ª (31.12.2023): Marcos
1,29-34.
Tres lugares de Galilea. La persona
que escribió esta peculiar narración sobre Jesús de Nazaret que es el Evangelio
según Marcos tiene especial interés, al menos en los inicios, en destacar
lugares (‘sitios’ se dice en arameo) muy precisos en los que se detiene su
protagonista: la orilla del lago-mar de Galilea (1,16), la sinagoga de
Cafarnaún (1,21), la casa de Simón y Andrés (1,29). Tres lugares que es muy
bueno que el lector los tenga muy presentes: el lago-mar, la sinagoga y la
casa. Más adelante (Marcos 2,1 hasta el 3,12) volverán a aparecer, pero en
orden inverso: la casa, la sinagoga, el lago-mar. Parece la obra de un orfebre
de la narración.
En la casa de Simón y Andrés se encuentra una mujer con fiebre. Al
atardecer de aquel día la ciudad entera se agolpó ante la
puerta de esta casa. Estaba ahí toda la ciudad y en primera fila se encontraban
todos los enfermos y endemoniados. El relato del actuar de Jesús acaba con
estás iluminadoras palabras: “No dejaba [Jesús] hablar a los
demonios, porque le conocían” (Marcos 1,34). Tú que lo escribiste, María
Magdalena, ¿de qué ‘demonios’ estás hablando?
La mujer de la fiebre está en cama y es la suegra de Simón. Tengo la sana
curiosidad de que alguien me pueda responder la pregunta: ¿Por qué no se nos
dice nada de la esposa de Simón y cuñada de Andrés? Y otra pregunta más: ¿Esta
fiebre de esta suegra era fiebre de termómetro o era de otro tipo? Y otra más:
¿Esta fiebre se cura con la medicina del tocarse piel con piel? Y otra más:
¿Cómo entender eso de ‘se puso a servirles’? Esta suegra es la primera mujer
servidora. Así y aquí, precisamente, lo afirma este Evangelio.
Este asunto del ‘servir-servicio’ merece un párrafo especial, porque esta
actitud y estas tareas son la clave para identificar a Jesús y a sus seguidores
según lo cuenta este Evangelizador. Este ‘servir’ frente al ‘mandar’ está
explícitamente puesto en boca de Jesús frente a las actitudes de sus seguidores
en 10,35-45. Se podrá decir más alto, pero nunca más claro. Y volveré a repetir
que esto es lo que dice en este Evangelio de cuantas mujeres siguieron a este
Jesús de Nazaret que acaba de desvivirse por completo: “le seguían y
servían desde Galilea” (Mc 15,39-41).
Para las gentes del tiempo en el que vive Jesús, la fiebre es un mal,
como cualquier otra enfermedad, dolencia, parálisis, pérdidas de sangres...
Tocar a una persona enferma es contaminarse con su mal y hacerse pecador. Lo
prescribe así la Ley de Moisés. Como también prescribe los sacrificios que el
pecador-enfermo debe ofrecer en el templo de Jerusalén para que el Dios Yavé,
¡misericordioso!, por medio de su sacerdote perdone el pecado y el enfermo se
cure. En cambio, Jesús toca o se deja tocar y todo enfermo sana ¡gratuitamente!
Los demonios (que son la Ley, el templo y su sacerdocio) conocen bien a
este Jesús que sana con su actuar desobedientemente liberador. Su tocar libera.
Tapa la boca a estos demonios. Y, a la vez, se lo va enseñando a las gentes de
su pueblo, a los suyos de Galilea y a cuantos le ven, le escuchan, creen y se
lo creen. Esta aceptación de la palabra y del hacer de Jesús da vida, libera,
ilumina, sana, ¿resucita? Cuando los demonios, bien identificados, acaben con
la voz y las manos de Jesús, sus seguidoras mujeres, primero, y sus seguidores,
después, reconocerán en estos sitios (lugares, decimos nosotros) que él pasó
haciendo el bien a todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario