¿Servir es la grandeza de
la humildad?
Sin pausa hemos llegado ya al
primer domingo de enero del año 2024. Por todas las partes de nuestra tierra se
van apagando los sonidos de las fiestas que llamamos genéricamente 'de la
Navidad'. En lenguaje de nuestra Iglesia, este es el tiempo no sólo del Nacimiento
de Jesús de Nazaret, sino que se trata también de toda su infancia hasta los
doce años y de toda su primera adultez hasta los treinta años. Más o menos, por
lo que podemos leer en las cuatro primeras biografías de este judío de Galilea,
Jesús de Nazaret tenía unos 30 años cuando fue a bautizarse con Juan en el
Jordán. Para aquellos tiempos, estos treinta primeros años de la vida eran casi
tanto como toda 'la vida' de una persona.
Y esto es, precisamente, lo
que nos invita a celebrar la iglesia del Vaticano en el domingo posterior a la
fiesta de 'Los Reyes Magos' que, en este año de 2024, corresponde al día 7 de
enero. Mañana mismo.
Para esta presentación de los
comentarios del Evangelio que nos recuerda este 'hecho bautismal' me ha
parecido oportuno citar un texto que en estos días pasados de la Navidad me ha
acompañado desde su silencio un día sí y otro también. Por tratarse del
bautismo habla de aguas, del agua de nuestro planeta azul, pero sobre todo
habla de la vida de nuestros adentros de persona, de esa vida que sólo uno
mismo conoce y conserva como su propio tesoro. Así leemos en esta cita:
Cuentan que una mujer odiaba profundamente a su vecina. Para
demostrarle su desprecio le envió de regalo una bandeja llena de basura y
estiércol. La vecina, al día siguiente, le mandó un ramo de flores con una
tarjeta que decía: “Cada uno regala lo que tiene en su casa”.
Cuando los demás nos regalan insultos, agresiones y ofensas,
cuando nos arrojan encima su basura y su inmundicia, no podemos responder de la
misma manera. Porque nosotros, como Pablo, llevamos dentro otra cosa. Creemos
en Jesús, escuchamos su palabra, leemos la Biblia.
Si entregamos la misma basura que los demás nos arrojan,
significa que no hemos entendido el Evangelio de Jesús. Nuestra misión en la
vida no es ir mostrándonos superiores, sino servir con la grandeza de la
humildad. Porque como enseña un antiguo refrán: “El mar es más grande que todos
los ríos, porque se puso un poco más abajo que ellos para recibir sus aguas” (Ariel Álvarez Valdés,
Nuevos enigmas de la Biblia 2, PPC, Madrid, 2019, páginas 165-166).
Domingo del Bautismo de Jesús B (07.01.2024): Marcos
1,7-11. Respiro, vivo y sigo escribiendo CONTIGO:
Jesús se bautizó siendo adulto y nunca bautizó a ningún niño.
Antes de abrir mis oídos a la escucha del relato evangélico
del domingo día siete de enero me voy a leer sin prisas el texto completo de la
primera página de la primera biografía de Jesús de Nazaret: Marcos 1,1-13.
Hecho esto, vuelvo a caer en la cuenta de que en esta página encuentro el
título del libro (Mc 1,1), los acontecimientos que le suceden a Juan mientras
está en ‘el desierto´ (Mc 1,2-8), el bautismo de Jesús en el Jordán (Mc 1,9-11)
y los acontecimientos que le suceden a este Jesús del Evangelista mientras está
en ‘el desierto’ (Mc 1,12-13).
Si hubiera tenido opciones de seleccionar el texto para la
celebración de este domingo no lo hubiera dudado ni un segundo. Hubiera
propuesto Marcos 1,1-13. La iglesia oficial me dice que es suficiente Marcos
1,7-11 para comprender el hecho del bautismo de Jesús, que es el motivo de
la fiesta de este domingo: ¿recordar el bautismo de Jesús?, ¿recordar el propio
bautismo de los celebrantes y asistentes HOY al sacramento del pan y el vino?
Este hecho del bautismo de Jesús de Nazaret por Juan nos lo
han contado, a su manera, cada uno de los cuatro Evangelistas canónicos
(Marcos, Mateo, Lucas y Juan). En todos ellos se afirma, implícita o
explícitamente, que este Jesús decide ir a bautizarse con Juan cuando era una
persona hecha y derecha a sus más o menos treinta años de edad. Jesús decide
bautizarse.
Ser consciente de este dato nos permite afirmar que nuestros
bautismos, los que recibimos o los que se nos administran, no tienen la
finalidad de ser o expresar una opción personal. Se nos suele bautizar de niños
(personalmente, a los ocho días y sin la presencia de mi madre) por dos
razones, entre otras varias: una, para marcar nuestra pertenencia a la
institución eclesial; y otra, para perdonar el pecado heredado por todo ser humano
por ser un nacido con la marca de un pecado original. Se pueden decir estas
cosas así, o dulcificarlas como se desee, pero nada de esto aparece en los
cuatro Evangelios cuando se refieren al ‘bautismo de Jesús’. Y no digo nada de
‘el agua del Jordán’, por ejemplo. Tendría materia para alguna novela de
interés.
En los tiempos históricos del siglo primero, cuando viven
Juan y Jesús, cuando la tierra de los judíos está conquistada por el imperio de
Roma, hacer lo que decidió hacer aquel judío llamado Juan, de quien dice el
Evangelista Lucas que era hijo de un Sumo Sacerdote, fue un hecho blasfemo y
herético para la legalidad de la Religión de los judíos. Aquel Juan, que
bautizaba para perdonar pecados fuera de la Ley, era un disidente y pecador
público, como lo expresa explícitamente el cuarto Evangelio (Juan 1,19-29).
“Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret
de Galilea para que Juan lo bautizase en el Jordán” (Mc 1,9). Según parece
desprenderse de los datos evangélicos, nadie obliga al judío de la Galilea del
norte llamado Jesús a ir al encuentro con este Juan que bautiza y perdona
pecados. Es el propio Jesús quien se atreve a solidarizarse con la blasfemia
herética que es bautizarse con Juan. La mano narradora de este hecho se atreve
a transcribir palabras, dichas por el propio Yavé Dios, que aprueban tales
decisiones. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS semanales
con
el Evangelio de Marcos entre las manos para leerlo y meditarlo completo y de
forma ordenada, de principio a fin.
Semana 6ª (07.01.2024): Marcos
1,35-45
Aquella Ley, el Templo y el Sacerdocio eran la lepra. Hemos
leído ya lo sucedido en el mar de Galilea, la sinagoga de Cafarnaún y la casa
de la suegra de Simón. Ésta es una narración cinematográfica: plano largo, plano
medio, plano corto. Esto es lo que nos ha contado la persona que escribió las
primeras palabras y los primeros hechos de Jesús de Nazaret, el Evangelio de la
Buena Noticia. Mar-Sinagoga-Casa.
Después de esto, el Evangelista nos sitúa
cerca y, a la vez, lejos de estos mismos lugares: “Muy de madrugada, [Jesús]
se levantó, salió y se fue a un lugar solitario a orar” (Marcos 1,35).
Esta nueva ‘localización’ viene a ser paralela con esta otra: “Tenía que
quedarse fuera en lugares despoblados…” (Marcos 1,45). Esto se cuenta antes
de continuar con ‘Casa-Sinagoga-Mar’.
El relato y mensaje de Marcos 1,35-45
es el núcleo o centro en el que se condensa toda la evangelización de Jesús de
Nazaret en la redonda región de la Galilea de Israel. Este es el lugar donde se
levantan o despiertan los recuerdos de las palabras y de los hechos de un
hombre que aún no sabemos muy bien quién es ni de dónde ha llegado. Cuando sea
sepultado y las mujeres decidan buscarlo entre los vivos, vendrán precisamente
a estos lugares de la tierra de Galilea, el lugar de la primera y única
aparición de Jesús de Nazaret: su vida aquí. Siempre aquí.
“Todos te buscan”, afirma Simón.
Jesús le responde con palabras que echan por tierra las pretensiones de poder
de los discípulos. “Vámonos a otra parte” (1,37-38). Los datos de la
encuesta aplicada a la población de Cafarnaún, ¡en esos momentos! (la suegra y
los enfermos habían sido curados y perdonados), hubieran entregado la autoridad
del bastón de mando a Jesús por mayoría absoluta. Sin embargo, Jesús se marcha.
Recorre la Galilea con estas dos tareas: enseñar en las sinagogas y expulsar
demonios. Así lo ha decidido él en esa oración en soledad después de haberse
levantado temprano y haber abandonado la casa de la suegra.
¿Qué hacía o decía este Jesús mientras
oraba? ¿Por qué ora solo y no en grupo con los suyos? ¿Qué y cómo enseñaba en
su predicación en las sinagogas? ¿Cuál era su método y contenido? ¿Quiénes son
los demonios? ¿Dónde habitan y por qué se les expulsa? Mi buena amiga
imaginada, María Magdalena, ¿cuándo me comentarás sin prisas las respuestas
precisas a estas preguntas? En muchas ocasiones he pensado que todo está
respondido por tu parte en la narración del leproso que constata que su lepra
ha desaparecido.
“Se acercó un leproso… Jesús extendió
su mano, lo tocó, se lo acercó y le abrazó…” (1,40-41). ¿Es así como le
expresó la ternura de su ‘misericordia entrañable’? ¿Le dijo también ‘te
quiero’, ‘estás limpio’? Medito esto sin prisas y me siento estremecido por
dentro, porque hay alguna pregunta que me inquieta por encima de todas las
demás: ¿Qué lepra es la que hace a una persona leprosa? La lepra de la piel se
cura siempre con la investigación médica y con el cariño de los abrazos con el
enfermo. En cambio, existe otra lepra de la que hablaba explícitamente la Ley
de Moisés y de su Dios Yavé. Esta lepra era la expresión del castigo de ese
Dios en la persona pecadora. Y ese pecado sólo podía perdonarse por la ofrenda
de los sacrificios prescritos en el Templo de Jerusalén por la mediación ritual
de un Sacerdote. Aquella Ley, su Templo y su Sacerdocio eran la lepra. Así lo
descubrieron Jesús y este leproso. Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 2 de
enero de 2017.
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