sábado, 13 de julio de 2024

San Enrique II, emperador

 

San Enrique II, emperador

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fecha de inscripción en el santoral: 13 de julio
fecha en el calendario anterior: 15 de julio
n.: c. 973 - †: 1024 - país: Alemania
canonización: 
C: Eugenio III 4 mar 1146
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: San Enrique, emperador romano-germánico, que, según la tradición, de acuerdo con su esposa Cunegunda puso gran empeño en reformar la vida de la Iglesia y en propagar la fe en Cristo por toda Europa, donde, movido por un celo misionero, instituyó numerosas sedes episcopales y fundó monasterios. Murió en este día en Grona, cerca de Göttingen, en Franconia.

refieren a este santo: Santa CunegundaSanta EmmaSan Esteban de HungríaSan Gotardo de HildesheimSan Heriberto de Colonia

Oración: Oh Dios, que has llevado a san Enrique, movido por la generosidad de tu gracia, a la contemplación de las cosas eternas desde las preocupaciones del gobierno temporal, concédenos, por sus ruegos, caminar hacia ti con sencillez de corazón en medio de las vicisitudes de este mundo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).


Enrique II, hijo de Enrique, duque de Baviera y de Gisela de Borgoña, nació el año 972. Fue educado por san Wolfgango, obispo de Ratisbona y, en 995, sucedió a su padre en el gobierno del ducado de Baviera. Estuvo casado con santa Cunegunda, pero no tuvieron hijos. En 1002, a la muerte de su primo Otón III, fue elegido emperador. Enrique no perdió nunca de vista los peligros a los que se hallan expuestos los gobernantes. Consciente de la importancia y extensión de las obligaciones que le imponía su cargo, supo mantenerse, por la oración, en una actitud de humildad y de temor de Dios, y su virtud salió victoriosa del peligro de los honores. Jamás olvidó el fin para el que Dios le había elevado a la más alta dignidad temporal y trabajó con todas su fuerzas por promover la paz y la prosperidad de su reino. Hay que especificar, sin embargo, que san Enrique se valió algunas veces de la Iglesia para sus fines políticos, imitando así a su predecesor Otón el Grande. Sin discutir la autoridad espiritual de la Iglesia, se opuso en ciertos casos a su engrandecimiento temporal. Y hemos de confesar que, desde el punto de vista del bienestar de la cristiandad, algunas de las medidas políticas del santo emperador fueron equívocas.

San Enrique tuvo que emprender numerosas guerras para defender y consolidar su imperio. Tales, por ejemplo, las guerras de Italia, antes de recibir la corona. Arduino de Ivrea se había hecho coronar rey en Milán; san Enrique cruzó los Alpes y le arrojó del poder. En 1014, llegó triunfalmente a Roma, donde fue coronado emperador por el Papa Benedicto VIII. El santo restauró con gran munificencia las sedes episcopales de Hildesheim, Magdeburgo, Estrasburgo y Meersburgo e hizo ricos presentes a las iglesias de Aquisgrán y Basilea, entre otras. Es falso que el santo haya convertido a la fe a san Esteban, rey de Hungría, quien era hijo de padres cristianos, pero en cambio sí incitó a dicho monarca a trabajar por la conversión de sus súbditos. En 1006, san Enrique fundó la sede de Bamberga y construyó una gran catedral para fortalecer el poder germánico entre los wendos. Los obispos de Wurzburgo y Eichstätt se opusieron a ello, pues la empresa llevaba consigo el desmembramiento de sus diócesis; pero el Papa Juan XIX dio la razón al emperador, y Benedicto VIII consagró la catedral en el año de 1020. San Enrique construyó y dotó también un monasterio en Bamberga e hizo donaciones a varias diócesis para promover el honor divino y proveer a las necesidades de los pobres. En 1021, fue de nuevo a Italia en una expedición contra los griegos de Apulia. En el camino de vuelta cayó enfermo y fue transportado a Monte Cassino. Según se dice, fue milagrosamente curado por la intercesión de San Benito, pero quedó baldado para siempre.

Enrique sabía atender aun a los detalles de menor importancia, a pesar de los innumerables deberes de un jefe de Estado; por ello, al mismo tiempo que cumplía a la perfección sus obligaciones públicas, no olvidaba que su primer deber consistía en mirar por el bien de su alma. Apoyó con entusiasmo las ideas de reforma eclesiástica del gran monasterio de Cluny, como lo prueba el hecho de que se opuso a su pariente, amigo y antiguo capellán, Aribo, a quien el mismo había nombrado arzobispo de Mainz, cuando condenó en un sínodo a los que apelaban a Roma sin su permiso. Es muy conocida la leyenda de que, deseando san Enrique hacerse monje, prometió obediencia al abad del monasterio de Saint-Vanne, en Verdun, el cual le mandó por precepto de obediencia que siguiese gobernando el Imperio. En realidad, ésta y otras anécdotas semejantes cuadran mal con el carácter y la vida del emperador. San Enrique fue uno de los más grandes gobernantes del Sacro Romano Imperio y se santificó, precisamente, como soldado y jefe de Estado, cumpliendo con deberes muy diferentes a los que cumplen los monjes. Las leyendas edificantes son un producto de la invención de los habitantes de Bamberga y las biografías del tipo de la que escribió Adalberto, no reflejan la verdadera personalidad de San Enrique. Lo que sabemos sobre él se refiere más bien a su actuación pública. San Enrique II no tuvo, como san Luis de Francia, un Joinville que describiese su vida íntima. El santo emperador promovió cuanto pudo la reforma eclesiástica, sobre todo por el cuidado con que elegía a los obispos y por el apoyo que prestó a monjes tan destacados como san Odilón de Cluny y Ricardo de Saint-Vanne. Eugenio III canonizó a San Enrique en 1146 y san Pío X le proclamó patrono de los oblatos benedictinos. Se ha difundido la leyenda de que vivió en abstinencia con su mujer, santa Cunegunda, pero no hay pruebas de ello, ni hay ningún testimonio contemporáneo de que el propio Emperador lo haya comunicado en su lecho de muerte.

San Enrique era el personaje más importante de Europa a principios del siglo XI, de suerte que ocupa un sitio muy destacado en las crónicas de la época, como las de Raúl Glaber y Tietmaro. Además, existen dos biografías latinas que se atribuyen respectivamente al obispo de Utrecht, Adalboldo y Adalberto, diácono de Bamberga. Pueden verse en Acta Sanctorum, julio, vol. III, y en MGH., Scriptores, vol. IV. Desde el punto de vista religioso, la mejor biografía es la de H. Gunter, Kaiser Heinrich der Heilige (1904).

 

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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