2015-02-24 L’Osservatore Romano
«Dios mío, que has permitido que yo sea un médico, te pido por todos los que, por cansancio, egoísmo o cobardía, no he ayudado», escribía el hermano Luc en Tibhirine.
Sin embargo, escribe Ferdinando Cancelli, llegando incluso a realizar en ciertos días más de cien visitas en su pequeño dispensario construido junto al monasterio de Nuestra Señora del Atlas, el hermano Luc curó a muchos en el cuerpo y en el alma, de toda raza y credo religioso. El retrato que François Buet nos ofrece en el breve pero valioso «Hermano Luc, monje y médico de Tibhirine. 15 meditaciones» (Milano, Gribaudi editore, 2015, 112 páginas), traducido del francés por Gloria Romagnoli, es el de un monje y un hombre. Sólo un monje, un enamorado de Dios, podía sacar por más de cuarenta años, transcurridos en el monasterio de Tibhirine, la fuerza para afrontar la fatiga, la soledad y a veces la incompresión de una vida completamente entregada a los hermanos.
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