San Augusto Chapdelaine
San Augusto Chapdelaine, presbítero y mártir
(en años bisiestos pasa al día 29) En la ciudad de Xilinxian, en la provincia china de Guangxi, san Augusto Chapdelaine, presbítero de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París y mártir, que, detenido por los soldados junto con muchos neófitos de esta región a los que había convertido, recibió trescientos azotes, fue encerrado en una reducida jaula y finalmente decapitado.
San Augusto Chapdelaine nació en 1814, cerca de Coutances (Francia). Sus padres, que tuvieron nueve hijos, trabajaban en familia una pequeña granja de su propiedad. Augusto se distinguió, desde joven, por su piedad y generosidad. En las labores del campo trabajaba por cuatro («il faisait de la bésogne pour quatre»). La muerte arrebató a dos de sus hermanos. Esto restó brazos en el trabajo y al fin, la familia se vio obligada a parcelar la propiedad. Así pudo Augusto satisfacer su deseo de abrazar el sacerdocio. En 1844, fue nombrado párroco y su celo obró maravillas entre sus feligreses.
En 1851 sintió el llamado a las misiones extranjeras y, tras un corto período de preparación en la casa de las Misiones Extranjeras de París, partió rumbo a China. Después de mil peligrosas aventuras, llegó al sitio al que sus superiores le habían enviado. En diciembre de 1854, fue denunciado al mandarín de la región por el celoso pariente de un convertido. Fue arrestado y pasó en la prisión algunos días de ansiedad, pero el mandarín se mostró bondadoso y no le hizo daño alguno. El P. Chapdelaine volvió con mayor ímpetu al trabajo apostólico y logró muchas conversiones, a pesar de su imperfecto conocimiento de la lengua.
Pero algún tiempo después, un nuevo mandarín sustituyó al primero. El P. Chapdelaine fue denunciado por segunda vez y hecho prisionero, con algunos de sus cristianos. Sus valientes respuestas provocaron la cólera de los jueces, quienes le condenaron a ser apaleado. El mártir quedó medio sordo a resultas del castigo, pero no dejó escapar ni una queja ni una protesta y, uno o dos días después se restableció milagrosamente. Creyendo el mandarín que su curación se debía a la magia, mandó que bañaran al santo con la sangre de un perro para anular el conjuro. La segunda vez que el P. Chapdelaine compareció ante los jueces, fue condenado a recibir trescientos golpes en el rostro con una especie de pesada suela de cuero; en el suplicio perdió varios dientes y sufrió la fractura de la mandíbula. Al fin, los jueces le dieron a entender que le dejarían libre por 1.000 taels, o aun por 300, pero los cristianos no pudieron reunir esa suma. Así pues, los jueces le condenaron a morir lentamente en una jaula. Los verdugos decapitaron al mártir después de la muerte, y se cuenta que de su cuello brotaron tres chorros de sangre, cosa que convenció a todos los presentes de que algo extraordinario había en él. Fue canonizado el año 2000.
Cf. los estudios de A. Launay sobre las misiones de China, como por ejemplo, Les 52 sérviteurs de Dieu, vol. II, pp. 287-304, y Salle des martyrs du Séminaire des Missions. Fragmento extractado del artículo dedicado a los mártires de la China, en Butler-Guinea, México, 1964, vol I, pág 365. Los años no bisiestos se celebra su memoria el 28 de febrero.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
San Román de Jura | |
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San Román, abad
En los montes del Jura, en la Galia Lugdunense, sepultura del abad san Román, que, siguiendo los ejemplos de los antiguos cenobitas, primeramente abrazó la vida eremítica y llegó después a ser padre de numerosos monjes.
A los treinta y cinco años de edad, san Román se retiró a los bosques del Jura, en la frontera de Francia y Suiza para vivir como ermitaño. Llevó consigo las "Vidas de los Padres del desierto" de Casiano, algunos útiles de trabajo y un poco de semilla y se abrió camino hasta la confluencia del Bienne y el Aliére. En aquellas escarpadas montañas de difícil acceso, encontró la soledad que buscaba. A la sombra de un gigantesco pino, pasaba el día en la oración, la lectura espiritual y el cultivo de la tierra. Al principio, sólo las bestias y uno que otro cazador turbaban su retiro; pero pronto fueron a reunírsele su hermano, Lupicino y uno o dos compañeros más. Después llegaron otros muchos aspirantes a la vida eremítica, entre ellos una hermana de san Román y varias otras mujeres.
Los dos hermanos construyeron los monasterios de Condal y Leuconne, a tres kilómetros de distancia uno del otro y, para las mujeres, erigieron el monasterio de La Baume, donde actualmente se levanta el pueblecito de Saint-Roman-de-la-Roche. Los dos hermanos desempeñaban simultáneamente el cargo de abad, en perfecta armonía, aunque Lupicino tendía a ser más estricto. Este último habitaba generalmente en el monasterio de Leuconne; al enterarse de que los monjes de Condal empezaban a comer un poco mejor, se presentó en el monasterio y les prohibió tal innovación. Aunque el ideal de san Román y san Lupicino era imitar a los anacoretas del oriente, las diferencias de clima les obligaron a modificar ciertas austeridades. Los galos eran muy dados a los placeres de la mesa; a pesar de ello, jamás probaban los monjes la carne, y sólo comían huevos y leche cuando estaban enfermos. Pasaban gran parte del día en duros trabajos manuales, vestían pieles de animales y usaban suecos. Esto les protegía de la lluvia, pero no del cruel frío del invierno, ni de los ardientes rayos del sol en el verano, reflejados por las rocas.
San Román hizo una peregrinación al actual Saint-Maurice de Valais para visitar el sitio del martirio de la Legión Tebana. En el camino curó a dos leprosos; la fama del milagro llegó antes que él a Ginebra y, al pasar por la ciudad, el obispo, el clero y el pueblo salieron a saludarle. Su muerte ocurrió el año 460. Según su deseo, fue sepultado en la iglesia del convento gobernado por su hermano, Lupicino. Este le sobrevivió cerca de veinte años, y su fiesta se celebra por separado, el 21 de marzo. La biografía latina habla sobre todo, de las austeridades de Lupicino, pero cuenta también grandes maravillas de la bondad de Román para con los monjes y de su espíritu de fe. En una época de hambre, obtuvo con sus oraciones la multiplicación del grano que quedaba en el monasterio. Cuando sus monjes, cediendo a la tentación, empezaban a pensar en abandonar la vida religiosa o la abandonaban realmente, el santo no les trataba con dureza, sino que les alentaba a perseverar en su vocación.
Bruno Krusch, Quesnel y Papebroch pusieron en duda el valor histórico de las biografías de Romano, Lupicino y Eugendo (1° de enero); pero Mons. Duchesne las defendió brillantemente en un notable estudio, llamado La vie des Peres du Jura, en Mélanges d´archéologie et d´histoire, vol. XVIII (1898), pp. 3-16. En el mismo sentido se pronunció M. Poupardin, en Le Moyen-Age, vol. XI (1898), pp. 31-48. Cf. M. Besson, Nos origines chrétiennes. El texto de la vida de Romano y Lupicino se halla en Acta Sanctorum. febrero, vol. III; una edición más reciente es la de Krusch, en MGH., Scriptores Merov., vol. III, pp. 131-153. El Acta Sanctorum divide la "vida" en dos secciones, que se refieren respectivamente a Román y a Lupicino; Krusch no establece tal división.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Osvaldo de Worchester | |||||||
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San Osvaldo de Worchester, monje y obispo
(en años bisiestos pasa al día 29) En Worchester, en Inglaterra, san Osvaldo, obispo, que fue primero canónigo y después monje; presidió las sedes de York y de Worchester, introdujo en muchos monasterios la Regla de san Benito y fue un maestro benigno, alegre y docto.
Hijo de padres daneses, se hizo monje benedictino en Fleury, en Francia, y llegó a ser sacerdote en Inglaterra, en el 959. Por recomendación de san Dunstan, con quien san Osvaldo compartía los ideales monásticos, fue nombrado obispo de Worcester en el 961, donde convirtió el Capítulo en comunidad monástica, fundó dos monasterios en Westbury-on-Trym, cerca de Bristol, y el más influyente de Ramsey, para el cual obtuvo en préstamo de Fleury a san Abón, como maestro.
Cuando fue nombrado arzobispo de York, se le permitió mantener también la diócesis de Worcester. En la reacción antimonástica que siguió a la muerte de san Eduardo rey, las comunidades monásticas se dispersaron temporalmente. Sin embargo, san Osvaldo fue muy amado por el pueblo, ya que tuvo como característica personal la amabilidad, la cortesía y la alegría. Murió en Worcester el 28 de febrero del 992 después de lavar los pies a doce pobres y de sentarse con ellos a la mesa. Su cuerpo fue trasladado a un sepulcro nuevo por san Wulfstano, también obispo de Worcester desde 1062 hasta 1095.
fuente: Santi e Beati
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