Beatos Anacleto
González Flores y tres compañeros, mártires
fecha: 1 de abril
†: 1927 - país: México
canonización: B: Benedicto XVI 20 nov 2005
hagiografía: Vaticano
†: 1927 - país: México
canonización: B: Benedicto XVI 20 nov 2005
hagiografía: Vaticano
En Guadalajara,
México, beatos laicos José Anacleto González Flores, José Dionisio Luis Padilla
Gómez, Jorge Ramón Vargas González y Ramón Vicente Vargas González, mártires.
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en:
Mártires mexicanos (1915-1937)
Mártires mexicanos (1915-1937)
José Anacleto
González Flores
Nació
en Tepatitlán, Jalisco, el 13 de julio de 1888, en un ambiente de extrema
pobreza. En 1908 ingresó al seminario auxiliar de San Juan de los Lagos; pronto
alcanzó grandes adelantos en las ciencias y hasta pudo suplir con creces las
ausencias del catedrático, ganándose el apodo de toda su vida: "Maistro
Cleto". Cuando comprendió que su vocación no era el sacerdocio ministerial
ingresó en la Escuela libre de leyes. Notable pedagogo, orador, catequista y
líder social cristiano, se convirtió en paladín laico de los católicos de
Guadalajara.
Poseedor
de vasta cultura, escribió algunos libros llenos de espíritu cristiano, así
como centenares de artículos periodísticos. En octubre de 1922 contrajo
matrimonio con María Concepción Guerrero, quien no asimiló el amor al
apostolado de su marido; con todo fue esposo modelo y padre responsable de sus
dos hijos.
Muy
fiel a su prelado, el siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez, propuso a los
católicos la resistencia pacífica y civilizada a los ataques del Estado contra
la Iglesia; constituyó por ese tiempo la obra cumbre de su vida, la Unión
Popular, que llegó a contar con decenas de miles de afiliados. Al finalizar el
año 1926, después de haber agotado todos los recursos legales y cívicos
habidos, y ante la inminente organización de la resistencia activa de los
católicos, apoyó con su prestigio, su verbo y su vida, los proyectos de la Liga
nacional defensora de la libertad religiosa.
Alimentado
con la oración y la comunión diaria, fortaleció su espíritu para dar su voto
con sangre por la libertad de la Iglesia católica. La madrugada del 1 de abril
de 1927 fue aprehendido en el domicilio particular de la familia Vargas
González; se le trasladó al cuartel Colorado, donde se le aplicaron tormentos
muy crueles; le exigían, entre otras cosas, revelar el paradero del arzobispo
de Guadalajara: «No lo sé, y si lo supiera, no se lo diría», respondió. Los
verdugos, bajo las órdenes del general de división Jesús María Ferreira, jefe
de operaciones militares de Jalisco, descoyuntaron sus extremidades, le
levantaron las plantas de los pies y, a golpes, le desencajaron un brazo.
Antes
de morir, dijo a Ferreira: «Perdono a usted de corazón, muy pronto nos veremos
ante el tribunal divino, el mismo juez que me va a juzgar, será su juez,
entonces tendrá usted, en mi, un intercesor con Dios». El militar ordenó que lo
traspasaran con el filo de una bayoneta calada. Su muerte hundió en luto a los
tapatíos.
José Dionisio
Luis Padilla Gómez
Nació
en Guadalajara, Jalisco, el 9 de diciembre de 1899. Recibió una esmerada
educación en el seno de una familia distinguida y cristiana. En 1917 ingresó al
seminario conciliar de Guadalajara, donde destacó por su conducta intachable y
la pureza de sus costumbres; abandonó la institución en 1921 para aclarar
ciertas dudas vocacionales.
Una vez
fuera del seminario, se dio de alta como profesor, impartiendo clases sin
retribución alguna a niños y jóvenes pobres. Fue socio fundador y miembro
activo de la Asociación católica de la juventud mexicana, donde desarrolló un
intenso apostolado, sobre todo en el campo de la promoción social; tenía una
ferviente devoción a la Santísima Virgen.
Al
estallar la persecución del Estado contra la Iglesia católica, Luis se afilió a
la Unión Popular para trabajar a través de medios pacíficos en la defensa de la
religión. En repetidas ocasiones expresó su deseo de seguir a Jesús hasta el
dolor, el sufrimiento y la entrega total de la vida.
El día
1 de abril de 1927, a las dos de la mañana, fue acordonado su domicilio por un
grupo de soldados del ejército federal, bajo las órdenes del mismo jefe de
operaciones militares del Estado de Jalisco, general de división Jesús María
Ferreira, quien con lujo de fuerza ordenó el saqueo de la morada y la
aprehensión de sus habitantes, además de Luis, su anciana madre y una de sus
hermanas.
El
joven Luis fue remitido al cuartel Colorado, soportando en el trayecto golpes,
insultos y vejaciones. Poco después fueron aprehendidos otros cuatro
cristianos. Presintiendo su fin, Luis expresó su deseo de confesarse
sacramentalmente; su compañero de apostolado y de prisión, Anacleto González
Flores, lo confortó diciéndole: «No, hermano, ya no es hora de confesarse, sino
de pedir perdón y de perdonar. Es un Padre y no un juez el que te espera. Tu
misma sangre te purificará». Ya en el paredón mientras Luis, arrodillado,
ofrecía su vida a Dios con ferviente oración, los verdugos descargaron sus
armas sobre él, consumando, a los 26 años cumplidos, su oblación a Dios hasta
el derramamiento de la sangre.
Jorge Ramón
Vargas González
Nació en
Ahualulco, Jalisco, el 28 de septiembre de 1899. Fue el quinto de once
hermanos. Recibió el bautismo el 17 de octubre de ese año, imponiéndole el
nombre de Jorge Ramón, aunque durante su vida utilizó sólo el primero. Siendo
niño, su familia se trasladó a Guadalajara. Como muchos jóvenes católicos en
México, Jorge participó de los anhelos y de las inquietudes de quienes sufrían
el flagelo de la persecución religiosa; ejemplos en su familia no faltaban, en
especial el de su íntegra y piadosa madre.
Durante
la persecución religiosa, en 1926, siendo Jorge empleado de la Compañía
hidroeléctrica, su hogar sirvió de refugio a muchos sacerdotes perseguidos,
entre otros, el padre Lino Aguirre, quien sería luego obispo de Culiacán,
Sinaloa, de quien Jorge fue custodio y compañero de correrías. A finales de
marzo de 1927, los Vargas González recibieron en su hogar al proscrito líder
Anacleto González Flores, columna de la resistencia católica de Jalisco y sus
alrededores; la familia conocía de sobra lo que podía costar su acción.
En ese
lugar los sorprendió la celada del 1 de abril. Todos, hombres, mujeres y niños,
entre vejaciones y sobresaltos, fueron aprehendidos por el jefe de la policía
de Guadalajara. Un mismo calabozo sirvió para alojar a tres de los Vargas González:
Florentino, Jorge y Ramón; su crimen, haber alojado a un católico perseguido.
Horas
después encerraron en una celda contigua a Luis Padilla Gómez y a Anacleto
González Flores. Se lamentó luego de no poder recibir la Comunión, siendo ese
día viernes primero, pero su hermano Ramón le reconvino: «No temas, si morimos,
nuestra sangre lavará nuestras culpas». La entereza de ánimo de los hermanos se
mantuvo, charlando con desenfado antes de ser ejecutados. Por una orden de
último momento, uno de los tres hermanos, Florentino, fue separado del resto.
Antecedió
a la muerte de Jorge algún tipo de tormento, pues su cadáver presentó un hombro
dislocado, contusiones y huellas de dolor en el semblante; lo cierto es que
llegada la hora, con un crucifijo en la mano, y esta junto al pecho, el beato
recibió la descarga del batallón, que ejecutó la sentencia. Durante el sepelio,
cuando la madre de las víctimas estrechó en sus brazos a Florentino, le dijo:
«Ay, hijo! ¡Qué cerca estuvo de ti la corona del martirio!; debes ser más bueno
para merecerla»; el padre, por su parte, al enterarse cómo y por qué murieron,
exclamó: «Ahora sé que no es el pésame lo que deben darme, sino felicitarme
porque tengo la dicha de tener dos hijos mártires».
Ramón Vicente
Vargas González
Nació
en Ahualulco, Jalisco, el 22 de enero de 1905. Fue el séptimo de once hermanos;
tres notas lo distinguieron de ellos: el color rojo de su pelo, que le ganó el
sobrenombre de Colorado, su elevada estatura y su jovialidad. Siguió los pasos
de su padre al ingresar a la Escuela de medicina, donde destacó por su buen
humor, su camaradería y su clara identidad católica.
En
cuanto pudo hacerlo, atendió gratuitamente la salud de los pobres. A los 22
años, próximo a concluir sus estudios universitarios, recibió en su hogar, con
responsabilidad subsidiaria, a Anacleto González Flores, quien no tardó en
advertir las cualidades de Ramón, pidiéndole sumarse a los campamentos de la
resistencia activa como enfermero: «Por usted hago lo que sea, Maistro, pero
irme al monte, no», contestó el interpelado.
La
madrugada del 1 de abril de 1927 alguien azotó la puerta de los Vargas
González; Ramón atendió el llamado; al entreabrir la puerta, un nutrido grupo
de policías se apoderaron de la casa. Se cateó la vivienda y se aprehendió a
sus ocupantes. Ramón mantuvo la calma pese a su indignación; en la calle,
aprovechando el tumulto, pudo escapar sin que lo advirtieran sus captores, pero
no tardó en volver sobre sus pasos y entregarse.
Cuando
supo que iba a morir, su hombría de bien y su esperanza cristiana le bastaron
para unir su sacrificio al de Cristo. Ante una exclamación de su hermano Jorge,
respondió: «No temas, si morimos nuestra sangre lavará nuestras culpas». Para
atenuar la cruel sentencia, el general de división Jesús María Ferreira,
ofreció dejar en libertad al menor de los hermanos Vargas González; el indulto
correspondía a Ramón, pero este, sin admitir reclamos, cede su lugar a
Florentino. Era más del mediodía, urgía matar a los reos cuanto antes. Antes de
ser fusilado, Ramón flexionó los dedos de su mano diestra formando la señal de
la cruz.
Fueron
beatificados por SS Benedicto XVI el 20 de noviembre de 2005.
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modificación relevante: ant 2012
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