sábado, 10 de diciembre de 2016

El agua en los aljibes agrietados (tercera reflexión del ciclo “La Ciudad Peregrina” de Marina Korotchenkol)

Mi tercera reflexión del ciclo “La Ciudad Peregrina”, quizá este comentario debería ser la primera de la reflexiones, porque define el fundamento de todo.

El agua en los aljibes agrietados.

Comentario al texto Jeremías 2: 1-19                
           

                                                                           
Hemos escogido a este pasaje como una unidad textual analizada por E. Sanz Giménez Rico en su artículo “Encontrar a Yahveh sin salir a buscarlo. El comienzo del libro de Jeremías (Jr 2, 1-19)”. Nos parecía interesante usar a este análisis como una base, intentando encontrar a nuestra propia visión, saliendo de este punto de la partida. En este caso seguimos el consejo de Walter Brueggemann que considera que ahora cada interpretación siempre debe estar incluida en el proceso de diálogo y que todo análisis “fiel requiere disponibilidad para permanecer implicado en el proceso de decisión y no retirarse a una comunidad interpretativa separada”.

Jeremías es el segundo de los profetas mayores. Él nació en el año 650 en Anatot, una ciudad pequeña situada en un kilometro de Jerusalén. Su familia pertenecía a la tribu de Benjamín, lo que vinculaba a Jeremías con el Norte y con sus cultos. Él nos habla de Raquel y Efraín, del santuario de Silo. Su teología es de la Tierra Prometida y del Alianza en el Sinaí. Se supone que Jeremías empezó su ministerio en el año 627 a. C., aunque esta fecha no es exacta. Su actividad profética duró cerca de 40 años. Los acontecimientos más importantes de este periodo es la caída del Imperio Asirio, el renacer del Imperio Babilónico, la desaparición del Reino de Judá con la deportación de las personas con más influencia en el país. En el año 622 empezó la reforma del rey Josías con la centralización del culto a Yahveh en Jerusalén y con el descubrimiento del Libro de la Ley en el Templo que de costumbre se entiende como uno de los variantes de “Deuteronomio”. Jeremías no menciona a esta actividad en su libro.

El texto escogido por nosotros pertenece a los oráculos del comienzo de la actividad profética de Jeremías que se fecha con el reinado de Josías, asimismo podemos situarla entre los años 627 y 622. Posiblemente algunos de estos versos habían sido quemados en el año 605 por el rey Joyaquim que leyó el rollo de Baruc, secretario de Jeremías. En el mismo año aparecieron las primeras amenazas del Norte de parte de los asirios y en el año 587 las tropas de Nabucodonosor se apoderaron de Jerusalén, casi tras un año del duro asedio. Pero la distancia temporal no permite decir con exactitud sobre que amenaza del Norte cuenta Jeremías en su texto. Existen varias versiones ninguna de las cuales puede ser considerada como definitiva.


Este texto puede contener los oráculos auténticos de Jeremías. El pasaje 2: 1-19 tiene cierta unidad rítmica, una composición acabada y los motivos comunes que se desarrollan a lo largo de todo el texto (camino, agua, matrimonio, palabra, voz). Aparte que se trata de un género llamado “rîb” que sigue el orden de los pleitos que se efectuaban en el antiguo Oriente Medio ante la ruptura de pactos o alianzas. Es una “dinámica de controversia” que está “estructuralmente unida con la propia naturaleza de la Alianza” como un dialogo entre Dios y su pueblo. La teología del Antiguo Testamento es una drama, un dialogo, lo que W.Brueggemann define como “el criterio dramático de teología”, como un “disputa sin resolver, un continuo litigio”. La propia dinámica de la teología antiguotestamentaria incluye a esta tendencia bipolar, donde se entrecruzan los esquemas de liberación y condena, una legitimación de las instituciones y su alternativa revolucionaria. Por esto Antiguo Testamento posee esta naturaleza dialéctica y didáctica.

Nuestro oráculo sigue al relato de la vocación de Jeremías, donde Dios le muestra una vara del almendro (una metáfora de la vigilancia) y una olla hirviendo que se derrama hacia el Norte (un símbolo de la amenaza para estas tierras). La imagen de Yahveh es su voz, su Palabra, es este Dios cercano y distante que está ante su pueblo, siendo el centro de su vida y de su historia, pero que también representa al límite de la existencia. Por eso Yahveh no tiene ninguna imagen, lo que le distingue de los ídolos. La trascendencia de este Dios se expresa en el binomio de su distancia y cercanía.


2; 1: “Y se me dirigió la palabra de Yahveh, diciendo: Anda y grita a los oídos de Jerusalén para decir: Así ha dicho Yahveh”. Aquí se ve como el núcleo principal “decir”-“gritar”-“palabra”-“oído”. Para oír al Dios hay que escucharle, hay que esforzar todos los sentidos, puesto que “mediante la captación por los sentidos (de orden sensible-espiritual) se sedimenta en el ser del que contempla el conocimiento interno de la otra persona (Jesús) y, a través de ella, el conocimiento experiencial de la encarnación de Dios en la historia de los hombres”. Pero en nuestro caso no se trata de la encarnación, sino más de la “des-encarnación”, de la desestructuración, de una Alianza rota que se compara con un matrimonio fracasado (una imagen que por primera vez apareció en el profeta Oseas). La fidelidad a Dios y la unión con él se entiende como un lazo amoroso y matrimonial: 2; 2: “Recuerdo en tu favor la afección de tus mocedades, el amor de tus desposorios”. Está imagen se desarrolla más plenamente en el Salmo 19 que con el tiempo adquirió el significado encarnatorio, de la unión de dos naturalezas: “la salida epifánica” de la gloria de Dios “manifiesta la victoria de la luz sobre la oscuridad, sobre la muerte, sobre el caos, salida gozosa para alabar a Dios, similar a la “del esposo que sale de su tálamo”. Pero en nuestro texto la situación es de la ruptura matrimonial, del pleito donde Dios como una víctima ofendida acusa a la humanidad a través de su profeta.

Uno de las tesis fundamentales del Antiguo Testamento es el hecho que el Dios siempre sale al encuentro con nosotros y primero demuestra a su amor, pero no lo hace por los méritos del Israel, sino solamente por su bondad divina. Israel se representa como una “cosa santa” y como “la primicia de mi cosecha” que se comía solo por los sacerdotes en el Templo. Israel es una creación de Dios, su obra predilecta. Una persona sólo debería seguir el camino del Señor, (2:2) “como me seguiste por el desierto, por tierra no sembrada”. La imagen de la tierra desierta se repite en 2:6: “el que nos ha conducido a través del desierto, por tierra de estepa y barranco, por tierra árida y tenebrosa, tierra por donde nadie transita”.

Teniendo en cuenta al núcleo del Antiguo Testamento que es “Alianza-Pueblo-Tierra” podemos comprender que estamos dentro de su temática principal. Los judíos habían sido primeramente un pueblo nómada, después les obligaron a viajar y cambiar a lugares de asentamiento sus continuas desgracias históricas: conquistas y deportaciones, por eso Yahveh aparece siempre como un guía, como alguien que conduce a través de las desgracias hacia la Tierra Prometida. Y en este camino Dios se une con su pueblo, desierto es un lugar muy importante, porque ahí el pueblo depende sólo de Dios. Su alimento, su bebida, su defensa, toda su vida se convierte en la unión de la divinidad. En este texto aparecen “estepas” y “barrancos”, “tierra por donde nadie transita”: en el desierto no hay caminos, porque el mismo Dios es el camino, lo más importante camino de la historia que no pertenece a la tierra, sino se revela a su pueblo en el caminar.


En el oráculo aparece el recuerdo de Yahveh sobre (2:6) la “subida del país de Egipto”, sobre la Alianza en el Sinaí, cuando Dios trazó el camino a través del Mar Rojo y su pueblo iba defendido por él, teniendo a Yahveh como columna delante y detrás, en el medio de su gente. Pero el seguimiento como una comunicación con Dios ya había sido olvidado y abandonado. Es muy importante el paralelismo de la Palabra y de Camino, esta unión nos recuerda el pasaje del Dt 4: 30: “Cuando estés angustiado y todas estas cosas te hayan alcanzado, al cabo de los días, te volverás a Yahveh, tu Dios, y escucharás su voz”. Como considera E. Sanz Giménez- Rico: “Puede observarse que en dicho versículo existe un paralelismo entre escuchar la voz y volver… La acción gratuita que realiza Dios en favor de Israel trae como resultado dos aspectos complementarios: que Israel vuelva junto a Dios, es decir, que no viva lejos de Él; que Israel escuche su voz, es decir, que vea al Dios que se revela mediante su voz”. Y estos dos aspectos aparecen como uno de los binomios principales en el nuestro pasaje.

Una persona que se desvía del camino no nota la ausencia de Dios, va detrás de la nada, detrás del vacío: 2; 5: marcha tras la vanidad y se hace vana, cometiendo a una acción absurda y estúpida, puesto que el camino de Yahveh conduce a un (2; 7) “territorio feraz para gozar de sus frutos y sus bienes”. Aquí se trata de la salvación, de la regeneración. Y la imagen de la “tierra mancillada” significa a la naturaleza humana que otra vez se separa de su Salvador, abandonándole en el adulterio con el mal. Los herederos de Dios (2; 7: “habéis trocado mi heredad en una abominación”) se convirtieron en los esclavos (2; 14): “¿Es por ventura un siervo Israel, o es un esclavo nacido en casa? ¿Por qué, pues, se ha convertido en botín?”. Aquí vemos al otro importante binomio del Antiguo Testamento: esclavitud-libertad. Dios es liberador, es una de las constantes características de Yahveh en el Éxodo. “La libertad en cuanto rasgo característico de Dios es un tema nuclear de la Biblia”; “El encuentro entre Dios e Israel es un encuentro salvífico, cuyo fin fundamental es la oferta divina de una vida en libertad”.


En este sentido la situación de Jeremías es absolutamente contraria a la de Moisés: es una historia de la no-salvación, puesto que Moisés sacó al pueblo de Egipto y lo condujo a la Tierra Prometida y Jeremías, al contrario, había sido exilado en Egipto. Según Mª Claustre Solé, es “un desandar el camino iniciado siglos atrás, un anti-éxodo: el templo es destruido, la ciudad es arrasada, la dinastía de David suprimida y finalmente el abandono de la tierra que culmina la huida a Egipto”. En el pueblo está ausente la misma conciencia de la necesidad de Dios, nadie le echa de menos (2; 8): “Los sacerdotes no han dicho: “¿Dónde está Yahveh?”. Los depositarios de la Ley no me conocieron y los pastores han prevaricado contra Mi y los profetas han profetizado en nombre de Baal”. Aquí aparece la alusión no solamente a la apostasía religiosa (culto a Baal), sino también el reflejo de esta traición en unas alianzas políticas (con Egipto y Asiria).

Aunque “Baal” en el libro de Jeremías, siguiendo la tradición oseana, puede ser un nombre general para el culto a los dioses paganos. Como los principales apostatas Jeremías enumera a los sacerdotes, a los peritos de la Ley, a los pastores (posiblemente en el sentido de los reyes-nómadas) y a los profetas. Ante nosotros aparece una formula estereotipada cambiada, porque de costumbre Jeremías primeramente condenaba a los reyes, a los príncipes y solo después a los sacerdotes y a los profetas. Solo en el nuestro pasaje los sacerdotes se mencionan primeros. ¿Qué papel desempeñaba un sacerdote en la teología deuteronomista? Sabemos que en el “Deuteronomio” la “función sacerdotal fue evolucionando hacia otra que estaba más unida con la enseñanza”. Así que ante nosotros estaba un pueblo necio, sin necesaria sabiduría y la altura de la comprensión para la apertura hacia Dios. 2; 8: “¿Dónde está Yahveh?” significa a una llamada que provoca a Yahveh demostrar su presencia, que permite a la persona que llama percibir la presencia de un Dios omnipresente, puesto que las estructuras antiguotestamentarias siempre contienen un binomio.

Yahveh en su “rîb – litigio” menciona a los pueblos paganos que no cambiaron a sus dioses (2; 11): “¿Acaso nación alguna cambió de dioses, aunque ellos dioses no sean? Pues mi pueblo ha cambiado su Gloria por lo que de nada sirve”. En este caso, como lo considera E. Sanz Giménez-Rico, “no se trata de la infidelidad, sino de un obrar sin sano juicio”. Para un lector medieval estas nociones eran sinonímicas. Según Santo Isidoro de Sevilla, “obrar rectamente” es lo mismo que “gobernar justo”, solo el que sabe discernir bien del mal tiene el sano juicio. (2; 11): “Cambiar su Gloria a lo que nada sirve” significa perder esta cualidad.

En el versículo 12 empieza uno de los más importantes motivos simbólicos del pasaje, relacionado con el agua. Primeramente, debemos tener en cuenta que ante nosotros aparece un cuadro, un pasaje retórico que se desarrolla en los tres niveles: “Pasmaos, ¡oh cielos!, de esto… me han abandonado a Mi, fuente de aguas vivas, para escavarse aljibes, aljibes agrietados, que no retienen las aguas”. Los cielos pasmados y horrorizados por la apostasía es el nivel alto, Dios como la fuente de la vida es el nivel medio y los aljibes escavados en la tierra es un nivel bajo. De este modo podemos ver como el pueblo se esconde bajo la tierra de la luz y de la vida verdadera, las aguas vivas es el sinónimo de la propia vida, de la que el pueblo se escapa en las tumbas. Hay que tener en cuenta que las cisternas de barro se usaban como los cárceles en el Israel, asimismo es casi una metáfora materializada de la esclavitud.

Los aljibes o las cisternas agrietadas también tienen un profundo significado simbólico. En las diferentes traducciones aparecen “cisternas” o “aljibes”, no sabemos si esta palabra en el hebreo podría significar las dos cosas a la vez, es este caso su abanico semántico sería muy amplio. Porque un aljibe es un surco escavado por donde corre el agua y su significado es más dinámico, pero una cisterna es algo que conserva al agua quieta y su imagen es más estática. Sin embargo, podemos suponer que en el estilo antinómico del Antiguo Testamento esta estática-dinámica podría unirse en la misma palabra: Dios es alguien que pasa y permanece y las palabras solo reflejan a esta unidad de los contrarios. Una vida con Yahveh es la constancia del servicio, como también su seguida en el camino. Por ejemplo, un binario parecido de los sentidos tiene el verbo “rahak min” que “incluye un doble y complementario movimiento: alejarse de Yahveh – ir tras vanidad, tras lo vano”, así que “implica más que una distancia física, incluye sentimientos de indiferencia y hostilidad en donde anteriormente existía vinculación”.

Pero aljibe y cisterna se hacen de barro, como el hombre había sido hecho del polvo de la tierra mojada por la lluvia. Sin agua viva aljibe o cisterna se agrietan, como muere sin Dios el alma agrietada por los pecados, ya no le sirven ningunas aguas, porque no retiene nada. 2; 18: “¿Qué te aprovecha el camino de Egipto para beber las aguas de Sihor? ¿Qué te aprovecha el camino de Assur para beber aguas del Río?”. Todos los caminos conducen hacía el vacío, el nada y ninguna agua ya no va a retenerse en el aljibe agrietado por el mal. Yahveh no dice que las otras aguas son malas, no les da ninguna característica, porque son inútiles. Ningún conocimiento y ningún misterio ya no sirven al pueblo traidor. Los otros pueblos no eran elegidos, pero conservaron su fidelidad a las tradiciones. Sin embargo, Israel elegido solo por la bondad y por el amor divino, demostró su rechazo y desagradecimiento.

Esta imagen del aljibe agrietado puede simbólicamente representar como el cuerpo humano, tanto y el destino del pueblo. Según Santo Ireneo de Lyon, “los que no tienen parte con Él no se nutren de los pechos de la madre para mantenerse en vida, no se acercan a la fuente limpísima que surge del Cuerpo de Cristo, más se cavan aljibes y beben agua turbia de fango”. Aquí se trata de la gente apartada de la Madre Iglesia y Cuerpo del Cristo encarnado esta contrapuesto al fango sucio, a la naturaleza no redimida. En Jr 18 aparece la imagen del alfarero. Yahveh manda al profeta en una alfarería: (18; 4): “Cuando se estropeaba en manos del alfarero la vasija de barro que estaba haciendo, volvía a hacer otra vasija, según le parecía bien hacer al alfarero”. Lo mismo puede hacer el Señor con la casa de Israel, renaciéndole hacia una vida nueva: (18; 6) “He aquí como la arcilla en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel”. En el capítulo 19 se trata de una vasija rota que el profeta rompe antes del anuncio de la desaparición del Reino. Esto era una profecía pública muy importante por la que Jeremías había sido castigado con la cárcel.


Si analizar el desarrollo de la imagen de barro, podemos ver que un barro seco siempre acaba roto y agrietado, solo el barro húmedo, como tierra después de la lluvia, sirve para la creación. Resulta que una persona nunca debe ser perfecta, cerrada, acabada, sino abierta hacia el Dios y sus decisiones. Una esclavitud es la posición cerrada, es la cárcel del silencio. En este “rîb” Yahveh es el único que habla, nadie más entra en el diálogo. Dios grita en el vacio de las almas que ya no le necesitan, pero aún no saben que ya están muertas y agrietadas. Aguas vivas se comparen con las aguas retenidas que se ensucian rápido, porque la propia teología del Antiguo Testamento es la dinámica del camino, del movimiento, del diálogo con Dios. “Retener” a sí mismo es entrar en la esclavitud.

Paradójicamente, la propia vida sedentaria priva al pueblo de su Dios que aparece “en momentos en que te guiaba por el camino” (2:17). En el Antiguo Testamento Dios se caracteriza a través de los verbos activos que demuestran una acción como “hifil”. Este verbo, según E. Sanz Giménez-Rico, se emplea en 2; 12: “Dios que ha conducido a su pueblo por el camino” y en 2; 6: “que condujo (hizo andar) a Israel por destierro”. Según W. Brueggemann debemos prestar “una especial atención a los verbos causativos en modo hipil”, puesto que “la frase se organiza en torno a un verbo activo que manifiesta una acción que es trasformadora, indiscreta y perturbadora”. Una vida sedentaria lleva a una rutina, la vista y el oído del pueblo se cierran a la voz de Yahveh. El origen nómada y la vida no estable de Israel podrían influir en su problemática relación hacia el asentamiento. Como decía aún Oseas, que más influyó en Jeremías, “Dios y Israel se encontraron en el camino y en el desierto”. Con este ideal nómada podemos relacionar la descripción por Jeremías a la vida de las tribus de recabitas (cap. 35). La tribu que no bebe vivo, no edifica las casas, no planta ni siembra y vive en las tiendas, porque así les ordenó su antepasado. Yahveh demuestra a este pueblo como un ejemplo de la fidelidad: (35; 14): “han obedecido al mandado de su padre; en cambio, Yo os he hablado temprano y sin cesar y no me habéis escuchado”.


Si Dios conduce al hombre a través del desierto en una tierra prometida, el hombre, al contrario, (2; 15) “reduce su país a un desierto”. Si la acción de Dios es creadora, la acción del hombre es devastadora. Si Dios como alfarero puede hacer de nuevo ya estropeado, el hombre se agrieta a su propia alma para siempre y ya no podrá transformarse sin la acción de la Gracia. Todo el camino de Dios conduce fuera de la limitación y todo el camino que el hombre elije el mismo en su orgullo es el camino hacia la esclavitud, a la cárcel en la cisterna cerrada. Asimismo solo él que acepte a la unión con el Dios libremente, va a ser libre de verdad, una libertad verdadera es el camino de servicio. El camino es una imagen polifacética que puede también significar la esperanza del mandato divino, una ausencia del movimiento inútil exterior con el crecimiento que se desarrolla desde dentro. Pero el hombre nunca sabe con seguridad lo que debe hacer en este momento ya dado, porque Dios nos otorga su Gracia y su amor, pero no nos asegura en nada. Y en esta aceptación de la inseguridad se esconde nuestra más grande fuerza.

La teología deuteronomista acepta el castigo divino con el mismo agradecimiento que su Gracia. Y esta era la salida de la crisis histórica. Una salida es siempre dinámica. Uno de los verbos principales relacionados con Dios es “abar” (pasar) que “expresa la imposibilidad de abrazar a Dios que pasa, que ni está en la disposición del hombre, que no es previsible para el ser humano”. Asimismo ningún exilio se convierte en el final de la nación, en una tragedia destructora, sino en el ámbito donde Dios lleva a su pueblo a la reconciliación y le hace nuevas promesas. En el exilio Dios está con su pueblo, Él sufre el mismo abandono, Él grita como sus profetas. Yahveh convierte este exilio en el desierto donde el hombre se trasforme otra vez. En este sentido estamos totalmente de acuerdo con W. Brueggemenn que “no es un exceso de la imaginación ver que el modelo judío del exilio y la vuelta a casa equivaldrá en términos cristológicos a la crucifixión y la Resurrección”.

Este abanico de las imágenes protegía a Israel como de la negación de su destino, tanto y de la desesperanza histórica. Sufrimiento, lamentación, abandono siempre tienen como su fondo trascendente a Yahveh, a su voz que acusa y pregunta, incluso cuando sus palabra pasan por las almas sin respuesta alguna como las aguas de la fuente por los aljibes agrietados. Pero hay que regar al barro seco.

Literatura:
1. W. Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé, Salamanca, 2007;
2. Sagrada Biblia. Antiguo Testamento. Libros Proféticos, Pamplona, 2002;
3. L. Alonso Schökel, J.L. Sicre Díaz, Profetas. Comentario I, Madrid, 1980.

4 R. Albertz, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, Madrid, 1999
5 E. Sanz Giménez -Rico, Un recuerdo que conduce al Don. Teología de Dt 1-11, Madrid, 2004
6 E. Sanz Giménez Rico, Señor, roca mía, escucha mi voz. Lectura continua y concatenada de Salmos 1-30, Comillas, Verbo Divino, 2014

7. E. Sanz Giménez- Rico, Profetas de misericordia, Madrid-Comillas, 2007

8. E. Sanz Giménez-Rico, Cercanía del Dios distante. Imagen de Dios en el libro del Éxodo, Madrid-Comillas, 2002

9 E. Sanz Giménez-Rico, “Encontrar a Yahveh sin salir a buscarlo. El comienzo del libro de Jeremías (Jr 2, 1-19)”, Estudios Eclesiásticos, vol. 82 (2007), num. 322.

10. Mª Claustre Solé, “A la intemperie con Dios. Jeremías, profeta, orante, místico y siervo”, Nova et Vetera, XXXI, num 64, 2007.

Ilustraciones: Marc Chagall “Jeremías” , las fotos son de Siberia y Himalaya de Stanislav Chekmaev y Kristina Tzurkan, también están representados la vasija del barro para los sacrificios ( México) y la cabeza de San Juan el Bautista de cerámica.


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