jueves, 26 de enero de 2017

P. SEGUNDO LLORENTE, S.J. (26 de enero)


P. SEGUNDO LLORENTE, S.J.
EL LEGENDARIO MISIONERO JESUÍTA DEL POLO NORTE

Resumen biográfico
Este sacerdote jesuíta y ante todo misionero en Akulurak (Alaska) en pleno Círculo Polar Ártico, nació el 18 de Noviembre de 1906 en Mansilla Mayor (León, España) Murió el 26 de Enero de 1989 en Spokane (estado de Washington, USA). Fue enterrado el 30 de Enero en Desmet (estado de Idaho, USA)
A los 17 años decidió ser sacerdote. A los 19, ser misionero. Buscó en el mapa el lugar más recóndito, difícil en todo el mundo, y obtuvo permiso para ir a Alaska. Cerca de 40 años entre los eskimales, al uno y otro lado del Río Yukón, recorrió kms. y kms. Estuvo largas temporadas en Akurulak, Bethel, Kotzebué y Alakanuk, pero sus crónicas más famosas son las que se conocen con ese mismo nombre recogidas en un libro llamado "Crónicas Akulurakeñas".
Visitó España una vez en 1963 con el fin (único propósito) de suscitar vocaciones.
Escribió 12 libros sobre Alaska a lo largo de su vida, todos en español. Hablaba inglés perfectamente, lo había estudiado en Kansas ( 4 años, durante los estudios de teología), y llegó a hablar (él decía "chapurrear") el eskimal.
Envió miles de crónicas, invitando con su profunda y habitual alegría, a la vocación sacerdotal y a misionar, y cartas y artículos describiendo la vida y anécdotas esquimales, que pronto se iban publicando en una revista de Misiones, principalmente en la ya extinguida "El Siglo de las Misiones". Dichos artículos seleccionados y recopilados dieron lugar más tarde a varios libros, tales como:
"En el País de los eternos hielos""Memoirs of a Yukon Priest"
"En las costas del mar de Bering""Crónicas Akulurakeñas"
"Trineos Eskimales""Aventuras del Círculo Polar"

Pero el libro por excelencia, donde se agrupa con pleno acierto una selección antológica de todos los libros citados, es: "40 años en el Círculo Polar", recopilado por su propio hermano Amando, también sacerdote jesuíta, y por D. José A. Mestre. El libro lleva el prólogo y el epílogo del P. Amando, que son ya un disfrute del perfil de este "Hércules de Dios y de las Misiones", que no quiso negarle nada a Dios y que estaba felicísimo de ser sacerdote, como cita varias veces en sus escritos, concretamente en el siguiente párrafo del libro antes citado:" Ni la Stma. Virgen ni los Ángeles pueden hacer lo que hace diariamente un sacerdote. Cristo pudo haber arreglado las cosas de otro modo; pero de hecho escogió la intervención del sacerdote, de quien se reviste él mismo, para obrar la salvación de la humanidad. Entre las promesas a los devotos de su sagrado Corazón no podía faltar una especialísina para sus sacerdotes a quienes promete la gracia de ablandar los corazones más endurecidos."
Si desea información sobre los libros, diríjanse a la Editorial Sigueme:

Francico García Tejado, 23
37007 - SALAMANCA (España)
Teléfono: +34 (9)23 21 82 03
Fax: +34 (9)23 27 05 63

Más información en USA, Universidad de Georgetown (Georgetown University Press)


REFLEXIONES















"Para el Señor, parece lo más corriente tener que obedecer al sacerdote. Cuando consagro, tiene que obedecer. Cuando doy la absolución tiene que aprobar si no hay óbice culpable. Cuando bautizo, tiene que adoptar a la criatura. Se obligó a ello Él mismo, es decir, se obligó a estar siempre a nuestro servicio.
En la oscuridad de la iglesia de Nunajak, Él y yo solos, sin hablarnos, nos entendemos, descansamos y tenemos nuestro cielo acá en la tierra.
En las grandes iglesias de las ciudades y aún de los pueblos, está el sagrario tan lejos de la gente que parece como que está uno también lejos del Santísimo.
En mi visita a los Estados Unidos al entrar en aquellos templos como plazas me parecía estar realmente en una plaza. Aquí, en Nunajak, no hay tales.
Aquí, junto al altar, juraría uno que le oye Jesús el más leve cuchicheo.
Por la mañana salgo de las mantas como oso de la madriguera. Enciendo una vela y me calzo las botas de piel de foca llenas de yerba seca para que los pies estén bien mullidos y no se enfríen más de lo razonable.
Enciendo la estufa y, si se heló el agua, derrito el hielo y me lavo. Abro la puerta, doy dos pasos y ya estoy delante del altar.
Le digo al Señor lo que el padre del hijo pródigo le dijo al hijo mayor: "Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo"; pero me parece oír que es al revés: que yo soy el que estoy con El y todas sus cosas son mías.
Y así tiene que ser, porque mis cosas ¿para qué le valen a Él? ¿Qué va a hacer Él con mis botas remendadas, mi sotana raída, y mis ignorancias?
En cambio, yo puedo hacer un uso magnífico de sus cosas: su omnipotencia, su bondad y su misericordia.

Ciertamente yo siempre estoy con Él.


CRONOLOGÍA
1906 18 de noviembre: nace en Mansilla Mayor (León), España. Padres: Luis Llorente y Modesta Villa; Hermanos: David (1908), Evangelina (1911), Joaquín (1914), Liborio (1916), Amando (1918), Mª Montserrat (1921), José Luis (1925), Lucinio (1929).
1919 Ingresa en el seminario de León.
1923 16 de junio: entra en la Compañía de Jesús en Carrión de los Condes.
1926 Estudia humanidades en Salamanca.
1927 Estudia filosofía en Granada.
1930 Viaja a Estados Unidos. Como miembro de la provincia S. J. de Oregón enseña en Gonzaga High School de Spokane, Washington.

Segundo y su hermano Amando
1931 Estudia teología en St. Mary's College, Kansas.
1934 24 de junio: ordenado sacerdote. Septiembre: estudia teología en Alma, California.
1935 Septiembre: viaje de 37 días hasta llegar a Akulurak.
1937 Tercera probación en Port Townsend,Washington.
1938 Destinado a Kotzebue.
1941 Nombrado superior de Akulurak.
1946 21 de Septiembre: fallece su padre.
1948 Destinado a Bethel.
1951 De nuevo en Akulurak y Alakanuk.
1952 Octubre: viaja a México, III congreso de misiones en Monterrey.
1953 Visita de su hermano Amando.
1956 3 de octubre: fallece su madre.
1960 Elegido diputado del primer Congreso de Alaska.
1963 Mayo: viaja a España, después de 33 años, para ,suscitar vocaciones.
1964 Destinado a Nome.
1966 Destinado a Cordova, USA.
1970 Destinado a Anchorage.
1975 Después de 40 años en Alaska, es destinado a Moses Lake, Washington.
1981 Destinado a Pocatello, Idaho.
1984 Capellán del hospital St. Joseph en Lewiston, Idaho.
1989 26 de enero: fallece en Spokane, Washington. 30 de enero: enterrado en Desmet, Idaho.


Comentario del P. Amando Llorente, S.J.
(hermano del P. Segundo, director de la Agrupación Católica Universitaria)

Si yo quisiera dar con la fórmula que hizo posible una vida tan llena y una muerte tan santa, creo que podríamos encontrarla en que el modo de ser de Segundo, su carácter, su personalidad, sintonizaban tan perfectamente con el ideal ignaciano, que el día que lo conoció dijo: «¡Esto es lo mío!» y lo vivió plenamente.
Los jesuitas, cuando queremos hablar de san Ignacio, decimos «el magis» ignaciano: magis, una palabra latina que quiere decir más. San Ignacio siempre buscaba lo más; no lo bueno, sino lo mejor; no la gloria de Dios, sino la mayor gloria de Dios; no «servir» a nuestro Señor, sino distinguirse en el servicio a nuestro Señor. Siempre lo más. Y Segundo nació para «lo más».
Cuando tuvo quince años le dijo a mi padre: «Yo quiero ir al seminario; quiero ser sacerdote». Casi seguro, porque el párroco del pueblo era el personaje más importante, y Segundo quería ser impor;tante: «Para quedarme con todos los demás, y ser uno más del pueblo... Aquí, el que sobresale es el cura, el párroco... ¡Yo voy al seminario!».
Fue al seminario de la diócesis de León. Y estando en el seminario, llega un jesuita y da Ejercicios a los seminaristas. Y al hacer los Ejercicios, Segundo dice: «¿Cómo yo me voy a quedar ... ? ¡Yo, jesuita!» Estando en el noviciado, pasa por allí un misionero de China y habla a los novicios: «Ustedes, ¿qué van a hacer en España? En España, el que se condena es porque le da la gana; tiene todos los medios para salvarse: tiene iglesias, tiene sacerdotes, tiene todo... Pero hay miles y millones de paganos que no han oído nunca hablar de Jesucristo ... ».
Esa conversación bastó para que Segundo dijera: «¡A las misiones!». Y si hay que ir a las misiones, ¿cuál es la más difícil? En aquel momento Pío XI había escrito que la misión de Alaska era la tarea más heroica en la Iglesia católica, y Alaska se le metió a Segundo en el corazón y en el alma y en la ilusión y en los ideales... y ya no era más que ¡Alaska!
Pero Alaska no le pertenecía como jesuita. Le dijo al provincial que quería ir a Alaska... «¿Alaska? ¿Dónde está eso? ¿Qué pinta usted en Alaska? Bien, está bien, ese es un fervor muy bueno, pero siga estudiando latín y griego ... ».
¿Ah, sí? Carta al padre general, el famosísimo padre Ledochowski, que gobernó la Compañía de Jesús casi cuarenta años y dejó una huella imborrable como general de la Compañía: «Yo, Segundo Llorente, que tengo ahora diecinueve años y empiezo a estudiar filosofía,... ¡quiero ir a Alaska!».
El padre general le contestó como el provincial: «Siga siendo buen estudiante, prepárese para ser sacerdote, y después vaya adonde los superiores le manden ... ».
Muy bien. Segundo dejó pasar el año. Volvieron los Ejercicios del segundo año; y san Ignacio dice en los Ejercicios que se haga elección, él volvió a la elección; y en la elección sentía: ¡Alaska!
Segunda carta al padre general: «Sigo pensando que lo mío es Alaska...». Entonces el padre general le contestó: «Ya veo que tiene vocación misionera. Pero su provincia tiene misiones en China... ». Pero China... no le atraía. Esperó otro año; era el tercer año de filosofía, lo estaba haciendo en Granada, a los veintiún años. Escribe otra carta al padre general y le dice: «Sigo lo mismo; acabo de hacer Ejercicios; delante de nuestro Señor estoy seguro de que a mí Dios me llama para Alaska; por lo tanto, le suplico, padre general ... ».
El padre general vio una indicación de la voluntad de Dios y contestó de su puño y letra: «Con esta carta mía va otra a su provincial y otra al provincial de Oregón, que es el que manda en Alaska, para que, si su provincial lo considera correcto, y si el médico lo aprueba y ve que usted puede aguantar el clima de Alaska ... ».
Segundo no tenía miedo a un chequeo médico. Contaba que el médico le dijo: «Si alguien puede resistir el frío de Alaska es este boxeador»; porque Segundo era tremendamente fuerte, tremendamente vigoroso, con una salud que le duró hasta tres meses antes de morir; en cuarenta años en Alaska nunca perdió la salud.
Así, pues, a prepararse para Alaska. Por supuesto, adiós a toda la familia para siempre; de allí no había vuelta -mi hermano no vio nunca más a mis padres, ni mis padres lo conocieron como sacerdote ni pudieron oír nunca misa suya-...
Ayer leía yo una carta que me escribió muchos años después diciéndome lo que le costó decir adiós a la familia. Me decía Segundo:

"Cuando pasé por casa y os vi, no os quise decir nada; pero por dentro estaba convencido de que ya no volvería a ver más los patrios lares. Recuerdo que un día mientras dormía la siesta en una habitación de arriba, oí juguetear a los pequeños allá abajo y me vino un llanto muy copioso. Una vez más se me daba a escoger entre quedarme remendando redes o seguir a Jesús. Afortunadamente, relictis retibus, secutus sum Jesum; dejadas las redes, me fui con Jesús... Otra vez en el colegio de La Habana, al bajar con la maleta ya para ir al barco americano, que se balanceaba en la bahía, un niño del colegio, recién llegado fue detenido en la portería por donde quería escaparse para casa; y al ser detenido lloraba desconsolado llamando a su madre. Yo me estremecí todo y, sin poderlo evitar, sentí que se me llenaban los ojos de agua; estábamos los dos en semejante posición; él como niño, lamentaba la ausencia de una semana, yo crecidote, divagaba sobre la ausencia de por vida."
A los veintitrés años, solito y sin saber una palabra de inglés, fue a los Estados Unidos para estudiar teología en Kansas City. Allí pasó cuatro años de estudios; y, en cuanto se ordenó de sacerdote, en 1935, a los veintiocho años, salió para Alaska.
Como para mí Segundo fue siempre una inspiración y un ideal, en 1953 sentí la necesidad de verlo y saber dónde estaba y qué hacía. Cometí la gran locura e imprudencia, de la que ahora me alegro enormemente, de sorprenderlo sin consultarle nada, en pleno mes de febrero.
Así me lancé a lo que fue una bonita epopeya. Al final de un largo y difícil viaje caí en la choza de un misionero de Alaska. Ante mi evidente asombro cuando vi aquello, me dijo:
«¿Qué le parece mi casa? Un poco pequeña le parece, ¿no?, y un poco fría... Pues esto es un palacio; ¡ya verá usted cuando vea donde vive su hermano!».
Me recibió como a un huésped, para que me quedara allí. Yo le dije: «Vengo para ver a mi hermano». Y me dice: «Ay, ya está usted en Alaska. Aquí no hay días, ni semanas, ni meses. Se acabaron las comunicaciones. Si tiene la suerte que tuvo el obispo el año pasado por esta fecha... Vino a verme y tuvo que quedarse aquí por una tormenta de nieve que duró veintinueve días; no nos morimos de hambre por milagro: yo de casualidad, tenía unos salmones congelados, y de eso fuimos comiendo... No pudimos salir de la choza ni ir a ningún lado. ¡Veintinueve días!».
Para dormir, pusimos unas pieles de oso en el suelo y nos tendimos. Él me dice: «Tenga cuidado cómo pone los pies, para que la puerta no quede impedida; porque de noche puede entrar cualquiera. Fácilmente algún esquimal, de los que andan por ahí vagando con sus trineos, puede necesitar entrar. La puerta tiene que estar siempre abierta, porque es de vida o muerte; es una regla en Alaska que nadie cierre su puerta, por si alguien necesita entrar de noche».
Ya tirado en el suelo, oigo que empiezan a ladrar los perros de una manera terrible, un viento de nieve, unos alaridos imponentes a lo lejos... «¿Eso qué es?». «Son los lobos, que tienen hambre. Los perros ladran por eso ... ».Yo había venido de La Habana, y pensaba: «¡Esto está bueno!». Pero también me decía: «Hasta que no lo vea no me vuelvo atrás; me muero, pero yo veo a mi hermano».
Al fin lo logré. En plena tundra, todo era noche (porque en febrero todo es noche en Alaska), en medio de aquel valle de nieve veo que viene mi hermano hacia mí.
Quisimos abrazarnos pero no pudimos, porque estábamos los dos vestidos como astronautas; y nos dimos la mano con una emoción increíble. Fue un encuentro fantástico.
(Cuando yo le cogía la mano a él, poco antes de morir, me acordaba tanto de aquella primera vez que le había cogido las manos en la tundra de nieve, hecho un mocetón todavía ... ) .
Nos tiramos en un camastro y empezamos a hablar. ¿De qué se habla en esos momentos? ¿Creen que hablamos algo de teología? ¿De la Compañía de Jesús? ¡Padre, madre, hermanos! «¿Cómo está éste.? ¿Cómo está el otro?». Él no conocía a nadie: «Y éste, ¿cómo es? Y éste, ¿cómo es? ¿Qué le gusta a éste?». Después dijo: «Ahora vamos a recorrer el pueblo, casa por casa, yo te puedo decir donde vivían todos los vecinos del pueblo, y hasta el nombre de los perros de todos ellos». Ibamos así recorriendo nombres... «¡Te saltaste uno!» -decía.
Le pregunté: «Pero, Segundo, ¿qué haces tú aquí? ¿Tú quieres salvar almas? Ven para... Allí hay 15.000 almas que salvar. Oye, las almas de los cubanos valen lo mismo que las de los eskimales por lo menos, ¿no?». Y me contestó: «¡Cómo nos gusta a nosotros decir que la Iglesia es católica, universal, que tiene que estar en todas partes! Los eskimales también son hijos de Dios, y a mí me ha tocado el privilegio de ser su misionero. Aquí está la Iglesia católica, gracias a nosotros los misioneros».
En éstas viene el piloto que me había llevado y dice: «Yo me voy». Y Segundo: «Amando, tú verás lo que haces; si te quedas, ¿cuándo podrás salir? Nadie lo sabe. Yo cojo mi trineo y no tengo problema, pero tú, ¿cómo te vas de aquí? Esta es la oportunidad».
¡Cuatro horas! Después de haber estado cuatro días buscándolo...
Añadió: «Vamos a decir la misa por nuestros padres». Dijimos la misa; era emocionantísimo, porque estábamos en Akulurak (A mi padre cuando murió la última palabra que se le entendió fue Akulurakdonde estaba su hijo mayor: no estaba allí con él, pero lo tenía en el corazón).
Dijimos la misa y yo tuve que coger la avioneta y marchar.
Se identificó de tal manera con los eskimales que, cuando el Estado de Alaska creció y se hizo libre, vinieron las primeras elecciones; y salió Segundo Llorente representante de Alaska, porque los eskimales lo habían elegido. Mi hermano mandó enseguida una carta diciendo que renunciaba, que no sería apropiado. Le contestaron que no renunciara, pues era la primera vez que votaban los eskimales y era darles un mal ejemplo no aceptar; que no lo mirara como un honor, sino como una manera de servir.
Cuando Alaska se hizo rica por el petróleo, no sabían qué hacer con los blancos que habían estado allí tantos años, a los que, al fin y al cabo, se les debía que aquello llegase a ser lo que era. Entonces hicieron el «Club de los fundadores de Alaska». La condición era ser blanco -que hubiera venido de fuera a trabajar en Alaska- con treinta años de servicio en Alaska, y que hubiera hecho alguna cosa importante. Elegido presidente por unanimidad: ¡el misionero Segundo Llorente!
¿Qué hizo en Alaska con los eskimales? Me dijo un padre en la universidad Gonzaga: «Yo le pregunté a su hermano una vez: "Padre Llorente, usted, ¿qué hizo cuarenta años en Alaska?". Y como se lo dije en el tono de "para qué perdió usted tanto tiempo allí", me contestó: "Estuve cuarenta años enseñando a los eskimales... a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento"».
Dios nuestro Señor lo usó, no tanto para hacer bien a los eskimales, sino para que desde allí, con el talento que Dios le dio como escritor, empezara a escribir cartas y artículos que se convertían en libros; llegó un momento en que los seminarios y los noviciados se llenaban de entusiasmo por las aventuras del misionero de Alaska. Yo he encontrado docenas y docenas de religiosas y sacerdotes que me han dicho: «Debo la vocación a los libros de su hermano». Porque, realmente, contagió esta alegría inmensa que tenía de ser sacerdote y de ser misionero; no la perdió nunca.
Llegó el ocaso. Fue rapidísimo: había tenido una salud fantástica, y tres meses antes de morir me llama:
«Amando, quiero decirte que se acabó el Segundo Llorente en este mundo y empieza el del otro. Me han dicho que tengo cáncer, y he llamado al provincial para decirle que no quiero tener ningún tratamiento, pero quiero contar con él. El provincial me aprobó la decisión, así que no voy a seguir ningún tratamiento. No se te ocurra ponerte triste, porque llevo años que no sueño más que con ir al cielo. Me han dado la noticia más feliz de mi vida, y no quiero que me quiten ni un minuto de ese cielo al que estoy seguro de ir; no puedo dudarlo».
Yo lo llamaba todas las semanas; y veía que cada semana la voz era más tenue, más difícil. Los jesuitas de la universidad Gonzaga lo trataron como a un rey, con las mejores atenciones que podía tener de cariño y dedicación: iban todos los días a verlo, unos le besaban la frente, todos le pedían la bendición; he visto americanos con lágrimas, diciendo: «Este gran hombre... Este hombre es un héroe y un santo».
Cuando llamé hace quince días, la enfermera me dijo que estaba muy mal; que si yo pensaba ir, la semana siguiente podía ser demasiado tarde.
Decidí ir en seguida. Lo encontré plenamente consciente, increíblemente feliz y contento. Al irle a abrazar me dijo: «No se te ocurra hacer una oración por mi salud. Olvídate de eso. Pide que sea rápido. Estoy esperando el encuentro con nuestro Señor».
Y miraba el reloj... Le pregunté a la enfermera el por qué y me respondió: «También yo se lo he preguntado, y me ha dicho: Es que estoy esperando la cita con nuestro Señor... tiene que venir ya, en cualquier momento».
Por supuesto, en esos tres días hablamos de todo; porque, al mismo tiempo que hablaba de Dios, me escribía un chiste, y contaba una broma del pueblo: «Recuerdo que una vez ... » ¡y a reírnos!
Me decían las enfermeras: «No sé qué le ha traído usted, pero le ha traído la mejor medicina». ¡Le llevé a mi familia! Le hablé de todos: mis padres, mis sobrinos... Y eso es muy grande... Me quedé maravillado cuando vi entre sus papeles la fotografía de todos y cada uno de sus hermanos con toda su familia, y de todos y cada uno de sus sobrinos con toda su familia: todos los niños, en cartulinas, uno por uno. Me dijo: «Todos los días antes de decir misa las veo, para pedir por todos».
Yo tenía que regresar, pues tenía un retiro, unos Ejercicios; la muerte no se sabe nunca cuándo va a llegar... El estaba bien atendido; había que dar ejemplo, y me lo dijo: «No dejes de ir a dar los Ejercicios, ése es tu deber; yo no necesito nada; tengo a Dios y tengo todo, no te preocupes de mí nada...».
Le pedí unas letras para toda la familia. Y escribió: «Muero contentísimo. Desde aquí al cielo, ¿qué más puedo esperar? Allí nos veremos todos. Amén. Os quiero mucho. Segundo». Es el testamento que nos dejó a todos los hermanos y los sobrinos.
Cuando el padre superior me llamó, me contó que había muerto, rodeado de varios padres, con una sonrisa; al morir, se rejuveneció; parecía tener veinticinco años. Sonrosado, sonriente...
Su alma está en el cielo. Su cuerpo lo llevaron a un lugar precioso: no lejos de allí hay un cementerio en una reserva india dirigida por jesuitas. En ese cementerio no se pueden enterrar más que indios y sacerdotes que hayan estado por lo menos veinte años al servicio de los indios. Como él había estado cuarenta años, le pertenecía el honor de ser enterrado en ese cementerio, a unas setenta millas de Spokane, en una loma frente a las Montañas Rocosas. Lo enterraron bajo una lápida que dice, para todos los jesuitas que están enterrados allí, unos diez o doce: «En vida y en muerte con aquellos que amamos».
Me atrevo a decir que nos podemos encomendar a él. Estoy seguro de que tiene que tener cerca de Dios una tremenda influencia. Porque es que... no le negó nada.
Yo le había dicho: «Oye, cuando vayas al cielo, se tiene que notar en la tierra. No hagas favorcitos pequeños, sino cosas gordas: se estremece la Iglesia, se estremece la Compañía de Jesús... ». Y me dijo: «Bueno, ¿y tú crees que yo voy a mandar en el cielo?». Le dije: «En el cielo mandan los amigos de Dios». Y él: «¡A eso, no quiero que me gane nadie!».

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