Bienaventurada Virgen María, Reina del
cielo y Madre de misericordia
fecha: 22 de agosto
fecha en el calendario anterior: 31 de mayo
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 31 de mayo
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria
de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios,
Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo
cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia.
Oración: Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la
Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión,
alcancemos la gloria de tus hijos en el Reino de los Cielos. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

María, como Madre del Hombre-Dios, Rey del universo por derecho de
naturaleza y por mérito de conquista, es Reina Madre. La dignidad real de María
ha recibido el tributo de homenaje más insigne y la justificación teológica más
amplia y convincente por boca de los Sumos Pontífices.
León XIII veneró a María, con todo el pueblo cristiano, "elevada sobre
la gloría de todos los santos, coronada de estrellas por su divino Hijo,
sentada junto a Él, Reina y Señora del universo". (Encíclica lucunda
semper, 8 de septiembre 1894) . Indagando, a continuación, en su vida los
títulos y méritos de tan universal soberanía, que une a Madre e Hijo en el
imperio espiritual del mundo, escribió el Papa: "Mientras que es elegida
para Madre, sin dudar un momento se proclama y se confiesa esclava del Señor.
Y, como ha prometido santamente, y santa y prontamente establece, desde este
momento, una perpetua comunidad de vida con su Hijo Jesús, ya sea en la alegría
o en el llanto. De esta manera, llega a tales alturas de gloria como ningún
ángel podrá jamás alcanzar, porque ninguno podrá parangonarse con Ella, ni en
virtud, ni en méritos. Por esto Ie pertenece a Ella la corona del cielo y,
porque se convertirá en la Reina de los mártires, la corona de la tierra. Así,
en la celestial ciudad de Dios estará sentada en el trono, coronada por toda la
eternidad, junto a su Hijo, porque constantemente, durante toda su vida, pero
de manera especial en el Calvario, beberá con Él el cáliz rebosante de amargura".
(Encíclica Magnae Dei Matris, 8 de septiembre 1892).
Pío XII no es menos generoso en las alabanzas a la celestial Señora cuando
afirma: "Todos saben que, como Jesucristo es Rey universal, Señor de los
señores y tiene en sus manos la suerte de los individuos y de los pueblos, de
la misma manera, su santa Madre, honrada por todos los fieles como Reina del
mundo, tiene junto a Él mayor poder de intercesión". (Carta apostólica Dum
saeculum, 15 de abril 1942).
Parangonando, en otro lugar, la realeza de la Madre y del Hijo, observa
sabiamente: "Jesús es Rey de los siglos, por naturaleza y por conquista;
por Él, subordinadamente a Él, María es Reina, por gracia, por parentesco
divino, por conquista, por singular elección. Su reino es vasto como el reino
de su Hijo Dios, porque nada se halla excluido de su dominio. Por lo cual, la
Iglesia saluda a María como Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de
los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los
confesores y de las vírgenes; por idéntico motivo, la aclama como Reina del
cielo y de la tierra, gloriosa y dignísima Reina del universo y nos invita a
invocarla, de día y de noche, entre los gemidos y lágrimas en que abunda tanto
este destierro: Salve Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, spes nostra,
salve (Mensaje radiofónico del 13 de mayo 1946).
Bastan estas autorizadas afirmaciones de los Romanos Pontífices para
asegurarnos de que la realeza de María, aunque no se halla definida como dogma
de fe, es, sin embargo, una verdad ciertísima, que sería, por lo menos,
temerario y escandaloso poner en duda.
Esta certeza recibió un nuevo sello, cuando el Romano Pontífice Pío XII,
como digna coronación del Congreso Internacional Mariológico-Mariano y, para
perpetuo y más vivo recuerdo del primer centenario de la definición de la
Inmaculada Concepción, proclamó en la Encíclica Ad Coeli Reginam (11 octubre
1954), la festividad litúrgica de la realeza de María.
El sentido, el fundamento teológico y el fin de tal proclamación, además de
haber sido expuestos en la susodicha Encíclica, fueron nuevamente ilustrados,
en la Alocución de 1 de noviembre de 1954, con estas memorables palabras:
"No ha sido intención Nuestra introducir novedad alguna, sino más bien
hacer que brille a los ojos del mundo, en las actuales circunstancias, una
verdad capaz de traer remedio a sus males, de liberarlo de sus angustias y de
enderezarlo hacia el camino de salvación que él mismo busca ansiosamente. Menos
aún que la realeza de su Hijo, la realeza de María no ha de ser concebida en
analogía con las realidades de la vida política moderna. Indudablemente, no
podemos representar las maravillas del cielo sino mediante las palabras y las
expresiones, tan imperfectas, del lenguaje humano: pero esto no significa
precisamente que, para honrar a María, debamos de adherirnos a una concreta
estructura política. La realeza de María es una realidad ultraterrena, que, al
mismo tiempo, penetra hasta lo más íntimo de los corazones y los toca en su
esencia profunda, es decir, en lo que ellos tienen de espiritual y de inmortal.
El origen de las glorias de María, el momento solemne que ilumina toda su
persona y toda su misión, es aquel en el cual, llena de gracia, dirigió al
arcángel Gabriel el "Fiat", que expresaba su consentimiento a la disposición
divina; de esta manera se convertía, Ella, en Madre de Dios y en Reina y
recibía el oficio real de velar por la unidad y por la paz del género humano.
Por Ella tenemos la firme confianza de que la humanidad se irá, poco a poco,
encaminando por este camino de salvación; Ella guiará a los jefes de las
naciones y los corazones de los pueblos, hacia la concordia y la caridad".
Cuando fue instituida por Pío XII, la fiesta se celebraba el 31 de mayo,
como coronamiento del mes de María, sin embargo posteriormente se trasladó al
22 de agosto, para destacar como octava de la celebración tan central de la
Asunción de la Virgen, del 15 de agosto.
Imagen: estatua de la Reina de la Paz, encargada por Benedicto XV en
1918 como agradecimiento por el final de la Primera Guerra Mundial, al escultor
romano Guido Galli. Se la puede admirar en la Basílica de Santa María la Mayor
en Roma.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: 22-8-2018
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