Indignación contra la estulticia de ciertos
grupos de la población brasilera
2020-08-22
Éste es el artículo número MIL de los que
Leonardo nos ha ofrecido a lo largo de casi dieciocho años... Leonardo: mil
gracias, en nombre de tantas personas y comunidades lectoras, y de tantas
publicaciones replicadoras. GRACIAS.
Cuatro sombras oscuras se abaten sobre un país solar que nunca pudieron ser disipadas por nuestra conciencia e inconsciencia colectivas:
La sombra del genocidio de los pueblos
originarios, los primeros dueños de estas tierras. De seis millones que eran,
quedaron solamente un millón, la mayoría por no poder soportar el trabajo
esclavo o por las enfermedades de los invasores contra las cuales no tenían ni
tienen hoy inmunidad.
La sombra de la colonización que ha
saqueado nuestras tierras y nuestras selvas y nos ha hecho dependientes siempre
de alguien de fuera, impidió forjar nuestro propio destino.
La sombra de la esclavitud, nuestra mayor
vergüenza nacional, por haber convertido a la gente traída de África en
esclavos y carbón para ser consumidos en los ingenios azucareros. Nunca vistos
como personas e hijos e hijas de Dios sino como “piezas” para ser compradas y
vendidas, construyeron casi todo en este país. Y hoy en día, considerados
perezosos y con frecuencia encarcelados, constituyen más de la mitad de nuestra
población, arrojados a las periferias. Soportan el odio y el desprecio que
antes se imponía a sus hermanos y hermanas de la Senzala y que ahora se les
transfiere con violencia, como lo demuestra el sociólogo Jessé Souza (A
elite do atraso: da escravidão à Lava Jato, 2007, p.67), hasta que pierden
su sentido de dignidad.
La sombra de las élites atrasadas que
siempre han ocupado el estado frágil, usándolo para su beneficio. Nunca
forjaron un proyecto de nación que incluyera a todos, sino, con las artes
perversas de reconciliación entre los ricos, un proyecto solo para ellos. No
bastaba con despreciar a los marginados, sino que había que molerlos a palos
por si se levantaban, como ocurrió varias veces en su heroica historia de
resistencia y rebelión.
Cuando un superviviente de esta tribulación, a través de
caminos de piedras y abismos, se convirtió en presidente e hizo algo para sus
hermanos y hermanas, pronto crearon las condiciones perversas para destruir su
liderazgo, excluirlo de la vida pública, y finalmente bajarlos del poder a él y
a su sucesora. Esta sombra ha adquirido los contornos de una “tormenta
procelosa y nocturna sombra” (Camões), bajo el actual gobierno que no ama la
vida, pero exalta la tortura, alaba a los dictadores, predica el odio y deja al
pueblo a su suerte, atacado letalmente por un virus, contra el que no tiene
ningún plan de rescate e, inhumano, se muestra incapaz de cualquier gesto de
solidaridad.
Estas sombras, por ser una expresión de deshumanización,
anidaron en el alma de los brasileños y rara vez pudieron conocer la luz. Ahora
se han creado las condiciones ideológicas y políticas para ser lanzadas al aire
como las lavas de un volcán, hechas de ofensa, de violencia social
generalizada, de discriminación, ira y odio de grandes porciones de la
población. Sería injusto culparlas a ellas. Las élites del atraso se han
internalizado en sus mentes y corazones para hacerlas sentirse culpables de su
destino y así acabar haciendo suyo el proyecto de aquellas, que, en realidad,
va en su contra. Lo peor que puede suceder es que el oprimido internalice al
opresor con un engañoso proyecto de bienestar, que le será negado
siempre.
Sérgio Buarque de Holanda en su conocido libro Las
raíces de Brasil (1936) difundió una expresión, malinterpretada en
beneficio de los poderosos, de que el brasileño es “un ser cordial” por la
llaneza de su trato. Pero tenía un ojo observador y crítico como para añadir a
continuación que “sería un error suponer que esta virtud de la cordialidad
puede significar buenas maneras y civismo” (p. 106-107), pues “la enemistad
puede ser tan cordial como la amistad, ya que ambas nacen del corazón” (p. 107,
nota 157).
En el momento actual, lo “cordial del incivismo” brasilero
irrumpe del corazón, mostrando su perversa forma de ofensa, calumnia, palabras
gruesas, noticias falsas, mentiras directas, ataques violentos a los negros,
los pobres, los quilombolas, los indígenas, las mujeres, a los políticos de
oposición LGBT, hechos enemigos y no adversarios. Ha estallado, violenta, una
política oficial, ultraconservadora, intolerante, de connotaciones
fascistoides. Los medios de comunicación social sirven de arma para todo tipo
de ataques, desinformación y mentiras que muestran espíritus vengativos,
mezquinos e incluso malvados. Todo esto forma parte de la otra cara de la
“cordialidad” brasilera, hoy en día expuesta a la luz del sol y a la
abominación mundial.
El ejemplo viene del propio gobierno y de sus seguidores
fanáticos. De un presidente se esperarían virtudes cívicas, y el testimonio
personal de valores humanos que uno quisiera ver realizados en sus ciudadanos.
Por el contrario, su discurso está lleno de odio, desprecio, mentiras y
vulgaridad en la comunicación. Es tan inculto y estrecho de miras que ataca lo
que es más preciado para una civilización, que es su cultura, su saber, su
ciencia, su educación, las habilidades de su pueblo y el cuidado de su salud y
de la riqueza ecológica nacional.
Nunca en los últimos cincuenta años se ha apoderado de
ningún país una barbarie tan grande como en Brasil, acercándolo al nazismo
alemán e italiano. Estamos expuestos a la irrisión mundial, convertidos en un
país paria, negador de lo que es el consenso entre los pueblos. La degradación
ha llegado al punto en que, el jefe de estado, realiza el humillante rito de
vasallaje y sumisión, al presidente más extraño y “estúpido” (P. Krugman) de
toda la historia norteamericana.
Nuestra democracia ha sido siempre de baja intensidad. Hoy
en día se ha convertido en una farsa, porque no se respeta la constitución, se
pisotean las leyes y las instituciones sólo funcionan cuando los intereses de
las empresas están amenazados. La propia justicia se hace cómplice ante las
clamorosas injusticias sociales y ecológicas, como la expulsión de 450 familias
que ocupaban una hacienda abandonada, transformándola en un gran productor de
alimentos orgánicos; saca a la fuerza a los niños aferrados a sus cuadernos y
destroza sus escuelas; tolera la deforestación y las quemas del Pantanal y de
la selva amazónica y el riesgo de genocidio de naciones indígenas enteras,
indefensas ante la Covid-19.
Es humillante ver que las más altas autoridades no tienen
el valor patriótico de dirigir, dentro del marco legal, la remoción o el impeachment de
un presidente que muestra signos inequívocos de incapacidad política, ética y
psicológica para presidir una nación de las proporciones de Brasil. Se puede
hacer amenazas directas de cerrar el más alto tribunal, hacer declaraciones de
volver al régimen de excepción con la represión estatal que ello implica, y no
pasa nada, por razones arcanas.
La oposición, duramente difamada y vigilada, no consiguen
crear un frente común para oponerse a la insensatez del poder actual.
No se debe culpar al pueblo de la degradación de las
relaciones sociales, especialmente entre la gente sencilla, sino a las clases
oligárquicas atrasadas que han logrado internalizar en él sus prejuicios y su
visión oscurantista del mundo. Estas clases nunca han permitido que arraigase
aquí un capitalismo civilizado, lo mantienen como uno de los más salvajes del
mundo, ya que cuenta con el apoyo de los poderes estatales, legales, mediáticos
y policiales para derribar cualquier oposición organizada. La “racionalidad
económica” se revela descaradamente irracional debido a los efectos perversos
sobre los más desvalidos y sobre las políticas sociales dirigidas a los que más
sufren socialmente.
Este es un texto indignado. Hay momentos en que el
intelectual se obliga, por razones de la ética y la dignidad de su oficio, a
dejar el lugar del saber académico y venir a la plaza a expresar su ira
sagrada. Para todo hay límites soportables. Aquí superamos todo lo que es
soportable, sensato, humano y mínimamente racional. Es la barbarie instituida
como política de Estado, envenenando las mentes y los corazones de muchos con
odios y rechazos, que lleva a la frustración y a la depresión de millones de
compatriotas, en un contexto de los más atroces, que nos ha arrebatado por el
virus invisible a más de cien mil seres queridos. Guardar silencio sería
rendirse a la razón cínica que, insensible, es testigo del desastre nacional.
Se puede perder todo menos la dignidad del rechazo, de la acusación y de la
rebeldía cordial e intelectual.
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