sábado, 5 de noviembre de 2022

Domingo XXXII TO Ciclo C (06.11.2022): Lucas 20,27-38. Quien ignora el texto, ¿viola también la Palabra? y Semana 50ª: 06.11.2022: Cita de Amin Maalouf, Los desorientados, Alianza editorial, Madrid, 2012,

 

Evangelio de Lucas, el acompañante

Hemos llegado al mes de noviembre y nos quedan tres domingos aún para completar el año de la iglesia. El próximo día 6 de este mes será el tercer domingo antes del final. En la sencilla y normal lógica de la liturgia deberíamos ahora estar acabando la lectura del Evangelio de Lucas. Y no será así, porque a la autoridad vaticana del desarrollo de los sacramentos no le importa que el pueblo llegue a conocer cada uno de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. 

A la autoridad litúrgica le importa en primer lugar la RELIGION. Y en este caso,la Religión católica. No me detengo a valorar si esto es bueno o menos bueno o ciertamente malo. Constato un hecho y que luego, cada creyente tome sus propias decisiones.

Personalmente y durante este tiempo de las tres semanas, después de comentar los relatos del Evangelio de Lucas que se nos proclamarán en la liturgia de la Eucaristía, trataré de volver a leer una o más veces todo el Evangelio de este Evangelista en sus 24 capítulos completos. Y si me animo, me leeré también la segunda parte de la Obra de Lucas que es el llamado Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Leer este texto es aprender a pensar. Leer a Lucas es imaginarse a Jesús de Nazaret. Leer el tercer Evangelio es respirar humanidad. Leer las narraciones del Evangelista del toro es un regalo de la vida. Leer esta 'buena noticia' completa y ordenada es un lujo. La obra de este narrador llamado Lucas es un tesoro permanente. Y algo más, esta obra es un excelente acompañante para este caminar llamado vivir con gusto y sentido. 

Esta obra escrita sobre Jesús de Nazaret siempre será una obra actual, una reflexión ineludible para quienes deseen acercarse a aquel judío y laico de Galilea, la tierra de los judíos alejados o incluso disidentes... Por entonces se llegaba a pensar que de 'Nazaret' no podía surgir, nacer o despertarse nada bueno.

Ahora que escribo estas cosas a modo de presentación de los comentarios de esta semana primera de noviembre deseo recordar esa apreciación tan valiosa como la que se contiene en Lucas 17,21: El Reino o Reinado de Dios, se le comprenda como se le comprenda, está siempre dentro de ti, en ti, dentro de mí, en mí. 

Para entenderlo, para anunciarlo, para edificarlo, para compartirlo..., nunca habrá que mirar fuera de uno, sino dentro de cada cual. 

Así de fuerte y de vulnerable al mismo tiempo es esto de la buena noticia del reino del que hablaba Jesús de Nazaret para quienes desearan hacerle caso o ponerse a caminar a su lado, que en griego se diría: hacer sínodo, caminar juntos. 

No deseo tirar más hilo de este ovillo. Pero lo haré a mi manera en estas tres semanas que aún me quedan para seguir leyendo esta obra tan humana y humanizadora. Gracias, Lucas, por tu Evangelio tan poco interesado por sus derechos de autor.

A continuación se encuentran los dos comentarios de la semana.

Carmelo Bueno .

  

Domingo XXXII TO Ciclo C (06.11.2022): Lucas 20,27-38. Quien ignora el texto, ¿viola también la Palabra? Me lo escribo CONTIGO,

“Se acercaron a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, y le preguntaron […]” (Lucas 20,27).

Así es como empieza el relato que se leerá en la liturgia de la Eucaristía el domingo primero del mes de noviembre. Con sana intencionalidad, no he copiado la pregunta que los saduceos de entonces le plantearon a Jesús de Nazaret, el judío y laico y provocador. Seguramente que no es necesario recordársela a nadie de los lectores de este comentario. Tal vez luego diga algo.

Si me queda tiempo, espacio y, sobre todo, humor comentaré algún pormenor sobre este relato del diálogo de Jesús con los pensadores y creyentes saduceos, pero antes debo detenerme en lo que nos acaba de escamotear la autoridad vaticana. Que no es poca cosa. Con su silencio nos está gritando que no es necesario leernos Lucas 19,11-48 ni su continuación en Lucas 20,1-26. Y así sucede cada tres años cuando se nos insiste en adentrarnos en la lectura del Evangelio propuesto para el Ciclo C, el de Lucas, el Evangelista del toro por aquello de los sacrificios.

Este silencio es tan provocador que me atrevería a calificarlo como si se tratará de una violación de la persona y misión de la Palabra. Este Evangelista nos ha propuesto contemplar a su Jesús de Nazaret como un caminante. Más, quizá, como el Camino. Porque así creo que lo comprendió también el cuarto Evangelio (Juan 14,1-7). Y, sobre todo, así lo comprendieron muchos testigos suyos que se alegraban de saberse y considerarse ‘SEGUIDORES DEL CAMINO’. Del camino que fue la persona y vida de Jesús, no de cualquier otro camino, como el de la Ley de Moisés, o el Camino de Roma, o el Camino de… ¡la medieval tradición de Santiago, la Macarena Santina o la Guadalupe del Pentecostés de la Luz y del Rocío’.

Las personas que, según su costumbre, frecuentan la eucaristía de los fines de semana y el domingo incluido nunca escucharán cómo y cuándo acabó el camino que este Jesús de Lucas inició en su tierra de la Galilea del norte y que deseaba acabar en Jerusalén. Los Asistentes como Asamblea y los Oyentes de la Palabra, según Lucas, jamás sabrán cuándo y cómo entró Jesús con los suyos en Jerusalén. Se ignora así el final del Camino y la entrada en Jerusalén. Creo que nunca se leen altas y claras unas palabras tan explícitas e importantes como estás:

“Y sucedió que Jesús enseñaba al pueblo en el Templo y anunciaba el Evangelio” (Lucas 20,1). Y, en lógica consecuencia, tampoco se leerán en público estas otras: “Por el día, Jesús enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte de los Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir donde él y escucharle en el Templo” (Lucas 21,37-38).

Es decir, constato de nuevo, que el precioso y preciso relato de Lucas 20,1 hasta 21,38 jamás se ha anunciado, escuchado, acogido o comentado en la celebración que, a bombo y platillo, como centro y culmen de la vitalidad de la espiritualidad cristiana, se suele denominar ‘acción de gracias, eucaristía, santa misa o precepto dominical’. Vuelvo a expresarme y me pregunto con tristeza e impotencia, que tal ignorancia, ¿no es otra cosa que una violación de la Palabra? Acabo: A ti que lees y a mí que escribo, ¿nos importa ahora qué le preguntaron los saduceos de entonces a Jesús de Nazaret (Lc 20,27-38)? Nos importa tanto como lo que le preguntó la trinidad judía de los Sumos Sacerdotes, Ancianos y Escribas (Lucas 20,1-19) o sus espías (Lucas 20,20-47). Sinceramente, lamentable. Carmelo Bueno Heras  

 

CINCO MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos

Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros. Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda persona, ¡todo está relacionado!

. Ahora, Semana 50ª: 06.11.2022: Cita de Amin Maalouf, Los desorientados, Alianza editorial, Madrid, 2012, 517 páginas.

 

Llevo en el nombre a la humanidad naciente, pertenezco a una humanidad que se extingue, escribió Adam en su libreta dos días antes del drama.

Nunca supe por qué me llamaron así mis padres. En mi tierra natal no era un nombre frecuente, ni nadie de mi familia se había llamado así antes que yo. Me acuerdo de que un día se lo pregunté a mi padre y se limitó a contestarme: ¡Es nuestro antepasado común!, como si yo pudiera no saberlo. Tenía diez años y me conformé con esa explicación. Quizá habría debido preguntarle mientras vivía si había tras esa elección alguna intención, algún sueño.

Me parece que sí. Desde su punto de vista, se suponía que yo pertenecía a la cohorte de los fundadores. Hoy, a los 47 años, no me queda más remedio que admitir que no cumpliré con esa misión. No seré el primero de un linaje, seré el último, el último de todos los míos, el depositario de sus desilusiones y también de sus vergüenzas. Me incumbe a mí la aborrecible tarea de identificar los rasgos de aquellos a quienes he querido y de asentir luego con la cabeza para que vuelvan a taparlos.

Me ha tocado hacerme cargo de las extinciones. Y, cuando me llegue la vez, caeré como un tronco, sin haberme doblegado, y repitiéndole a quien quiera oírlo: ¡La razón la tengo yo y la que se equivoca es la historia!

Ese grito orgulloso y absurdo me retumba constantemente en la cabeza. Por lo demás, podría servir de epígrafe a esta peregrinación inútil en la que llevo diez días.

Al volver a mi tierra inundada, pensaba salvar algunos vestigios de mi pasado y del pasado de mi gente. En ese aspecto no espero ya gran cosa. Quien intenta retrasar un naufragio corre el riesgo de apresurarlo… Dicho esto, no me arrepiento de haber emprendido este viaje. Cierto es que vuelvo a descubrir todas las noches por qué me alejé de la patria donde nací; pero también vuelvo a descubrir todas las mañanas por qué nunca me desapegué de ella. Mi gran alegría es haber encontrado entre las aguas unos cuantos islotes de delicadeza levantina y de ternura serena. Lo que me proporciona otra vez, al menos de momento, un apetito nuevo por la vida, razones nuevas para luchar y quizá, incluso, un estremecimiento de esperanza.

 ¿Y a más largo plazo?

A largo plazo, todos los hijos de Adán y Eva son niños perdidos.

Texto completo, en páginas 11-12. 

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