Evangelio de Lucas, el
acompañante
Hemos llegado al mes de
noviembre y nos quedan tres domingos aún para completar el año de la iglesia.
El próximo día 6 de este mes será el tercer domingo antes del final. En la
sencilla y normal lógica de la liturgia deberíamos ahora estar acabando la lectura
del Evangelio de Lucas. Y no será así, porque a la autoridad vaticana del
desarrollo de los sacramentos no le importa que el pueblo llegue a conocer cada
uno de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.
A la autoridad litúrgica le
importa en primer lugar la RELIGION. Y en este caso,la Religión católica. No me
detengo a valorar si esto es bueno o menos bueno o ciertamente malo. Constato
un hecho y que luego, cada creyente tome sus propias decisiones.
Personalmente y durante este
tiempo de las tres semanas, después de comentar los relatos del Evangelio
de Lucas que se nos proclamarán en la liturgia de la Eucaristía, trataré
de volver a leer una o más veces todo el Evangelio de este Evangelista en sus
24 capítulos completos. Y si me animo, me leeré también la
segunda parte de la Obra de Lucas que es el llamado Libro de los Hechos de los
Apóstoles.
Leer este texto es aprender a
pensar. Leer a Lucas es imaginarse a Jesús de Nazaret. Leer el tercer Evangelio
es respirar humanidad. Leer las narraciones del Evangelista del toro es un
regalo de la vida. Leer esta 'buena noticia' completa y ordenada es un lujo. La
obra de este narrador llamado Lucas es un tesoro permanente. Y algo más, esta
obra es un excelente acompañante para este caminar llamado vivir con gusto y
sentido.
Esta obra escrita sobre Jesús
de Nazaret siempre será una obra actual, una reflexión ineludible para quienes
deseen acercarse a aquel judío y laico de Galilea, la tierra de los judíos
alejados o incluso disidentes... Por entonces se llegaba a pensar que de
'Nazaret' no podía surgir, nacer o despertarse nada bueno.
Ahora que escribo estas cosas
a modo de presentación de los comentarios de esta semana primera de noviembre
deseo recordar esa apreciación tan valiosa como la que se contiene en Lucas
17,21: El Reino o Reinado de Dios, se le comprenda como se le comprenda, está
siempre dentro de ti, en ti, dentro de mí, en mí.
Para entenderlo, para
anunciarlo, para edificarlo, para compartirlo..., nunca habrá que mirar fuera
de uno, sino dentro de cada cual.
Así de fuerte y de vulnerable
al mismo tiempo es esto de la buena noticia del reino del que hablaba Jesús de
Nazaret para quienes desearan hacerle caso o ponerse a caminar a su lado, que
en griego se diría: hacer sínodo, caminar juntos.
No deseo tirar más hilo de
este ovillo. Pero lo haré a mi manera en estas tres semanas que aún me
quedan para seguir leyendo esta obra tan humana y humanizadora. Gracias, Lucas,
por tu Evangelio tan poco interesado por sus derechos de autor.
A continuación se encuentran
los dos comentarios de la semana.
Carmelo Bueno .
Domingo XXXII TO Ciclo C (06.11.2022): Lucas
20,27-38. Quien ignora el
texto, ¿viola también la Palabra? Me
lo escribo CONTIGO,
“Se
acercaron a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay
resurrección, y le preguntaron […]” (Lucas 20,27).
Así es como empieza el relato
que se leerá en la liturgia de la Eucaristía el domingo primero del mes de
noviembre. Con sana intencionalidad, no he copiado la pregunta que los saduceos
de entonces le plantearon a Jesús de Nazaret, el judío y laico y provocador.
Seguramente que no es necesario recordársela
a nadie de los lectores de este comentario. Tal vez luego diga algo.
Si me queda tiempo, espacio y,
sobre todo, humor comentaré algún pormenor sobre este relato del diálogo de
Jesús con los pensadores y creyentes saduceos, pero antes debo detenerme en lo
que nos acaba de escamotear la autoridad vaticana. Que no es poca cosa. Con su
silencio nos está gritando que no es necesario leernos Lucas 19,11-48 ni
su continuación en Lucas 20,1-26. Y así sucede cada tres años cuando se nos insiste
en adentrarnos en la lectura del Evangelio propuesto para el Ciclo C, el de
Lucas, el Evangelista del toro por aquello de los sacrificios.
Este silencio es tan
provocador que me atrevería a calificarlo como si se tratará de una violación
de la persona y misión de la Palabra. Este Evangelista nos ha propuesto
contemplar a su Jesús de Nazaret como un caminante. Más, quizá, como el Camino.
Porque así creo que lo comprendió también el cuarto Evangelio (Juan 14,1-7). Y,
sobre todo, así lo comprendieron muchos testigos suyos que se alegraban de
saberse y considerarse ‘SEGUIDORES DEL CAMINO’. Del camino que fue la persona y
vida de Jesús, no de cualquier otro camino, como el de la Ley de Moisés, o el
Camino de Roma, o el Camino de… ¡la medieval tradición de Santiago, la Macarena
Santina o la Guadalupe del Pentecostés de la Luz y del Rocío’.
Las personas que, según su
costumbre, frecuentan la eucaristía
de los fines de semana y el domingo incluido nunca escucharán cómo y
cuándo acabó el camino que este Jesús de Lucas inició en su tierra de la
Galilea del norte y que deseaba acabar en Jerusalén. Los Asistentes como
Asamblea y los Oyentes de la Palabra, según Lucas, jamás sabrán cuándo y cómo
entró Jesús con los suyos en Jerusalén. Se ignora así el final del Camino y la
entrada en Jerusalén. Creo que nunca se leen altas y claras unas palabras tan
explícitas e importantes como estás:
“Y sucedió que Jesús
enseñaba al pueblo en el Templo y anunciaba el Evangelio” (Lucas 20,1). Y,
en lógica consecuencia, tampoco se leerán en público estas otras: “Por el
día, Jesús enseñaba en el Templo y salía a pasar la noche en el monte de los
Olivos. Y todo el pueblo madrugaba para ir donde él y escucharle en el Templo” (Lucas
21,37-38).
Es decir, constato de
nuevo, que el precioso y preciso relato de Lucas 20,1 hasta 21,38 jamás
se ha anunciado, escuchado, acogido o comentado en la celebración que, a bombo
y platillo, como centro y culmen de la vitalidad de la espiritualidad
cristiana, se suele denominar ‘acción de gracias, eucaristía, santa misa o
precepto dominical’. Vuelvo a expresarme y me pregunto con tristeza e
impotencia, que tal ignorancia, ¿no es otra cosa que una violación de la
Palabra? Acabo: A ti que lees y a mí que escribo, ¿nos importa ahora qué le
preguntaron los saduceos de entonces a Jesús de Nazaret (Lc 20,27-38)? Nos
importa tanto como lo que le preguntó la trinidad judía de los Sumos
Sacerdotes, Ancianos y Escribas (Lucas 20,1-19) o sus espías (Lucas
20,20-47). Sinceramente, lamentable. Carmelo Bueno Heras
CINCO
MINUTOS con la otra Biblioteca de la BIBLIA entre las manos
Tú y yo, entre otras muchas actividades, solemos
también leer. En ocasiones, quedamos sorprendidos por lo que leemos. Es más, y
nos ocurre a veces, llegamos a pensar que lo que leemos nos hubiera gustado
haberlo escrito nosotros mismos. Por esta sola razón, me he decidido a
compartir CONTIGO, semana a semana, durante este año eclesiástico, 52 libros.
Creo que, en la inmensa BIBLIA de todos los textos, como en el cuerpo de toda
persona, ¡todo está relacionado!
.
Ahora, Semana 50ª: 06.11.2022: Cita de Amin Maalouf, Los desorientados, Alianza
editorial, Madrid, 2012, 517 páginas.
Llevo en el nombre a la humanidad naciente, pertenezco
a una humanidad que se extingue,
escribió Adam en su libreta dos días antes del drama.
Nunca supe por qué me llamaron así mis padres. En mi
tierra natal no era un nombre frecuente, ni nadie de mi familia se había
llamado así antes que yo. Me acuerdo de que un día se lo pregunté a mi padre y
se limitó a contestarme: ¡Es nuestro antepasado común!, como si yo pudiera no
saberlo. Tenía diez años y me conformé con esa explicación. Quizá habría debido
preguntarle mientras vivía si había tras esa elección alguna intención, algún
sueño.
Me parece que sí. Desde su punto de vista, se suponía
que yo pertenecía a la cohorte de los fundadores. Hoy, a los 47 años, no me
queda más remedio que admitir que no cumpliré con esa misión. No seré el
primero de un linaje, seré el último, el último de todos los míos, el
depositario de sus desilusiones y también de sus vergüenzas. Me incumbe a mí la
aborrecible tarea de identificar los rasgos de aquellos a quienes he querido y
de asentir luego con la cabeza para que vuelvan a taparlos.
Me ha tocado hacerme cargo de las extinciones. Y,
cuando me llegue la vez, caeré como un tronco, sin haberme doblegado, y
repitiéndole a quien quiera oírlo: ¡La razón la tengo yo y la que se equivoca
es la historia!
Ese grito orgulloso y absurdo me retumba
constantemente en la cabeza. Por lo demás, podría servir de epígrafe a esta
peregrinación inútil en la que llevo diez días.
Al volver a mi tierra inundada, pensaba salvar algunos
vestigios de mi pasado y del pasado de mi gente. En ese aspecto no espero ya
gran cosa. Quien intenta retrasar un naufragio corre el riesgo de apresurarlo…
Dicho esto, no me arrepiento de haber emprendido este viaje. Cierto es que
vuelvo a descubrir todas las noches por qué me alejé de la patria donde nací;
pero también vuelvo a descubrir todas las mañanas por qué nunca me desapegué de
ella. Mi gran alegría es haber encontrado entre las aguas unos cuantos islotes
de delicadeza levantina y de ternura serena. Lo que me proporciona otra vez, al
menos de momento, un apetito nuevo por la vida, razones nuevas para luchar y
quizá, incluso, un estremecimiento de esperanza.
¿Y a más largo plazo?
A largo plazo, todos los hijos de Adán y Eva son niños
perdidos.
Texto
completo, en páginas 11-12.
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