Memoria de santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad. († 1231)
En Neocesarea, en el Ponto, san Gregorio, obispo, que siendo aún adolescente abrazó la fe cristiana, fue progresando en las ciencias divinas y humanas, y, ordenado obispo, brilló por su doctrina, virtudes y trabajos apostólicos. Por los incontables milagros que realizó, se le llamó «Taumaturgo». († c. 270)
En Cesarea de Palestina, santos Alfeo y Zaqueo, mártires, que por confesar con todas sus fuerzas a Dios y a Jesucristo Rey, después de muchos tormentos fueron condenados a muerte, en el primer año de la persecución ordenada por el emperador Diocleciano. († 303)
En Córdoba, en la provincia hispánica de la Bética, san Acisclo, mártir. († s. IV)
En Orleáns, de la Galia Lugdunense, san Aniano, obispo, que, confiando sólo en Dios, cuyo auxilio no cesaba de pedir con oraciones y lágrimas, liberó a su ciudad, asediada por los hunos. († c. 453)
En Vienne, de Burgundia, san Namacio, obispo, que desempeñó rectamente los mismos oficios civiles, y que rigió y honró la sede episcopal. († 559)
En Tours, de Neustria, san Gregorio, obispo, sucesor de san Eufronio, que escribió en lenguaje claro y sencillo la historia de los francos. († 594)
En Whitby, en Northumbria, santa Hilda, abadesa, la cual, después de abrazar la fe y recibir los sacramentos de Cristo, puesta al frente de su monasterio, tanto se entregó a la formación de los monjes y monjas en la vida regular, al mantenimiento de la paz y la armonía, al trabajo y a la lectura de las divinas Escrituras, que parecía realizar en la tierra tareas celestiales. († 680)
En Rëmus, lugar de Recia, san Florino, presbítero, fielmente dedicado a la labor parroquial. († 856)
En Constantinopla, san Lázaro, monje, nacido en Armenia, el cual, insigne en la pintura artística de imágenes sagradas, fue atormentado con crueles suplicios al negarse a destruir sus obras por orden del emperador iconoclasta Teófilo, aunque después, apaciguadas las controversias sobre el debido culto a las imágenes, el emperador Miguel III le envió a Roma para afianzar la concordia y unidad de toda la Iglesia. († c. 867)
En Novara, de Sicilia, san Hugo, abad, que enviado por san Bernardo de Claraval estableció la Orden Cisterciense allí mismo y en Calabria. († c. 1170)
En Lincoln, en Inglaterra, san Hugo, obispo, que era monje cartujo al verse llamado a regir la iglesia de esta ciudad, donde realizó un trabajo excelente, lo mismo en defensa de las libertades de la Iglesia que en arrancar a los judíos de manos de sus enemigos. († c. 1200)
Cerca de Cracovia, de Polonia, beata Salomé, reina de Halicz (Galizia), que, fallecido su esposo, el rey Colomano, profesó la Regla de las Clarisas y desempeñó santamente el cargo de abadesa en un monasterio fundado por ella misma. († 1268)
En Helfta, en las cercanías de Eisleben, en Sajonia, aniversario de la muerte de santa Gertrudis, virgen, cuya memoria se celebra el día de ayer. († 1302)
En Hirasa, beato León Saisho Shichiemon Atsutomo, samurai de alto rango, mártir, cuya muerte tuvo lugar a los tres meses y medio después de haber recibido el bautismo. Su martirio tuvo lugar donde él mismo había pedido, en el cruce de caminos, por significar la cruz de Cristo. († 1608)
En Asunción, en Paraguay, san Juan del Castillo, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús y mártir, que, en el poblado de las reducciones fundado aquel mismo año por san Roque González y encomendado a sus cuidados, por instigación de un individuo aficionado a artes mágicas fue maltratado con crueles suplicios y finalmente apedreado, lo que le llevó a la muerte dando testimonio de Cristo. († 1628)
En Nagasaki, en Japón, santos Jordán (Jacinto) Ansalone y Tomás Hioji Rokuzayemon Nishi, presbíteros dominicos y mártires. El primero trabajó denodadamente por el Evangelio en las islas Filipinas antes de pasar a Japón, y el segundo, primero en la isla de Formosa, y después, en sus últimos años y en su misma patria, fue un incansable propagador de la fe en la región de Nagasaki, hasta que ambos, con ánimo invicto, por orden del gobernador Tokugawa Yemitsu fueron sometidos durante siete días a los crueles tormentos de la horca y del encierro en una hoya, hasta entregar su vida. († 1634)
En el mar, ante Rochefort, en Francia, beato Lope Sebastián Hunot, presbítero de Sens y mártir, que, por su condición de sacerdote, durante la Revolución Francesa fue encarcelado en una vieja nave allí anclada, donde padeció toda la dureza de la cautividad y completó el martirio víctima de las fiebres. († 1794)
En Barcelona, España, beato Eusebio Andrés (Eusebio Roldán Vielva), religioso de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y mártir. († 1936)
En la localidad de Capaivca, en el territorio de Kiev, en Ucrania, beato Josafat Kocylovskyj, obispo de Przemysl y mártir, que, durante la opresión a su patria por un régimen enemigo de Dios, entregó su alma como fiel discípulo de Cristo. († 1947)
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