De dos, una. Todavía y sin
prisas.
En este mismo espacio, el
pasado domingo 12 de marzo decía que convivía con mis dos burbujas. Una
interna, en el ojo derecho, y otra externa, en mi casa y mis alrededores. La
burbuja interior era una burbuja de gas. Una burbuja sanadora para la retina
del ojo. Esta burbuja ya se fue, se evaporó como la niebla de la mañana ante la
llegada del sol. Se evaporó cuando ya había cumplido su tarea: desaparecida la
burbuja, el ojo ha recuperado su visión anterior. No es que se trate de una
'resurrección de la vista' como si antes hubiera sido un ciego o un
enceguecido. Podría decir que esto es un proceso, como proceso es todo cuanto
existe en la realidad de la naturaleza en la que respiramos, nos movemos y
vivimos.
Y el proceso continúa, porque
hay que cuidar ahora, como antes, la otra burbuja, la exterior, que estaba ahí
y sigue estando ahora. Se trata de una burbuja protectora, la habitación y la
casa donde uno vive y que es el ámbito bueno para que la recuperación de la
salud visual llegue a buen término y se consolide. De la propia habitación del
reposo absoluto, se pasa poquito a poco al espacio de la propia casa y de su
jardín y de ahí a volver a pisar la calle y sentir que ciertas fronteras
invisibles se van evaporando y uno se mueve en los espacios nuevos con normalidad.
¿Es esto el reposo relativo?
Constato que todo está en su
sitio, las aceras, las calles, los árboles... y hasta voy sintiendo cómo va
llegando la primavera para quedarse. La recuperación de la visión es otra
llegada de la primavera. Y también para quedarse.
La burbuja exterior protege
también. Se aprende a caminar despacio. Se aprende a no tener prisas. Se
constata que se llega a tiempo y bien allá donde se quiere llegar. Y
hasta se es capaz de adentrarse en el super del barrio y transportar una bolsa
con su barra de pan y otras cuatro cosillas más para la siguiente comida
compartida.
¡Cuánto tiempo perdido!, me
dicen algunas de mis neuronas. Y otras más conscientes me responden: ¡Cuánto
tiempo invertido!, porque todo necesita su tiempo, como aprender a andar,
hablar o escribir. Nunca se pierde el tiempo, ¿se invierte en ir despacio? Sí,
para llegar antes y más lejos.
De las dos burbujas sólo me
queda una, todavía. La exterior. Y ésta no es pequeña, ni se evapora, creo que
cada vez se hace más grande. La casa debe hacerse calle. La calle debe hacerse
barrio y así poco a poco volverse a hacer 'ciudad'. Consciente todo. Y así,
agrandar el espacio hasta caminar de aquí para allá, viajar de un extremo al
otro, de una ciudad a otra, de una nación a otra y volar. La burbuja exterior
permanece mientras se agranda y crece. Y así, acabará uno volviendo a ser
consciente de que esta burbuja llega a ser invisible a los ojos y a los
pies y a los sueños.
Esto es el proceso. Dicho de
otro modo, así es el milagro de la vida, del día a día, del vivir, de la salud,
del crear, del creer, del ver, del compartir... Tal vez, poco antes de no sé
qué exactamente, esta burbuja exterior en la que vivo y vivimos tú y yo
deje de ser tal para, o hasta... ¿convertirse en pleno más allá?
Me gustaría hacerle esta
pregunta a un tal Lázaro del que me habla el cuarto Evangelio en este domingo
de la Cuaresma Católica. Cuenta Juan que este tal Lázaro era un amigo de Jesús
de Nazaret. Pero si eran tan amigos, ¿por qué sólo el Evangelio de Juan, el
último en escribirse, nos habla de él, de su vida y de su muerte y de su más
allá y acá? Seguramente que estas cosas no fueron como se leen y que hay que
'ver y mirar' de otra manera' hasta llegar a comprenderlas.
De esto mismo, del llegar a comprender,
me habla esa página de los 'Cinco minutos de aires bíblicos' que me he
seleccionado y que lleva por título 'Cada día'.
Carmelo Bueno Heras.
Domingo 5º
de Cuaresma A (26.03.2023): Juan 11,1-45. Así lo comento y comparto
CONTIGO:
EL MUERTO Y RESUCITADO LÁZARO
ERA ISRAEL. NO HAY MILAGROS, SINO PROCESOS.
Voy a comentar el relato más sorprendente del
Evangelio de Juan: la resurrección de Lázaro o la revivificación de Lázaro o
como se quiera definir. El muerto y bien muerto Lázaro (11,11-15) vuelve de
nuevo a la vida (11,43-44) por el poder resucitador o revivificador de Jesús de
Nazaret. Y este hecho sucede, según este sorprendente narrador, entre la fiesta
del invierno (Juan 10,22), la Dedicación del Templo, y la fiesta de la Pascua
(Juan 12,1), en primavera.
Si este acontecimiento sucedió históricamente
tal cual está escrito en este capítulo undécimo de Juan, ¿alguien puede creerse
que ni Marcos, ni Mateo ni Lucas supieran nada? ¿Por qué estos tres
evangelistas no cuentan en sus Evangelios este hecho tan milagroso como es la
muerte y vuelta a la vida de Lázaro? Y otro dato con sugerencias inolvidables.
Se recordará que el primer signo que este Juan cuenta de Jesús es aquel de la
transustanciación del agua en vino en la boda de Caná. Sólo este
narrador del cuarto Evangelio cuenta el primer signo y el último que realizó
Jesús. Ningún otro evangelista nos regaló relatos tan interrogadores.
Me atrevo a afirmar que ni el asunto del agua
en vino en Caná ni el asunto de la muerte y vida de Lázaro en Betania
sucedieron tan históricamente así. Tales narraciones fueron concebidas y
contadas, como las leemos, desde la personalísima experiencia de la fe de su
narrador o narradores, que se atrevieron a responder con ellas a la pregunta de
cualquier Evangelio y Evangelista: ¿Quién fue y quién sigue siendo aquel hombre
de Galilea llamado Jesús de Nazaret? Creo que, para Jesús, igual que para la
naturaleza en la que nos movemos, no hubo ni hay milagros, sino procesos.
Conocer y acoger estos procesos sí llega a ser un milagro.
El relato se sitúa en una casa de Betania.
Betania era también el nombre del lugar donde Juan bautizaba (1,28). ¿Sirve de
algo saber que este nombre de Bet-ania evoca y alude a ‘la casa del
testimonio’? Es un dato, no despreciable. Y otro dato es el comienzo y el final
del relato de Lázaro, que conviene leerlos a la vez: “Había un cierto
enfermo, Lázaro de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta” (Juan
11,1) y “Jesús les dijo: desatadlo y dejadle andar” (11,44).
Afirmo, con el temor y temblor de la duda
crítica, que este Lázaro a quien Jesús tanto quería no era nadie individual y
concreto de carne y hueso, no era ningún ser humano. Lázaro era Israel, el
pueblo-país de Jesús, el pueblo-país del Evangelista. Lázaro es todos, cada
persona que formaba parte de aquel pueblo y de aquella Religión del Templo, la
Ley y el Sacerdocio. Una Religión y un pueblo atados de pies y manos por el
pecado. Por el pecado que se atrevió Juan a deshacer con el agua de su Jordán y
no con los sacrificios del Templo. ¿No fue tan milagroso y profético su actuar
que arriesgó su propia vida y fue ejecutado?
¿Por qué se dice en este relato de Lázaro que
Jesús se llama a sí mismo, otra vez, ‘Yo soy’ como se decía del Dios Yavé
(11,25)? ¿Y por qué Jesús, en un momento final, habla a gritos y en imperativo:
sal… (11,43)? Tiene que enterarse bien todo Israel, desde el Sumo Sacerdote
hasta la niña recién nacida, que la vida y la felicidad no está en la Religión,
sino en la humanizadora experiencia de la fe que es amarse unos a otros. Para
Jesús de Nazaret, ¿fue esta su única Religión, su misión, su vida? Este
Evangelista me dice que sí. Carmelo Bueno Heras
CINCO MINUTOS de AIRES BÍBLICOS
. Si se puede decir en un artículo de
revista, ¿para qué escribir un libro de 200 páginas?
. Si se puede decir en una página, ¿para
qué escribir un artículo de revista?
. Si se puede decir en un puñado de
versos, ¿para qué escribir una página?
. Este ‘Cinco minutos de aires bíblicos’
es una semilla que confío a la sabiduría de tu saber leer, que es despertar; de
tu saber interpretar, que es cuidar; de tu saber compartir, que es saborear.
Siempre pretenderé que esta ‘semilla de los cinco minutos’ tenga la
‘denominación de origen’ de su autor.
Semana 18ª (26.03.2023): CADA
DÍA
Cada
día vencer,
vencer
al temporal, a la tierra que resiste,
al
injusto sudor y a la bronca nacida del dolor.
Cada
día querer,
querer
lo que vendrá, lo que se sembró,
y
también el fruto que el ayer prometió.
Cada
día perdonar
la
propia división, la mentira profunda,
los
tobillos vacilantes y lo aburrido del pecado.
Cada
día esperar,
esperar
la posible bondad, el término del luto,
cuidar
la mecha que humea, que no se apagará.
Cada
día transitar,
transitar
por los bordes de la noche
rejuntando
estrellas y tantos rumbos:
remolinos
serán que no se perderán.
Cada
día mirar
y
ver la mano que cuida, la grulla que vuelve,
la
alondra que se va.
Cada
día decidir
y
optar por la verdad y el amor, dejar la estupidez repetida,
emprender
la ruta, el camino al último lugar.
Roselyne de Wilde
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