19 de mayo: Nuestra Señora de la Peña de Francia
La Peña de Francia se levanta casi de súbito sobre la llanura, al sur de la provincia de Salamanca, en el límite con la de Cáceres.
La montaña se eleva a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar, y termina en una pequeña meseta. La Peña de Francia se muestra, indudablemente, desde cualquier perspectiva, como la montaña con más personalidad de toda la sierra.
No deja de ser extraño el nombre de Francia que se da a la Peña donde se descubrió la imagen de la Virgen, y a su sierra.
El documento más antiguo que se conserva con el nombre de Francia, aplicado a esta comarca, está fechado en 8 de enero de 1289, es decir casi siglo y medio antes de la llegada a estos lugares de Simón Vela.
El motivo de este nombre no se sabe con certeza, como tampoco el origen de las imágenes. Sabemos que una colonia francesa figura entre los repobladores de Salamanca en el siglo XI, como ocurrió después con otras ciudades arrancadas a la morisma, como por ejemplo: Toledo, Córdoba y Sevilla. Muy bien pudo haber ocurrido que una colonia similar se estableciese, entonces o más tarde, en estos lugares, y por ella recibiera la comarca el nombre de la nación de origen de sus repobladores. Viejos apellidos originariamente franceses (Luis, Griñón, Martín, Giral, Bernal, Gascón y Cascón, ... ) son frecuentes en familias arraigadas desde tiempo inmemorial en los pueblos de la "sierra". El mismo nombre de San Martín del Castañar que lleva uno de los pueblos de la sierra, señala la misma dirección.
Tan sólo dos años después del hallazgo de la imagen de la Virgen se hicieron cargo, de ella y de su ermita, los frailes dominicos.
Durante esos dos años, la montaña de la Peña comenzó a ser objeto de fuertes disputas entre los señores de Granadilla y Miranda. Ante tales pretensiones el obispo de Salamanca, el 19 de septiembre de 1436, cede al provincial de los dominicos los derechos que pudiera tener sobre la ermita construida en las cumbres. Cuatro meses después, una comunidad de dominicos de cinco miembros asume canónicamente la ermita.
El número de religiosos de la comunidad establecida en la Peña creció rápidamente y echó raíces en la zona. Ya en el año 1516, en que se puso la primera piedra de La Casa Baja, la comunidad contaba con 22 religiosos. De esta comunidad partieron numerosos misioneros hacia América y Extremo oriente, especialmente Filipinas. Fueron ellos los principales impulsores de la devoción de la Peña en aquellos territorios.
El número de religiosos dominicos en la Peña se redujo en los inicios del siglo XIX y la comunidad desapareció en 1835, cuando, incautados todos los bienes del monasterio por la desamortización de Mendizábal, los religiosos fueron dispersados. Los dominicos volvieron a hacerse cargo del santuario el 16 de julio de 1900.
El Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia se halla en la provincia de Salamanca. Más en concreto, en la zona más hermosa: la Sierra de Francia. Allí, a 1.783 metros de altitud, se yergue este santuario desde donde se contempla un singular paisaje que abarca la llanura castellana, las montañas de las Hurdes y la sierra de la Estrella de Portugal. En estas alturas nos situamos para conocer una historia larga y hermosa. Todo comenzó con el hallazgo de una imagen de la Virgen que transformó un pico solitario en un lugar de encuentro, oración y contemplación de bellezas naturales. Esta imagen se ha convertido en catalizador de cuantos visitan la "sierra".
Desde su hallazgo, la imagen ha sido y es muy querida por los salmantinos. Su ya larga tradición ha permitido que su devoción se haya extendido más allá de nuestra tierra salmantina, y así su veneración es también compartida con muchos hombres y mujeres de tierras lejanas, especialmente de Sudamérica.
Poco después de su hallazgo por Simón Vela, la imagen y el Santuario a ella dedicado, es atendido por la Orden de Predicadores (dominicos).
La historia de la Peña de Francia se ha ido construyendo lentamente. Su realidad actual ha contado con la colaboración, sencilla y discreta, de personas íntegras que han ido poniendo su granito de arena para que todo fuera tal y como es. Su huella es imperceptible, pero se merecen nuestro recuerdo y consideración para que el anonimato no las arroje al olvido.
Es claro que su huella está en el corazón de la Virgen. Es una larga cadena perdida en el tiempo y sólo Ella sabe cuántos de los peregrinos de todos los tiempos, han dejado vestigio de su devoción y de su fidelidad. Los que a través de los días y los años nos encontramos en la cima, sí podemos constatar que muchos de los peregrinos y de la buena gente que acude al Santuario vive con recogimiento y cariño su devoción a Nuestra Señora y convierten el lugar en un "ámbito" de encuentro con la Madre. Admiran el paisaje y saborean la paz que en él se goza, para después acercarse silenciosos al interior de la iglesia y allí, con recogimiento, dan a su visita el carácter de peregrinación que convierte esta cima en un lugar especial. Es su fe y su devoción las que crean en esta cumbre ese ámbito donde todo habla de una "presencia viva" de Alguien que está más allá y más acá de nuestras vidas y que, a veces, no conseguimos encontrar.
Un encuentro que en muchas ocasiones suele ir acompañado de algún presente: flores, velas envueltas de calladas peticiones, donativos para el mantenimiento del lugar, manteles para los altares, ... a veces también aparecen grupos con bellos cantos charros, tamboril y gaita, ... etc. Todos ellos aportan su afecto, su oración y su presencia.
A todos esos peñíscolas anónimos va muy especialmente dedicado este apartado. Todas esas buenas gentes que, en el ir y venir de los días y de los años, intentan encontrar un espacio donde mostrar a Dios su confianza callada, o quizás, el lugar donde recogidamente pueden expresarle su necesidad, su aflicción o su alegría.
¡Y qué mejor casa que la casa de la Madre!
Junto a estos hombres y mujeres anónimos, hay otros a quienes todos recordamos, pero cuyas figuras pueden ir desdibujándose por haber abandonado este mundo. Son esos hombres y mujeres cuya presencia tuvo un relieve especial porque dedicaron tiempo, entusiasmo y fe, a mantener vivo el frescor del lugar para que todo siguiera hablando de Dios.
La montaña se eleva a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar, y termina en una pequeña meseta. La Peña de Francia se muestra, indudablemente, desde cualquier perspectiva, como la montaña con más personalidad de toda la sierra.
No deja de ser extraño el nombre de Francia que se da a la Peña donde se descubrió la imagen de la Virgen, y a su sierra.
El documento más antiguo que se conserva con el nombre de Francia, aplicado a esta comarca, está fechado en 8 de enero de 1289, es decir casi siglo y medio antes de la llegada a estos lugares de Simón Vela.
El motivo de este nombre no se sabe con certeza, como tampoco el origen de las imágenes. Sabemos que una colonia francesa figura entre los repobladores de Salamanca en el siglo XI, como ocurrió después con otras ciudades arrancadas a la morisma, como por ejemplo: Toledo, Córdoba y Sevilla. Muy bien pudo haber ocurrido que una colonia similar se estableciese, entonces o más tarde, en estos lugares, y por ella recibiera la comarca el nombre de la nación de origen de sus repobladores. Viejos apellidos originariamente franceses (Luis, Griñón, Martín, Giral, Bernal, Gascón y Cascón, ... ) son frecuentes en familias arraigadas desde tiempo inmemorial en los pueblos de la "sierra". El mismo nombre de San Martín del Castañar que lleva uno de los pueblos de la sierra, señala la misma dirección.
Tan sólo dos años después del hallazgo de la imagen de la Virgen se hicieron cargo, de ella y de su ermita, los frailes dominicos.
Durante esos dos años, la montaña de la Peña comenzó a ser objeto de fuertes disputas entre los señores de Granadilla y Miranda. Ante tales pretensiones el obispo de Salamanca, el 19 de septiembre de 1436, cede al provincial de los dominicos los derechos que pudiera tener sobre la ermita construida en las cumbres. Cuatro meses después, una comunidad de dominicos de cinco miembros asume canónicamente la ermita.
El número de religiosos de la comunidad establecida en la Peña creció rápidamente y echó raíces en la zona. Ya en el año 1516, en que se puso la primera piedra de La Casa Baja, la comunidad contaba con 22 religiosos. De esta comunidad partieron numerosos misioneros hacia América y Extremo oriente, especialmente Filipinas. Fueron ellos los principales impulsores de la devoción de la Peña en aquellos territorios.
El número de religiosos dominicos en la Peña se redujo en los inicios del siglo XIX y la comunidad desapareció en 1835, cuando, incautados todos los bienes del monasterio por la desamortización de Mendizábal, los religiosos fueron dispersados. Los dominicos volvieron a hacerse cargo del santuario el 16 de julio de 1900.
El Santuario de Nuestra Señora de la Peña de Francia se halla en la provincia de Salamanca. Más en concreto, en la zona más hermosa: la Sierra de Francia. Allí, a 1.783 metros de altitud, se yergue este santuario desde donde se contempla un singular paisaje que abarca la llanura castellana, las montañas de las Hurdes y la sierra de la Estrella de Portugal. En estas alturas nos situamos para conocer una historia larga y hermosa. Todo comenzó con el hallazgo de una imagen de la Virgen que transformó un pico solitario en un lugar de encuentro, oración y contemplación de bellezas naturales. Esta imagen se ha convertido en catalizador de cuantos visitan la "sierra".
Desde su hallazgo, la imagen ha sido y es muy querida por los salmantinos. Su ya larga tradición ha permitido que su devoción se haya extendido más allá de nuestra tierra salmantina, y así su veneración es también compartida con muchos hombres y mujeres de tierras lejanas, especialmente de Sudamérica.
Poco después de su hallazgo por Simón Vela, la imagen y el Santuario a ella dedicado, es atendido por la Orden de Predicadores (dominicos).
La historia de la Peña de Francia se ha ido construyendo lentamente. Su realidad actual ha contado con la colaboración, sencilla y discreta, de personas íntegras que han ido poniendo su granito de arena para que todo fuera tal y como es. Su huella es imperceptible, pero se merecen nuestro recuerdo y consideración para que el anonimato no las arroje al olvido.
Es claro que su huella está en el corazón de la Virgen. Es una larga cadena perdida en el tiempo y sólo Ella sabe cuántos de los peregrinos de todos los tiempos, han dejado vestigio de su devoción y de su fidelidad. Los que a través de los días y los años nos encontramos en la cima, sí podemos constatar que muchos de los peregrinos y de la buena gente que acude al Santuario vive con recogimiento y cariño su devoción a Nuestra Señora y convierten el lugar en un "ámbito" de encuentro con la Madre. Admiran el paisaje y saborean la paz que en él se goza, para después acercarse silenciosos al interior de la iglesia y allí, con recogimiento, dan a su visita el carácter de peregrinación que convierte esta cima en un lugar especial. Es su fe y su devoción las que crean en esta cumbre ese ámbito donde todo habla de una "presencia viva" de Alguien que está más allá y más acá de nuestras vidas y que, a veces, no conseguimos encontrar.
Un encuentro que en muchas ocasiones suele ir acompañado de algún presente: flores, velas envueltas de calladas peticiones, donativos para el mantenimiento del lugar, manteles para los altares, ... a veces también aparecen grupos con bellos cantos charros, tamboril y gaita, ... etc. Todos ellos aportan su afecto, su oración y su presencia.
A todos esos peñíscolas anónimos va muy especialmente dedicado este apartado. Todas esas buenas gentes que, en el ir y venir de los días y de los años, intentan encontrar un espacio donde mostrar a Dios su confianza callada, o quizás, el lugar donde recogidamente pueden expresarle su necesidad, su aflicción o su alegría.
¡Y qué mejor casa que la casa de la Madre!
Junto a estos hombres y mujeres anónimos, hay otros a quienes todos recordamos, pero cuyas figuras pueden ir desdibujándose por haber abandonado este mundo. Son esos hombres y mujeres cuya presencia tuvo un relieve especial porque dedicaron tiempo, entusiasmo y fe, a mantener vivo el frescor del lugar para que todo siguiera hablando de Dios.
(fuente: www.dominicos.org)
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