domingo, 1 de febrero de 2015

EL TIEMPO Y LA ESPERA VII (II. SALMOS DE VIGILIA) Pedro CASALDÁLIGA

AMANECER
El lago y yo amanecemos llenos
de Dios, de Dios, de Dios...
—Tú me das el vigor de ese toro muchacho
tallado al sol naciente
junto al cactus asceta.
Las cigarras ensayan, pertinaces,
la alegría monótona del Tiempo.
Penachos de maíz, niños del todo,
saludan los caminos de los hombres.
La golondrina, sola,
haciéndome verano,
pulsa el hilo sonoro de distancias.
'Dejadme hacer acopio de ternura:
¡tengo la vida, entera, entre las manos!

ATARDECER
El hombre segaba esperas
cortando el césped maduro.
Subía un silencio monje
por los cipreses oscuros.
Venía el alma a la boca.
La tarde ganaba el muro.
¿Qué Dios es éste que muere,
Ausente que siempre busco,
Presente en aquel hondón
donde mi yo es todo suyo,
donde termina el vacío
de mi soledad y el mundo?

DE VUELTA VOY
Discretamente sordo a los agudos,
nuevas me llegan las vivencias graves:
los cantos de la paz, los llantos mudos,
el vuelo independiente de las aves,
la trama del pecado y su reverso,
la soledad de todos tan cercana,
la síntesis del mundo como un verso,
la voz de Dios más otra y más humana.
Suelta la crin y la ternura suelta,
la libertad por brida entre los dientes,
ya en la recta final, estoy de vuelta
de ciertas cabalgadas impacientes.
No he de colgar la lira ni la espada,
no negaré mi brazo a quien lo quiera,
pero se pone el sol en la calzada
y abro de par en par la antigua espera.

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