jueves, 31 de marzo de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” ( EL QUE DISTINGUE ENTRE LO LAICO Y LO SAGRADO, NO ES CRISTIANO) (HN-13)

EL QUE DISTINGUE ENTRE LO LAICO Y LO SAGRADO,  NO ES CRISTIANO  (HN-13)


Hemos dicho en el resumen anterior, que cuando pensamos bien una cosa la amamos. Que las cosas no quedan satisfechas solo con ser pensadas, sino que necesitan además ser amadas; pues se puede pensar en una cosa solo para destrozarla, y entonces sufre la cosa y sufro yo. En cambio si yo pienso en un pino y lo pienso bien, resulta que lo pensaré siempre como hermano y lo respetaré. Siendo precisamente esto lo que nos enseñó Cristo: toda la creación es hermana. Y puesto que el hombre es el hermano más evolucionado, deberá esforzarse durante toda su vida en llegar a ser el pensamiento y el amor de todo lo creado. Deberás preguntarte: ¿cómo me las ingenio yo para realizar esto? O sea, yo, como ser creado más evolucionado de la Creación, ¿cómo me las ingeniaré para hacerla crecer y para salvarla dentro de mí, llegando a sentir su resonar en mi interior al amarla? 


Pues para esto no hace falta hacer cosas raras, no tengo que hacer nada específico ni raro, sino tratar de llegar a ser el que tengo que ser en la creación: tengo que pensar, usar y amar bien, las cosas y las personas; sin hacer distinciones entre sagrado y profano. Y en el caso de Cristo, nos podemos preguntar: ¿es religioso? ¿es sacerdote? Sacerdote no lo es, en cuanto profesión; en cuanto a hacer las cosas que corresponden a la clase sacerdotal. Ahora bien, si para nosotros sacerdote significa saber despertar en la gente la capacidad de sentir las maravillas de la creación –sentir la sacramentalidad de todos sus componentes– hacer que la sientan como una sinfonía que les vibra por dentro, entonces el único sacerdote es Cristo; quien además, y desde otros puntos de vista, podría parecernos un laico total. No hay un terreno de lo laico y otro de lo sagrado, y el que haga esta distinción no es cristiano. El cristiano sabe que Dios está en todo, y por tanto ¿cómo puede decir que hay algo profano? Si Dios está en el pino y es el alma del pino, el pino no es profano. Si la mariposa es ser de Dios, el hombre que vaya pisando “sin sentido” mariposas por la vida estará profanando la creación. Fíjense que decimos “sin sentido/abusando/usando mal”, porque “las cosas pueden ser pensadas y amadas mal”. Pero, ¿y por cortar un árbol...? Está claro que la leña es buena para calentar la casa, y está bien cortar un árbol para superar el frío en una cabaña, ¡pero siempre que ese árbol sea previamente pensado y amado dentro de mí! De la misma forma también vale dar una bofetada a un niño si hace falta, ¡pero sólo cuando el niño sea pensado y amado previamente!; si no es así, no se puede dar esa bofetada. 

También se puede dar un disgusto a una persona: a veces puedes y debes darle un disgusto a alguien, pero solo cuando le quieras bien; pues no puedes hacérselo si no lo quieres.    

Cuando nosotros forzamos ciertas situaciones –cortando, abofeteando o disgustando– fruto de nuestro buen pensar y amar al otro, a este le ocurre algo similar a cuando capta una frecuencia –una música– con la que entra en resonancia y se pone a vibrar: hay una sintonía con el fondo de lo que está ocurriendo. El otro capta perfectamente la frecuencia amorosa del que le está forzando; y esto significa la unión de ambos en el cogollo, la unión en la base común sacramental. Recordemos también que, cuando nosotros forzamos situaciones con otros no les estamos enseñando algo que no tengan ya dentro ellos; lo único que hacemos es intentar despertar lo que tienen dormido dentro. 

Cuando las cosas suenan y gustan, no es porque se digan bien desde fuera sino porque despiertan bien lo de dentro. Y como Dios está en toda la Creación, sería insensato decir: te he enseñado un matiz de Dios que no llevabas todavía dentro. Pues con esto estaría diciendo que el otro tiene un rincón donde Dios no está: le estaría insultando, pues Dios está dentro de cada uno y en todos tus rincones. Lo que pasa es que no lo percibimos: estamos como dormidos, atontados y sin conciencia de lo que tenemos dentro, y necesitamos bofetadas que nos despierten. Pero al despertarnos de golpe, decimos: ¡qué maravilla! Y lo decimos, maravillados, porque nos resuena dentro la maravilla que en ese momento estamos percibiendo fuera: así de sencillo. Es lo mismo que si me pregunto: ¿por qué me gusta la música buena? Simplemente porque hay sintonía dentro de mí para poder captarla, y por tanto la buena música exterior hace vibrar mi interior. Si estamos bien despiertos al caminar por la vida, sentiremos cómo Dios (que es la sintonía total y perfecta dentro de nosotros), nos permite ir resonando con todo lo creado –y no solo con lo mal llamado sagrado– según vamos captando sus melodías. Pero, para que podamos captar esto, para estar bien despiertos y poder vibrar con el resto de lo creado en nuestro proceso de salvación, se requiere que hagamos caso a Cristo cuando nos dice: para salvaros, “esforzáos por entrar por la puerta estrecha”.  O sea la salvación la hacemos nosotros, pero con Dios dentro. Dios, que está en el corazón de la creación y en mi corazón, va creciéndome dentro; a esto llamamos salvación. En este proceso salvífico, el sujeto grande va creciendo dentro del sujeto pequeño (yo); pero lo asombroso de este proceso, es que el único que tiene libertad para poder limitarlo soy yo: limitando mi “esfuerzo por...”.

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