miércoles, 30 de marzo de 2016

San Juan Clímaco, abad - San Zósimo de Siracusa, abad y obispo (30 de marzo)

San Juan Clímaco, abad

fecha: 30 de marzo
n.: c. 570/579 - †: 649 - país: Egipto
otras formas del nombre: Juan el Sinaíta, Juan Escolástico, Juan de la Escala (traducción de «Clímaco»)
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En el monte Sinaí, san Juan, abad, que compuso la célebre obra «Escala del Paraíso», para la instrucción de los monjes, en la que señalaba el camino del progreso espiritual a modo de una ascensión por treinta peldaños hacia Dios, debido a lo cual recibió el sobrenombre de «Clímaco».
refieren a este santo: San Anastasio del Monte Sinaí
«La Escala al Paraíso» fue un libro inmensamente popular en la Edad Media que logró para su autor, Juan el Escolástico, el sobrenombre de «Clímaco», por el que es generalmente conocido [ya que «climax» en latín es «subida»]. El origen del santo se pierde en la oscuridad, pero posiblemente procedía de Palestina y se dice que fue discípulo de san Gregorio Nacianceno. A la edad de dieciséis años, se unió a los monjes establecidos en el Monte Sinaí. Después de cuatro años que pasó probando su virtud, el joven novicio profesó y fue puesto bajo la dirección de un hombre santo llamado Martirio. Guiado por su padre espiritual, dejó el monasterio y se instaló en una ermita cercana, aparentemente para acostumbrarse a dominar la tendencia a perder el tiempo en ociosas conversaciones. Al mismo tiempo, nos dice que, bajo la dirección de un director prudente, logró salvar obstáculos que no habría podido vencer si hubiera intentado hacerlo por sí solo. Tan perfecta fue su sumisión, que tuvo por regla nunca contradecir a nadie ni discutir cualquier argumento que sostuvieran aquellos que lo visitaban en su soledad. Después de la muerte de Martirio, cuando San Juan tenía treinta y cinco años de edad, abrazó por completo la vida eremítica en Thole, un lugar solitario, pero suficientemente cercano a una iglesia que le permitiera a él y a los otros monjes y ermitaños de la región poder asistir los sábados y domingos al oficio divino y a la celebración de los santos misterios. En este retiro, el santo pasó cuarenta años, adelantando más y más en el camino de la perfección. Leía la Biblia con asiduidad, así como a los Padres y fue uno de los santos más eruditos del desierto; pero todo su propósito era ocultar sus talentos y esconder las gracias extraordinarias con que el Espíritu Santo había enriquecido su alma. En su determinación de evitar toda singularidad, tomó parte en todo aquello que era permitido a los monjes de Egipto, pero se alimentaba tan frugalmente, que más parecía probar los alimentos que comerlos. Su biografía refiere con admiración que era tan intensa su compunción, que sus ojos parecían dos fuentes que nunca cesaran de manar lágrimas y que en la caverna a la que él acostumbraba retirarse para orar, las rocas resonaban con sus quejas y lamentaciones.
Era sumamente solicitado como director espiritual. Ciertamente en una ocasión alguno de los monjes, sus compañeros, ya fuera por celos o quizás justificadamente, le criticaban por perder el tiempo en infructuosos discursos. Juan aceptó la acusación como un caritativo consejo y se impuso un riguroso silencio en el que perseveró cerca de un año. La comunidad entera le pidió que volviera a ocuparse en dar consejo a los demás y que no ocultara los talentos que había recibido; de esta suerte, él continuó impartiendo sus enseñanzas y llegó a ser considerado como otro Moisés en aquel santo lugar, «ya que subió al monte de la contemplación y habló con Dios, cara a cara, para después bajar a los suyos, llevando las tablas de la Ley de Dios, su escala de la perfección». Esta obra, que escribió a petición de Juan, abad de Raithu, consta de treinta capítulos que ilustran los treinta grados para alcanzar la perfección religiosa, desde el primer peldaño de la renunciación, que descansa en los tres pilares de la inocencia, la mortificación y la templanza, hasta el trigésimo y último escalón, en el que están sentadas las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. Su obra trata primero de los vicios y después de las virtudes y está escrita en forma de aforismos o frases, ilustradas por muchas curiosas anécdotas de la vida monástica.
Se nos dice que Dios le concedió una gracia extraordinaria para curar los desórdenes espirituales de las almas. Entre otros a quienes él ayudó, hubo un monje llamado Isaac, llevado casi al borde de la desesperación por las tentaciones de la carne. Juan se dio cuenta de la lucha que sostenía y después de elogiar su fe, dijo: «Hijo mío, acudamos a la oración». Se postraron ambos en humilde súplica y, desde aquel momento, Isaac quedó libre de sus tentaciones. Otro discípulo, cierto Moisés, que parece en algún tiempo haber vivido cerca del santo, después de acarrear tierra para plantar legumbres, fue vencido por la fatiga y se durmió bajo el ardiente sol, al amparo de una gran roca. Repentinamente fue despertado por la voz de su maestro y se precipitó hacia adelante, justo a tiempo para evitar el ser aplastado por un alud de piedras. San Juan, en su soledad, tuvo conocimiento del peligro que lo amenazaba y había estado rogando a Dios por su seguridad.
El buen hombre tenía entonces setenta años de edad, pero a la muerte del abad de Monte Sinaí, fue unánimemente escogido para sucederle. Poco después, durante una gran sequía, la gente acudió a él como a otro Elías, rogándole que intercediera ante Dios por ellos. El santo encomendó su desgracia al Padre de las Misericordias y una abundante lluvia contestó a sus oraciones. Tal era su reputación, que san Gregorio Magno, que ocupaba entonces la Silla de San Pedro, escribió al santo abad pidiéndole sus oraciones y enviándole camas y dinero para el uso de los numerosos peregrinos que acudían al Monte Sinaí. Durante cuatro años, San Juan gobernó a los monjes con tino y prudencia. Sin embargo, había aceptado el cargo con cierta renuencia y encontró manera dé renunciar a él poco antes de su muerte. Había llegado a la edad de ochenta años, cuando entregó su alma en la ermita que le había sido tan querida. Jorge, su hijo espiritual, que le había sucedido como abad, rogó al santo agonizante que no permitiera que ellos dos se separaran. Juan le aseguró que sus oraciones habían sido oídas y el discípulo siguió a su maestro en el lapso de pocos días. Además del «Climax» -como se titula su «Escala al Paraíso»- tenemos otra obra de san Juan: una carta escrita al abad de Raithu, en la que describe las obligaciones de un verdadero pastor de almas. En el arte, Juan es siempre representado con una escalera.
Aun cuando existe un antiguo documento, llamado Vida de San Juan Clímaco, escrito por Daniel, un monje de Raithu, no contiene, de hecho, más de lo que se encuentra en el Synax. Constant. Todo el relato es muy oscuro y la nota de F. Nau en el Bizantinische Zeitchrift, vol. XI (1902), pp. 35-37, debe aceptarse con gran reserva en vista de la crítica de L. Petit, en DTC., vol. VIII, cc. 690-692. Este último artículo hace probable que Juan se haya casado durante su juventud y solamente se hizo monje a la muerte de su esposa. Lo contenido en tales obras, como DCB., y Kirchenlexikon principalmente, extienden un poco más los escasos datos proporcionados por Daniel. Ver también Echos d´Orient.
En la Biblioteca de ETF hay una ficha que remite al texto de «la escala espiritual»

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1044




San Zósimo de Siracusa, abad y obispo

fecha: 30 de marzo
†: c. 600 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

En Siracusa, de Sicilia, san Zósimo, obispo, que, primero, fue humilde custodio del sepulcro de santa Lucía, y después, abad del monasterio de esta población.
Los padres de san Zósimo fueron terratenientes sicilianos que dedicaron a su pequeño hijo al servicio de Santa Lucía y lo colocaron, cuando tenía siete años, en un monasterio que llevaba el nombre de la santa, cercano a Siracusa y no lejos de su hogar. Allí su principal ocupación parece haber sido la de cuidar de las reliquias de la santa. La obligación no iba con la manera de ser del niño, acostumbrado como estaba a la vida al aire libre de la granja y, una vez, cuando el abad Fausto le impuso una tarea especialmente desagradable, huyó a su casa. Fue devuelto con humillación y la enormidad de su ofensa le abrumaba. Esa noche, en sueños, vio a Santa Lucía levantarse de su santuario y ponerse de pie junto a él, con un semblante de enojo. Mientras yacía atemorizado, apareció a un lado la hermosa figura de Nuestra Señora que intercedía por él y prometía, en su nombre, que nunca haría de nuevo tales cosas. Al transcurrir el tiempo, Zósimo se adaptó más a la vida del claustro; las visitas a su hogar se hicieron cada vez más raras y más breves y se acostumbró al régimen regular de oración, alabanza y contemplación de los demás monjes.
Durante treinta años vivió casi olvidado. Entonces murió el abad de Santa Lucía y hubo gran incertidumbre y discusión sobre la elección de un sucesor. Finalmente, los monjes acudieron al obispo de Siracusa y le suplicaron que hiciera el nombramiento por ellos. El prelado, después de examinarlos a todos atentamente, preguntó si no quedaba otro monje perteneciente al convento. Entonces se acordaron del hermano Zósimo, a quien habían dejado al cuidado del santuario y de la puerta. Se envió a buscarlo y no bien el obispo puso sus ojos en él, exclamó: «He aquí al que ha escogido el Señor». De esta suerte, Zósimo fue nombrado abad y unos días más tarde, el obispo le ordenó de sacerdote. Su biógrafo cuenta que gobernó el monasterio de Santa Lucía con tal sabiduría, amor y prudencia, que superó a todos sus predecesores y a todos sus sucesores. Cuando la sede de Siracusa quedó vacante, en 649, el pueblo eligió a Zósimo, quien, sin embargo, no quiso ser elevado a tal dignidad, en tanto que el clero elegía a un sacerdote llamado Vanerio, hombre vano y ambicioso. Se acudió al Papa Teodoro, que se decidió por Zósimo y lo consagró. Durante su episcopado, el santo fue notable por su celo en la enseñanza del pueblo y por su generosidad con los pobres; pero es difícil juzgar el valor histórico de las anécdotas que se cree fueron compiladas por un biógrafo contemporáneo. San Zósimo murió alrededor del año 660, a una edad cercana a los noventa años.
Hay una vida en latín, corta y fragmentaria, publicada en el Acta Sanctorum, marzo, vol. III. Ver también Cayetano, Vitae Sanctorum Sicul., vol. I, pp. 226-231 y notar 181-183. Gams lo describe como un benedictino, pero no es así; Mabillon dice que fue un «basiliano».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1045

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