San Juan Clímaco, abad
fecha: 30 de marzo
n.: c. 570/579 - †: 649 - país: Egipto
otras formas del nombre: Juan el Sinaíta, Juan Escolástico, Juan de la Escala (traducción de «Clímaco»)
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: c. 570/579 - †: 649 - país: Egipto
otras formas del nombre: Juan el Sinaíta, Juan Escolástico, Juan de la Escala (traducción de «Clímaco»)
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monte Sinaí, san Juan, abad, que
compuso la célebre obra «Escala del Paraíso», para la instrucción de los
monjes, en la que señalaba el camino del progreso espiritual a modo de una
ascensión por treinta peldaños hacia Dios, debido a lo cual recibió el
sobrenombre de «Clímaco».
refieren a este santo: San Anastasio
del Monte Sinaí
«La Escala al Paraíso» fue un libro
inmensamente popular en la Edad Media que logró para su autor, Juan el
Escolástico, el sobrenombre de «Clímaco», por el que es generalmente conocido
[ya que «climax» en latín es «subida»]. El origen del santo se pierde en la
oscuridad, pero posiblemente procedía de Palestina y se dice que fue discípulo
de san Gregorio
Nacianceno. A la edad de dieciséis años, se unió a los monjes
establecidos en el Monte Sinaí. Después de cuatro años que pasó probando su
virtud, el joven novicio profesó y fue puesto bajo la dirección de un hombre
santo llamado Martirio. Guiado por su padre espiritual, dejó el monasterio y se
instaló en una ermita cercana, aparentemente para acostumbrarse a dominar la
tendencia a perder el tiempo en ociosas conversaciones. Al mismo tiempo, nos
dice que, bajo la dirección de un director prudente, logró salvar obstáculos
que no habría podido vencer si hubiera intentado hacerlo por sí solo. Tan
perfecta fue su sumisión, que tuvo por regla nunca contradecir a nadie ni
discutir cualquier argumento que sostuvieran aquellos que lo visitaban en su
soledad. Después de la muerte de Martirio, cuando San Juan tenía treinta y
cinco años de edad, abrazó por completo la vida eremítica en Thole, un lugar
solitario, pero suficientemente cercano a una iglesia que le permitiera a él y
a los otros monjes y ermitaños de la región poder asistir los sábados y
domingos al oficio divino y a la celebración de los santos misterios. En este
retiro, el santo pasó cuarenta años, adelantando más y más en el camino de la
perfección. Leía la Biblia con asiduidad, así como a los Padres y fue uno de
los santos más eruditos del desierto; pero todo su propósito era ocultar sus
talentos y esconder las gracias extraordinarias con que el Espíritu Santo había
enriquecido su alma. En su determinación de evitar toda singularidad, tomó
parte en todo aquello que era permitido a los monjes de Egipto, pero se
alimentaba tan frugalmente, que más parecía probar los alimentos que comerlos.
Su biografía refiere con admiración que era tan intensa su compunción, que sus
ojos parecían dos fuentes que nunca cesaran de manar lágrimas y que en la
caverna a la que él acostumbraba retirarse para orar, las rocas resonaban con
sus quejas y lamentaciones.
Era sumamente solicitado como director
espiritual. Ciertamente en una ocasión alguno de los monjes, sus compañeros, ya
fuera por celos o quizás justificadamente, le criticaban por perder el tiempo
en infructuosos discursos. Juan aceptó la acusación como un caritativo consejo
y se impuso un riguroso silencio en el que perseveró cerca de un año. La
comunidad entera le pidió que volviera a ocuparse en dar consejo a los demás y
que no ocultara los talentos que había recibido; de esta suerte, él continuó
impartiendo sus enseñanzas y llegó a ser considerado como otro Moisés en aquel
santo lugar, «ya que subió al monte de la contemplación y habló con Dios, cara
a cara, para después bajar a los suyos, llevando las tablas de la Ley de Dios,
su escala de la perfección». Esta obra, que escribió a petición de Juan, abad
de Raithu, consta de treinta capítulos que ilustran los treinta grados para
alcanzar la perfección religiosa, desde el primer peldaño de la renunciación,
que descansa en los tres pilares de la inocencia, la mortificación y la
templanza, hasta el trigésimo y último escalón, en el que están sentadas las
tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. Su obra trata primero de los
vicios y después de las virtudes y está escrita en forma de aforismos o frases,
ilustradas por muchas curiosas anécdotas de la vida monástica.
Se nos dice que Dios le concedió una
gracia extraordinaria para curar los desórdenes espirituales de las almas.
Entre otros a quienes él ayudó, hubo un monje llamado Isaac, llevado casi al
borde de la desesperación por las tentaciones de la carne. Juan se dio cuenta
de la lucha que sostenía y después de elogiar su fe, dijo: «Hijo mío, acudamos
a la oración». Se postraron ambos en humilde súplica y, desde aquel momento,
Isaac quedó libre de sus tentaciones. Otro discípulo, cierto Moisés, que parece
en algún tiempo haber vivido cerca del santo, después de acarrear tierra para
plantar legumbres, fue vencido por la fatiga y se durmió bajo el ardiente sol,
al amparo de una gran roca. Repentinamente fue despertado por la voz de su
maestro y se precipitó hacia adelante, justo a tiempo para evitar el ser
aplastado por un alud de piedras. San Juan, en su soledad, tuvo conocimiento
del peligro que lo amenazaba y había estado rogando a Dios por su seguridad.
El buen hombre tenía entonces setenta años
de edad, pero a la muerte del abad de Monte Sinaí, fue unánimemente escogido
para sucederle. Poco después, durante una gran sequía, la gente acudió a él como
a otro Elías, rogándole que intercediera ante Dios por ellos. El santo
encomendó su desgracia al Padre de las Misericordias y una abundante lluvia
contestó a sus oraciones. Tal era su reputación, que san Gregorio Magno, que
ocupaba entonces la Silla de San Pedro, escribió al santo abad pidiéndole sus
oraciones y enviándole camas y dinero para el uso de los numerosos peregrinos
que acudían al Monte Sinaí. Durante cuatro años, San Juan gobernó a los monjes
con tino y prudencia. Sin embargo, había aceptado el cargo con cierta renuencia
y encontró manera dé renunciar a él poco antes de su muerte. Había llegado a la
edad de ochenta años, cuando entregó su alma en la ermita que le había sido tan
querida. Jorge, su hijo espiritual, que le había sucedido como abad, rogó al
santo agonizante que no permitiera que ellos dos se separaran. Juan le aseguró
que sus oraciones habían sido oídas y el discípulo siguió a su maestro en el
lapso de pocos días. Además del «Climax» -como se titula su «Escala al
Paraíso»- tenemos otra obra de san Juan: una carta escrita al abad de Raithu,
en la que describe las obligaciones de un verdadero pastor de almas. En el
arte, Juan es siempre representado con una escalera.
Aun cuando existe un antiguo documento,
llamado Vida de San Juan Clímaco, escrito por Daniel, un monje de Raithu, no
contiene, de hecho, más de lo que se encuentra en el Synax. Constant. Todo el
relato es muy oscuro y la nota de F. Nau en el Bizantinische Zeitchrift, vol.
XI (1902), pp. 35-37, debe aceptarse con gran reserva en vista de la crítica de
L. Petit, en DTC., vol. VIII, cc. 690-692. Este último artículo hace probable
que Juan se haya casado durante su juventud y solamente se hizo monje a la
muerte de su esposa. Lo contenido en tales obras, como DCB., y Kirchenlexikon
principalmente, extienden un poco más los escasos datos proporcionados por
Daniel. Ver también Echos d´Orient.
En la Biblioteca de ETF hay una ficha que remite al texto de «la escala espiritual»
En la Biblioteca de ETF hay una ficha que remite al texto de «la escala espiritual»
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1044
San Zósimo de Siracusa, abad y obispo
fecha: 30 de marzo
†: c. 600 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: c. 600 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Siracusa, de Sicilia, san Zósimo,
obispo, que, primero, fue humilde custodio del sepulcro de santa Lucía, y
después, abad del monasterio de esta población.
Los padres de san Zósimo fueron
terratenientes sicilianos que dedicaron a su pequeño hijo al servicio de Santa
Lucía y lo colocaron, cuando tenía siete años, en un monasterio que llevaba el
nombre de la santa, cercano a Siracusa y no lejos de su hogar. Allí su
principal ocupación parece haber sido la de cuidar de las reliquias de la
santa. La obligación no iba con la manera de ser del niño, acostumbrado como
estaba a la vida al aire libre de la granja y, una vez, cuando el abad Fausto
le impuso una tarea especialmente desagradable, huyó a su casa. Fue devuelto
con humillación y la enormidad de su ofensa le abrumaba. Esa noche, en sueños,
vio a Santa Lucía levantarse de su santuario y ponerse de pie junto a él, con
un semblante de enojo. Mientras yacía atemorizado, apareció a un lado la
hermosa figura de Nuestra Señora que intercedía por él y prometía, en su
nombre, que nunca haría de nuevo tales cosas. Al transcurrir el tiempo, Zósimo
se adaptó más a la vida del claustro; las visitas a su hogar se hicieron cada
vez más raras y más breves y se acostumbró al régimen regular de oración,
alabanza y contemplación de los demás monjes.
Durante treinta años vivió casi olvidado.
Entonces murió el abad de Santa Lucía y hubo gran incertidumbre y discusión
sobre la elección de un sucesor. Finalmente, los monjes acudieron al obispo de
Siracusa y le suplicaron que hiciera el nombramiento por ellos. El prelado,
después de examinarlos a todos atentamente, preguntó si no quedaba otro monje
perteneciente al convento. Entonces se acordaron del hermano Zósimo, a quien
habían dejado al cuidado del santuario y de la puerta. Se envió a buscarlo y no
bien el obispo puso sus ojos en él, exclamó: «He aquí al que ha escogido el
Señor». De esta suerte, Zósimo fue nombrado abad y unos días más tarde, el
obispo le ordenó de sacerdote. Su biógrafo cuenta que gobernó el monasterio de
Santa Lucía con tal sabiduría, amor y prudencia, que superó a todos sus
predecesores y a todos sus sucesores. Cuando la sede de Siracusa quedó vacante,
en 649, el pueblo eligió a Zósimo, quien, sin embargo, no quiso ser elevado a
tal dignidad, en tanto que el clero elegía a un sacerdote llamado Vanerio,
hombre vano y ambicioso. Se acudió al Papa Teodoro, que se decidió por Zósimo y
lo consagró. Durante su episcopado, el santo fue notable por su celo en la
enseñanza del pueblo y por su generosidad con los pobres; pero es difícil
juzgar el valor histórico de las anécdotas que se cree fueron compiladas por un
biógrafo contemporáneo. San Zósimo murió alrededor del año 660, a una edad
cercana a los noventa años.
Hay una vida en latín, corta y
fragmentaria, publicada en el Acta Sanctorum, marzo, vol. III. Ver también
Cayetano, Vitae Sanctorum Sicul., vol. I, pp. 226-231 y notar 181-183. Gams lo
describe como un benedictino, pero no es así; Mabillon dice que fue un
«basiliano».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
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