San Esteban Harding, abad
fecha: 28 de marzo
fecha en el calendario anterior: 17 de abril
n.: c. 1060 - †: 1134 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Gregorio XV 1623
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 17 de abril
n.: c. 1060 - †: 1134 - país: Francia
canonización: Conf. Culto: Gregorio XV 1623
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En el monasterio de Cister, en Borgoña,
san Esteban Harding, abad, que, junto con otros monjes, llegó de Molesmes y
estuvo, más tarde, al frente de este célebre cenobio, donde instituyó a los
hermanos conversos, recibió a san Bernardo con treinta compañeros y fundó doce
nuevos monasterios, uniéndolos con el vínculo de la Carta de Caridad, para que
no hubiese discordia alguna entre ellos, de modo que los monjes actuasen con
unidad de amor, de Regla y con similares costumbres.
refieren a este santo: San Alberico, San Roberto de
Molesmes
San Esteban Harding, el inglés que
colaboró en la fundación del monasterio de Citeaux y dio la forma definitiva a
las constituciones de la Orden Cisterciense, se educó en la abadía de
Sherborne, en Dorsetshire. No sabemos nada sobre sus padres ni sobre su familia.
Según parece, al salir de la abadía no estaba decidido a hacerse monje. Primero
fue a Escocia y luego a París, probablemente a estudiar y a conocer el mundo.
Hizo un viaje a Roma con un amigo; en realidad se trataba de una peregrinación
propiamente dicha, pues ambos jóvenes recitaban diariamente juntos todo el
salterio. A la vuelta, al pasar por un bosque de Borgoña, llegaron a una
especie de aldea de toscas cabañas. Los habitantes eran monjes que llevaban
vida de pobreza y dividían su tiempo entre la oración y el rudo trabajo manual.
Su abnegación y austeridad conquistaron a san Esteban, quien se despidió de su
amigo y se quedó a vivir con los monjes en Molesmes. Allí encontró Esteban en san Roberto,
el abad, y san Alberico,
el prior, espíritus semejantes al suyo; para los tres era motivo de consuelo la
comunión de plegaria y mortificación y la pobreza en que vivían, que en ciertas
ocasiones llegaba a la carencia absoluta de todo. Sin embargo, al cabo de
algunos años, el espíritu de la comunidad había bajado y, en 1098, el abad
Roberto, acompañado de Alberico, Esteban y otros cuatro monjes, fue a Lyon a ver
al arzobispo Hugo, que era también el delegado pontificio en Francia, para
pedirle permiso de abandonar Molesmes. El arzobispo comprendió sus razones y,
en un documento cuyo contenido ha llegado hasta nosotros, les dio el permiso
que solicitaban. San Roberto dispensó a los monjes del voto de obediencia a él
y partió de Molesmes con veinte de los suyos. No sabemos exactamente si erraron
al acaso, o si ya desde antes habían escogido para la nueva fundación el sitio
más solitario y salvaje que conocían. Como quiera que fuese, llegaron a
Citeaux, que no era entonces más que un prado perdido en el bosque, lejos de la
civilización. Rainaldo, el señor de aquellas tierras, les regaló de buena gana
el prado y Odón, el duque de Borgoña, a quien el arzobispo Hugo había puesto al
tanto del asunto, les envió algunos albañiles para que los ayudasen en la
construcción del monasterio.
El 21 de marzo de 1098, se inauguró la
nueva abadía; Roberto era el abad, Alberico el prior y Esteban el subprior.
Pero el año siguiente, los monjes de Molesmes, que necesitaban mucho a su
antiguo abad, pidieron a Roma que mandase volver a Roberto. En realidad,
Roberto no había sido nunca la cabeza del movimiento de Citeaux y parece que
volvió con gusto a Molesmes, a juzgar por la alusión que se encuentra en una
carta de la época a la «habitual versatilidad» de Roberto. Alberico fue
nombrado abad de Citeaux y Esteban prior. Pero las dificultades de la nueva
fundación estaban apenas empezando. La transformación del bosque en tierra
laborable tomó cierto tiempo y los monjes atravesaron algunos períodos de gran
estrechez; pero no perdieron el ánimo y siguieron sirviendo a Dios en la
práctica de la regla de san Benito, con algunas modificaciones que tendían a
hacerla aún más rigurosa.
En 1109, murió san Alberico y Esteban le
sucedió en el cargo de abad. En su primer decreto prohibió que los magnates
tuviesen cortes en Citeaux, aunque con ello privaba a la abadía de su principal
apoyo humano y se malquistó, durante algún tiempo, con el duque Hugo, el sucesor
de Odón. Su segundo decreto fue todavía más severo, pues prohibió el uso de
objetos costosos en la liturgia y suprimió toda pompa; los cálices debían ser
simplemente plateados, las casullas de tejido ordinario, etc. El efecto
inmediato de estas medidas fue disminuir el número de visitantes y, sobre todo,
el número de novicios, cosa que ya desde antes preocupaba a los monjes. Así,
llegó el día en que el monasterio se hallaba prácticamente en la miseria, pero
los monjes permanecieron leales a su superior. Entonces el abad, en un acto de
total confianza en Dios, mandó a uno de los monjes al mercado de Vézelay a
comprar tres carros y tres caballos y le ordenó que los cargase con víveres.
Cuando el monje le pidió el dinero necesario, el abad replicó que sólo tenía
tres céntimos. El monje partió obedientemente; al llegar a Vézelay contó a un
amigo suyo la situación en que se hallaba. El buen hombre corrió al punto a la
cabecera de un rico vecino, que estaba en su lecho de muerte y consiguió que
éste pagase toda la mercancía. Sin embargo, el número de monjes seguía
disminuyendo en Citeaux. Una misteriosa epidemia empezó a diezmar a los que
quedaban, de suerte que Esteban, a pesar de su heroico valor, no pudo menos de
preguntarse si estaba haciendo realmente la voluntad de Dios. En esa situación,
pidió a un monje moribundo que, si Dios se lo permitía, volviese de la tumba a
iluminarle sobre la voluntad del Señor. Poco después de su muerte, el monje se
apareció a Esteban, cuando éste iba a partir al campo, y le dijo que Dios no
sólo estaba contento de su manera de proceder, sino que el monasterio se vería
muy pronto lleno de monjes que, «como abejas afanosas que revolotean alrededor
de la colmena, irían a fundar nuevas colonias en diversas partes del mundo».
Satisfecho con esa respuesta del cielo, Esteban aguardó pacientemente el
cumplimiento de la profecía. ¡Pero nadie hubiera podido prever hasta qué punto
se iba a cumplir!
Un día se presentaron a la puerta del
monasterio treinta jóvenes, quienes manifestaron al asombrado portero que
habían ido a solicitar la admisión en la vida religiosa. Todos eran de noble
linaje, en el pleno vigor de la juventud. El que capitaneaba al grupo, era un
mozo de singular apostura, llamado Bernardo. Sintiéndose llamado a la vida religiosa
y no queriendo separarse de sus amigos y parientes, se había ganado, uno tras
otro, a sus hermanos, a un tío y a varios de sus conocidos. Después de ese
momento culminante, el monasterio no tuvo que temer ya ni la falta de novicios,
ni el hambre, pues Francia entera empezó a admirar al Cister. También fue el
momento culminante en la vida de san Esteban. A partir de ese momento, casi
desapareció de los ojos del mundo, entregado como estaba a dos grandes tareas:
la formación de san Bernardo y
la redacción de las constituciones de la Orden Cisterciense. El número de
novicios obligó pronto a los monjes a fundar una nueva abadía en Pontigny, a la
que siguieron las de Morimond y Claraval. Para gran sorpresa de todos, Esteban
nombró a Bernardo abad de Claraval, aunque éste no tenía más que veinticuatro
años. Con el objeto de mantener los lazos entre Citeaux y sus filiales, san
Esteban dispuso que todos los abades se reuniesen cada año en capítulo general.
En 1119, había ya nueve abadías dependientes de Citeaux y Claraval. Entonces,
san Esteban redactó los estatutos, conocidos con el nombre de «Carta de
Caridad», que organizaban la Orden Cisterciense y determinaban su modo de vida.
Siendo ya muy viejo y casi ciego, san
Esteban renunció al báculo abacial para prepararse a morir. Ya en su lecho de
muerte, oyó a unos monjes decir, en tono de alabanza, que sin duda iba a
presentarse sin temor al juicio de Dios; irguiéndose entonces en el lecho, les
dijo: «Os aseguro que voy a presentarme ante Dios con temor y temblor, como si
ninguna cosa buena hubiese hecho en mi vida, porque lo que pude haber hecho de
bueno y el fruto que haya podido recoger, son obra de la gracia de Dios. Tengo
miedo de haber administrado la gracia con menos celo y humildad de lo que
debiera». Esas fueron sus últimas palabras. Nunca hubo, propiamente hablando,
una canonización formal, pero el Card. Baronio inscribió su nombre en el
Martirologio Romano, y el capítulo general de la Orden confirmó su culto en
1623.
Los materiales para el estudio de la
primitiva historia de la Orden del Cister son relativamente numerosos. Los
principales son el Exordium Parvum, el Exordium Magnum, las crónicas de
Guillermo de Malmesbury y Ordericus Vitalis y una vida de san Roberto de
Molesmes. El P. Dalgairns publicó en la colección Lives of English Saints, una
excelente biografía de san Esteban Harding, reeditada en 1898 con algunas notas
por el P. Herbert Thurston, y en 1946, en los Estados Unidos, Gregor Müller
escribió varios artículos importantes sobre los primeros años de Citeaux en Die
Cistercienser-Chronik; ver sobre todo eI que se titula Citeaux unter dem Abte
Alberich, vol. XXI (1909), nn. 239-243. Sobre la Carta de Caridad, véase D.
Knowles, The Monastic Order in England (1949), pp. 208-216.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1026
Beato Conón, monje
fecha: 28 de marzo
†: 1236 - país: Italia
otras formas del nombre: Conone de Naso, san Cono
canonización: Conf. Culto: Urbano VIII 1630
hagiografía: Santi e Beati
†: 1236 - país: Italia
otras formas del nombre: Conone de Naso, san Cono
canonización: Conf. Culto: Urbano VIII 1630
hagiografía: Santi e Beati
En Naso, cerca de Mesina, en la isla de
Sicilia, beato Conón, monje, el cual, de regreso de una peregrinación a los
Santos Lugares, al encontrar difuntos a sus padres, distribuyó su hacienda
familiar entre los indigentes y abrazó la vida eremítica, según la disciplina
de los monjes orientales.
patronazgo: protector contra males de oído y
nariz.
Faltan documentos antiguos que nos
informen sobre su vida. La leyenda que poseemos, que podría provenir de
escritos anteriores, lo señala como nacido en tiempos del Rogelio II, rey de
Sicilia entre 1130 y 1154. Hecho monje basiliano, realizó una peregrinación a
Jerusalén, pero a su regreso encontró a sus padres muertos, por lo que
distribuyó todos sus bienes entre los pobres y adoptó vida eremítica. Murió el
28 de marzo de 1236, y se le atribuyeron gran cantidad de milagros, algunos
fantasiosos. Además de esta fecha, recibe culto el 3 de junio y el 1 de
septiembre, por motivos no del todo claros. Su culto fue confirmado en 1630 por
el papa Urbano VIII.
La leyenda de Conón se divulgó por medio
de relatos populares, como la «Vita, miracoli et morti dello beato Cono da
Naso», redactada en 1549 y de la que nos ha llegado una edición de 1556. En el
folclore de la región se lo representa en su fiesta con una figura
particularmente desagradable (ojos grandes y saltones, nariz aquilina, labios
gruesos, etc.), como encargado que es de espantar el mal; esto ha pasado al
refranero popular, para referirse a las personas feas: «Avi 'a facci 'i san
Conu» («tienen la pinta de un san Cono»). Posiblemente los patronazgos
provengan de esa representación, donde destacan orejas y nariz particularmente
grandes. Parece que la cuestión proviene de uno de sus milagros, según el cual
los turcos que amenazaban el pueblo huyeron cuando el santo se les apareció en
forma de una figura espantosa.
Una de las fechas de celebración, 3 de
junio, coincide con la de otro san Cono, de Lucania (Basilicata), también en
Italia, igualmente monje y del siglo XIII, por lo que no es raro que algunas tradiciones
referidas a uno y otro parezcan mezcladas.
Ver principalmente el artículo de Pietro
Burchi y Maria Vittoria Brandi en Enciclopedia dei Santi.
fuente: Santi e Beati
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