Santa María Egipcíaca, penitente
fecha: 1 de abril
fecha en el calendario anterior: 2 de abril
†: s. V - país: Jordania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 2 de abril
†: s. V - país: Jordania
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Palestina, santa María Egipcíaca,
célebre pecadora de Alejandría, que por la intercesión de la Bienaventurada
Virgen se convirtió a Dios en la Ciudad Santa, y llevó una vida penitente y
solitaria a la otra orilla del Jordán.
patronazgo: patrona de los pecadores
arrepentidos y penitentes; protectora para la fiebre.
Según parece, la biografía de santa María
Egipciaca se basa en un corto relato, bastante verosímil, que forma parte de la
«Vida de San Ciriaco», escrita por su discípulo Cirilo de Escitópolis. El santo
varón se había retirado del mundo con sus seguidores y, según se dice, vivía en
el desierto al otro lado del Jordán. Un día, dos de sus discípulos divisaron a
un hombre escondido entre los arbustos y le siguieron hasta una cueva. El
desconocido les gritó que no se acercasen, pues era mujer y estaba desnuda; a
sus preguntas, respondió que se llamaba María, que era una gran pecadora y que
había ido allí a expiar su vida de cantante y actriz. Los dos discípulos fueron
a decir a San Ciriaco lo que había sucedido. Cuando volvieron a la cueva,
encontraron a la mujer muerta en el suelo y la enterraron allí mismo. Este
relato dio origen a una complicada leyenda muy popular en la Edad Media, que se
halla representada en los ventanales de las catedrales de Bourges y de Auxerre.
Podemos resumirla así:
Durante el reinado de Teodosio, el Joven,
vivía en Palestina un santo monje y sacerdote llamado Zósimo. Tras de servir a
Dios con gran fervor en el mismo convento durante cincuenta y tres años, se
sintió llamado a trasladarse a otro monasterio en las orillas del Jordán, donde
podría avanzar aún más en la perfección. Los miembros de ese monasterio
acostumbraban dispersarse en el desierto, después de la misa del primer domingo
de cuaresma, para pasar ese santo tiempo en soledad y penitencia, hasta el
Domingo de Ramos. Precisamente en ese período, hacia el año 430, Zósimo se
encontraba a veinte días de camino de su monasterio; un día, se sentó al
atardecer para descansar un poco y recitar los salmos. Viendo súbitamente una
figura humana, hizo la señal de la cruz y terminó los salmos. Después levantó
los ojos y vio a un ermitaño de cabellos blancos y tez tostada por el sol; pero
el hombre echó a correr cuando Zósimo avanzó hacia él. Este le había casi dado
alcance, cuando el ermitaño le gritó: «Padre Zósimo, soy una mujer; extiende tu
manto para que puedas cubrirme y acércate». Sorprendido de que la mujer supiese
su nombre, Zósimo obedeció. La mujer respondió a sus preguntas, contándole su
extraña historia de penitente: «Nací en Egipto -le dijo-. A los doce años de
edad, cuando mis padres vivían todavía, me fugué a Alejandría. No puedo
recordar sin temblar los primeros pasos que me llevaron al pecado ni los
excesos en que caí más tarde». A continuación le contó que había vivido como
prostituta diecisiete años, no por necesidad, sino simplemente para satisfacer
sus pasiones. Hacia los veintiocho años de edad, se unió por curiosidad a una
caravana de peregrinos que iban a Jerusalén a celebrar la fiesta de la Santa
Cruz, aun en el camino se las arregló para pervertir a algunos peregrinos. Al
llegar a Jerusalén, trató de entrar en la iglesia con los demás, pero una
fuerza invisible se lo impidió. Después de intentarlo en vano dos o tres veces
más, se retiró a un rincón del atrio y, por primera vez reflexionó seriamente
sobre su vida de pecado. Levantando los ojos hacia una imagen de la Virgen
María, le pidió con lágrimas que le ayudase y prometió hacer penitencia.
Entonces pudo entrar sin dificultad en la iglesia a venerar la Santa Cruz.
Después volvió a dar gracias a la imagen de Nuestra Señora y oyó una voz que le
decía: «Ve al otro lado del Jordán y allí encontrarás el reposo».
Preguntó a un panadero por dónde se iba al
Jordán y se dirigió inmediatamente al río. Al llegar a la iglesia de San Juan
Bautista, en la ribera del Jordán, recibió la comunión y, en seguida cruzó el
río y se internó en el desierto, en el que había vivido cuarenta y siete años,
según sus cálculos. Hasta entonces no había vuelto a ver a ningún ser humano;
se había alimentado de plantas y dátiles. El frío del invierno y el calor del
verano le habían curtido y, con frecuencia había sufrido sed. En esas ocasiones
se había sentido tentada de añorar el lujo y los vinos de Egipto, que tan bien
conocía. Durante diecisiete años se había visto asaltada de éstas y otras
violentas tentaciones, pero había implorado la ayuda de la Virgen María, que no
le había faltado nunca. No sabía leer ni había recibido ninguna instrucción en
las cosas divinas, pero Dios le había revelado los misterios de la fe. La
penitente hizo prometer a Zósimo que no divulgaría su historia sino hasta
después de su muerte y le pidió que el próximo Jueves Santo le trajese la
comunión a la orilla del Jordán.
Al año siguiente, Zósimo se dirigió al
lugar de la cita, llevando al Santísimo Sacramento y el Jueves Santo divisó a
María al otro lado del Jordán. La penitente hizo la señal de la cruz y empezó a
avanzar sobre las aguas hasta donde se hallaba Zósimo. Recibió la comunión con
gran devoción y recitó los primeros versículos del «Nunc dimittis» (Cántico de
Simeón). Zósimo le ofreció una canasta de dátiles, higos y lentejas dulces,
pero María sólo aceptó tres lentejas. La penitente se encomendó a sus oraciones
y le dio las gracias por lo que había hecho por ella. Finalmente, después de
rogarle que volviese al año siguiente al sitio en que la había visto por
primera vez, María pasó a la otra ribera, en la misma forma en que había
venido. Cuando fue Zósimo al año siguiente al sitio de la cita, encontró el
cuerpo de María en la arena; junto al cadáver estaban escritas estas palabras:
«Padre Zósimo, entierra el cuerpo de María la Pecadora. Haz que la tierra
vuelva a la tierra y pide por mí. Morí la noche de la Pasión del Señor, después
de haber recibido el divino Manjar». El monje no tenía con qué cavar, pero un
león vino a ayudarle con sus zarpas a abrir un agujero en la arena. Zósimo tomó
su manto, que consideraba ahora como una preciosa reliquia y regresó, para contar
a sus hermanos lo sucedido. Siguió sirviendo a Dios muchos años en su
monasterio y murió apaciblemente a los cien años de edad.
Esta leyenda se difundió mucho y alcanzó
gran popularidad en el Oriente. Según parece, San Sofronio, patriarca de
Jerusalén, que murió en el año 638, fue quien le dio forma definitiva. Sofronio
tenía a la vista dos textos: la digresión que Cirilo de Escítópolis introdujo
en su Vida de San Ciriaco y una leyenda semejante relatada por Juan Mosco en
«El Prado Espiritual». Tomando numerosos datos de la vida de San Pablo de
Tebas, dicho autor construyó una leyenda de dimensiones respetables. San Juan
Damasceno, que murió o mediados del siglo VIII, cita largamente la Vida de
Santa María Egipciaca, que considera aparentemente como un documento auténtico.
Un poema medieval con la «Vida de Santa María Egipcíaca» reproduce así la
oración de la penitente a la Virgen en la iglesia de la Santa Cruz:
Tornó la cara on sedia,
vio huna ymagen de Santa María.
La ymagen bien figurada
en su mesura taiada;
María, quando la vio,
leuantósse en pie; ant ella se paró.
Los ynogos ant ella fincó,
tan con uerguença la cató.
A tan piadosamente la reclamó, e dixo:
«¡Ay, duenya, dulçe madre,
que en el tu vientre touiste al tu padre,
Sant Gabriel te aduxo el mandado,
e tul respondiste con gran recabdo;
tan bueno fue aqueil día,
que él dixo: Aue María,
en ti puso Dios ssu amança,
llena fuste de la su gracia.
En ti puso humanidat
el fidel Rey de la magestat.
Lo que él dixo tú lo otorgueste,
e por su ançilla te llameste;
por esso eres del çiello reyna,
tú seyas oy de mi melezina.
A mis llagas, que son mortales,
non quiero otros melezinables.
En tu fijo metre mi creyença,
tornarme quiero a penitencia.
Tornar-me quiero al mío Senyor,
a tu metre por fiador,
en toda mi vida lo seruiré,
iamás del non me partiré;
entiéndeme duenya esto que yo te fablo
que me parto del diablo,
e de sus companyías,
que non lo sierua en los míos días.
E dexaré aquesta vida,
que mucho la e mantenida;
e ssiempre auré repintençia,
mas faré graue penitençia.
Creyó bien en mi creyençia.
que Dios fue en tu nasçençia;
en ti priso humanidat,
tú non perdiste virginidat.
Grant marauilla fue del padre
que su fija fizo madre;
e fue marauillosa cosa
que de la espina sallió la rosa.
Et de la rosa ssallió friçió,
porque todo el mundo saluó.
Virgo, reyna, creyo por ti
que si al tu fiio rogares por mí,
si tú pides aqueste don,
bien ssé que hauré perdón.
Si tú con tu fijo me apagas,
bien sanaré de aquestas plagas.
Virgo, por quien tantas marauillas sson,
acába-me este perdón.
Virgo, en pos partum virgo,
acábame amor del tu fiio.»
H. Leclercq, en Dictionnaire d'Archéologie
chrétienne et de Liturgie, vol. X (1932), cc. 2128-2136, presenta toda la
cuestión y da una bibliografía muy nutrida. Ver también Acta Sanctorum, abril,
vol. I; y A. B. Bujila Rutebeuf; La Vie de Sainte Marie l'Egyptienne (1949). El
poema medieval, que no formaaba parte del artículo del Butler, proviene de un
manuscrito de fines del siglo XIV que se conserva en El Escorial, y que tomamos
de «Los mejores textos sobre la virgen María», por Pie Regamey, Ed. Patmos, 1992,
pág 96ss.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1331 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1065
San Valerico o Valerio, presbítero
fecha: 1 de abril
†: s. VII - país: Francia
otras formas del nombre: Walarich, Valéry
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. VII - país: Francia
otras formas del nombre: Walarich, Valéry
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Lauconne, cerca de Amiens, en la
Galia, san Valerico o Valerio, presbítero, que atrajo a no pocos compañeros
hacia la vida eremítica.
patronazgo: patrono de los pescadores.
San Valerio nació en Auvernia, en el seno
de una familia humilde. El santo, que era pastor, se las arregló para aprender
a leer mientras cuidaba el ganado y llegó a conocer de memoria el salterio. Un
día, su tío le llevó a visitar el monasterio de Autum; Valerio insistió en
quedarse y su tío le permitió continuar allí su educación, aunque no es del
todo cierto que el santo haya tomado el hábito en ese convento. Algunos años
después, pasó a la abadía de San Germán de Auxerre; pero no parece que haya
vivido allí mucho tiempo. En aquella época los monjes podían pasar libremente
de un convento a otro; algunos eran simplemente espíritus inquietos, incapaces
de establecerse en un sitio, pero otros cambiaban de monasterio por verdadero
espíritu de perfección, en busca de directores espirituales capaces de
ayudarlos a santificarse. San Valerio se contaba entre estos últimos. La fama
de san Columbano y
sus discípulos le movió a ir a Luxueil para ponerse bajo la dirección del gran
santo irlandés. Con él fue su amigo Bobo, un noble a quien Valerio había
convertido y que abandonó todas sus posesiones para seguirle. Ambos se
establecieron en Luxeuil, donde encontraron el director espiritual y la forma
de vida que necesitaban. San Valerio estaba encargado de cultivar una parte del
huerto. Los otros monjes consideraron como un milagro que los insectos no
atacasen la parte del huerto confiada a Valerio, en tanto que devastaban todo
el resto; también parece que esto fue lo que movió a san Columbano, quien tenía
ya una idea muy elevada de la santidad de Valerio, a admitirle a la profesión
después de un noviciado excepcionalmente breve.
El rey Teodorico expulsó al abad del
monasterio y sólo permitió que partiesen con él los monjes irlandeses y
bretones. San Valerio, que no quería quedarse en el monasterio sin su maestro,
obtuvo permiso de acompañar a un monje llamado Waldolano, quien iba a partir a
una misión de evangelización. Se establecieron en Neustria, donde predicaron
con gran libertad; la elocuencia y los milagros de Valerio lograron numerosas
conversiones. Sin embargo, el santo se sintió pronto llamado de nuevo a
retirarse del mundo, esta vez a la vida eremítica. Siguiendo el consejo del
obispo Bercundo, escogió un sitio solitario cerca del mar, en la desembocadura
del río Somme. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos por ocultarse, no consiguió
permanecer ignorado; pronto se le reunieron algunos discípulos y las celdas
empezaron a multiplicarse en lo que más tarde se convertiría en la célebre
abadía de Leuconay. San Valerio partía, de vez en cuando, a predicar misiones
en la región; obtuvo un éxito tan grande, que se cuenta que evangelizó no sólo
lo que ahora se llama Pas-de-Calais, sino toda la costa oriental del estrecho.
San Valerio era alto y de figura ascética;
su singular bondad suavizó la rigidez de la regla de san Columbano con
excelentes resultados. Los animales acudían a él sin temor: los pájaros iban a
posarse sobre sus hombros y a comer en sus manos; en más de una ocasión, el
buen abad dijo a los que iban a visitarle: «Dejad comer en paz a estas
inocentes criaturas de Dios». San Valerio gobernó el monasterio durante seis
años por lo menos y murió hacia el año 620. Los numerosos milagros que obró
después de su muerte, contribuyeron a propagar rapidamente su culto. Dos
poblaciones francesas le deben su nombre: Saint-Valéry-sur-Somme y Saint-Valéry-en-Caux.
Ricardo Corazón de León trasladó las reliquias del santo a esta última ciudad,
que se halla en Normandía, pero más tarde fueron nuevamente llevadas a
Saint-Valéry-sur-Somme, a la abadía de Leuconay. Guillermo el Conquistador
mandó exponer solemnemente sus reliquias para obtener del cielo un viento
favorable a fin de que zarpara su expedición a Inglaterra.
Se dice que Raginberto, quien fue abad de
Leuconay poco después de la muerte de san Valerio, escribió su biografía. Hasta
hace algún tiempo, se pensaba que un autor posterior había conservado todo lo
sustancial de dicha biografía, cambiando únicamente el estilo; pero Bruno
Krusch parece haber demostrado que la obra de ese autor posterior, data del
siglo XI y que se basa en otros documentos hagiográficos que no tienen nada que
ver con san Valerio. Ver Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol.
IV, pp. 157-175; ahí se encontrará un texto más moderno que el de los
bolandistas y el de Mabillon. Pueden verse algunas críticas de la edición de B.
Krusch en Wattenbach-Levison, Deutschlands Geschichtsquellen im Mittelalter
Vorzeit und Karolinger, vol. I (1952), p. 137. En la imagen: san Valerio se le
aparece a Hugo Capeto, de las Grandes Crónicas de Francia, siglo XIV.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 480 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1066
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