San Pamaquio, el sufrido.
San Pamaquio, confesor. 30 de agosto.
Probablemente hubiera pasado desapercibido Pamaquio, a pesar de
ser un cristiano ejemplar, de no ser por su relación con el tempestuoso San Jerónimo (30 de septiembre y 9 de mayo,
invención y traslación de las reliquias). Perteneció a la Gens Camilla, y
de joven fue educado en la gentilidad. Conoció las artes, la retórica y, por
interés más que por devoción, también se formó en la lectura de las Sagradas
Escrituras. Fue siendo estudiante cuando conoció a San Jerónimo. En 370 terminó
sus estudios y sobre 374 entró en el Senado, cuerpo en el que llegó a ser
procónsul. Entre 385 y 388 casó con santa
Paulina (30 de agosto),
hija de Santa Paula (27 de enero), la fiel y
paciente discípula de Jerónimo. En 393 murió Paulina y Pamaquio se entregó a la
caridad, donando sus cuantiosos bienes a los pobres de Roma. Junto a Santa Fabiola (27 de diciembre) construyó
un hospital en el puerto de Ostia, para acoger a los extranjeros que llegaban
enfermos y no se les permitía entrar a la ciudad por miedo a contagios. Las
ruinas de este hospital pueden visitarse aún hoy. Visitaba diariamente este
hospital y siempre estaba rodeado de mendigos y niños pobres que reclamaban su
atención. Y junto con la limosna, se llevaban la atención, la escucha, la
palabra atenta y la caricia pertinente. Fue también apóstol de la palabra, pues
escribió algunas obras apologéticas, llegando a convertir a algunos de los
principales herejes donatistas. San
Agustín (28 de agosto; 24
de abril, bautismo; 29 de febrero, traslación de las reliquias a Pavía; 5 de
mayo, conversión; 15 de junio, en la Iglesia oriental) le elogia en una
carta, que reproduzco íntegra, por su valía (más que lo que yo pueda escribir):
“Agustín saluda en el Señor a
Pammaquio, señor eximio y justamente digno de ser acogido, e hijo amadísimo en
las entrañas de Cristo:
Tus buenas obras germinan con la gracia de Cristo y te han hecho
para nosotros muy honorable, famoso y amadísimo entre sus miembros. Si viese yo
tu semblante cada día, no te conocería mejor que cuando miré y conocí, reconocí
y amé tu interior, decorado con la hermosura de la paz, radiante con el brillo de
la verdad, en el candor de un solo hecho que presencié. A éste hablo, a éste
escribo ahora, a éste, querido amigo mío que se ha mostrado a mí, aunque está
ausente en cuanto al cuerpo. Sin embargo, ya antes estábamos juntos, vivíamos
reunidos bajo una misma Cabeza. Si no vivieras arraigado en el amor de la
misma, no te resultaría tan amada la unidad católica, no hubieses amonestado
con tales palabras ni hubieses animado con tal fervor de espíritu a tus colonos
africanos, establecidos en ese país en que nació el furor donatista, es decir,
en el centro de la Numidia consular. Les amonestaste con palabras, les animaste
con gran fervor espiritual a que siguiesen lo que pensaban que un varón tan
destacado y grande como tú sólo podía aceptar después de haber reconocido la
verdad. Separados de ti por tan larga distancia de lugar, hablan de marchar
bajo la misma Cabeza y ser contados para siempre contigo entre los miembros de
ella los que por su precepto te sirven y obedecen temporalmente.
Reconociéndote y abrazándote en esta hazaña tuya, me regocijé
para felicitarme contigo en nuestro Señor Jesucristo y enviarte esta carta de
congratulación, como índice de mi corazón y amor. Ya no pude hacer más. Pero te
ruego que no midas por ella la fuerza de mi amor. Trasciende tú la carta,
después de leerla, con un vuelo invisible, que se realiza en el interior;
llégate con el pensamiento hasta mi pecho y mira lo que aquí se piensa de ti.
Al ojo de la caridad se abrirá el sagrario de la caridad, que tengo cerrado
para las bagatelas tumultuosas del siglo cuando allí adoro a Dios. Aquí
descubrirás los deleites de mi alegría por tan buena obra tuya, deleites que no
puedo manifestar con la palabra ni expresar con la pluma; deleites ardientes e
inflamados en el sacrificio de alabanza de aquel que te inspiró el querer y te
ayudó a poder. Gracias a Dios por tan inefable don.
¡Oh, cuántos senadores hay que, como tú, son hijos de la santa
Iglesia! Deseo que realicen en África una empresa semejante a la que celebro
por ti. Pero es harto difícil exhortarlos a ellos, mientras nada se arriesga
felicitándote a ti. Quizá ellos nada harán, y hasta podrían poner asechanzas
para engañar a los débiles, como si en su ánimo estuviésemos ya vencidos por
los enemigos de la Iglesia. En cambio, tú hiciste de tu parte algo para
confusión de esos enemigos y para alcanzar la libertad de los débiles. Por eso
me contento con que leas tú mismo con amistosa confianza esta carta a los que
puedas hacerlo con derecho cristiano. Estimulados por tu ejemplo, podrán creer
que puede hacerse en África lo que quizás actualmente piensan que no se puede
lograr, y por eso se retraen. En cambio, no quiero contarte las insidias que
los herejes traman con torcido corazón; me he burlado de ellos porque piensan
que valen algo en la posesión de Cristo. Pero podrán contártelas mis hermanos.
Los recomiendo con interés a tu excelsitud, para que no alimenten un temor
superfluo en esta tan grande e inopinada alegría que celebramos por la salud de
esos hombres tuyos. Por ellos exulta, gracias a ti, la Madre Católica.”
Su amistad con San Jerónimo se vio enturbiada por la radicalidad
de este último, propicio a defender la verdad católica con rudeza e ironía. La
cuestión fue que Pamaquio pidió a Jerónimo refutase a Joviniano, hereje que
negaba la excelencia de la virginidad. Jerónimo respondió encendidamente al
hereje, pero para valorar la castidad y la elección virginal denigró el
sacramento del matrimonio y la vida conyugal, lo cual, por supuesto, ofendió a
Pamaquio y otros cristianos casados, que se sintieron ofendidos ante las
consideraciones de Jerónimo. La respuesta de este fue su “Apología a Pamaquio”,
donde aunque rebaja el tono, sigue considerando la vida matrimonial inferior a
la virginidad. También se vio Pamaquio envuelto en la polémica entre Jerónimo y
Rufino, sacerdote erudito, entusiasta de Orígenes, con el que Jerónimo tuvo
años de discrepancia. Todo por malentendidos, pues Rufino en realidad no
compartía las herejías que algunos predicaban partiendo erróneamente de los
escritos de Orígenes. Pero para San Jerónimo, que también había sido amante de
estos escritos, el hecho de que hubiera herejías que tomaban a Orígenes como
principio, ya le supuso emprender una guerra contra las obras de Orígenes y
todo aquel que las promoviese.
Volviendo a Pamaquio. Algunos dicen que ya viudo fue monje, o presbítero, pero lo más certero es que permaneció como laico célibe entregado a la caridad y la oración. En 410 murió en la paz del Señor.
Volviendo a Pamaquio. Algunos dicen que ya viudo fue monje, o presbítero, pero lo más certero es que permaneció como laico célibe entregado a la caridad y la oración. En 410 murió en la paz del Señor.
Fuentes:
-http://www.augustinus.it/spagnolo/lettere/lettera_058_testo.htm
-"Vidas de los Padres, Mártires
y otros principales Santos". Tomo VIII. ALBAN BUTLER. Valladolid,
1791.
A 30 de agosto se celebra además a Santa Rizza de Koblenz, eremita.
Ramon Rabre
A 30 de agosto se celebra además a Santa Rizza de Koblenz, eremita.
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