Santos Siete Fundadores de la Orden de los Siervos de María, religiosos
fecha: 17 de febrero
fecha en el calendario anterior: 12 de febrero
†: 1310 - país: Italia
canonización: C: León XIII 1 nov 1887
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 12 de febrero
†: 1310 - país: Italia
canonización: C: León XIII 1 nov 1887
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Los siete santos Fundadores de la Orden de los Siervos de la Virgen
María: Bonfilio, Bartolomé, Juan, Benito, Gerardino, Ricovero y Alejo, todos
mercaderes de Florencia, que se retiraron de común acuerdo al monte Senario
para servir a la Santísima Virgen María, y fundaron para ello una Orden bajo la
Regla de san Agustín. Son conmemorados en este día, en el que falleció, ya
centenario, el último de ellos, Alejo.
refieren a este santo: Beato Andrés de
Borgo Sansepolcro, Santa Juliana
Falconeri
Oración: Señor, infunde en nosotros el
espíritu de amor que llevó a estos santos hermanos a venerar con la mayor
devoción a la Madre de Dios, y les impulsó a conducir a tu pueblo al
conocimiento y al amor de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos. Amén (oración litúrgica).
En un período de dos años, de 1225 a 1227,
siete jóvenes florentinos se asociaron a la Confraternidad de la Santísima
Virgen -popularmente conocidos como los «Laudesi» o los alabadores-. Era la
época en que la próspera ciudad de Florencia estaba acosada por alborotos
políticos y perturbada por la herejía de los Cátaros. También era un tiempo de
general relajación moral, aun donde todavía se conservaban prácticas de
dovoción. Estos jóvenes, miembros de las familias más importantes de la ciudad,
desde su infancia se habían ocupado más de asuntos espirituales que de los
temporales, y no habían tomado parte en las contiendas locales. No está bien
claro si ya eran amigos antes de asociarse a los Laudesi, pero en dicha confraternidad
llegaron a estar íntimamente aliados. Cada día estos siete hombres se
despegaban más del mundo y se entregaban más al servicio de la Santísima
Virgen. El mayor de todos era Bounfiglio Monaldo, quien se convirtió en su
jefe, y los otros eran Alexis Falconieri, Benedeto dell'Antella, Bartolomé
Amidei, Ricovero Uguccione, Gerardino Sostegni, y Juan Bounagiunta. Tenían por
director espiritual a Santiago de Poggibonsi, que era capellán de los Laudesi,
hombre de gran santidad y discernimiento espiritual. Todos ellos siguieron el
llamado a una vida de renuncia, y determinaron recurrir a Nuestra Señora en sus
angustias. En la fiesta de la Asunción, cuando estaban absortos en la oración,
vieron a la Virgen en una visión, y Ella les inspiró el deseo de alejarse del
mundo y de vivir en un lugar solitario sólo para Dios. Hubo dificultades
porque, aunque tres de ellos eran célibes, dos eran casados y dos habían
quedado viudos, los cuales tenían impedimentos. Era necesario proveer
convenientemente a los que de ellos dependían; pero eso se arregló, y con la
aprobación del obispo, se alejaron del mundo. Se fueron a una casa llamada La
Carmarzia, fuera de las puertas de Florencia, veintitrés días después de haber
recibido el llamado. Su deseo era llevar una vida de penitencia y oración, pero
en breve los continuos visitantes florentinos comenzaron a distraerlos y así
decidieron retirarse a las laderas desiertas y selváticas del Monte Senario,
donde construyeron una sencilla iglesia y una ermita, en la que llevaban una vida
de austeridades casi increíbles.
A pesar de las dificultades para
encontrarlos, los visitantes no dejaban de ir hasta los ermitaños y muchos
deseaban unírseles, pero ellos se negaban a aceptar reclutas. Así continuaron
viviendo por varios años, hasta que los fueron a visitar su obispo, Ardingo, y
el cardenal Castiglione, quien había oído hablar mucho acerca de su santidad.
Quedó éste grandemente edificado, pero hizo una crítica adversa: «Vuestra
manera de vivir se asemeja demasiado a la de las criaturas selváticas de los
bosques, por lo que concierne al cuidado del cuerpo. Os tratáis de un modo que
linda con la barbarie: y parecéis desear más morir al tiempo, que vivir para la
eternidad. Tened cuidado; el enemigo de las almas se esconde a veces bajo la apariencia
de un ángel de luz... Escuchad los consejos de vuestros superiores». Los siete
quedaron hondamente impresionados con estas palabras y se apresuraron a pedirle
a su obispo una regla de vida. Les respondió que el asunto requería oración, y
les rogó que no continuaran negando la admisión a los que buscaban unírseles.
Otra vez los solitarios se pusieron en oración para tener luz, y otra vez
tuvieron una visión de Nuestra Señora, que llevaba en la mano un hábito negro,
mientras un ángel sostenía un pergamino con el título de Siervos de María. La
Virgen se dirigió a ellos y les dijo que los había escogido para que fueran sus
siervos, que deseaba usaran el hábito y siguieran la regla de San Agustín.
Desde aquella fecha, 13 de abril de 1240, fueron conocidos como Siervos de
María, o Servitas. Al aceptar esta regla, los Siete Fundadores tuvieron que
adoptar un modo de vida diferente lo cual dio mucha satisfacción a su antiguo
amigo el obispo de Florencia. Santiago de Poggibonsi, que los había seguido,
resolvió unírseles. Recibieron el hábito vne manos del mismo obispo, y
eligieron a Buonfiglio como superior.
De acuerdo con la costumbre, eligieron sus
nombres de religión, por los cuales serían conocidos de ahí en adelante. Estos
nombres fueron; hermanos Bonfilio, Alejo, Amadeo, Hugo, Sostenes, Maneto y
Buonayunta. Por deseo del obispo, todos, excepto san Alejo, que en su humildad
rogó ser dispensado, se prepararon para recibir las sagradas órdenes, y a su
debido tiempo profesaron y fueron ordenados sacerdotes. La nueva orden, cuya
forma era más parecida a la de los frailes mendicantes que a la de las órdenes
monásticas, aumentó sorprendentemente, y en breve fue necesario fundar nuevas
casas. Los primeros sitios elegidos fueron Siena, Pistoia y Arezzo, y después se
establecieron casas en Carfaggio, el convento e iglesia de la Santissima
Annunziata en Florencia, y el convento en Lucca. Aunque los Servitas tenían la
aprobación de sus superiores inmediatos, no habían sido reconocidos por la
Santa Sede. Una y otra vez se hicieron esfuerzos para obtener el
reconocimiento, pero los que deseaban ver abolida la nueva orden o absorbida
por otra, ponían dificultades. El Concilio de Letrán había declarado que no
deberían fundarse nuevas órdenes, y posteriormente el Concilio de Lyon había
añadido aun más limitaciones. Cada vez que la petición de los Servitas llegaba
al Papa, era puesta a un lado o no se la tomaba en cuenta. Sólo hasta 1259 la
orden quedó prácticamente reconocida por Alejandro IV, y no fue sino hasta
1304, más de sesenta años después de su fundación, cuando recibió la aprobación
explícita y formal del beato Benedicto XI. San Bonfilio había permanecido como
prior general hasta 1256, cuando suplicó ser relevado, debido a su avanzada
edad. Tuvo una muerte muy hermosa, en medio de todos sus hermanos, la noche del
año nuevo de 1261. San Bonayunta, el más joven de los siete, fue el segundo
prior general, pero expiró en la capilla poco después de su elección, mientras
se leía el Evangelio de la Pasión. San Amadeo gobernó el importante convento de
Carfaggio, pero regresó a Monte Senario a terminar sus días. San Maneto llegó a
ser el cuarto prior general y envió misioneros a Asia, pero se retiró pronto
para ceder el puesto a san Felipe Benizi, sobre cuyo pecho expiró. San Hugo y
san Sostenes fueron al extranjero; Sostenes a París y Hugo a fundar conventos
en Alemania. Fueron llamados en 1276, y habiendo caído enfermos, murieron uno
junto al otro, la misma noche. San Alejo, el humilde hermano lego, sobrevivió a
todos los demás y fue el único que vivió para ver la orden en pleno vigor y
definitivamente reconocida. Se dice que murió a la edad de ciento diez años.
Los siete fueron contados entre los santos por el Papa León XIII en 1887.
He aquí un testimonio de primera mano
sobre los orígenes de la Orden:
«Hubo en la ciudad de Florencia siete hombres, dignos de mucha reverencia y estima, a Ios cuales nuestra Señora unió para iniciar, por la vida común y la concordia de Ios ánimos, la Orden de sus Siervos.
«Cuando ingresé en nuestra Orden aún vivía fray Alejo, único sobreviviente del grupo de los siete. Plugo a nuestra Señora conservar en vida hasta nuestro tiempo a fray Alejo, para que de su boca pudiéramos conocer el origen de nuestra Orden. La vida de fray Alejo era tal que, como lo pude comprobar con mis propios ojos, no sólo arrastraba con su buen ejemplo a los que con él vivían, sino que era también una garantía de su propia perfección, de la de sus compañeros y de su profunda religiosidad.
«Cuatro aspectos pueden considerarse por lo que toca al estado de vida de los siete Fundadores antes de que se congregaran para dar origen a nuestra Orden.
«En primer lugar, el estado con relación a la Iglesia: algunos de ellos se habían comprometido a guardar virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían unido en matrimonio; otros ya estaban casados, y otros habían enviudado.
«En segundo lugar, el bienestar y condición social: aquellos siete varones comerciaban con las cosas de este mundo, según las reglas del arte mercantil; pero cuando descubrieron la perla preciosa o, por mejor decir, cuando conocieron que esta perla quería producirla nuestra Señora por medio de la unión de sus vidas, entonces para comprar dicha perla, es decir, nuestra Orden, no sólo vendieron todos sus bienes y los distribuyeron entre los pobres, según el consejo evangélico (cf Mt 13, 45-46), sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias vidas.
«En tercer lugar, su reverencia y honor para con nuestra Señora. Existe en Florencia, desde muy antiguo, una sociedad fundada en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por la santidad de sus numerosos asociados, había conseguido una cierta relevancia sobre las demás y el título de Sociedad mayor de nuestra Señora. A ella pertenecían, antes de reunirse, los siete Fundadores corno insignes devotos de nuestra Señora.
«En cuarto lugar, el estado de perfección espiritual: amaban a Dios sobre todas las cosas y a Él ordenaban todas sus acciones, como exige el recto orden, honrándolo así con todos sus pensamientos, palabras y obras.
«Cuando, por divina inspiración, ya estaban decididos a vivir en común, a lo que les había impulsado de un modo especial nuestra Señora, arreglaron sus asuntos familiares y domésticos, dejando lo necesario para sus familias y distribuyendo el resto entre los pobres. Finalmente, se dirigieron a hombres de consejo y de vida ejemplar y les manifestaron su propósito.
«Así, pues, subieron a Monte Senario, y en su cima levantaron una pequeña casa, adecuada a sus necesidades, a la que se fueron a vivir en comunidad. Allí empezaron a caer en la cuenta de que se habían congregado no sólo para alcanzar su propia santificación, son también para admitir a nuevos miembros, con el fin de acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado sirviéndose de ellos. Por tanto, empezaron a recibir a nuevos hermanos y, así, fundaron nuestra Orden, cuya principal artífice fue nuestra Señora, que quiso que estuviera cimentada en la humildad de los frailes, edificada por su concordia y conservada por su pobreza.» (Monumenta OSM, 1, pp. 71 ss.)
«Hubo en la ciudad de Florencia siete hombres, dignos de mucha reverencia y estima, a Ios cuales nuestra Señora unió para iniciar, por la vida común y la concordia de Ios ánimos, la Orden de sus Siervos.
«Cuando ingresé en nuestra Orden aún vivía fray Alejo, único sobreviviente del grupo de los siete. Plugo a nuestra Señora conservar en vida hasta nuestro tiempo a fray Alejo, para que de su boca pudiéramos conocer el origen de nuestra Orden. La vida de fray Alejo era tal que, como lo pude comprobar con mis propios ojos, no sólo arrastraba con su buen ejemplo a los que con él vivían, sino que era también una garantía de su propia perfección, de la de sus compañeros y de su profunda religiosidad.
«Cuatro aspectos pueden considerarse por lo que toca al estado de vida de los siete Fundadores antes de que se congregaran para dar origen a nuestra Orden.
«En primer lugar, el estado con relación a la Iglesia: algunos de ellos se habían comprometido a guardar virginidad o castidad perpetua, por lo que no se habían unido en matrimonio; otros ya estaban casados, y otros habían enviudado.
«En segundo lugar, el bienestar y condición social: aquellos siete varones comerciaban con las cosas de este mundo, según las reglas del arte mercantil; pero cuando descubrieron la perla preciosa o, por mejor decir, cuando conocieron que esta perla quería producirla nuestra Señora por medio de la unión de sus vidas, entonces para comprar dicha perla, es decir, nuestra Orden, no sólo vendieron todos sus bienes y los distribuyeron entre los pobres, según el consejo evangélico (cf Mt 13, 45-46), sino que, con ánimo alegre, entregaron sus propias vidas.
«En tercer lugar, su reverencia y honor para con nuestra Señora. Existe en Florencia, desde muy antiguo, una sociedad fundada en honor de la Virgen María, la cual, por su antigüedad y por la santidad de sus numerosos asociados, había conseguido una cierta relevancia sobre las demás y el título de Sociedad mayor de nuestra Señora. A ella pertenecían, antes de reunirse, los siete Fundadores corno insignes devotos de nuestra Señora.
«En cuarto lugar, el estado de perfección espiritual: amaban a Dios sobre todas las cosas y a Él ordenaban todas sus acciones, como exige el recto orden, honrándolo así con todos sus pensamientos, palabras y obras.
«Cuando, por divina inspiración, ya estaban decididos a vivir en común, a lo que les había impulsado de un modo especial nuestra Señora, arreglaron sus asuntos familiares y domésticos, dejando lo necesario para sus familias y distribuyendo el resto entre los pobres. Finalmente, se dirigieron a hombres de consejo y de vida ejemplar y les manifestaron su propósito.
«Así, pues, subieron a Monte Senario, y en su cima levantaron una pequeña casa, adecuada a sus necesidades, a la que se fueron a vivir en comunidad. Allí empezaron a caer en la cuenta de que se habían congregado no sólo para alcanzar su propia santificación, son también para admitir a nuevos miembros, con el fin de acrecentar la nueva Orden que nuestra Señora había comenzado sirviéndose de ellos. Por tanto, empezaron a recibir a nuevos hermanos y, así, fundaron nuestra Orden, cuya principal artífice fue nuestra Señora, que quiso que estuviera cimentada en la humildad de los frailes, edificada por su concordia y conservada por su pobreza.» (Monumenta OSM, 1, pp. 71 ss.)
Hay cierta falta de informes precisos con
relación a la primitiva historia de los Siete Santos Fundadores. Entre las
fuentes contemporáneas más cercanas encontramos una crónica de Pedro de Todi y
unas memorias del padre Nicolás Mati. Los Anuales Sacri de Giani, continuados
por Garbi, no son muy dignos de confianza con respecto a los principios de la
orden. Ver la Histoire des Sept Saints Fondateurs de l'Ordre des Servifes de
Marie, por el padre Ladoux (1888). Hay información hagiográfica más extensa en
el web de la Orden
en Cádiz. El decreto de canonización puede verse en Acta Sanctae
Sedis 20 (1887) pág 238ss. El cuadro es: Aparición de la Virgen a los siete
santos fundadores, de Antonio Balestra (1666-1740).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_599
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