La discriminación de los afrodescendientes
continúa
2019-01-25
Una consecuencia de la
campaña electoral de 2018, antidemocrática y marcada por un sinnúmero de fake
news (falsas noticias), fue el fortalecimiento del racismo ya existente
contra indígenas, quilombolas,, y particularmente contra negros y negras. Según
el último censo, el 55,4% se declararon pardos o negros. Es decir, después de
Kenia somos la mayor nación negra del mundo. La mayoría tiene en su sangre la
herencia africana. Además, todos, blancos, negros, amarillos y otros, somos
africanos, pues fue en África donde irrumpió el proceso de la antropogénesis
hace millones de años.
Como
nuestra historia ha sido escrita por manos blancas, muchos historiadores
intentaron suavizar la esclavitud. El hecho es que la esclavitud deshumanizó a
todos, señores y esclavos. Ambos vivieron la esclavitud en un permanente
síndrome de miedo, de revueltas, de envenenamientos, de asesinatos de patrones,
de hijos, de asaltos a sus mujeres. Los señores, para contener a los negros y
aplicar la violencia contra ellos, tuvieron que reprimir su sentido de
humanidad y de compasión. Por eso, las clases dominantes, herederas del orden
esclavista, viven hasta hoy llenas de prejuicios de que los negros, los mulatos
deben ser tratados con violencia y dureza. Son considerados perezosos cuando,
en realidad, ellos fueron los que construyeron nuestras iglesias y edificios
coloniales.
Los
esclavos eran casi siempre mucho más numerosos que los blancos. En Salvador y
en la capitanía de Sergipe, hacia 1824 eran 666 mil esclavos y 192 mil blancos
libres (Clovis Moura, Sociología del negro, 1988, p. 232). En 1818, el
50,6% de la población brasilera era de negros esclavos (Beozzo, Iglesia y
esclavitud, 1980, p. 259). Y actualmente como acabamos de mencionar son el
55,4% de la población.
La
esclavitud deshumanizó mucho más a los negros. Darcy Ribeiro, en su extraordinario
libro El pueblo brasileño (1995) resume bien la condición esclava:
Sin
amor de nadie, sin familia, sin sexo que no fuese la masturbación, sin ninguna
identificación posible con nadie –su capataz podía ser un negro, sus compañeros
de infortunio, unos enemigos–, malvestido y sucio, feo y apestoso, llagado y
enfermo, sin ningún gozo u orgullo del cuerpo, vivía su rutina: sufrir todos
los días el castigo de los latigazos sueltos, para trabajar atento y tenso.
Semanalmente venía un castigo preventivo, pedagógico, para no pensar en la
fuga, y, cuando llamaba la atención, recaía sobre él un castigo ejemplar, en
forma de mutilación de dedos, perforación de los senos, quemaduras con tizón,
todos los dientes rotos concienzudamente, o de azotes en la picota, trescientos
latigazos de una vez para matar, o cincuenta latigazos diarios para sobrevivir.
Si huía y era capturado, podía ser marcado con hierro, o quemado vivo en días
de agonía en la boca del horno, o arrojado de una vez dentro de él para arder
como leña oleosa (P. 119-120).
A
causa de este tipo de violencia, los esclavos internalizaron dentro de sí al
opresor. Para sobrevivir, tuvieron que asumir la religión, las costumbres y la
lengua de sus opresores. Desarrollaron la estrategia del “jeitinho” (del
acomodarse con astucia) para nunca decir no y al mismo tiempo poder alcanzar el
objetivo que de otra forma jamás alcanzarían.
Pero
hace ya mucho tiempo surgió una fuerte conciencia de la negritud, con la
determinación de rescatar su identidad, su religión y su forma de estar en el
mundo. Se trata de establecer el sujeto de la liberación de las negras y los
negros contra su inserción forzada en la inicua historia de la barbarie blanca.
La
historia contada por la mano negra no es una historia contra el blanco; es una
historia propia, que no se confunde con la historia de los opresores y
esclavócratas, aunque esté ligada dialécticamente a ella. Y está recorriendo su
curso libremente.
La
abolición de los esclavos en 1888 no significó la abolición de la mentalidad
esclavócrata, presente en la cultura dominante, que sigue manteniendo a
centenares de trabajadores con una relación análoga a la de los esclavos. En
enero de 2019 había 204 empresarios cometiendo ese crimen. Basta leer la
reciente obra distribuida en 2019 Estudios sobre las formas contemporáneas
de trabajo esclavo (Maud) en la que colaboraron cuarenta y cuatro
investigadores, cubriendo gran parte del área nacional, organizada, junto con
otros, por el conocido especialista, Ricardo Rezende Figueira. La impresión
final es estremecedora.
¿Cómo
puede existir todavía hoy la pérfida inhumanidad de seres humanos esclavizando
a otros seres humanos?
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