viernes, 25 de enero de 2019

Santos Timoteo y Tito, obispos (26 de enero)


Santos Timoteo y Tito, obispos

fecha: 26 de enero
canonización: bíblico
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: Memoria de san Timoteo y san Tito, obispos, que, discípulos del apóstol san Pablo y colaboradores suyos en el ministerio, presidieron las Iglesias de Efeso, el primero, y de Creta, el segundo. Su maestro les dirigió cartas con sabias advertencias para la formación de los pastores y de los fieles.
Patronazgos: (Timoteo): protector contra los dolores de estómago (seguramente por 1Tim 5,23)
Oración: Oh Dios, que hiciste brillar con virtudes apostólicas a los santos Timoteo y Tito, concédenos, por su intercesión, que, después de vivir en este mundo en justicia y santidad, merezcamos llegar al reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
La nueva edición del Martirologio Romano celebra conjuntamente a estos dos obispos de los primeros tiempos de la Iglesia, y destinatarios de tres epístolas canónicas, dos a Timoteo y una a Tito, enviadas bajo el nombre del Apóstol de los Gentiles. En la edición anterior del Martirologio la memoria de san Timoteo estaba inscripta el 24 de enero, y se le consideraba mártir, caracterización que no surge de ninguna fuente confiable y que se ha retirado del Martirologio actual; la memoria de san Tito era tradicionalmente el 6 de febrero. Al rememorarlos conjuntamente, el nuevo Martirologio posiblemente quiere hacer más hincapié en lo que ellos representan como modelos del episcopado, que en las cuestiones estrictamente biográficas, de las que carecemos en muchos casos de datos contrastables. En cuanto a las epístolas, la crítica bíblica contemporánea es casi unánime de que se trata de escritos «pseudoepigráficos» es decir que no son propiamente escritos por san Pablo sino por alguien de su escuela, que firma con su nombre para dejar señalado que lo que escribe reviste la misma autoridad que la del iniciador de la escuela, procedimiento harto habitual entre los escritores antiguos. Se consideran en general escritos del fin del siglo I o inicios del II, y por lo tanto un precioso testimonio de la vida de la Iglesia cuando ya iba finalizando la «época apostólica» y la Iglesia había adquirido institucionalmente gran parte de los rasgos que luego desplegará en el resto de la historia. Naturalmente la pseudoepigrafía (que es una cuestión estrictamente histórica y literaria) no afecta a que las epístolas sean canónicas (es decir, a que sean recibidas por la Iglesia como Palabra de Dios), que lo han sido desde el principio.
Transcribimos las dos noticias hagiográficas del Butler (como siempre, en la edición castellana del P. Guinea, 1964), que, aunque dan por supuesto la identidad entre san Pablo y el autor de las cartas, resumen muy bien lo que puede considerarse el saber tradicional en torno a estos dos personajes. Para la cuestión crítica en torno a las «Cartas pastorales» conviene leer alguna introducción moderna, como Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, Verbo Divino, pág. 450ss. (artículo de Robert Wild, SJ).

San Timoteo

San Timoteo, el discípulo amado de san Pablo, era probablemente originario de Listria de Licaonia. Su padre era gentil; su madre, que se llamaba Eunice, era judía y abrazó el cristianismo junto con la abuela de Timoteo. San Pablo alaba la fe de esas dos mujeres.
Desde su juventud, nuestro santo se había entregado al estudio de la Sagrada Escritura y, cuando san Pablo se hallaba predicando en Licaonia, los cristianos de Iconio y Listria le hicieron tales alabanzas del buen natural de Timoteo, que el Apóstol le tomó por compañero para sustituir a Bernabé. Aquella adopción dio motivo para que el «Apóstol de las Gentes» pusiera de manifiesto su celo y su prudencia, porque si bien poco antes se había negado a hacer circuncidar a un tal Tito, cuyos padres eran gentiles, con el propósito de demostrar la libertad del Evangelio y refutar a quienes sostenían que el rito de la circuncisión seguía siendo un precepto en la Nueva Ley, hizo que se circuncidara, en cambio, Timoteo, hijo de una judía, estimando que con ello le haría más aceptable a los ojos de los judíos y, al mismo tiempo demostraba que no era enemigo de la ley. San Crisóstomo alaba la prudencia que mostró en esto san Pablo. A ello añadiremos nosotros la alabanza a la obediencia de su discípulo. San Pablo impuso las manos a Timoteo y le confió el ministerio de la predicación. A partir de ese momento, vio en él no sólo a un discípulo e hijo muy querido, sino a un hermano y compañero en el trabajo. San Pablo le llamaba «hombre de Dios», y en su epístola a los Filipenses dijo que nadie le estaba más unido en espíritu que Timoteo.
San Pablo visitó después de Listra todo el resto de Asia Menor. Embarcó con rumbo a Macedonia y predicó en Filipos, Tesalónica y Berea. Acosado por el furor de los judíos, tuvo que abandonar esta última ciudad, dejando ahí a Timoteo para que confirmara en la fe a los neófitos. Al llegar a Atenas mandó a buscarle; pero, al saber que los cristianos de Tesalónica sufrían una cruel persecución, les envió a Timoteo, como su representante, para animarles. Timoteo se reunió con san Pablo en Corinto para darle cuenta de sus triunfos. El Apóstol escribió entonces su primera epístola a los tesalonicenses. Después continuó sus viajes: de Corinto fue a Jerusalén y luego a Efeso, donde permaneció dos años. El año 58 proyectaba volver a Grecia y decidió enviar por delante a Timoteo y a Erasto con instrucciones para que atravesaran Macedonia, anunciando a los fieles su próxima visita, y recogiendo las limosnas que se proponía mandar a los cristianos de Jerusalén.
Después de este viaje, Timoteo se dirigió a Corinto, donde su presencia era necesaria para reavivar entre los fieles las enseñanzas de su maestro. Es indudable que la recomendación que hace san Pablo de su discípulo (en I Cor. 16:10), está relacionada con este viaje. El apóstol esperó en Asia Menor a Timoteo, y, al reunirse, partieron juntos a Macedonia y Acaya. Timoteo se separó de él en Filipos y volvió a reunírsele en Troya. San Pablo fue arrestado a su regreso a Palestina y enviado a Roma, después de dos años de prisión en Cesárea. Timoteo parece haber estado con él casi todo el tiempo, y san Pablo le nombra en el encabezado de sus epístolas a Filemón y a los Filipenses. Timoteo fue también hecho prisionero por Cristo y confesó Su nombre en presencia de muchos testigos, pero se le dejó en libertad. Fue elegido obispo, según parece, por especial inspiración del Espíritu Santo. Cuando san Pablo regresó de Roma, dejó a Timoteo al frente de la Iglesia de Efeso para acabar con los falsos maestros y ordenar sacerdotes, diáconos y aun obispos. San Juan Crisóstomo y otros padres suponen que el apóstol confió a Timoteo todas las iglesias de Asia. Todos hablan de Timoteo como del primer obispo de Efeso.
San Pablo escribió su primera carta a Timoteo desde Macedonia; la segunda desde Roma, donde estaba prisionero, pidiéndole que fuera a verle a la capital del Imperio antes de su muerte. Esta segunda carta es una explosión de ternura de san Pablo por su discípulo: le alienta en sus dificultades, procura reavivar en él la intrepidez y el fuego del Espíritu Santo que la ordenación le había dado, le da instrucciones sobre los falsos hermanos de aquella época y predice nuevos desórdenes y dificultades en la iglesia.
San Timoteo sólo bebía agua; pero, como su salud se resintiera por las grandes austeridades, san Pablo le aconsejó que tomara un poco de vino. San Juan Crisóstomo comenta: «No le dijo simplemente: "Toma vino," sino "Toma un poco de vino"; y esto no porque Timoteo necesitara tal consejo, sino porque nosotros lo necesitamos». San Timoteo era todavía joven por entonces; tenía alrededor de cuarenta años, según parece. No es por lo tanto difícil que haya ido a Roma a ver a su maestro. Debemos suponer que Timoteo fue nombrado obispo de Efeso por san Pablo, antes de la llegada de san Juan a esa ciudad. Una firme tradición afirma que san Juan ejerció también el apostolado en Efeso y que supervisaba todas las iglesias de Asia. Los antiguos martirologios ponen a san Timoteo entre los mártires.
Las «Actas de Timoteo», atribuidas en parte al famoso Polícrates, obispo de Efeso, pero que parecen haber sido escritas en dicha ciudad en el siglo IV o V y resumidas por Focio, relatan que san Timoteo fue apedreado y apaleado por los paganos al manifestar su oposición a sus ceremonias. En efecto, el 22 de enero se celebraba la fiesta llamada Katagogia, y ese día los paganos recorrían en grupos la ciudad, llevando en una mano un ídolo y en la otra un palo. Existen pruebas de que las supuestas reliquias de san Timoteo fueron trasladadas a Constantinopla, durante el reinado de Constancio. San Juan Crisóstomo y san Jerónimo hacen alusión a los portentos sobrenaturales que tuvieron lugar en el santuario de Constantinopla, como a una cosa de todos conocida.
Ver Acta Sanctorun, 24 de enero. El texto griego de las llamadas Actas de san Timoteo fue editado por H. Esener, el cual, en vista de la sobriedad de dicho texto por lo que se refiere a elementos milagrosos, se inclina a pensar que tiene una base histórica y que se deriva tal vez de una crónica efesina. La ausencia de toda referencia a la traslación de las reliquias de san Timoteo a Constantinopla en 356 le induce a creer que las Actas de san Timoteo fueron compuestas antes de esa fecha. Cf. R. Lipsius, Die apokryphen Apostelgeschichten, vol. II, pt. 2, pp. 372 ss.; y Biblioteca Hagiográfica Latina, n. 1200; Biblioteca Hagiográfica Griega, n. 135.

San Tito

San Tito nació gentil y parece que fue convertido por san Pablo, quien lo llama su hijo en Cristo. Su virtud y méritos le ganaron el afecto del apóstol, pues encontramos que lo empleaba como secretario. Pablo lo trata como a su hermano y socio en sus labores, ensalza su celo por sus hermanos y expresa el consuelo que en él encontraba. En una ocasión declaró que no estaba tranquilo, porque no había encontrado a Tito en Troas. Fueron juntos al concilio celebrado en Jerusalén para debatir la cuestión de los ritos mosaicos; y aunque el apóstol había consentido en la circuncisión de Timoteo para que su ministerio fuera aceptable entre los judíos, no quiso permitir lo mismo con Tito, por el temor de que así se justificara el error de ciertos hermanos, que sostenían que las ceremonias prescritas en la ley mosaica no quedaban abolidas por la ley de la gracia. San Pablo envió a Tito de Efeso a Corinto para poner fin a varias ocasiones de escándalo, y también para apaciguar las discordias en aquella Iglesia. Lo recibieron allí con gran respeto, y quedó satisfecho por lo que se refería a la penitencia y sumisión de los transgresores; pero no consiguieron que aceptara de ellos ningún regalo, ni siquiera su propio sustento. Amaba en singular forma a esa Iglesia; ahí le suplicaron intercediera con san Pablo para obtener el perdón del hombre incestuoso. Por segunda vez el apóstol lo envió a Corinto a reunir limosnas para los cristianos pobres de Jerusalén. Todos estos detalles los sabemos por las dos cartas de san Pablo a los corintios.
San Pablo se detuvo algún tiempo en la isla de Creta para predicar la fe de Jesucristo; pero como las necesidades de otras Iglesias requerían su presencia en otras partes, consagró obispo a Tito para aquella isla, y lo dejó para que terminara el trabajo que él había comenzado; «podemos juzgar por la importancia del cargo, la gran estima que san Pablo tenía por su discípulo». Pero más tarde, a su regreso a Europa, el apóstol le ordenó a Tito que lo encontrara en Nicopolis de Epiro, y que se pusiera en camino tan pronto como Tiquio o Artemas, a quien había enviado para ocupar su lugar, llegara a Creta. San Pablo envió estas instrucciones a Tito en una epístola canónica dirigida a él. Le mandaba que designara presbíteros para todas las ciudades de la isla, resumía las principales cualidades de un obispo, y le daba consejos respecto a su propia conducta para con su rebaño, exhortándole a que mantuviese una estricta disciplina entre los cretenses, de los que Pablo tenía una pobre opinión. Esta carta contiene la regla para la vida episcopal, y podemos considerarla fielmente copiada en la vida de este discípulo. Después de una visita a Dalmacia, Tito retornó a Creta, y todo lo más que podemos afirmar de él es que terminó su vida laboriosa y santa con una muerte tranquila, a edad muy avanzada. En Creta siempre se ha considerado a san Tito como el primer arzobispo de la sede, pero solamente hasta la época del Papa Pío IX fue cuando se le señaló en la Iglesia occidental una fiesta especial en su honor el día 6 de febrero.
Prácticamente no sabemos nada acerca de san Tito, fuera de su relación con san Pablo. Detalles como los que se encuentran en las Actas de santa Tecla que dicen que Tito nació en Iconio, o en la de san Crisóstomo en que parece que nació en Corinto, no son dignos de confianza. Para una cronología y una discusión más completa, el lector debe consultar libros especialmente dedicados a san Pablo. Ciertas Actas de Tito que han sido escritas por «Zenas el abogado», que se menciona en la Epístola a Tito (3:13), sólo pueden considerarse como literatura novelesca; sin embargo, parece que estuvieron algún tiempo en boga. De la misma fuente proviene el relato de Tito que se menciona en el Synaxarium de Constantinopla con fecha 25 de agosto, día de su fiesta en la Iglesia bizantina (véase la edición de Delehaye en el Acta Sanctorum, p. 921). Aquí se representa a Tito como de descendencia real y nacido en Creta, de donde, a la edad de veinte años, fue llamado a Judea por una voz del cielo, un año antes de la Ascensión de Nuestro Señor. También se dice que vivió en Creta hasta que fue nonagenario. Véase Die apokr. Apostelgesch, de R. Lipsius, vol. II, 2. pp. 401-406.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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